El hombre encendió la lámpara de aceite y esperó a escuchar los extraños ruidos que provenían de afuera. Se asemejaban a pasos y movimientos entre los árboles que se encontraban en el exterior. Esperó unos minutos y los volvió a oír.
“Se están acercando” se dijo a sí mismo. Rápidamente salió de la habitación y se dirigió al salón principal de la mansión. La inmensa oscuridad se veía interrumpida por nada más que la luz de la Luna, la cual proyectaba extrañas figuras en el suelo y las paredes.
De repente el ruido de una llave comenzó a sonar en la puerta de entrada; alguien iba a entrar. Esta se abrió por completo, dando paso a la familia Gutiérrez.
El padre y la madre se despidieron de sus dos hijos y se dirigieron a su cuarto. Por el lado de los muchachos, momentos luego hicieron lo mismo.
Las habitaciones de ambos estaban enfrentadas. Una de ellas estaba completamente oscura, la otra parecía estar iluminada por dentro. Un resplandor mortecino y amarillento se dejaba ver por debajo de la puerta.
- Juro que no encendí la lámpara en todo el día – Dijo uno, quién era el dueño de aquella pieza.
- No es posible ¡Tenés que tener más cuidado, Luís! Si llegábamos un poco más tarde de la fiesta, la casa tranquilamente podría estar en llamas.
Los hermanos continuaron discutiendo en susurros. Al final del pasillo el hombre muerto los observaba.
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