writtenbysamsam Sam Hirsz ㅤ

El Lovibond ha sido el blanco de numerosos rumores de maleficio que han hecho quebrar su reputación frente a los marinos del puerto sureño. Y aunque este viaje es la última oportunidad de demostrar que no está tan maldito como la gente piensa... Una noche de tormenta hará realidad las más tenebrosas sospechas de sus tripulantes.... Así como sus peores pesadillas. ፧ ੈ Categoría: Terror Psicológico | Fantasía ፧ ੈ Extensión: OneShot ፧ ੈ Pareja: NamMin ⚘NamJoon Top! ⚘JiMin Bttm! ፧ ੈ Edición: 15102021 ፧ ੈ Publicación: 09112021 ፧ ੈ Gráficos by: @iSorrowYourSoul (wattpad) ; @sorrow.your.soul (instagram). © Samantha Hirszenberg 2021


Фанфикшн Группы / Singers 18+.

#NamMin #BTS #TAEHYUNG #TERROR #NAMJOON #MISTERIO
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CAPÍTULO ÚNICO

ARTE UNO. PRESAGIO

Eso que salió de un cofre











Por los costados vislumbra los destellos de las escamas y aunque ha prometido no hacerlo más, se restriega la nariz con el dorso de la mano, en un intento por disipar el escozor que el aroma le provoca. Un anaranjado brillante, diluido en sangre mancha sus palmas y el mango de su cuchillo, mientras que el impulso constante de tirarse a descansar martillea en su espalda. Habría dado una gran calada a su cigarrillo, de no ser porque la tormenta se había encargado de mojar la cajetilla; y no es que sienta orgullo por su adicción, pero le gustaría saborear el tabaco puro con la lengua, así, aunque estuviese mojado. La tripulación se había percatado de que era un adicto, pero todos parecían dispuestos a ignorar los temblores que la abstinencia le provocaba de tanto en tanto. Y él lo agradeció… Adjudica aquel gesto de cortesía a la escopeta con la que siempre duerme por las noches, y que había utilizado también cuando les amenazó para que le mantuviesen fuera de sus bromas.


Nunca fue una persona de muchos amigos.


Pero ni la falta de tabaco, ni la insubordinación de sus compañeros, eran pretextos para reaccionar como reaccionó aquella noche; cuando comenzaban los desastres que se pretenden esconder bajo las lonas con desesperación. Cuando los males se avecinaban cual tormenta, impredecible y en misma medida, inevitable.


Había luna, a pesar de ser tan temprano y la observó, como si quisiera memorizarse su figura antes de morir. Y entonces juró que escuchó a la espuma susurrar un secreto. Volvió la mirada hacia atrás, en donde las olas escarchadas de dorado brillaban con suavidad. Un mar oscuro y parsimonioso, coronado por un séquito de negras nubes.


Por el frente se asomó el chiquillo. A duras penas el tinte de su rostro abandonaba la infancia, pero le gustaba hacerse el fuerte, el adulto. Como si los verdaderos adultos no añoraran la niñez, más de lo que podían admitir en voz alta. Nam Joon lo observó con seriedad, casi no le pudo ver la expresión, al estar a contraluz, pero su respiración le dictó todo el miedo que habría mostrado de haberlo podido observar con claridad.


—No vengo a hacerte bromas, si eso es lo que piensas —se excusó el joven pescador con la respiración agitada. Todos en la proa parecían alterados, Nam Joon se percató a los segundos, preguntándose cómo era posible que no los hubiese escuchado antes. Últimamente se sentía demasiado cansado y no ponía atención a su alrededor—. Los muchachos encontraron algo —escupió el niño después de un momento en que se atrevió a tomar aire. El pescador entrecerró los ojos. El filo de su cuchillo siseó una última vez antes de clavarse en la tabla de madera sobre el barril de la pesca y casi puede sentir cómo retiñe la madera bajo sus pies por el respingo que da el chico. Solo entonces puso atención al rostro y se aseguró, no estaba mintiendo.


Si alguien lo hubiese preparado para esa noche, las palabras secas de Ho Seok le hubiesen dejado un sabor a burla, o a mofa. Pero nada lo había preparado, y ahora que lo recordaba, no estaba seguro de si le hubiese gustado saber.


«Algo» había dicho.


