Esta es tu vida, escritor Подписаться

Mi oído, agudizado ya por fuerza de los años, reconoce con qué clase de emociones entran ustedes, los escritores, a mi sala de espera. Desde mi escritorio escucho sus pasos, única y exclusivamente sus pasos. No presto atención a sus voces mientras preguntan por mí, ni al ritmo de su respiración, ni a los movimientos corporales que intercambian cada tanto para ocultar su nerviosismo.

Sus zancadas los delatan y me susurran con qué tipo de sujeto: arrogante, gentil o insignificante me voy a encontrar. A veces hace falta que arrastren los pies para cancelar la cita sin haberlos conocido jamás. No me juzguen por favor, no todavía; con tantos años en el oficio uno aprende que tiene razón sin haber siquiera confirmación.

Cuando caminan levantando los pies uno tras otro en pequeños y casi imperceptibles pasos, sé que todo va a estar bien. Nunca me equivoco. Por eso estás tú sentado en mi sala de espera. Tus pasos en la entrada fueron tu carta de presentación y, de hecho, también tu boleto al asiento frente a mi escritorio. Pero eso ya lo sabía; sabía que tus pasos serían de los que cruzan el umbral de mi puerta. Como dije: nunca me equivoco.

Antes de recibirte me aseguro de tener a la mano el sobre correcto. Uno manila tamaño carta con una historia alucinante, y no me refiero a ningún manuscrito, sino a una biografía. Esa ha sido la razón principal por la que te he hecho venir. La mayoría de los escritores noveles se creen que tienen que escribir historias de otro mundo para llamar la atención de una editorial.

Para mí es distinto, me importa más la mano que escribe que las cosas que se escriben, porque de hecho van de la mano. Alguien que no tiene nada interesante que contar sobre sí mismo seguro no tiene nada bueno que contar sobre nada.