mangokoya17 Camila Montoya

“- Pídeme lo que quieras, Ayla, te lo daré todo – suspiró mientras acariciaba mi rostro - ¿quieres un auto, una casa, tu propia playa?, te los daré, te daré dos si gustas – sus dedos se deleitaron con mis mejillas húmedas - ¿quieres que mate a alguien y exponga su cabeza en el Louvre?, lo haré, lo juro por todo lo que tengo – pegó su frente con la mía – pero no me pidas que te deje – me estremecí al notar como su voz se volvía más grave y tosca – lo único que puede apartarte de mí es la muerte.”


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#secuestro #crimen #mafia
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El inicio de todo.

El hombre caminaba de un lado al otro mientras pensaba en sus opciones, sabía que recibiría amenazas luego de anunciar públicamente sus propuestas antimafia. Sin embargo, la respuesta había sido demasiado rápida y violenta, reduciendo sus posibilidades y poniendo a su familia en riesgo. Pensó en su esposa e hija, y la sola idea de asumir que podrían ser asesinadas por los delincuentes a los que planeaba combatir le helaba la sangre. ¿Qué lo había llevado entonces a decidir mantener en pie su ofensiva contra la mafia?, sus ganas de asegurarse las próximas elecciones parlamentarias para convertirse en el siguiente jefe de estado de la Seconda Repubblica.


La mafia estaba inmersa en la política italiana desde hacía décadas, y eso comenzaba a generar un deterioro social que se enfrentaba a un sistema corrupto y criminal. Los enfrentamientos entre mafias, los ajustes de cuentas, las desapariciones y los atentados eran el pan de cada día en las ciudades más importantes del país; mientras que las comunidades más apartadas se veían ahogadas en la droga y la prostitución.


Miró por la ventana de su despacho. La gente caminaba distraída a sus trabajos y escuelas. Cualquiera de ellos podría entrar al ministerio para obtener algún documento o citación, sacar un arma y acabar con su vida y la de los presentes. Guido sabía que no sería ni el primero ni el último en morir de esa manera, pero mentiría al decir que no estaba aterrado.


- Señor Coppola – su joven asistente ingresó a la oficina con la correspondencia – la reunión con el director de la fuerza antimafia comenzará en un par de minutos – le extendió las cartas y documentos a su nombre.

- Gracias – asintió mientras comenzaba a leer los papeles – estaré en la sala de reuniones en cinco minutos.

-Avisaré entonces – el joven se inclinó antes de abandonar el lugar.

- ¿Qué es esto? – revisó cada sobre, no eran más que facturas, formularios y solicitudes de entrevistas.

- Coppola - al identificar la grave voz tras de sí, se estremeció, contuvo la respiración y giró lentamente hacia el hombre que le hablaba.

- Joven Aspen - le regaló una sonrisa formal, intentando ocultar el miedo que aquel castaño le transmitía - ¿Qué lo trae por aquí?

- Mi padre quería que lo visitara - le sonrió mientras tomaba asiento frente a su escritorio.

- Lamento mi grosería, pero justo ahora tengo una reunión muy importante, y yo... - guardó silencio cuando el menor abrió la chaqueta de su traje, dejando a la vista su arma.

- No se preocupe, no le tomará mucho tiempo - volvió a sonreír, esta vez deleitándose con la expresión aterrada del político - sólo discutiremos un par de asuntos - le señaló su asiento, con una orden muda para que se sentara.

- Claro... - un nudo se formó en su garganta al ver cómo aquellos ojos azules lo analizaban - ¿Qué puedo hacer por usted?

- Verá, mi padre está muy interesado en sus nuevas políticas - apoyó ambos codos sobre la mesa, mientras su mentón descansaba suavemente sobre sus nudillos - ¿Acaso ha olvidado los favores que le ha hecho mi familia?

- Señor De Santis... - dejó de respirar al notar como aquellas facciones se deformaban en una mueca furiosa.

- ¿Cree que simplemente puede deshacerse de nosotros como la basura que saca cada semana de esta oficina? - elevó una de sus pobladas cejas - ¿En serio piensa que usar a la dirección anti-mafia va a cambiar en algo el poder y dinero que hemos invertido en su campaña política, y en la de miles de parlamentarios a lo largo de décadas?

- Usted sabe... - respiró profundo, no quería que percibiera el temblor de su cuerpo a través de su voz - usted bien sabe que como Ministro de Defensa, tengo una misión, y esa es…

- ¿Defender a los italianos de todo aquello que atente contra la sociedad y que pueda implicar en la vulneración de derechos de los habitantes del país? - se burló - señor Coppola, si hay alguien aquí que se haya leído los discursos típicos de cada Ministerio, soy yo - se inclinó un poco más al frente, obligando al mayor a retroceder - le recuerdo que fueron mis asistentes quiénes escribieron e hicieron las propagandas de su campaña.

- Mire, joven Aspen - si bien era mucho mayor que su visitante, la presencia del mismo conseguía reducirlo a nada - esto no es algo personal, simplemente estoy haciendo mi trabajo.

- Su trabajo, hasta donde lo establece nuestro acuerdo, es facilitarnos las cosas - volvió a sonreír - aunque supongo que la carrera por la presidencia es más atractiva que los depósitos en sus cuentas bancarias.

- Piénselo bien - intentó jugar un poco, ganar tiempo - si yo me convierto en jefe de Estado, tendré el apoyo de todo el Parlamento, y podría abrirles nuevas rutas, comercios, incluso quitarles impuestos a muchas de sus empresas - guardó silencio cuando la Glock golpeó la superficie de madera.

- ¿Alguna vez le he faltado al respeto? - el pelinegro negó lentamente - ¡¿Entonces por qué me trata cómo si fuera el mayor imbécil que ha conocido?! - el sonido del metal chocando contra la madera volvió a zumbar en sus oídos - sus políticas hablan de prisiones de máxima seguridad, extradición y extinción de dominios, ni hablar de la imposibilidad de solicitar reducción de penas, libertad condicional o indultos.

- N-necesito... - el tercer golpe, estaba seguro que la siguiente vez que Aspen tomara el arma, sería para hacerle un agujero en la frente.

- Sus necesidades dejaron de ser mi problema desde que decidió actuar en mi contra - tomó el arma y fingió empuñarla - nos veremos de nuevo, señor Coppola - la guardó en el cinto de su traje, acomodó sus ropas y salió tranquilamente de la oficina.

- Mierda - sintió como todo su cuerpo temblaba presa del pánico, su respiración se volvía agitada y la sensación de desmayarse le recorría.

- Señor, ya lo están esperando - su asistente volvió a entrar con una animada sonrisa - ¿Se siente bien?

- Solo tengo un pequeño dolor de cabeza - secó el sudor de su frente - dígale al director que me demoraré un poco más, que me disculpe.

- Si señor - abrió la puerta para cumplir la orden.

- Y dígale a la señora Ricci que me envíe el cambio de ropa, tuve un accidente - el joven asintió y se marchó - Mierda - giró su asiento para observar por la ventana el Alfa Romeo de Aspen, que comenzaba a moverse en dirección a la plaza principal - hijos de puta.

14 июня 2022 г. 23:57 3 Отчет Добавить Подписаться
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