estebanwrites99 Esteban Acosta

Agustina está satisfecha con la vida que lleva en La Paz, su ciudad natal. Trabajando como camarera en el café más popular del pueblo, ha aceptado su nueva normalidad después de que su mejor amiga de la infancia y amor secreto, Valentina, se marchara de la ciudad hace dos años, y su madre Camila perdiera la batalla contra el cáncer unos meses después. Valora la compañía de sus amigos y Araceli, a quien ve como una figura materna, durante los últimos dos años. Valentina ha decidido regresar a La Paz después de años de vivir en Santa Fe, decidida a superar una relación traumática y, lo más importante, a reavivar su relación con Agustina y el pequeño pueblo que solía llamar hogar. Sin que Agustina lo sepa, también ha albergado sentimientos por su mejor amiga. Una tarde de marzo, cuando Agustina y Valentina se enfrentan por primera vez en años, viejos sentimientos y recuerdos salen a la superficie. Además, marzo tiene un significado especial para ellas, ya que fue el mes en que se conocieron por primera vez hace siete años. ¿Cómo se desarrollará su relación a partir de ahora? ¿Serán capaces de finalmente confesar los sentimientos que tienen la una por la otra? ¿Y qué sucederá cuando el pasado de ambas amenace con interponerse ante cualquier posibilidad de algo más que una amistad?


Романтика современный Всех возростов. © 2023 - Esteban Acosta

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Capítulo 1 - Presente

16 de marzo de 2018

Valentina

Despertarme temprano, la luz del sol penetrando por la ventana del living en casa de mi hermano, no ha sido un problema. Sí, tal vez me perderé el solo de guitarra que había elegido como tono de alarma, pero ya habrá más mañanas en las que despertaré junto a esas melodías. Hoy es un día importante para mí. Lo sé. Lo siento en cada fibra de mi cuerpo, tan claro como la luz del amanecer.

Mi decisión ha sido tomada. Luego de dos años y tres meses alejada, expuesta a otro tipo de vida, a una velocidad distinta a la habitual, y a experiencias que desearía no haber tenido, hoy estaré volviendo al pueblo en el que nací y pasé muchos años de mi vida. El lugar en el que he conocido a personas muy amables. Donde encontré a mis hermanas del corazón… Y también, donde se encuentra la persona a la que jamás he podido dejar de pensar, de preguntarme cómo se encontraba, qué estaría haciendo… la gurisa que no debería haber dejado atrás.

—¿Cómo te sentís, hermanita? —me pregunta Lucas a mis espaldas. Seguro que los ruidos en la cocina lo habrán despertado.

—Perdón por haberte despertado —le contesto. —Estoy emocionada por volver a La Paz. Extraño mucho la vida en el pueblo, a la gente, al ambiente… todo.

—Igual ya me iba a despertar —se ríe mientras prepara una taza de café con leche. Luego, se gira hacia mí. —Si querés, te puedo acompañar a la terminal. La escuela donde trabajo me queda a la vuelta.

Asiento. No tengo mucho equipaje que llevar de regreso. A lo largo de los últimos días he estado enviando cajas con ropa y pertenencias mías a La Paz, así no tendría que cargar mucho en mi viaje de vuelta.

Antes de salir a la calle, mientras mi hermano se prepara para sus clases de lengua y literatura del día, decido enviar un mensaje rápido a Bárbara, una de mis mejores amigas. He estado hablando mucho con ella durante mi estadía en Goya, intentando “recuperar el tiempo perdido”, por así mencionar la falta de comunicación con la gente de mi pueblo durante dos años.


Barbie

Buen día, Barbie. Te quería avisar que hoy estaré volviendo a La Paz. Podés pasar por casa después de la escuela? – 7:15 am


Con el mensaje a Barbie ya enviado, pienso: ¿le aviso a ella también? ¿O que se entere que estoy de vuelta cuando caiga de sorpresa en su lugar de trabajo? He extrañado un montón a Agustina Sánchez. Mierda, la razón por la que no puedo esperar a volver a La Paz es porque quiero recomponer mi relación con ella. Por más de dos años, no he tenido ningún tipo de comunicación con ella, así que dudo de que vaya a responder en caso de enviarle un mensaje. No que esté obligada a contestar.

La vibración de mi celular interrumpe mis pensamientos. Barbie.


Barbie

Ciao, cara amica! Genial, qué bueno que vuelvas – 7:18 am

Gracias por avisarme – 7:18 am

Perfetto! Nos vemos al mediodía – 7:18 am


Me alegra tener aún la confianza de Barbie.

Mi mente rápidamente vuelve a Agustina al tiempo que navego por mi lista de contactos, que es muy reducida. Ella está en la cima de la lista, aunque sin foto de contacto aparentemente. Posiblemente no me tenga agendada. Tal vez no use WhatsApp específicamente. Quizá cambió de número.

