La Taberna de Gerti Подписаться

Despierto una mañana, la misma mañana de siempre. ¿La ropa de ayer? Impecable, al igual que anteayer. Esta rutina a la que llevaba toda una vida acostumbrada se había convertido en mi oxígeno, mi manera de someterme al inexorable paso del tiempo.

Como cada día, agarré un trapo y limpie las mesas de la taberna, empezando por las más cercanas a la barra, y terminando por aquellas que eran bañadas por los rayos del sol que irrumpían a través de la entrada.

—Buenos días, hija.

La voz de mi madre rebotaba en los tablones de pino que conformaban las paredes de nuestro negocio familiar.

—Buenos días, mamá.

—Has madrugado, ¿acaso es un día especial? —Con su atuendo de tabernera algo descolocado, se desperezaba al mismo tiempo que las palabras que salían de su boca.

—No más que ayer, llevo varios días inquieta.

Éramos las Gerti, madre e hija. Taberneras de sangre, un negocio que antaño embolsaba unas buenas cantidades de monedas diarias; pero desde que sucedió lo de mi padre, por aquellas dichosas hierbas medicinales, nuestro amado negocio familiar se convirtió en una prisión. La diferencia es que él se encontraba preso a varias jornadas de Clena, y llevábamos tanto tiempo sin verle la cara que casi había empezado a olvidar sus rasgos.

—Ayer pidieron manzanas, muchas manzanas, así que me llevo a Brisa a Archos. —Mi madre gesticulaba mientras respondía a sus propios murmullos—. ¡Qué antojos más raros trae la gente en estos tiempos!