Como si le anunciara que se encontró un cachivache, o un trozo de chatarra flotando en medio del vasto océano, abrió la boca para invitarle a seguirlo. Y entonces Nam Joon se vislumbró llegando a la proa, mientras observaba como emergía el agua salada de aquella maltrecha vasija oxidada. Y se le pasó la vida frente a los ojos como en un desfile, justo como los hombres que están a punto de morir, justo como las leyendas llegaban hasta sus tímpanos a manera de advertencias y disparates, así, en un santiamén, en un pis pas, amargo y en igual medida, simplón.


Una humedad salina se posó en sus labios, casi como un beso, y aunque el olor no fue particularmente malo, se cubrió el rostro con la parte interna del codo, sin saber muy bien si lo hacía por inercia o para no vomitar.


Un cadáver.


La tripulación se arremolinó alrededor del cuerpo, dirigiendo la lumbre hacia aquella masa amorfa llena de algas y cristalinas escamas; No, llamarlo cadáver hubiese sido un eufemismo. Daba la sensación de no tener piel en algunas zonas, pero lo más inquietante, era la manera en las que sus formas animales, se mezclaban con otras más intrigantes y vomitivas. Pudo ver un par de tentáculos miméticos removerse con agonía entre la madera y, lo más intrigante, fueron los brazos humanos que sobresalieron entre la madera destruida del cofre y la red que la sacó a la superficie.


—Por Poseidón, ¿qué carajos es eso? —exclamó a tropezones; su voz amortiguada por la mezclilla de su chamarra a duras penas alcanzó a los dos hombres más próximos, Kang, a quien le faltaba el ojo derecho… Y Sun, quien tenía ambas piernas completas, pero más le valiera no tener la derecha gracias a la gangrena que se extendía como el descender de un reloj de arena; ninguno necesitó escucharlo para entender. Ellos también se hacían exactamente la misma pregunta y se lo hicieron saber con un par de miradas que iban desde el desconcierto hasta el asco.


Ho Seok, quien se había asegurado de mantenerse muy cerca de su espalda, negó demostrando que compartía también ignorancia mientras luchaba con la nauseabunda sensación que su apariencia le provocaba, y se adelantó frente a los demás hombres cuando hubo tomado un poco más de valor. Nam Joon por el contrario, se quedó muy quieto, tratando de fingir que no deseaba, al igual que sus demás compañeros, aproximarse ante la curiosidad.


En medio del bullicio, miró hacia los costados, abrumado por el siseo del viento arremetiendo contra sus tímpanos. Como una lona de plástico que se arruga y es azotada contra el piso, pudo jurar, que a su izquierda… El aleteo de un gran pez abandonaba la superficie para internarse en el océano (o en el infierno) por el resto de la eternidad.


—No lo sé, pero... —respondió Min, uno de los muchachos nuevos, de esos que tenían demasiado entusiasmo para su gusto. No se le notaba la juventud, a decir verdad; le hablaba a los mayores como poco más que compañeros, lacayos si acaso. Una suerte que nadie le hubiese tirado ya los dientes dentro de la embarcación. Tenía el arma levantada un poco más allá del hombro a pesar de que el esfuerzo le hizo gruñir de dolor, y con la voz firme y rasposa masculló—: Si se mueve, lo mato.


En medio de casi toda la tripulación… Estaba la criatura. Quieta, húmeda y silenciosa, pero al mismo tiempo, vigilante. El aire mismo parecía hacerse cada vez más delgado a su alrededor… ¿O sería que los marinos comenzaban a perder la cabeza?


Cuando uno soñaba con ser marino desde tan joven, por supuesto que había escuchado historias de este tipo, en las que en medio de un naufragio, emergían criaturas que se encontraban más allá del entendimiento humano. Pero eso no era partícipe siquiera de la palabra sirena, no. “Sirena” habría salido de su boca más como un insulto que como una descripción. A simple vista, tenía la figura de un adolescente cualquiera, de esos que son demasiado escuálidos para estar vivos. Y aunque se movía, renuente a ser tocado por los halos de luz que la lumbre ofrecía con timidez, en aquella mirada solo podía albergarse… La muerte.


Ojos tan profundamente negros, que casi parecían cuencas vacías. Parecían tragarse la luz cuando se les alumbraba. La piel pálida, a la vista pastosa, pegajosa, como la baba que sale de las algas cuando las estrujas con demasiada fuerza. Y en contraste, unas horribles espinas a lo largo de los brazos que… ¿Eso era sangre?, ¿de dónde provenía exactamente?, ¿estaba herido?, ¿o había herido a alguien?


