Era una noche extraña, húmeda, con destellos de luna entre los árboles, que con sus hojas parecían cortar la piel, enrostrar la miseria y recordar lo peligroso de una huida, no sólo de aquel lugar en llamas, sino que de una vida cómoda y de prestigio, superpuesta a desazón y miedo. Estaba colmada de emociones el alma del doctor Edualf Lambert. Él sentía que su vida había culminado con el reciente fallecimiento de su amada esposa, a la cual mantuvo viva durante muchos años en un estado vegetativo, alejada de la humanidad, bajo los estrictos cuidados de su fiel colaboradora y amiga Dana Lupei, en aquella tercera planta del Hospital Psiquiátrico de Hains. Ese secreto era algo que los unía y ahora que su esposa había muerto, les quedaba la lealtad y la gratitud para seguir juntos. El doctor había mentido y sobrepasado su integridad como persona y como médico, cuando aceptó ser cómplice de asesinatos para resguardar la existencia de su amada, a la cual había dado por muerta hacía ya muchos años atrás. Él creía que esa era la única manera de mantenerla viva, de lo contrario ella hubiese fallecido mucho antes y él no estaba preparado para perderla, pues ella era su motor de vida y sin ella su espíritu se quebraba en mil pedazos y no existiría pegamento en el mundo que pudiese reparar su adolorido corazón. Sólo Dana podía comprender ese amor incondicional y profunda entrega y fue por eso por lo que siempre lo apoyo en guardar ese secreto. Sarah era su nombre, Sarah era la palabra más bella y dulce, que provocaba la iluminación de su mirada cada vez que él la pronunciaba.
Al correr por el bosque huyendo de aquel hospital, que había sido su sueño de vida y anhelo profesional, sintió que flotaba en el aire, no se percató de las heridas de sus pies ni de los moretones y cortes de su cuerpo, producto de las múltiples caídas al tropezarse con las ramas y piedras del suelo, ni siquiera pensaba en que sería de ellos ahora, ni reflexionaba en los crímenes que habían cometido y que por eso la Policía los buscaba. Llevaba sólo lo puesto y cargaba en su corazón y alma el recuerdo de su amada Sarah.
Había sido en una mañana de verano, cuando su padre a la edad de dieciséis años, lo invitó al campo de golf, pues ahí se llevaría a cabo una recepción para el compromiso de la hija de un amigo suyo. Su padre le había dicho que ese evento era especial, ya que su amigo había perdido las esperanzas de dar en matrimonio a su hija mayor, debido a la avanzada edad de la joven, que bordeaba los treinta años y por la fuerza de su carácter embravecido.
─Querido Edualf, espero que tú contraigas matrimonio apenas te gradúes de médico y que me des muchos nietos hermosos ─sonreía el señor Rudolf Lambert a su adolescente hijo.
─Padre, ¿no cree que se está adelantando mucho?, apenas he terminado el colegio y recién este año comenzaré medicina. Le recuerdo que es una larga carrera. Además, no he pensado en casarme tan pronto, me gustaría recorrer el mundo primero.
─Tonterías, al graduarte te casarás con una jovencita de posición y serás un exitoso médico, ya habrá tiempo suficiente para viajar. Lo primero es lo primero. Tu abuelo quiere trabajar contigo y él ya es un hombre mayor, no puedes desperdiciar su prestigio y la oportunidad de adquirir su experiencia profesional.
─Padre, ¿por qué usted no estudió medicina? ─le pregunta el joven con una actitud desafiante.
─Porque no tenía tu inteligencia y habilidades. Tú las heredaste de tu abuelo materno. Yo me he dedicado a los negocios y me ha ido bastante bien. No puedes quejarte del nivel de vida que te he proporcionado. A tu madre y a ti, nada les ha faltado ─dice satisfecho mientras se acaricia el pequeño bigote que viste su delgada y pálida cara.
Era claro que Edualf había heredado las habilidades e inteligencia de su abuelo materno, el doctor Jürgen Hains, quien era una eminencia en medicina y su fama lo precedía a nivel mundial. De su madre, la señora Clara, había recibido la apariencia física, de aspecto regordete, baja estatura, cabello rojizo y piel blanquecina con destellos rosa, que se incrementaban en sus jóvenes mejillas abultadas, además de una sensibilidad especial que los unía como madre e hijo, apartando al padre de cuando en cuando, porque la severidad de su temperamento a veces lo distanciaba de las conversaciones familiares. De su padre, el señor Rudolf, había heredado unos hermosos y pequeños ojos verdes, que desaparecían de su rostro cada vez que esbozaba una sonrisa y la determinación de su espíritu. Cuando el joven Edualf quería obtener algo, lo hacía sin importar los medios para conseguirlo, a consecuencia de esta característica mal enfocada, hipotecó su vida y no logró jamás vislumbrar el precio que pagaría por un capricho.
El doctor no lograba comprender hacia donde se dirigían, él sólo seguía a Dana, quien tirando de la mano a su nieta Ema, corría desaforadamente a través del bosque. Él no podía pensar con claridad, sentía su cabeza ensordecida y atiborrada de pensamientos y recuerdos que se agolpaban para salir. Estaba sin aliento, sólo le quedaban las fuerzas para seguir huyendo unos metros más. Hasta que por fin sus piernas cedieron y se derrumbó, cayendo sobre un claro de tierra que contenía piedrecillas, que eran a la vista insignificantes, pero que en la realidad se sentían como miles de cuchillas que cortaban la piel y que atravesaban sin problemas la tela del pantalón del doctor, incrustándose entre sus finas heridas, pero no por eso menos dolorosas.
