–¿Estás seguro?.
–He sido EL JUEZ durante millones de años. Es hora de que otro ente ocupe mi lugar, como yo lo hice con mi MAESTRO, que ahora descansa en el Éter infinito. Ha llegado tu turno. Además, es un caso muy fácil.
EL APRENDIZ respiró profundamente.
Entró en escena el pobre chico, asesinado a cuchilladas.
–Bienvenido, HUMANO. Estás en el Purgatorio. Aquí se decide el destino de todas las almas finadas. Soy... el Juez –guiñó al Vacío, donde su Maestro lo observaba. –Normalmente, soy yo quién determina el destino final de cada alma, pero muy de vez en cuando, doy la opción para que escojan el suyo propio. Así pues, delante de ti puedes ver dos puertas: una AZUL, que te llevará directo al CIELO, donde disfrutarás de la felicidad Eterna; y una ROJA, que te conducirá al INFIERNO, donde serás castigado cruelmente sin Fin. Tú decides, humano: atraviesa la puerta que más te convenga.
El Aprendiz estaba tan ilusionado que no podía evitar sonreír.
El humano, parado en medio de ambas puertas, las observó concienzudamente. Meditó durante largo tiempo. Tanto que llegó a incomodar al Aprendiz.
Finalmente, entró por la puerta de la derecha.
El Aprendiz enmudeció. Su sonrisa tonta desapareció hasta formar una mueca de estupefacción.
–No lo entiendo. ¿Por qué elegiría la puerta roja?.
El Juez lo miró decepcionado.
–¿No se te ocurrió estudiar el historial del humano?.
–No hacía falta, era un caso fácil. Tú mismo lo dijiste. Era una buena persona...
–Y también era daltónico...
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