VIOLET
A veces, me da la sensación de que el mundo fue un lugar hermoso alguna vez. Que los restos de cemento y ladrillos crearon algo más que las derruidas y carcomidas ruinas que me encuentro día tras día. Que había más que un cielo rojo y vegetación salvaje llena de cenizas. Que los habitantes fueron civilizados y humanos. Y no solo... Monstruos. Monstruos como los de ahora. Monstruos como yo.
Menos mal que la sensación se pasa rápido. Incluso si no fuera así, no tengo tiempo para meditar sobre mi vida, mi existencia o las decisiones que realizo a lo largo de mi día a día para sobrevivir.
Solo tengo tiempo para moverme. No puedo estar mucho tiempo en un lugar si no quiero arriesgarme a que me maten. Por eso, siempre estoy corriendo hasta que mis piernas dicten basta.
Y aún cuando eso sucede, no me puedo parar. Busco agua, aunque sea para darle dos sorbos. Busco cobijo bajo los árboles y así poder esconderme. Pongo trampas para conseguir comida o para darme pistas de quién vive cerca. Cuento los puntos brillantes que hay en el eterno cielo escarlata, los que alguna vez fueron llamados estrellas, según las leyendas.
Esto último os parecerá una tontería. Pero es una de las principales maneras de sobrevivir al apocalipsis. No se puede estar en un lugar con demasiadas estrellas durante mucho rato. Sería solo cuestión de tiempo que cayeran, y entonces ya no habría solución ni posibilidad de supervivencia.
Cuando me aseguro de que todo está en orden, trepo a las copas de los árboles y me siento allí, expectante a los próximos sucesos. Nunca sé que va a ocurrir a continuación.
Algunas veces, tengo la suerte de que algo caiga en mi trampa y conseguir comida para un par de días. No es mucho, pero me mantiene con vida. Otras, consigo dibujar en mi mapa y apuntar toda la información que puedo recaudar. Más en la mayoría de ocasiones, la fatiga me gana y duermo sin saber si podré abrir los ojos en algún momento de nuevo.
No es como si me importara demasiado.
Pero esta vez, hay algo diferente. Lo sé. Llevo en estado de alerta desde que he salido de mi antigua zona, sin ningún tipo de razón, pues parece que he encontrado un punto bueno para estar.
Este sitio tiene un manantial al lado. He comprobado tres veces que no hubiera insectos y otros focos de infección en él. Es lo más exagerado que he podido hacer la verdad.
Pero no puedo cometer errores. No respiro en un mundo dónde se me permitan hacerlos y no estoy hecha para fallar tampoco.
He puesto trampas por todo el lugar, como si mi subconsciente supiera que algo me va a atacar dentro de poco.
Y lo que más sospechoso me parece. Solo hay tres estrellas vigilando el lugar. Son demasiado pocas para un mismo emplazamiento. Es imposible que el resto ya se hayan caído.
No sé. Hay algo que no me cuadra en este sitio.
Ja, como si en este mundo cuadrase algo. – habló una voz en mi cabeza.
No puede estarse callada ni un día. Y menos aún hablar para darme la razón.
¿Darte la razón? Eso sería aburrido.
¿Puedes guardar silencio? Intento pensar y escuchar. – me atrevo a contestarle.
¿Pensar? Eso sí que es una novedad.
Suelto un gruñido y una palabrota bastante grosera. Como podéis ver, no tener compañía hace algunos estragos en la manera de verse a uno mismo.
Quizás por eso, cuando oigo que una trampa ha saltado, salto corriendo a averiguar lo ocurrido.
No me gusta estar sola con mis pensamientos. Me enfurecen más de lo que debería ser posible.
Corro por los bosques salvajes, teniendo cuidado de no pisar ninguna de las raíces sobresalientes de los árboles a mi alrededor. Nunca se sabe que puede suceder.
Me afianzo un cuchillo de mi cinturón, mientras me escondo detrás de los arbustos. La criatura que ha hecho saltar mi trampa es grande. No puede medir menos de cinco metros, por lo que debe ser un animal mutante.
Cuando llegó el apocalipsis, los animales, que no murieron por la radiación, mutaron a diversas formas y tamaños.
En mi opinión, la carne de mutante sabe de por sí un poco a quemado como para cocinarla, pero no se rechaza una comida por muy mala que esté.
Me acerco con sigilo a la criatura peluda. Su respiración irregular y rápida, me indica que a pesar de la trampa que le corta la garganta con ferocidad, aún vive de cierta manera. Eso suele ocurrir.
Es más complicado de lo que parece matar a un mutante. Creedme lo sé bien. He vivido esta situación más de una vez.
Me fijo en su hocico negruzco, tan contrario al resto del pelaje rojizo, y lo deduzco. Es un zorro. Un zorro enorme y mutante que no para de gruñir. Tal vez de dolor o porque siente que su vida se acaba por momentos. Yo que sé.
Me muevo más cerca de su cabeza y observó sus ojos dorados agudizados. Me resultan muy extraños. Hasta que estos chocan conmigo. Sus pupilas se dilatan y me devuelven una imagen de mí misma. Sucia, flaca, con el pelo rubio desnivelado oponiéndose a mi piel bronceada de trabajar...
No tengo demasiado tiempo para pensar en lo mal que me veo. La bestia se agita bajo mis pies y sujeto con más fuerza el puñal, mientras doy un paso hacia atrás. Veo como el mutante intenta ponerse en pie, salpicando sangre a su paso. Casi me siento mal por la pobre criatura. Casi.
La bestia se tambalea sobre sus propias patas, como si intentara mantener el equilibrio. Herida y humillada. Qué mala forma de morir.
Jugueteo con el cuchillo entre mis manos, calculando el tiempo que podría tardar en saltar y clavarle el arma entre los ojos.
Eso si consigues acercarte sin que te mate -. Y vuelve la voz insultante de mi cabeza.
La ignoro con un bufido y vuelvo a mirar los amarillentos ojos de la criatura herida, mientras camino hacia ella, sin prestar atención a lo que ocurre a mi alrededor.
Vamos, valiente. Haber cuanto tardan en comerte.
Cállate. – le ordeno.
No.
Me preparo para saltar. La bestia cada vez está más desequilibrada, por lo que sé que no voy a tener una oportunidad mejor para cazarla.
Ja, no tienes agallas para hacerlo. – se burla mi mente.
¿Qué parte de qué “te calles” no entiendes?
¿Qué parte de qué “no me voy a callar por mucho que tú digas” no has comprendido tú?
Cuando al fin salto, me sorprende lo rápido y doloroso que es el impacto contra el suelo. ¿Qué coño ha pasado? Miro hacia mis piernas. Mierda, ¡las raíces de los árboles han enredado mis piernas!
Claro, ¿cómo no? Hay lugares en el maldito mundo en el que no puede haber ni un solo atisbo de vida, pero aquí hay plantas vivientes. ¿Por qué esto me pasa a mí?
Siento las enredaderas rodear mi cuello y alzarme, quedando de rodillas. Estoy ahogándome con fuerza. Como siga así, moriré ahorcada.
Esto no te hubiese pasado si hubieras matado al zorro.
Espera, ¡el zorro! Busco al animal con la mirada. Este se encuentra luchando con las pocas fuerzas que le quedan con las plantas, la determinación brillando en esos ojos dorados. Unos ojos demasiado inteligentes para ser de un animal.
Tengo una idea. Es algo arriesgada y si no sale bien, voy a morir. Pero creo que mis esperanzas y el oxígeno se me están acabando, así que vamos a ver qué tal me va.
Anne Darks