─¡Dana, no puedo más! ─grita con todas sus fuerzas el doctor y se desvanece por unos segundos.
─No es momento de debilidades. Levántate Edualf, debemos salir de aquí y escondernos, falta poco. ¡Levántate he dicho! ─le ordena enérgicamente aquella mujer que se había convertido, sin buscarlo ni detenerlo, en su verdugo, en la dueña de su destino y en la constructora de su desgracia. El doctor casi sin aliento hace un esfuerzo más y se pone de pie, para seguir la huida. Sin abandonar sus recuerdos, sigue detrás de las mujeres que lo habían llevado hasta ese penoso e incierto escenario.
Ya vestidos para la ocasión, salen ambos elegantes hombres desde su hogar en Viena y suben a su espléndido coche, conducido por su chofer el Sr. Amadeus Tulorth. La conversación con su padre siempre era amena y solía terminar en bromas y risas. Tal vez por ser hijo único, Edualf era más cercano a sus padres, aunque entre los cónyuges la distancia podía medirse y sentirse como una gran explanada de hielo. El joven disfrutaba tiempo con ellos, pero de manera separada, porque entre sus progenitores el matrimonio por conveniencia era cada vez más evidente.
─Padre, este compromiso casamentero, ¿tendrá una duración muy extensa?, quedé de ir a casa del abuelo en la tarde.
─No lo creo, será una recepción y luego un almuerzo para concretar el compromiso. De ahí podemos retirarnos a casa ─le dice muy entusiasta el padre, sin saber que él conducía a su propio hijo al peor destino posible y que el sueño de ser abuelo y de que su primogénito fuese lo que él imaginaba, se diluía a medida que el coche avanzaba al club de golf.
Dana le hace una señal al doctor indicándole que guarde silencio y que la espere en compañía de Ema. La mujer se aleja y ambos se quedan sentados acurrucados el uno del otro apoyados en el grueso tronco de un viejo árbol que los cobijó esa noche. Entre Edualf y Ema casi no había palabras, porque él sólo la consideraba un cuerpo y no un ser completo con alma y sentimientos. Ella por su parte, lo vio siempre como un instrumento de satisfacción sexual y como ella estaba inmersa en sus propios juegos mentales y demencia, no podía concebir la realidad de la misma manera que el resto de las personas, por lo cual fantaseaba en sus delirios, imposibilitando la conexión con algún humano, salvo con su abuela Dana Lupei.
El salón del club estaba delicadamente adornado y se adicionaba a una amplia terraza que tenía las vistas del campo de juegos. A la recepción acudieron los más entrañables amigos y socios del padre de la novia y de la familia del novio. En su mayoría se trataba de gente de negocios, en edad adulta y que hacían gala de sus fabulosas y costosas vestimentas. Edualf se había educado entre oro y algodones, pero algo hacía que su alma y cariz fueran sencillos, tanto lujo a veces le resultaba insoportable, porque decía que el brillo no dejaba ver la belleza de la realidad, porque encandilaba con su luz, que lo importante no solía brillar, más bien se encontraba en lo profundo y allí el brillo no tenía cabida, sino más bien la oscuridad que busca otros sentidos para expresarse, que no tienen que ver con la vista ni la apariencia, sino más bien con el tacto, el oído, el gusto y hasta con el olfato. El joven estaba en la edad en que todo se cuestiona y se pone a prueba, se prueban las destrezas físicas, las intelectuales y hasta se ponen en duda los principios morales. Las conversaciones de moralidad y religión las desarrollaba con su abuelo, el doctor Hains, que estaba averiguando todo acerca de la presencia de Dios en la Edad Media y de cómo el medioevo interpretaba todo lo divino. Sus intenciones eran trabajar con su nieto, cuando este fuese doctor, un par de años, y luego retirarse para escribir acerca de sus pasiones teológicas.
El joven acompañando a su padre, saludó a los invitados y se quedó al lado del Sr. Lambert, como era debido. En unos instantes se acercó el padre de la novia y de un fuerte apretón de manos el joven no se liberó. Aquel hombre lucía radiante, como si se hubiese ganado un premio impresionante, era evidente la satisfacción que encontraba en el compromiso de su hija, a la que daba por solterona, debido a su avanzada edad y su nula esperanza en casarla con un señorito de sociedad. En el fondo se veía a un hombre joven, en sus treintas, individualizado como el novio, su nombre era Arthur von Blaas, de origen aristócrata y viudo desde hacía unos meses. Su aspecto era debilucho y dueño de una prominente frente que denotaba una incipiente y avanzada calvicie, de nariz aguileña y hombros estrechos, se podía decir que aquel caballero no era el tipo de hombre por la que una mujer sucumbiría a sus encantos, pero que su apellido y fortuna podía salvaguardar cualquier duda al respecto.
