120413 Hielen Jimcad

Kaito es un chico Japones que decide ser sacerdote con apenas 16 años. Pero todo cambiara para el cuando en el seminario conoce a Lixiang un chico de origen Chino del cual se enamora y junto a su grupo de amigos enfrentan una serie de eventos desafortunados. Esta historia en proceso de edición para su publicación. Prohibido adaptaciones o copias sin autorización del autor.


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#amistad #amor #gay #bl
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"Gracias por animarte a leer esta increíble historia, espero que disfrutes leerla porque yo disfrute muchísimo describiéndola, pronto la historia será publicada en físico y es un gran logro para mí y para los que se atrevieron a leer la historia por primera vez".



Nagano, Japón

Mi nombre de pila es Kaito Iragashi. Yo nací en el pueblo deNagano, situado en los alpesjaponeses. Hijo único de una joven pareja, al nacer mi madre mencionó que era un niño hermoso, de piel pálida, cabello oscuro, ojos rasgados, con labios carnosos y cachetes abultados. Desde entonces, me he mantenido igual de delgado, aunque mi complexión es frágil.Crecí siendo un niño con muchas ventajas, no conocía lo que era la necesidad, ya que mis padres me proporcionaban todo lo que pudiera necesitar, me formé bajo las enseñanzas del catolicismo, por lo que con el pasar del tiempo mostré mi fuerte deseo de querer ser sacerdote y servir a la iglesia. Mi padre se dedicó a la banca durante toda su vida y, por ende, fundó su propia entidad financiera, mientras que mi madre se dedicaba a la alfarería. La familia Iragashi era muy respetada en el pueblo, todos querían ser invitados a nuestra casa y en ocasiones teníamos visitantes inesperados, como lo era el padre Martín, un viejo amigo de mi padre desde sus años de juventud, se habían conocido en España cuando mi padre estudiaba el idioma español.El padre Martín nos visitó por primera vez cuando yo tenía dieciséis años. Él era un hombre alto y delgado, con el cabello oscuro y la piel pálida, características muy típicas de las personas europeas.

—Kaito, quiero que conozcas al padre Martín —dijo mi padre mientras me daba un ligero golpe en la espalda para que me acercara al sacerdote, quien vestía un atuendo completamente negro con un alzacuello blanco.

—¿Eres Kaito? —preguntó, mientras guardaba en el bolsillo de su pantalón un crucifijo que llevaba entrelazado en su mano.

—Así es —conteste.

—¿Cuántos años tienes, Kaito?

—Dieciséis.

—¿Todavía eres muy joven?, ¿estás seguro de que quieres ser sacerdote?

—Sí, la edad no es un obstáculo para querer servir a Dios —respondí con la mirada fija en sus grandes ojos de color café.

—Espero que tu formación como seminarista sea un éxito y que al final puedas tomar tus votos y convertirte en un sacerdote para que así puedas ayudar a la iglesia con nuestros siervos.

—Será un honor servir a la iglesia —dije, haciendo una reverencia.

Caminé hasta el pasillo y me senté en una de las sillas que mi madre había colocado junto a sus piezas de arcilla. Cuando estuve lejos de los adultos, tomé una bocanada de aire y recosté mi cabeza en la pared. Estuve pendiente de toda la conversación que mi padre mantuvo con el sacerdote en el comedor.

El padre Martín no dominaba el japonés, por lo que no podía entender lo que le decía. A veces, mi padre hablaba en español para que la conversación fuera más fácil. A los diez años mis padres se enteraron de que mi coeficiente intelectual era de 139, por lo que aprendí español, italiano, portugués e inglés a muy temprana edad.Por consiguiente, el cambio de idioma en esa conversación no sería un inconveniente.

—¿Iragashi, está usted seguro de querer confiar a su único hijo a la iglesia? —preguntó el padre Martín.

Aunque esta vez dejando de lado su posición de sacerdote.

Mi padre respondió con lágrimas en los ojos.

—Amigo, no tengo más opciones, debo cumplir mi promesa hecha a mi Dios.

—Estimado amigo, creo que está siendo egoísta con Kaito, es solo un niño.