Nam Joon pudo observar aquel brillo peligroso en los pequeños ojos de Min. Tenía muchas ansias de demostrarle al mundo demasiadas cosas, aun si por dentro supiera que todas esas aspiraciones terminaban siendo poco más que sinsentidos; había disparado el arpón y había fallado por poco, pero logró sacarle sangre de algún modo. La criatura gruñó, el siseo de un gato, la rabia de una bestia; Sin embargo, tampoco fue rudo cuando se interpuso entre su arma y la criatura, quien con apenas consciencia, comenzaba a moverse sobre la cubierta, dando golpes sordos contra la madera hinchada y mostrando gran parte de una dentadura demasiado afilada para ser real. Podía escucharla arrastrarse, muy a pesar del sonido de la lluvia y el gutural ruidazal de los demás tripulantes al hablar. No era un sonido animal… Y eso solo lo puso más inquieto, mucho más inquieto que cuando recordaba el tiempo sin tabaco. Mucho más inquieto que cuando recordaba el pasado, muy en contra de su voluntad.


—No tienes idea de lo que es, y ya lo quieres matar. ¡Tranquilo, Min! —refutó Nam Joon, mientras le sostenía la mirada. Los mechones rojizos de Min no le dejaron ver directo a su expresión, pero supo por las comisuras de sus labios que estaba decidido a matar a la criatura… O a quien se le pusiese en frente para impedirlo. Sería mentira si dijese que estaba sorprendido. Desde la primera vez que se habían subido a un barco juntos, le vio en los orbes esa necesidad de superioridad. Nam Joon agradeció su tamaño, no tuvo que hacer más que pararse muy erguido, derechito, derechito, para que la altura le diera cierta autoridad ante el arponero—. Si es una especie rara, podemos obtener más del comprador —atacó al muchachillo, quitándole cualquier posibilidad de refutarle palabra. De soslayo pudo divisar al Capitán aproximándose a la riña, por lo que dedujo, cada vez tenía menos tiempo—. Bájale a tus imprudencias —sugirió a Min en un susurro, mientras se aproximó hacia el capitán, dejando a Min con los brazos levantados y la molestia irradiando de sus encías y colmillos.


Yoon Gi le gruñó en desacuerdo, pero no pudo escucharle con los cuchicheos de los demás hombres, asintiendo ante la idea de un mejor comprador y un mejor precio, lo que significaba una mejor repartición y una mejor ganancia. Y estaba a punto de abrir la boca, pero el estruendo reemplazó con descortesía sus palabras y las risotadas de Min le embargaron el pecho de rabia. “Va a ser mío” le escuchó mascullar. De pronto un alboroto se dio tras su espalda. Los hombres comenzaron a gritar y a correr hacia todas partes como presas que se esconden ante el sonido de la pólvora estallando entre metales. Y en el lugar en donde había visto el cofre y a la criatura, ya no había nada.


—¡Se escapa, bola de inútiles!, ¡se escapa! —gritó uno de los pescadores, casi con la rabia escurriéndosele por la boca. Los más jóvenes habían corrido por sus lámparas de aceite y se les habían pegado a los demás pescadores casi como moscas. Pero por más que recorrieron la explanada, no encontraron nada a su alrededor.


La bestia marina había desaparecido.


—¡Quien la encuentre se la queda! —exclamó el Capitán Kim, quien con una sonrisa burlona osó retar a Nam Joon si bien llegó a ordenar la redada con su fusil, (como era su costumbre). En absoluto le sorprendió la decisión de su capitán, lo que sí le sorprendió, fue la enorme sonrisa que le dedicó Yoon Gi justo antes de correr hacia el otro lado del barco, rumbo a lo que consideró un atajo. El Capitán se había adelantado, ni siquiera le dio la oportunidad de explicarle que la criatura no era más que un animal herido en busca de un lugar seguro—. ¡No me interesa si la quieren de mascota o de aderezo para el almuerzo!, ¡no voy a tolerarlos, hombres asquerosos, peleando en mi adorado Lovibond. —Y cuando los hombres se dispersaron como críos cazando a un gato, Kim Tae Hyung, el capitán, se dignó a bajar la mirada hacia el pescador con las pestañas empapadas por la lluvia y en el rostro ensanchada una gran sonrisa—. Joder, Nam Joon, no me mires así. ¿No quieres cazar una bestia el día de hoy? —preguntó con sorna.