Estaban agotados, apoyados bajo aquel árbol, jadeantes de sed y cansancio, cuando creían ambos perder sus fuerzas, apareció Dana junto a un hombre de alta estatura y complexión fuerte, que ayudó al doctor a levantarse y a seguir avanzando por el bosque. Caminaron durante muchos minutos más por sinuosos caminos, inclusive cruzaron un riachuelo. El doctor no reconoció aquel rio, cuando sus pies hicieron contacto con la gélida agua, sintió que estaba completamente perdido, no sabía que caminos estaba recorriendo y mucho menos cuál sería su destino. Al avanzar por un sendero de piedras filosas y resbaladizas, se internaron en unas estrechas cuevas entre unos roquerios.
─Dana ¿dónde estamos? ─pregunta casi sin aliento el doctor.
─Estamos a salvo. Aquí nos quedaremos esta noche y mañana al amanecer retornaremos el camino, internándonos en las montañas. Helmuth nos ayudará ─dice muy segura la mujer, mientras cubre con una manta a su nieta. Edualf se da cuenta que el lugar estaba a su espera, porque tenía frazadas, troncos, y comida aguardándolos, mientras pensaba en aquello, cae de agotamiento y se duerme profundamente, mientras aquel hombre desconocido de nombre Helmuth prende la fogata.
Para el joven esos compromisos casamenteros eran ridículos y aburridos, él estaba muy lejos de pensar en las muchachas, porque era más bien un idealista estudioso, que encontraba la fascinación en las ciencias y en lo oculto. Nunca fue el más popular de su escuela, ni mucho menos había tenido antes una relación con una mujer. Era más bien machista y creía poco probable que existiese una fémina inteligente al nivel de un hombre, más bien en ellas destacaba las cualidades de belleza, dulzura y entrega, que las intelectuales que caracterizaban a los caballeros. Aquella reunión social no era la excepción, inmerso en las conversaciones de los asistentes, se limitaba a escuchar, ya que un joven de su edad no podía emitir opiniones por razones protocolares impuestas por una sociedad segregada y autoritaria, fue por eso por lo que no podía dar crédito a lo que sus oídos escuchaban. Mientras estaban en el grupo de caballeros conversando, oye a su espalda la voz femenina ronca y fuerte, que saludaba cortésmente con la osadía de presentarse por ella misma sin la introducción de un hombre.
─Buenos días caballeros, bienvenidos a la recepción de mi compromiso matrimonial, mi nombre es Sarah Kray y él es mi prometido el señor Arthur von Blaas ─dice firmemente aquella mujer de voz gastada y áspera.
A los presentes les sorprendió el atrevimiento y falta de protocolo de la joven, pero lo disimularon entregando sus parabienes a los novios. En eso se asoma su padre y pide las disculpas pertinentes a los asistentes.
─Caballeros, disculpen la impertinencia de mi hija Sarah, pero el ímpetu de los jóvenes es difícil de contener. Espero disfruten la velada ─dice nervioso y compungido el anfitrión.
Edualf hasta ese minuto, no le había dado verdadera importancia al hecho y ni siquiera volteó a ver a la pareja y mucho menos a aquella impertinente mujer. Pero al cabo de unos segundos, el joven encontró su mirada con la de ella y sintió un golpe eléctrico en su espalda, para su sorpresa descubrió casi de inmediato que aquella joven era la novia, pues estaba acompañada del brazo del señor von Blaas y se alejaba junto al señor Kray para la presentación formal entre los grupos de asistentes.
La voz de Dana lo despertó de su sopor y letargo, Edualf al abrir los ojos vio a Ema sobre él observándolo como si fuera la primera vez que lo veía, al igual que un niño que ve a una alimaña desconocida y se queda obnubilado en los detalles de su complexión. El doctor con su mano alejó a la joven y se incorporó del suelo, recién allí pudo ver las condiciones precarias en las que se encontraba. Aquella cueva era un hueco pequeño, húmedo y polvoriento en medio de unas rocas. Sintió pena por su vida, ¿cómo había llegado a dormir entre tierra, piedras e insectos?, él que había nacido en una de las mejores y nombradas familias burguesas de Europa, él que era una promesa en medicina, heredero del legado de su abuelo y de la fortuna de sus padres. Por vez primera, se cuestionó, pero a la vez se conformó, porque el daño ya estaba hecho y no podía volver a empezar.
─Dana, ¿hacia dónde iremos? ─le pregunta Edualf un poco aturdido por la mala noche que había pasado y por lo acontecido el día anterior.
─Cruzaremos la frontera, Helmuth nos dará resguardo. Él es mudo, pero puede oírnos. Es familia, él nos protegerá por un tiempo hasta que planifiquemos la huida de Europa ─dice la mujer con absoluta frialdad y decisión.
─Pero Dana, no podemos huir del país y mucho menos de Europa. Lo que hicimos fue terrible, pero yo tengo muchísimo dinero, puedo contratar a los mejores abogados para que nos defiendan. No tenemos por qué escapar como delincuentes, porque no lo somos. Yo pertenezco a una influyente familia, ellos también me ayudarán. ¡Me niego a vivir como un pordiosero, me niego Dana! ¿me oíste? ─le dice indignado el determinado médico. Al oír el arranque de dignidad y superioridad de su cómplice, la mujer arde en cólera y se acerca violentamente frente a él y le coge el rostro con las dos manos y lo pone frente a su cara.