—Lo sé, pero recuerde lo que dice la biblia: “los malos sueños llegan con mucha preocupación, y los tontos con muchas palabras” —dijo mi padre, esta vez con voz apenas audible.

—Te lo advertí en aquella ocasión, te dije que debías tener mucho cuidado con tu fe desbordada, es mejor obedecer a Dios que ofrecer un sacrificio o una promesa que no puedes cumplir.

—Sé que permití que mis sentimientos hablaran por mí sin considerar siquiera las consecuencias de mi falta de tacto.

—Iragashi recuerda que Dios está en el cielo y usted en la tierra, por lo tanto, no deje que sus palabras le hagan cometer pecado en el futuro.

Después de oír aquella conversación peculiar entre mi padre y el sacerdote, fui a mi habitación. Un sinfín de interrogantes respecto a aquella promesa que mi padre había hecho a nuestro Dios habían surgido en mi mente, pero fue una muy particular la que se aferró a mi mente, ¿sería esa promesa la que me había condenado a ser sacerdote?, los abuelos de mis padres, así como mis abuelos, habían abandonado el budismo para convertirse al catolicismo, al igual que el 0.8 % de la población japonesa. Desde que aprendí a leer y escribir, cuestioné todo lo que la biblia decía, especialmente lo que mi madre quería inculcarme, como, por ejemplo, llamar padre a un señor lleno de arrugas con un crucifijo colgando de su cuello, vestido con sotana. Aun así, y pese a todas mis dudas, había decidido ser sacerdote. Puesto que el único tipo de amor que conocía era el de un padre por su hijo.

Tras la visita del padre Martín, mi vida de adolescente cambió radicalmente, dejé de ser un chico común y corriente de dieciséis años para convertirme en un candidato a seminarista en la pequeña capilla del pueblo. Asistía a la misa todos los días sin falta, leía la biblia todas las noches, rezaba el santo rosario antes de dormir, ayudaba a los ancianos y cuidaba de los huérfanos en la casa hogar, la cual estaba a cargo de dos monjas de origen español quese habían establecido en el pueblo solo dos años antes. Sor María y sor Ana, de unos veinticinco años, con la tez pálida y los ojos claros.

Seis meses habían transcurrido y mi vida prosiguió de manera habitual, en breve me trasladaría a España para comenzar el seminario de forma oficial. Una tarde de junio, mientras me encontraba en la casa hogar ayudando a las hermanas, me asaltó la duda, el interrogante más grande en mi corta vida apareció frente a mí llenándome de nervios y quitándome la tranquilidad que gozaba en ese momento.

—¿Kaito, no eres demasiado joven como para querer ser seminarista? —preguntó la hermana sor María.

—Quizás —dije mientras barría las hojas del gran árbol de cerezo que estaba en el patio.

—Kaito, dime, ¿te has alejado de Nagano alguna vez?, ¿has salido con una chica?, ¿has ido a fiestas o has conocido otros lugares?

—No, hermana, nunca he visto a las mujeres como objetos de lujuria, tampoco he tomado alcohol y aún no abandono este pueblo —respondí.

—Oh, tus padres han sido demasiado exigentes contigo.

—¿A qué se refiere, hermana? —le pregunté mientras dejaba de barrer.

—Lo que trato de decirte es que deberías experimentar el mundo antes de consagrar tu vida a Dios.

—¿Está usted segura de que podría estar equivocado en mi decisión? —le pregunté.

—Mi opinión es que tus padres son egoístas contigo y no te han permitido conocer el mundo exterior; tu vida no puede quedar reducida solo a este pueblo. Kaito, eres un joven inteligente, amable, respetuoso y atractivo, el mundo merece admirar esa belleza que irradia tu interior.

—También es muy diestro con el lienzo —dijo la hermana sor Ana.

Incorporándose a la conversación

—No estoy seguro de si es lo correcto dudar, ya tomé una decisión, no quiero decepcionar a mis padres —dije mientras acariciaba mi nuca.

—Kaito, ser sacerdote no es como elegir una carrera universitaria— replicó de nuevo la hermana sor María—. Ser sacerdote significa renunciar a la naturaleza humana y entregarte a Dios de la manera más pura que existe. ¿Estás seguro de que eso es lo que quieres?, sus grandes ojos color miel me miraron fijamente, logrando que me sintiera vacío por dentro.