¿Qué se supone que tengo que hacer? —me pregunto a mí misma en voz baja.

Aunque no lo suficientemente bajo como para que Lucas no lo pueda escuchar.

—Si es por Agustina, diría que al menos le escribieras —sostiene, ya listo para su jornada de trabajo. —¿Lista?

Asiento a la vez que admiro la elección de vestimenta de mi hermano. Una camisa a cuadros azules y fondo blanco, jeans oscuros, cinto de cuero marrón claro y zapatos negros cuidadosamente lustrados y brillantes.

—Si no te conociera o no fueras de mi sangre, diría que querrías impresionar a alguna colega —comento entre risas suaves. No que intente ocultarlas.

—¿Quién analiza a quién ahora? —contraataca, haciéndome reír aún más. —Vamos, que tu colectivo puede llegar en cualquier momento.

Minutos más tarde, ya con mi boleto en el bolsillo de mi campera de jeans y mi bolso al alcance, me despido de Lucas con un largo y cálido abrazo. Lo voy a extrañar mucho. Voy a echar de menos la ciudad en la que encontró su lugar. Ansío mucho poder encontrar mi lugar, pero aún estoy a tiempo de hacerlo. Mientras tanto, trataré de disfrutar del camino que tengo por delante.

Cinco minutos después, yo ya ubicada en el sector izquierdo del lado de las ventanillas, el colectivo parte de la terminal, camino hacia el sur. El sol brilla con mayor fuerza a medida que la mañana avanza y el vehículo se adentra en campo abierto por la Ruta Nacional 12. Cada kilómetro me acerca más a mi pueblo. A mi familia, la de sangre y la elegida. A Agustina.

¿Qué estoy esperando?


Agustina

Hola Agus, cómo estás? Era para avisarte que estoy volviendo a casa. Tipo 10:30 llego. Quería que lo supieras por mí – 7:53 am

Y que sepas quién soy – 7:54 am


Sorprendentemente, la respuesta no tarda en llegar.


Agustina

Es tu pueblo también, no soy nadie para decirte que no podés volver. Tranquila, sé que sos vos – 7:54 am

En ningún momento te olvidé, Valentina – 7:55 am

Es bueno saberlo – 7:55 am

Nos vemos más tarde entonces? – 7:55 am


Durante el resto del viaje, e incluso después de mi llegada a La Paz, exactamente a las diez y media, los últimos mensajes aún tienen las tildes azules.


Agustina

Durante los últimos dos años y medio, ajustarme a una vida sin dos de las personas más importantes, cercanas y amadas no ha sido tan sencillo. No esperaba que lo fuera. Por suerte, no he estado sola. La compañía de mis mejores amigos y Araceli, a quien veo como una figura materna, ha sido muy importante para, de alguna forma, salir adelante y no permitir que la partida inesperada de Valentina del pueblo y, posteriormente, la muerte de mi mamá biológica, Camila, me bloquearan más de lo normal.

Poco después del fallecimiento de mamá, fue Araceli (dicho sea de paso, era su mejor amiga y luego su pareja) quien se hiciera cargo de mí. Me mudé con ella, primero porque no habría podido tolerar estar en la casa donde vivía con mamá y no poder verla cada vez que me despertara a la mañana o me acompañara un ratito antes de dormir por las noches, y segundo porque no podía vivir sola al todavía ser menor de edad.

Al año siguiente, decidí que no podía quedarme todo el tiempo en casa de Ara sin hacer nada más que lamentar mis pérdidas, simplemente no me llevaban hacia ningún lado. Entonces apliqué para un puesto de media jornada como mesera en La Cafetería de La Paz, uno de los locales más antiguos del pueblo y de los más populares. No le daba importancia a lo poco que cobraba, sino tratar de hacer sentir cómodos y alegres a los clientes con un rico café, deliciosas medialunas, licuados bien frutales o wafles que les dejara agua en la boca de lo sabrosos que eran. Me gustaba saber que entraban felices y se retiraban aún más felices, o tal vez no venían con un buen semblante, pero antes de salir, agradecían la buena atención y nos sonreían.

Es la vida que llevo actualmente, y la verdad, me atrevo a decir que me siento conforme con ello. Podría estar mejor, pero no me quejo. Estoy segura de que voy a llegar a ese punto. No hoy. No mañana. No la semana que viene. No dentro de un mes. De dos. De seis. De un año. Estoy mentalizada en dejar que el universo haga lo suyo y me lleve a donde tenga que llevarme, y me traiga a las personas que tenga que traerme.

Y si Valentina Suárez está dentro de los planes del universo… que así sea. Después de todo, mientras camino hacia la cafetería, seguro ya está de regreso en La Paz luego de dos años y tres meses. No le quiero dar tanta importancia, pues a pesar de haber pensado alguna vez que no podría seguir con mi vida sin ella, el tiempo me ha hecho saber que no la necesitaba del todo. Tengo un trabajo que disfruto mucho, amigos que en ningún momento me sueltan la mano, y una mujer que ha sido un soporte vital por casi quince años. Me gusta la vida ordenada que llevo adelante.