─Edualf Lambert, tú vas a hacer todo lo que te ordeno porque ahora las cosas han cambiado, yo soy la que manda aquí, tú ya no eres el importante médico sino un vil criminal, porque eso somos para la Policía. Para ellos somos unos degenerados y asesinos delincuentes y ni todo el dinero del mundo, ni todas tus influencias e ínfulas nos salvaran de la cárcel o lo que es peor de la pena de muerte. Nos vamos de aquí y punto ─Dana toma aire, cierra los ojos por unos segundos y sin soltar su rostro, vuelve a abrirlos mirándolo fijamente ─Sabes de lo que soy capaz de hacer por proteger a mi nieta, no te opongas a mis decisiones. Estas advertido ─dicho esto, suelta su cara y vuelve a su tarea de recoger la evidencia, como si nada hubiese pasado. El doctor tiritando, sintió helar sus huesos y supo que él podía ser la próxima víctima en el armario de esqueletos de Dana. En silencio se dispuso a obedecerla, sin interferir con los planes de aquella demoniaca mujer.
El evento se desarrollaba como era esperado, pero para el joven Lambert algo había cambiado, de un momento a otro no podía dejar de mirar a esa mujer, era hermosa para sus ojos, de cabello negro recogido con unas pequeñas flores que la adornaban, la hacían lucir adorable y mucho más joven de lo que era, de vibrantes ojos verdes con apariencia felina y dueña de una piel pálida aceitunada que a la distancia se veía suave como la porcelana. Su figura era delgada, pero fuerte, de complexión ancha y perturbadora, su vestido caía sobre las prominentes caderas y dibujaban un tímido pecho. No era el tipo de belleza que se acostumbraba a ver en sociedad, pero lo exótico de su mezcla llamaba la atención de los caballeros. Sus padres se habían conocido en un viaje que el señor Kray había hecho a América en su juventud y donde encontró a su amada, una descendiente austriaca con mezcla de sangre azteca que vivía en México. Tal vez su carácter fuerte e independiente junto a esa áspera y gruesa voz provenían de su sangre indígena.
Al cabo de unos minutos el joven Edualf, no soportó más la tediosa conversación de los adultos y le solicitó a su padre autorización para salir a la terraza, a lo cual él accedió, quedándose con una copa en la mano y un puro en la otra disfrutando lo que para él era una amena charla. Edualf se dirigió a la terraza y se dispuso bajo un gran toldo con vistas al campo de golf. Allí comenzó a divagar en lo que haría el día que tuviera que invitar a una chica a salir, para él eso era muy lejano, pero le estaba empezando la curiosidad. Estaba inmerso en sus juveniles pensamientos cuando se percató que alguien se sentó a su lado. Al mirar, no podía creerlo, sus ojos se clavaron en los atigrados ojos de Sarah, quien le regaló una simpática y coqueta sonrisa, como si se conocieran desde siempre.
─Hola señorito Lambert, porque ese es tu nombre, ¿verdad? ─le dice muy animada la joven.
─Prefiero que me llame Edualf, gracias ─le dice tímidamente y un poco consternado con el hecho de hablar a solas con una mujer.
─¿Te molesta que me quede un momento aquí contigo?, es que no me agrada ser el centro de las miradas, prefiero estar aquí mirando el paisaje.
─Quédese, no hay problema ─le dice el joven perturbado con la presencia de aquella mujer. Hace un ademán para pararse y ella lo coge del brazo para impedírselo.
─No te vayas, siempre es agradable conocer gente nueva.
─Me voy porque no quiero incomodarla. No es correcto que un joven esté a solas con una joven.
─¿Qué acaso eres de la prehistoria? ─dice riendo a carcajadas. Lo que molestó de sobremanera al joven quien la miró con furia, pues sintió que ella se burlaba de él.
─Mire señorita Kray no sé cómo ha sido educada usted, pero a mí me han enseñado que un caballero debe respetar a las mujeres y por la reputación de ellas, jamás deben quedarse a solas. Le ruego me disculpe ─dicho eso se paró de la silla y se retiró del lugar, con las mejillas inyectadas en sangre y con la conciencia pesándole en sus piernas, lo que le impedía caminar ligeramente. A medida que se alejaba se reprochaba por su actitud y se lamentaba de haberle gritado a aquella encantadora joven, que sólo pretendió ser amable y acogedora con él, pero que Edualf presa de su nerviosismo, la trató de manera brusca y violenta. Pensaba que jamás ella se molestaría en hablarle, eso lo apenó, pero sintió que lo merecía.
─Vámonos, Helmuth tiene preparado el escondite, donde estaremos varios días, hasta que la Policía cese su impetuosa búsqueda y ese detective Brünch se canse de buscarnos ─dice autoritariamente Dana.
El doctor y Ema siguieron sin emitir sonido a la mujer y a su sobrino. Cada uno inmerso en sus pensamientos avanzaba hacia un destino desconocido que estaba teñido de desconcierto y frustración. Para Ema era un alivio respirar aire puro y fresco, porque hacía años que sus pies no tocaban la hierba y la tierra, ni recibía sobre su pálida piel el calor de los rayos del sol, pero para Edualf ese camino lo conducía a su desgracia, no podía imaginar que su suerte pudiese ser aún más desgraciada, pero así podía ser, esto era sólo el comienzo de un séquito de calamidades y nerviosismo.
De vuelta el joven Edualf en el salón se unió a la compañía de su padre, quien estaba amenamente conversando con socios y amigos de negocios. Al verlo a su lado el hombre dejó aflorar todo su orgullo por su hijo único.