—Sí —respondí sin dudarlo—. Quiero dedicarme a la vidasacerdotal.

—Kaito, si esa es tu decisión, estaremos encantadas de respetarla —dijo la hermana sor Ana.

—¿Por qué decidieron ustedes tomar los hábitos? —pregunté de golpe, sorprendiendo a las monjas.

La primera en responder fue la hermana sor Ana, quien acomodó su hábito mientras se sentaba en uno de los bancos del pasillo que daba a las habitaciones de los niños.

—A los diecisiete años, mis padres me enviaron a un internado en Milán con la esperanza de que iniciara una etapa de reflexión. Allí, pasaba tiempo con las monjas, asistía a retiros y oraba constantemente, pero tras dos años, me enamoré de un chico alemán que asistía a las peregrinaciones de nuestra iglesia. Les confié a mis padres que ya no quería ser monja, ya que deseaba casarme y tener hijos.Ellos no estuvieron de acuerdo y me pidieron que regresara a España para que pudiera emitir mis votos, cuando me convertí en monja el padre Martín me encomendó mi servicio en Nagano y, como ya sabes, el resto es historia.

—¿Aún siente amor por ese chico, hermana? —le pregunte.

—No, Kaito, el amor de Dios sanó mi corazón y ahora todo mi amor está dedicado a él.

—¿Por qué decidió usted, hermana sor María, convertirse en monja?

La hermana sor María se tomó su tiempo para responder, sus ojos se nublaron producto de las inmensas ganas de llorar, tomé su mano y la invité a contarme su historia tras la decisión de querer ser monja.

—A diferencia de tu hermana sor Ana, yo no tuve opciones, crecí siendo huérfana. Mi madre me abandonó en la puerta de un orfanato en Málaga, crecí siendo despreciada, conocí muchas parejas durante mi infancia, pero ninguna se animó jamás a adoptarme, por lo que tuve que permanecer en el orfanato toda mi vida.Cuando cumplí dieciocho años, la madre superiora me instó a que me convirtiera en monja para poder tener un lugar donde dormir y una comida diaria. Al principio me enojé con ella, pero con el paso del tiempo comprendí que Jesús es el camino, la verdad y la vida.Aunque deseé ser madre, ya que siempre anhelé tener una familia.

—Hermana —le dije mientras limpiaba las lágrimas que resbalaban por su pálido y finamente perfilado rostro—. Yo siempre estaré aquí para cuidarla.

—Lo sé, Kaito, pero antes debes familiarizarte con el mundo y decidir por ti mismo si de verdad deseas servir a Dios. No deseo que dentro de poco tiempo lamentes tu decisión.

Después de aquella conversación con las hermanas, me despide de los niños y emprendí mi camino de regreso a casa, pero con cada paso que daba, a mi mente llegaban las palabras de la hermana sor María. Ella tenía razón, nunca había salido de Nagano, no conocía el mundo y mucho menos las emociones genuinas del ser humano. Nunca me había enamorado de la misma manera que la hermana sor Ana, y tampoco me faltaron mis padres como a la hermana sor María.

Al llegar a casa, me encontré a mi madre en el jardín, sentada frente a su moldeadora de madera, dando forma a la arcilla. Su delantal estaba bastante sucio, al igual que sus manos. Gotas de sudor sobresalían en su frente. Movía su pie de forma desesperada mientras la arcilla frente a ella tomaba una forma fascinante ante mis ojos. Aletargué mis manos para llamar su atención y la máquina se detuvo de golpe.

—Kaito, hijo mío, no te oí entrar —dijo mi madre mientras limpiaba las gotas de sudor de su frente.

—Discúlpame por interrumpirte, madre —dije mientras me acercaba a ella.

—No te preocupes, hijo, cuéntame cómo te fue con las hermanas —preguntó ella, levantándose de su pequeña silla, limpiando sus manos con el delantal.

—Este día fue muy tranquilo, incluso pude conocer mejor a las hermanas.