Ya en la cafetería, los clientes van y vienen. Un café con leche con medialunas saladas para una mujer de unos treinta años que habitualmente pasa por la tarde antes de ir a su pequeña librería. Un capuchino para un señor de sesenta años que atraviesa sus últimos años como empleado en una metalúrgica. Un batido helado de ananá para un gurí que va camino a su clase de inglés en el único instituto de idiomas que hay en el pueblo. Una médica recientemente recibida que suele ordenar café al whisky con chipá en su camino de regreso a casa. Lo lindo de vivir en La Paz, es la cercanía que existe entre cada uno de sus habitantes, y más cuando se encuentran en esta cafetería tan especial, tan nuestra, tan cercana a nuestros corazones.

Realmente me gusta trabajar acá. No hay nada más gratificante que hacer sentir a toda esta gente como en casa.

Sonrío, como cada vez que un cliente me dedica una sonrisa en agradecimiento, mientras estoy a punto de cerrar. Ha sido un día largo y eventual, pero agradezco por otro día más de vida. Otro día más en casa.

Mientras pongo los elementos en orden para el día siguiente, oigo que la puerta se abre. El sonido del móvil colgante hace que me gire hacia la calle.

Y ahí está ella.

Vistiendo un vestido hasta las rodillas, de color rojo rubí, y una campera de jean desabrochada.

Su ondulado cabello marrón claro, casi rubio, suelto, por encima de su campera.

Sus ojos verdes, brillantes a pesar de la tenue luz dentro del local.

—¿Valentina?

En ningún momento aparta su vista de mí.

—¿Puedo entrar? —pregunta, un tanto nerviosa. —O si ya estás cerrando, ¿podés venir vos acá?

Sé que está nerviosa. Porque yo también lo estoy. ¿Realmente está de vuelta, después de todo este tiempo? Dios, esto va a ser muy, muy difícil.

—Yo… tengo que volver a casa ahora —es todo lo que puedo decir mientras atravieso la puerta principal y la cierro con llave. No tengo la energía necesaria para entablar conversación con ella. ¿Cómo hacerlo? ¿Por dónde empezar? —Estoy muy cansada.

Mientras intento caminar a un ritmo más acelerado de lo normal, ella me toma del brazo con fuerza.

—¿Con que vas a huir, eh? —reclama, notablemente molesta. —¿Ni siquiera un “hola Valentina, te extrañé mucho” vas a decirme?

¿En serio? ¿Cómo se atreve?

—Lo dice la que nunca dijo “perdón Agustina, pero no voy a poder asistir a la fiesta de Navidad porque me voy de la ciudad y no pienso volver por dos años”. O la que nunca hizo llegar al menos una carta que leyera “lamento la pérdida de tu madre, de verdad”. Te extrañaba mucho, en serio que sí. Pero aprendí a no extrañarte. A no pensar que no apareciste cuando más te necesitaba.

Esto último lo digo casi derramando una lágrima. Casi, porque no pienso en gastar ni una en ella. No ahora. No después de tanto tiempo haciéndolo que ya no me han quedado reservas.

—¿Podés soltarme ya, Valentina? —le digo, en tono casi amenazante. —Me parece que dejé mi punto bien clarito.

No me hace caso. Es más, tira de mí hasta dejarme cara a cara con ella, tan cerca que puedo sentir el característico aroma a miel de su pelo… haciendo que viejas memorias amenacen con salir a la superficie.

Lo único que faltaba.

—Sé que me extrañaste, Agustina —dice, su voz tan suave, tan de ella, que me hace temblar, pero no de miedo. —Sé que has estado pensando en mí todo este tiempo.

Inmediatamente niego con la cabeza, tratando de alejar esos pensamientos y recuerdos. Estoy en control de la situación.

—No importa si te extrañé o no —contesto, imitando su tono de voz. —Si pensé en vos o no, es mi tema. Pero creeme, necesito volver a casa y procesar todo esto a solas, siguiendo mis propios tiempos.

Contra su voluntad, Valentina finalmente me suelta. Por un lado, siento alivio después de tanta tensión repentina. Pero por otro lado… el pequeño momento íntimo, cara a cara…

Sin ni una palabra más, me alejo de la cafetería. Y sólo puedo pensar en que el regreso de Valentina Suárez significa una sola cosa. Algo que me da mucho miedo. Algo para lo que no creo estar lista.

Uf, qué año se viene, la puta madre que lo parió.

En casa me espera una ducha fría, una comida casera y una buena peli junto a Araceli antes de dormir. Todo sea para no pensar en Valentina y lo que ello significa.

2 июня 2023 г. 0:00 0 Отчет Добавить Подписаться
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