─Amigos, este jovencito a mi lado dará que hablar en unos años más, cuando se convierta en uno de los médicos más exitosos de Europa, como su abuelo. ─fanfarroneo el hombre con el pecho atiborrado de emoción y felicidad.
Todos celebraron con sus copas lo declarado por el señor Lambert y Edualf recibió varias palmadas en su espalda de aprobación y beneplácito. El joven se sintió algo incómodo, pero no por esos gestos de amabilidad, sino por lo acontecido con Sarah. Al girar su vista hacia la terraza vio que ella ingresaba al salón y que le regaló un coqueto guiño, ese gesto hizo que el joven sintiera paralizar su pecho y detener su corazón. “¿será posible que ella no esté enfadada conmigo?”, pensaba el joven. Su nerviosismo se evidenció con el rubor en sus mejillas y por indiscretas gotas de sudor en su frente y rostro.
─Estás abochornado hijo, ¿te sucede algo?, hoy no hace tanto calor para que sudes así, ¿te sientes mal? ─le pregunta al oído su padre al muchacho, con verdadera preocupación.
─No pasa nada padre, no se preocupe. Iré al servicio a refrescarme. ─al terminar la frase y sin dirigirle una mirada a su progenitor, Edualf se dirige al baño raudamente, necesitaba enjuagar su cara y sentir agua fría sobre ella.
Llevaban muchas horas caminando por entretejidos caminos, que no parecían ser rutas oficiales, sino más bien senderos de pastoreo, por la evidencia de animales. Edualf se encontraba exhausto y hambriento, por lo cual se atrevió a pedirle a Dana que descansaran un segundo y que comieran algo. La mujer lo miró despreciativamente, pero aceptó que pararan unos minutos, ella entendía que ese elegante caballero nunca en su vida había exigido a su cuerpo una misión tan dura y de tanto esfuerzo físico. Ella sacó de un morral que llevaba Helmuth en su espalda, unas porciones de carne seca y las repartió entre los acompañantes. Edualf nunca pensó antes que una porción de ese alimento, destinado a los campesinos, le proporcionara un sabor tan delicioso y necesario. Mientras aquella carne seca se ablandaba con su saliva, el hombre sintió revivir su cuerpo del letargo en el que se había inmiscuido y de la parálisis de su alma, al avanzar tras Dana como un fantasma, un ser sin voluntad, que ve como su cuerpo transita por estrechos caminos, mientras su espíritu va y viene de un pasado mucho más grato, de un ayer que lo llenaba de alegría y que él pensaba que le traía aventuras, sensaciones nuevas, glorias y premios, pero que en realidad no era más que su mente tratando de escapar de su patética realidad, una respuesta de su cerebro agotado de la vida que estaba existiendo, que lo acogía en plácidos recuerdos, protegiéndolo de su voraz destino.
El joven al aproximarse a su padre sintió un leve tirón de su chaqueta, al darse la vuelta, vio que era Sarah quien le regaló una tierna y cómplice sonrisa. Él sintió que el alma volvía a su cuerpo y sin percatarse devolvió el gesto, dibujándose en su rostro una amplia mueca de satisfacción. Esa expresión duró sólo un par de segundos, al ver como von Blaas cogía del brazo a su novia y la movilizaba hacia unos invitados. El señor Rudolf se percató de lo sucedido, pero no le dio importancia, porque esa escena no pasaría a ser nada más que un fugaz coqueteo entre dos jóvenes que acababan de conocerse.
─Hijo, ya es hora de retirarnos, nos despedimos y nos dirigimos a casa. No olvides que debes reunirte con tu abuelo ─le recuerda su padre a Edualf al oído. Ambos se despiden cortésmente de los asistentes y del padre de Sarah y parten. El chofer el señor Tulorth vio a Edualf más callado de lo normal y le consultó si se sentía bien, a lo que el joven contestó que había bebido un trago de licor y que eso le revolvió el estómago. El padre se preocupó un poco y le pidió que ese detalle lo mantuvieran en reserva, ya que la señora Lambert podría indisponerse si se enteraba que su único hijo volvía bebido a casa después de una reunión protocolar en compañía de su padre. Edualf al llegar se encerró en su habitación, se recostó en su cama, sobre ella depositó un lavatorio, en el cual vomitó sin control durante unos minutos, como si su pequeño y delgado cuerpo tratara de expulsar toda aquella mañana para que el recuerdo de Sarah no lo atormentara más. Él sabía que ella se casaría y que eso era un hecho sin modificación posible, pero su corazón no comprendía la injusticia del destino, “¿por qué había de conocer a aquella mujer, mayor que él, en una etapa de la vida distinta a la suya y que lo había enganchado tanto a ella?”, pensaba mientras los espasmos de su vientre interrumpían a cada instante sus reflexiones. Al cabo de unos minutos interminables para él, llamó a su puerta su madre, en su voz se demostraba la preocupación por su hijo.
─Edualf querido, ¿te sientes mal?, parece que llegaste indispuesto de aquel compromiso. Abre la puerta por favor ─pide de manera sutil y suplicante su madre. El joven se incorpora de la cama algo tambaleante por la falta de sales minerales y logra aproximarse a la puerta para abrirla. La madre lo ve tan pálido que, como en un acto reflejo, lo toma del brazo y lo conduce a la cama. Al ver el lavatorio sucio y sentir el olor a alcohol, se da cuenta perfectamente de lo que allí sucedía.
