Ha llovido mucho desde que apareció la primera cepa del ya extendido mundialmente virus SARS-Cov-2. Desde entonces, por su propia supervivencia se ha visto obligado a mutar en diferentes variantes cada vez más resistentes debido al ataque inminente que el ser humano insiste en afligirle. Según distintos informes y sospechosamente cuestionables, la primera variante en detectarse procedió de Sudáfrica en mayo de 2020, denominada BETA, una de las que más riesgo supone debido a su capacidad para evadir la inmunidad de ciertas vacunas.
Luego llegó ALFA en Setiembre de ese mismo año, la cepa británica. Convirtiéndose en el linaje predominante del país pocos meses después y representando un noventa y cinco por ciento de los casos. Pero poco le duró el puesto, la variante DELTA que llegó después en marzo de 2021 procedente de India y detectada en octubre de 2020, le robó el protagonismo. Finalmente terminó siendo la dominante en Europa y Estados Unidos.
La ultima variante importante de ese año fue la GAMMA, surgida en Brasil en noviembre y catalogada como una de las más agresivas. Cabe destacar que, pese al reconocimiento de todas estas mutaciones por sus comportamientos, también existen determinadas modalidades que causan el covid-19 y calificadas como “variantes de interés”, sea dicho, la LAMBDA o la MU. Sin embargo, ahí no termina todo. A finales del 2021 y desconociendo como durante ese año parecía calmarse todo un poco, apareció una nueva variante coincidiendo casualmente con el acercamiento de las navidades, en donde nuevamente como el año anterior, decretaron restricciones que mayormente afectaron a la hostelería. Esta cepa designada como la ÓMICRON, fue la más contagiosa según expertos en infectología. Se cree que el origen de esta variante procede del África subsahariana en donde pudo evolucionar de forma silenciosa en una persona con un sistema inmunitario debilitado antes de propagarse por el resto de países.
En un principio nos habían convencido de que al llegar al setenta por ciento de vacunados la inmunidad de grupo era suficiente para frenar la propagación del virus, pero se vio que no. Y ahora, con prácticamente el noventa y nueve con seis por ciento de la población vacunada, el virus se sigue extendiendo y mutando. La pandemia ya forma parte de nuestras vidas y solo queda seguir intentando mantenerla bajo control, porque eliminarla es imposible.
Aunque la vacuna haya sido de gran ayuda a corto plazo para evitar en gran medida la enfermedad que causa, ha provocado una importante dependencia en nuestro sistema inmunológico, sobre todo en las nuevas generaciones que ya se desarrollan con el ADN alterado, lo que conlleva a recibir cada cierto tiempo una dosis de refuerzo.
Hoy en día y tras nuevas cepas, batallamos con la peor variante de todas; la SIGMA, inmune a cualquier vacuna, nivel extremo de transmisión y altamente mortal. El gobierno ha prohibido reuniones de más de cinco personas. La hostelería solo puede abrir tres días a la semana con un aforo de no más de quince personas y separadas por dos metros. Han inhabilitado viajes internacionales. Impuesto aforos de cincuenta personas por vuelo nacional. Equipado las calles con más tránsito, agentes altamente cualificados para usar la violencia quien quebrante la ley, sobre todo el toque de queda de las 23 horas. Debemos justificar nuestras salidas del hogar aquellos días que no tenemos permitido salir, que son dos, y si no hay motivo que no proceda de lo laboral, estudiantil, viaje o el abastecimiento de lo esencial, recibimos sanción. El ocio está suprimido y nos han obligado a elegir entre dos opciones identificativas para demostrar que no solo estamos vacunados, si no conocer si tenemos todas las dosis al día; implantarnos el chip o marcar nuestro QR permanentemente en la piel.
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