—Muy bien, hijo, ellas son muy queridas en el pueblo y sin duda ayudarán cuando comiences el seminario oficialmente.

—Madre, con respecto a eso, debo conversar con mi padre y contigo —dije tragando saliva.

—¿Nos revelarás entonces qué ocurre durante la cena? —dijo depositando un beso en mi frente.

—¿Podría hacerte una consulta, madre?

Mi madre asintió con la cabeza, la tome de la mano y la llevó al lugar donde minutos antes estaba trabajando con la arcilla.

—¿Estás de acuerdo con la idea de que quiera ser sacerdote?

—¿Tienes alguna duda? —susurro mientras me acariciaba el cabello.

Un silencio incómodo surgió entre nosotros. Mi vista se nubló y enseguida las lágrimas rodaron por mis mejillas. Mi madre, con un sutil movimiento, me las limpió.

—Creo que me he adelantado a lo que Dios realmente quiere para mi vida.

—Hijo mío, creo que necesitas descansar, vete a dormir un poco, cuando tu padre llegue tendremos esta conversación los tres —dijo mi madre con la intención evidente de eludir mi pregunta.

—Te amo —dije.

—Yo también te amo, hijo, espero que puedas aclarar tus dudas porque no quiero que te ahogues en llanto por una decisión que no te produzca felicidad.

Mi madre me miró y sonrió. Hice una reverencia y caminé hasta mi habitación. Me senté en el piso, moviendo mi cabeza de un lado al otro. No sabía si hablar con mi padre sería una buena idea, pues en mí se habían despertado un sinfín de preguntas que necesitaban respuesta. Para pasar el tiempo, tomé mi biblia y mi cuaderno de anotaciones y comencé a estudiar.

La hora de la cena había llegado, y en la mesa del comedor nos encontrábamos mi padre, mi madre y yo. Mi madre había preparadosushi, que estaba acompañado cononigiris.Comía con cautela, temeroso de la reacción de mi padre, agitaba mi pie debajo de la mesa para calmar mis nervios, ocasionalmente miraba a mis padres con la esperanza de que percibieran mi malestar y se atrevieran a preguntarme qué era lo que me perturbaba, pero no sucedió, ellos continuaron conversando sobre su día y yo ya no podía soportar la presión en mi pecho.

—Deseo posponer mi ingreso al seminario —grité con todas mis fuerzas.

Pude observar la expresión de asombro en los rostros de mis padres, mi madre dejó caer la taza que tenía en sus manos y mi padre tragó saliva antes de articular palabras.

—Kaito, no puedes posponerlo, ya conversamos con el padre Martín para que viajes a España—dijo mi padre con autoridad.

—Lo siento, padre, pero quisiera esperar unos cuantos años más. Creo que debo terminar el instituto antes de unirme al seminario.

—Hijo, ya habíamos conversado sobre el tema y tú eras el más entusiasmado con la idea de querer ser seminarista —dijo mi madre mientras limpiaba sus manos con un pañuelo.

—Lo sé, madre, pero aún soy muy joven y quiero aprovechar un poco más mis años de juventud, quiero tener amigos, salir de fiesta, viajar por el mundo, conocer a una chica hermosa e inteligente.

—¿Quién te ha llenado la cabeza con esas ideas? —preguntó mi padre, levantándose bruscamente de su silla.

—La hermana sor María dice que debo experimentar el mundo primero para así comprobar si mi deseo es realmente ser sacerdote.

—¿La hermana sor María dijo eso? —pregunto mi madre con voz temblorosa.

—Sí, además, Sor Ana…

No pude terminar de articular lo que quería decir cuando la mano cerrada de mi padre impactó contra mi rostro. Fue la primera vez que me pegaba, por lo que mis ojos se nublaron de inmediato; caí al suelo a consecuencia del impacto. Mi madre corrió a mi lado y me ayudó a levantarme.

—Padre, nunca me habías pegado —dije con voz temblorosa y lágrimas en mis ojos.

—Siempre existe una primera ocasión para todo —dijo mientras abandonaba el comedor.

Un sabor a metal inundó mi boca, dejé que las lágrimas escaparan de mis ojos y de inmediato mis mejillas se humedecieron. Mi madre permaneció a mi lado y me ofreció consuelo.

