Короткий рассказ
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Mi última apuesta

Toda mi vida ha sido una apuesta, una lucha, un camino cuesta arriba lleno de piedras. Desde que he nacido, o por lo menos desde que tengo memoria. Incluso antes de tener conciencia y saber cómo son las cosas, ya lo tenía todo en contra. Mi madre me parió estando embarazada de ocho meses y pasé mis primeros días en una incubadora. Decían que era algo así como un medio milagro. Mi padre se fue de casa antes de que yo aprendiera a decir la palabra “papá” y con mis hermanos he perdido todo tipo de contacto. Ni siquiera sé si están vivos, ni me interesa. Crecí en uno de esos barrios donde a tu ventana nunca le da el sol porque no hay espacio suficiente para que la luz se filtre entre un bloque de cemento gris y el otro. Así que en cuanto tuve la edad para fumarme un cigarrillo a escondidas empecé a robar, a revender, a traficar y apostar. He apostado sobre cualquier cosa; fútbol, caballos, carreras de perros y hasta peleas entre animales de todo tipo, desde hombres hasta gallos. Parecía que hacía lo posible para acabar en la cárcel antes de cumplir los dieciocho. Y vaya si lo logré. Antes de la mayoría de edad había pasado mucho más tiempo en centros de menores que delante de una Playstation. Aunque a mis casi treinta años ya he cometido la mayoría de delitos tipificados en el código penal, menos matar y quizás un par más, hay algo que siempre se me dio muy bien. Algo como una especie de talento digamos. Y estoy hablando de los alunizajes. En eso de estrellarse con un coche contra los escaparates de las tiendas no había nadie tan bueno como yo en toda la ciudad, puedes preguntar a quien sea. He robado en más de cien locales comerciales sin tener que usar nunca mi pipa más allá que para disparar un par de tiros al aire para asustar a algún guardia de seguridad. Todos pobres desgraciados con sueldos demasiado bajos como para arriesgar su vida con un hijo de puta sin nada que perder como yo. Al principio, aquel trabajito iba a ser sencillo como todos los anteriores. Bueno, todo lo sencillo que puede ser robar un coche de alta gama para estrellarlo contra un escaparate y robar lo que hay adentro del local, evidentemente. Todo estaba hablado y organizado hasta el mínimo detalle. Las visitas al concesionario en los días anteriores al trabajo, la selección de los coches, la ubicación de las llaves, la zona donde íbamos a robar el vehículo que iba a llevarnos hasta allí, las personas encargadas de desmontar y revender las piezas de los coches robados. Parecía que lo teníamos todo bajo control. Sin embargo, cuando te dedicas a la vida criminal, no todo suele ir siempre como lo habías planeado. Por supuesto, yo era el elegido para conducir el primer coche que robamos, un Audi A3, que íbamos a utilizar exclusivamente para el alunizaje. Y hasta que reventé los cristales del concesionario Mercedes con él, todo iba sobre ruedas. Ya, me acabo de dar cuenta de que eso último ha sonado fatal, pero bueno… Llegamos allí a eso de las dos de la mañana y cuando salimos del coche cada uno de nosotros tres se dedicó a llevar a cabo su tarea. Como dije, habíamos seleccionado anteriormente los tres coches que nos queríamos llevar, así que fuimos cagando leche a buscar las llaves y, creedme, en menos de un minuto nuestros culos estaban en nuestros respectivos asientos de aquellos Mercedes valorados en casi trescientos mil pavos en total. Cuando estábamos a punto de marcharnos me fijé que en el asiento del Audi, aunque parezca mentira, uno de los tontos de mis compañeros se había dejado el móvil. Al muy estupido seguramente se le tenía que haber caído del bolsillo cuando chocamos contra el cristal del concesionario. A toda prisa bajé del coche y mientras le escupía varios insultos a mi compañero, fui a recoger el maldito móvil del asiento del Audi. Fue allí cuando me percaté de la presencia del segurata. El tío me apuntaba con su pistola a una distancia de menos de veinte metros desde la acera delante del concesionario. Saqué mi arma lo más rápido que pude y disparé mis habituales dos tiros al aire. Pero el muy cabrón, a pesar de que aquella noche iba a ganar bastante menos que nosotros, ni bajó el arma ni endulzó la mirada. Siguió apuntándome mientras me gritaba la misma frase una y otra vez sin pestañear. “Baja el arma ahora mismo, baja el arma ahora mismo, baja el arma ahora mismo”. Al mismo tiempo, mi cabeza me decía: “dispara ya, dispara ahora. Él no tendría piedad si estuviera al otro lado. Dispara ahora. Ahora es el momento. Metele un tiro entre ceja y ceja”. Eso pensaba yo y aunque aquel “ahora”, duró probablemente unos pocos segundos, para mí fue una eternidad. Pensé en todo lo que iba a significar apretar el gatillo. Pensé en mí mismo pudriéndome en la cárcel. Pensé lo que tenía que ser eso de quitarle la vida a otro hombre. No estaba seguro de estar dispuesto a enfrentarme a todo aquello. Mientras reflexionaba sobre esto, el segurata no me devolvió la cortesía que le había brindado yo perdido en mis pensamientos, ni dejó que me lo pensara un rato más. De repente noté una extraña sensación de frío y mojado a la altura del abdomen. Luego empecé a sentirme como relajado, con sueño. Percibí que el final se iba acercando. Y entonces me dí cuenta que estaba a punto de perder mi última apuesta.

30 января 2022 г. 12:45 0 Отчет Добавить Подписаться
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