─Por lo que veo y huelo, puedo inferir que bebiste alcohol y con el estómago vacío, lo cual te provocó este penoso cuadro digestivo ─le reprocha molesta a su hijo.
─Madre, te prometo que sólo bebí media copa, fue para brindar, después sólo tomé agua ─le dice el joven con el rostro descompuesto, los ojos vidriosos y la piel blanca como la de un cadáver.
─Hijo, te creo, lo que me molesta es que tu padre te haya permitido llegar a este estado ─dice disgustada y después de un profundo suspiro continúa con una actitud más relajada ─No te vas a morir ni mucho menos, te pondrás bien, pero te quedarás recostado hasta mañana, necesitas comer algo suave y descansar ─le dice mientras le acariciaba el cabello tiernamente.
─Pero madre, quedé de reunirme con mi abuelo en su casa, en un par de horas ─le dice angustiado Edualf quien al terminar la frase corre al lavatorio para seguir vomitando.
─Lo ves, no puedes salir. Pediré que aseen aquí, yo personalmente te prepararé un caldo de pollo. Quédate acostado, yo me quedaré contigo. Le ordenaré al chofer que visite a mi padre y le informe que tú estás enfermo, y que posiblemente mañana lo visitemos. ¿te parece querido?
─Si madre, estoy de acuerdo. Me da vueltas la habitación. Me quedaré contigo ─dijo el joven, mientras trataba de enfocar su vista en un punto en el techo, sin conseguirlo.
─¿En qué piensas que estás sonriendo con cara de idiota? ─interrumpe Dana a Edualf, mientras él recordaba el día que había hecho dos cosas por primera vez, emborracharse y conocer al amor de su vida.
─Sólo recordaba el pasado. No es necesario que me trates de esa manera Dana. Respeto ante todo ─dice él algo molesto por la actitud petulante y dominante de su otrora cómplice y socia ─Mejor explícame con detalles tu plan.
─Te lo explicaré cuando lleguemos al escondite, ahí te comunicaré lo que haremos y cómo lo llevaremos a cabo ─dice Dana de manera misteriosa y en un tono de voz bajo y profundo. Él entendió que era inútil insistir, pues era ella quien administraba los tiempos y quien lideraba la huida.
Ema miraba de forma intrigante al doctor, a aquel hombre que había compartido junto a ella momentos de lujuria y pasión, del cual conocía cada centímetro de piel y sus formas, al cual había besado y acariciado con ternura, deseo y locura en miles de batallas carnales durante los últimos años, sin embargo, jamás lo había visto de día, al aire libre, despojado de sus elegantes vestiduras y sin ese magnetismo que sólo el poder y el dinero entregan. Ahora le parecía un hombre ordinario, de formas comunes, de aspecto vulgar, dueño de un semblante que reflejaba el fracaso, roído por la vida, con suciedad en sus ropas y cabellos, con las manos desprolijas y expeliendo un aroma poco estimulante al olfato. Su mirada era de extrañeza con un dejo de lástima y subvaloración. Edualf al verla y al sentir sus ojos clavados en los suyos, presintió lo que aquella insana mujer pensaba y no pudo más que sentir lástima por el mismo. Había caído a lo más profundo de un pozo ciego, si hasta esa miserable desposeída de la mente lo miraba con desprecio, ¿qué cosa más mala le podía pasar?, eso era lo último. Mientras todos seguían el camino que marcaba Helmuth, Edualf sentía que cada paso era un paso más para alejarse de su anterior vida como el prestigiado doctor Edualf Lambert y era un paso más hacia su declive, hacia la horca, porque podría estar vivo biológicamente, pero su vida espiritual había llegado a su fin al tener el cuerpo inerte de su amada entre sus brazos la noche anterior.
Despertó cuando olió tabaco, abrió los ojos con gran esfuerzo, pues la cabeza se sentía fragmentada en varios pedazos, había en las pupilas arena fina y cortante y el estómago pandillero se había convertido en su peor enemigo, obligándolo a devolver todo lo que recibía. Al oler a su abuelo y abrir los ojos, su mirada y sus piernas se dirigieron casi de inmediato al lavatorio, porque al más mínimo estímulo deseaba vomitar y así lo hizo. El doctor Hains, su abuelo, lo observó e hizo burla de su situación, lo que molestó profundamente al joven, pues sintió herido su orgullo. Edualf era un joven serio, lejano a festividades y por lo mismo no acostumbraba a beber, pero esta ocasión fue especial, él quería lucir más adulto, más preparado para la vida e imitó a los mayores, con las consecuencias estomacales ya antes descritas.
─¿De qué se ríe abuelo?, que acaso no ve que estoy envenenado o algo. Siento que moriré. Debí comer algo en mal estado en la recepción a la que asistí esta mañana ─dijo el joven molesto y sorprendido con la indolencia de su abuelo.
─¿Envenenado? ─y soltó una carcajada. ─Lo que tu tienes querido nieto es intoxicación por alcohol, no vas a morir de eso, pero las molestias son desagradables. Mañana estarás bien. No exageres, esta será la primera de muchas borracheras ─le dice el anciano con cara de sentir orgullo por el estado de su nieto.
─Jamás volveré a beber alcohol, abuelo. Me siento lo suficientemente mal como para siquiera volver a pensar en beber una copa ─dijo muy seguro de sí mismo el joven.