—Debería descansar, mañana podremos conversar con más calma.

—Muchas gracias, madre —dije mientras limpiaba mis mejillas.

—Si quieres posponer tu entrada en el seminario, cuenta conmigo, aunque eso suponga enfrentarme con tu padre.

—No deseo perjudicar a mi familia.

—Lo sé, hijo.

—Discúlpame, madre, nunca quise ser una decepción para ustedes.

—Kaito, no eres una decepción. Me alegra mucho que hayas tomado esa decisión por ti mismo. Sabía que en cualquier momento dejarías de vivir a través de tu padre.

Mi madre me abrazó con fuerza, me dio un beso en la mejilla y me pidió que fuera a mi habitación mientras ella recogía la mesa. Asentí y caminé hasta esta. Al entrar, me dejé caer al piso y comencé nuevamente a llorar. Abracé mis rodillas y sollocé bajo. Luego de unos minutos, me acosté en la cama, me cubrí con la cobija y comencé a orar. Le pedía perdón a Dios por cuestionar mi fe.

La mañana siguiente, cuando fui a desayunar, mi padre ya se había marchado a trabajar, por lo que desayuné con mi madre en el jardín. La mañana era bastante fría, pero no lo suficiente como para tener que usar un suéter de lana. Mi madre estaba usando un Kimono tradicional hasta los tobillos, utilizaba las getas que le había regalado en su cumpleaños, con el cabello recogido dejando su frente al descubierto. No parecía tener casi cuarenta años.

—Esta mañana llamé al padre Martín, le dije que pospondremos tu ingreso al seminario.

—Gracias —dije mientras me levantaba de la silla para acercarme a ella y abrazarla.

Mi madre me dio un beso en la frente y me acarició el cabello.

—Eres encantador, tus ojos son una ventana al cielo —dijo.

—Debido a tus geniales genes —respondí con una amplia sonrisa.

Ella rio entre dientes y volvió a sentarse en su silla. Me pidió que me sentara y, de repente, su expresión cambió por completo.

—Tu padre no ha recibido muy bien la decisión de posponer tu ingreso al seminario está convencido de que quieres abandonar tu fe.

—Sabía que era un error posponer el seminario.

—No es culpa tuya, su soberbia no le permite comprender que la felicidad de su hijo es lo más importante.

—No deseo que mi padre me tenga odio, no podría soportar la culpa.

—No lo hará, tu padre te quiere, quizás esté enojado un tiempo, pero no dejará de amarte.

Volví a tomar a mi madre entre mis brazos, ella se aferró a mi cuello, rodeaba mi cintura con sus delgados brazos, me sentía agradecido con Dios por tener a una mujer tan maravillosa como madre.

—Te quiero mucho, Kaito.

—Lo mismo digo, madre.

Después del desayuno, me despedí de mi madre y fui hacia la casa hogar. Quería contarles a las hermanas la decisión que había tomado. Mientras caminaba por las calles adoquinadas del pueblo, la voz de mi padre pronunciando mi nombre llegó hasta mis oídos.

—¿Hijo, podemos hablar un momento?

—Por supuesto, padre —dije haciendo una reverencia.

Mi padre y yo visitamos una modesta casa de té tradicional en las afueras del pueblo, con una magnífica vista de las montañas al fondo. El lugar estaba atendido por geishas, quienes vestían susatuendos tradicionales. Nos sentamos frente a una mesa pequeña y una de las geishas depositó sobre ella una tetera, tazas y un té delicioso que inundó mis fosas nasales.

—Kaito, ¿sabes por qué para nosotros los japoneses las ceremonias de té son tan valiosas? — preguntó mi padre llenando mi taza con un poco del preciado líquido.

—No lo sé, esta es la primera vez que me invitas a la ceremonia del té —dije acercando la taza a mi boca.

—En una ceremonia del té, los cuatro elementos fundamentales son: la armonía, el respeto, la pureza y la tranquilidad.

—Padre, quisiera excusarme por mi falta de respeto —dije mientras me levantaba y me situaba frente a él, con el rostro pegado al suelo.

