Tengo esta terrible enfermedad, esta enfermedad que me hace pensar en compensar un poco de amistad con algo escrito por mis venas.
Supongo que lo hago porque no tengo dinero para comprar regalos, solo palabras para dedicar a quién quiera aceptarlas, en realidad no es mucho, en realidad es nada; para la mayoría… quizá no para él.
Capas de él, me recuerda a que las cosas más valiosas, las más hermosas, están escondidas bajo capas y capas de escombros o piedras…. pero en este caso no son esas a las capas a las que me quería referir; me veo enfrentada a capas de piel ornamentada, piel punzada y marcada para siempre. Quién diría que el arte de dibujar cicatrices sería tan preciado, incluso espiritual.
No se trata de abrir heridas, se trata de suturar los dolores internos, desde afuera.
Esa bienvenida políticamente correcta y miles de historias que adornan el momento exacto del pacto entre el espíritu quebrado, el arma y su tinta… nadie quisiera ser atacado de una manera tan brutal y perpetua como esta, la diferencia es que nos ayuda a sanar las laceraciones más graves de nuestro interior. Cuando las capas del criminal bendecido, se abren ante nuestra alma rota, simplemente la sinergia se encarga de que aquel dolor llamado arte, se asienten en nuestra piel, al igual que él, que tiene muchas más cicatrices que nosotros, porque la vida le ha dañado y enseñado muchas veces más.
El criminal de la aguja o simplemente “las capas de él”, se convierten en el ritual favorito de quienes esperamos ese dolor para sentir que por fin, estamos sanando… o al menos, estamos tratando.
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