─Está bien Edualf. Descansa y mañana espero me visites en casa para cumplir tu compromiso conmigo ─le toca los cabellos tiernamente y el rostro y se retira el abuelo, cerrando la puerta suavemente.
Acurrucado en su cama, sujetando el estómago que le dolía considerablemente y en medio de quejidos y náuseas, se durmió profundamente. A la mañana siguiente al despertar no sentía síntoma alguno, como si el día anterior hubiese sido sólo un mal sueño, incluso puso en duda si había conocido o no a Sarah, tal vez eso también había sido un sueño, pero el más precioso que había tenido. Ya recuperado del todo le agradeció a su madre las atenciones, a lo cual ella le contestó muy seriamente que esa sería la primera y última vez que permitiría que su hijo llegara ebrio a casa, Edualf estuvo de acuerdo, promesa que cumplió porque nunca más bebió lo suficiente como para emborracharse. El padre ya no estaba en la residencia cuando el joven despertó, así que desayunó junto a su madre y le comentó acerca de la recepción del día anterior.
─Madre, la novia luce diferente a las otras jóvenes, ¿ella es austriaca? ─preguntó con un tono que escondía la premura por saber de Sarah, lo que disimuló muy bien.
─Ella es mestiza, tiene sangre austriaca y de indígenas mexicanos. Fue una de las razones por la que al señor Kray le ha costado tanto comprometer a la joven. Además de que posee un carácter no acorde a los tiempos ─contaba la señora Lambert mientras desayunaba. En su voz se podía apreciar cierto desprecio por Sarah.
─¿Qué tiene de especial su carácter, madre?
─Ella es algo masculina, no sigue las reglas protocolares. Una vez la oí conversando con un hombre a solas y le decía que hombres y mujeres éramos iguales. ¿Puedes creer semejante estupidez? Yo no me veo arando el campo ni manejando los negocios de tu padre. Dios me libre de hacer trabajo de caballeros.
─La joven sin duda piensa cosas inadecuadas. ¿Y cómo fue entonces que resultó comprometida en matrimonio con un aristócrata? ─pregunta intrigado, sin poder disimular su curiosidad.
─Tantas preguntas hijo, ¿a qué se debe?
─Es por conocer a mi medio. Si he de ser médico como mi abuelo, tal vez un día todos ellos sean mis pacientes.
─Tienes mucha razón Edualf. Qué joven tan visionario eres. Estoy segura de que serás más exitoso que tu abuelo. Tienes madera de campeón ─dice colmada de orgullo la madre, acariciando dulcemente la barbilla de su primogénito.
─Madre no me ha respondido.
─Tienes razón hijo, disculpa. El joven von Blaas es viudo. Contrajo nupcias con la hija de un poderoso mercantilista de Francia y al enviudar, él heredó una gran fortuna. Su familia estaba casi en la bancarrota, pero el título nobiliario le valió lo suficiente para conseguir una millonaria burguesa. Una vez soltero de nuevo, von Blaas estaba listo para volver a comprometerse y dicen que el señor Kray le ofreció a su hija en matrimonio y el viudo aceptó el arreglo. De todas maneras, el trato fue muy justo. Ella está cerca de los treinta años y las alternativas de casarse era con jóvenes pobres con apellidos rimbombantes pero que hoy viven de la caridad de glorias pasadas. Von Blaas es rico y al parecer de buenos modales. Me han dicho que es muy atento con ella, lo que parece que a Sarah le agrada mucho. Harán una linda y conveniente pareja. Espero que tengan hijos y que las ideas revolucionarias de ella no contaminen a los pequeños ─sentencia la madre, un poco harta del tema. Pues no le interesaba esa familia, salvo por los negocios que sostenían con su marido. Edualf después de recibir tanta información, procuró guardar silencio y sintió una pena negra en su corazón al saber que Sarah estaba feliz con el compromiso y que ella le daría hijos a su esposo. Tal vez eran celos o tristeza, el joven no logró identificar lo que sentía, pero era un intenso dolor en el pecho, falta de aire y un nudo quemante en su estómago. La madre al percatarse que su hijo no tenía buen semblante le preguntó si seguía indispuesto por lo del día anterior y le ordenó que se recostara hasta la hora del almuerzo y dependiendo de cómo se sintiera, visitaría o no al abuelo. El joven asintió con la cabeza y con desgano se recostó en su cama y logró un profundo y reponedor sueño a media mañana. Lo que le vino muy bien antes de visitar la residencia de su abuelo.
─Querido nieto, que pasa, siéntate. Estoy leyendo acerca de Dios. En unos días viajaré a Berlín a una conferencia acerca de Teología. ¿Te gustaría acompañarme? ─le pregunta muy entusiasmado el abuelo a Edualf.
─Claro, me encantaría. Sabe que disfruto mucho de su compañía abuelo ─le responde entusiasmado.
─Le solicitaré autorización a tu padre y saldremos el próximo martes a Berlín. El viaje es por cuatro días. En él visitaré a varios amigos médicos, ya es conveniente que te presente a futuros colegas ─declara orgulloso con la idea de que su único nieto se convirtiera en doctor, al igual que él y que siguiera sus pasos.