—No es necesario que te disculpes, anoche estaba muy enfadado y no pensé en las consecuencias de mis actos, te herí con mis palabras y acciones—respondió, tomándome con sus grandes manos por los hombros para que nuestras miradas se encontraran.

—No, usted estaba cumpliendo con su deber de padre, el cual es reprender a su hijo si cree que ha perdido el camino.

—Eso no justifica mi acto de violencia hacia ti.

—Conversé con mi madre mientras tomábamos el desayuno.

Ella dice que quizás estés enojado conmigo por algún tiempo, pero que no dejarás de amarme.

—Sabes, hijo, en cuanto conocí a tu madre me enamoré de inmediato, ella llegó a mi vida como los rayos de sol de la mañana, como la primera nevada del año, amo a esa pequeña, frágil y talentosa mujer, incluso más que cuando la desposé. Cuando naciste y vi tus ojos bonitos y rasgados, me enamoré de nuevo, pero solo dos meses después, la enfermedad llamó a nuestra puerta. Los médicos dieron tu diagnóstico: aparentemente, teníasictericia. Todos afirmaban que solo sería cuestión de tiempo, que morirías debido a que tu hígado estaba muy dañado. Durante siete meses le rezaba a Dios por tu salud, no quería perderte, no quería que tu madre te perdiera a tan poco tiempo de haberte dado a luz. En medio de mis apremiantes oraciones, hice una promesa a Dios, le aseguré que, si tú permanecías con vida, te entregaría a él a través del sacerdocio.

—Es de lo que estaba hablando con el padre Martín.

—Ahora escucha las conversaciones a espaldas de las personas.

—Solamente ocurrió en esa ocasión.

—Bueno, hijo, pero ese no es el tema de esta conversación. Creo que, si alguien debe pedir perdón aquí, soy yo —dijo mi padre haciendo una reverencia ante mí.

—Deseo ser sacerdote, padre, solo necesito un poco más de tiempo —dije, mientras lo ayudaba a incorporarse, no quería que mi padre se sintiera responsable por el destino al cual me había condenado.

Mi padre fue franco conmigo; nunca él y yo habíamos tenido una conversación tan íntima como esta. Él siempre fue un hombre de corazón noble, pero de semblante intachable. Mi padre caminaba a mi lado de camino al pueblo, con la mirada fija en el sendero. Algunas arrugas aparecían en su rostro. Sonreí y me dispuse a hablar.

—Quiero decirte que te amo, padre.

Mi padre me miró fijamente y pronunció palabras con tono pausado.

—El padre del justo se regocijará en gran manera, y el que engendra un sabio se alegrará en él —dijo, mientras colocaba su mano izquierda en mi hombro, dejando ver su anillo de boda.

—El hijo necio es pesadumbre de su padre, y amargura para la que lo dio a luz —dije sonriendo.

—Kaito, eres un joven honorable, y si deseas posponer el seminario, apoyo tu decisión.

Continuamos nuestro trayecto de regreso al pueblo, mi padre fue a casa para poder hablar con mi madre. Me dirigí a la capilla del pueblo, necesitaba hablar con mi Dios y reconciliarme con los anhelos de mi joven corazón.

Tres semanas después, todo había vuelto a la normalidad. Mi padre se disculpó con mi madre y conmigo. Las hermanas de la casa hogar estaban felices por mi decisión de posponer el seminario. Mis padres me habían inscrito en el instituto, por lo que comenzaría mis clases una vez que regresáramos de nuestras vacaciones en España. El padre Martín nos había extendido una invitación y mi padre, sin objeciones, aceptó.

La noche anterior a nuestro viaje a Málaga. Me encontraba arrodillado en mitad de mi habitación, con un rosario en mis manos, deseaba hablar con Dios: “Padre misericordioso, tú serás las huellas que dejan mis pies en tan lejana y gran ciudad, líbrame de cualquier pecado que pueda cometer para que en mi juicio final no tengas que recordar los pecados de mi juventud ni de mis rebeliones. Conforme a tu misericordia, ten piedad de mí —dije.

7 ноября 2022 г. 19:35:40 3 Отчет Добавить Подписаться
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