El espeso camino parecía no llegar a su destino final. Edualf ya sin fuerzas avanzaba de manera automática, en su mente sólo había espacio para el recuerdo de su amada Sarah, no cabía nada más. Dana se detiene en una colina y señala que al llegar abajo encontrarían el escondite. Ema gritaba de júbilo, pero el doctor pareció restarle importancia a ese lugar, porque para él ese sitio representaba su tumba. Una sepultura que contendría esperanzas fallidas, recuerdos, ilusiones truncadas, sacrificios sin recompensa, innumerables noches en vela que se perdió estudiando para convertirse en médico, una fortuna tirada a la basura, un hospital que fundó con el nombre de su abuelo, una prometedora vida, en definitiva ese lugar, que de por cierto debía ser inmundo, representaría su tumba en vida, el fin de una vida plagada de comodidades y estatus y daba comienzo a un futuro incierto, colmado de desdichas. Estaba seguro de que eso le aguardaba. Al cabo de unos minutos habían llegado a la planicie y entre unos grandes y frondosos árboles estaba una construcción no acorde al lugar. Cuando Edualf la vio no podía creer que esa casa estuviera en la mitad de la nada. No era una propiedad ordinaria, estaba finamente construida, con materiales nobles y decorados balcones. De dos plantas y acogedor diseño estaba situada tal cual una casa de los cuentos infantiles, en el fondo se divisaba una letrina y al otro extremo un pozo. Tenía cerca una especie de granero, vacío por supuesto, pero en buen estado. Dana al ver la cara de asombro del médico, se acercó a él y le dijo que esa construcción la había encargado su abuelo, el doctor Hains, como obsequio para ella.
─¿Dices que mi abuelo te regaló esta propiedad? ─le preguntó algo incrédulo y sin comprender el motivo para aquel costoso presente.
─Así es Edualf. Tu abuelo me regaló esta propiedad hace muchos años atrás. Aquí venía cuando se perdía de su casa en Viena. Pasábamos semanas aquí, escribiendo, leyendo y creando conocimiento.
─¿Pero por qué la construyó para ti?, ¿no debería haber estado todo a su nombre?
─Me la obsequio y la puso a mi nombre, para que nadie sospechara que tenía este lugar secreto. Este era su pequeño paraíso. Aquí podía ser él, sin inhibiciones, ni miradas inquisitivas, sin formas, sólo fondo. Sólo él, yo y el cuidador conocíamos el lugar. El cuidador falleció hace un año. Por eso ya no hay animales. Aquí teníamos un par de vacas para la leche, un toro, dos caballos para galopar por los cerros, un par de cerdos, gallinas y una completa huerta, en el invernadero que ves al fondo, cerca del establo. Era una pequeña granja, pero con todas las comodidades. Él trajo los mejores muebles, cortinajes, sábanas y lujos que pudo comprar. Esta casa la construyó un arquitecto francés amigo suyo, que falleció poco tiempo después de terminarla, lo cual fue muy conveniente para resguardar el secreto de esta casa.
─Se te va un detalle Dana. Los obreros también conocieron la casa ─dice desafiante y algo burlón el doctor.
─Ellos murieron en la guerra. Eran soldados que el amigo de tu abuelo utilizó para la construcción. Ninguno sobrevivió ─dijo con la mirada demoniaca que ya no abandonaba su rostro.
Edualf tuvo la desagradable sensación que era en esa casa en donde conocería en realidad a su abuelo. Cuando Dana hablaba de él, parecía un perfecto desconocido. El doctor admiraba a su abuelo, creció deseando ser igual a él y lamentaba haberlo decepcionado con su actuar y no haber logrado lo que él, pero a medida que descubría pasajes de la vida oculta del anciano, él sentía desilusión por su figura y prestancia. Al abrir la puerta principal, Dana cruzó el umbral y la luz parecía iluminar los pasillos y corredores dando cabida a la gran protagonista de la casa, una magnífica y central escalera que unía las dos plantas, con un toque de distinción desubicado para el lugar en donde estaban. “¿qué hacía aquella fina y decorada mansión en medio de la nada”, pensó Edualf. Sabía que allí descubriría secretos familiares que no le agradarían. Dana al hacerles un ademán para entrar en la mansión les dice “Bienvenidos a Magnolia”, con una gran sonrisa de felicidad y satisfacción dibujada en su cara.
─¿La casa se llama Magnolia, abuela? ─le pregunta intrigada Ema a Dana.
─Así es pequeña, así la bautizó Jürgen, porque a la entrada ordenó plantar magnolias en mi honor, encargó las semillas desde América. “Demasiado trabajo encargar una semillas de flores desde el otro lado del mundo para regalárselas a una simple asistente, sin considerar la construcción de una hermosa casa”, pensó muy molesto y desencajado Edualf. Recordó aquel viaje a Berlín, el primero y último que realizó junto a su abuelo, pero esos bellos recuerdos se comenzaron a teñir de dudas y desconfianzas, allí empezó a atar cabos sueltos que cuando adolescente no entendió ni dio importancia, pero que como adulto lo hicieron sospechar que su abuelo no era quien demostraba o decía ser.
Спасибо за чтение!
Мы можем поддерживать Inkspired бесплатно, показывая рекламу нашим посетителям.. Пожалуйста, поддержите нас, добавив в белый список или отключив AdBlocker.
После этого перезагрузите веб-сайт, чтобы продолжить использовать Inkspired в обычном режиме.