—Todavía estaba vivo. No sabemos lo que es —masculló el pescador— ¿Y si es peligroso?, ¿o venenoso?, ¿tú y tus hombres se dejaron el cerebro en tierra firme o por qué tan confianzudos?


La sonrisa altanera del capitán no despareció con sus palabras. Sino que se ensanchó, al tiempo en que acomodaba su abrigo para cubrirse de la lluvia.


—Uh, ¿escuchaste eso? —exclamó el capitán cuando los gritos aumentaron al estribor. Llevó una de sus larguiruchas manos, aquella a la que le faltaba la última falange en el meñique e hizo un gran arco alrededor de su oreja para concentrarse en el ruido de su tripulación—. Creo que ya te ganaron.


Nam Joon apretó los dientes con insistencia, como una medida de protección hacia sí mismo. Los tripulantes eran todos imbéciles, pero el castigo por la insubordinación era demasiado doloroso como para soportarlo… No de nuevo. Por eso se tragó el enojo y a paso primoroso recorrió el camino que juraba y perjuraba, había tomado Yoon Gi para matar a la criatura.


Había algo en ella, que la hacía moverse endemoniadamente rápido, casi como una serpiente que repta entre las piernas de un pecador, la había observado antes de que el desastre comenzara. El viento gélido y las puntas de su cabello empapado picando en sus mejillas no fueron un buen preámbulo para jugar a las escondidas. Y aun así, se mantuvo alerta, por si veía algo fuera de lugar en su campo de visión. No podían repetirse las desgracias, al menos no de la misma manera, y mucho menos pretende dejar que el caos se esparza sin que pueda hacer algo para remediarlo.


Todo el mundo sabía que, ante una sirena, debías mantenerte alerta, en vigilia. Porque sería tan simple caer en un sueño profundo para no despertar jamás, con tan solo un susurro de sus labios de cobalto. Y Nam Joon temió por su mente. ¿Estaría realmente despierto?, ¿y si toda aquella redada, no era más que una farsa creada por su mente sedienta de aventura?; Con un estruendoso tropiezo, su barbilla dio un aparatoso golpe contra la madera de la cubierta; No dio tiempo siquiera de gemir de dolor, ni de quejarse, ni de maldecir. Cerró los ojos casi por instinto, mientras soportaba el incipiente calor que la sangre escarmiente de su barbilla le otorgaba.


A sus pies, se removía aquella serpiente. Con las manos ligeramente tiritantes, aproximó la lumbre hacia la bestia, esperando ver los horribles dientes que amenazaron con arrancar la piel de sus compañeros segundos antes. Ese tipo de carta de presentación, esa que antecede a la desgracia, como aquellas cosas que son horribles para que te alejes. Allí Nam Joon entendió por qué los depredadores deberían ser endemoniadamente hermosos; era una manera de conseguir comida. Como la flor carnívora que pone un bello señuelo para que los insectos se posen entre sus fauces, justo antes de cerrarse por completo y reducirlas a su alimento.


Así se sintió, cuando aquellos profundos ojos negros, cuya esclera parecía aprisionar a la muerte misma, osaron clavarse en su mirada taciturna; pues aquel rostro era, para su desgracia... El de un ángel.











PARTE DOS. IMPRUDENCIA

Aquello que defiendo con las uñas












La madrugada parecía tardar más de lo usual en llegar; Un sabor incómodo había en sus encías. Escupió por inercia y el metálico sabor de la sangre terminó de manchar sus dientes. Terminó de limpiarse los labios con la manga de su camiseta. No era la temible noche la que hacía temblar todo bajo sus costillas, ni mucho menos la obscuridad que les envolvía por la inquietante falta de estrellas. Ni mucho menos el susurro de las olas que parecían contar secretos cada vez más atroces entre la penumbra.


Shh.


Escuchó que alguien lo mandaba a callar a sus espaldas.


Pero al mirar a su alrededor, nadie estaba dirigiendo la palabra hacia él.


El arponero no terminó de comprender el porqué de sus acciones, pero nadie estaba dispuesto a preguntarle, no cuando no le tenían ni siquiera en cuenta. En lo que al capitán y a la tripulación respecta, la criatura pereció a manos de un tiburón cuando lo aventó de nuevo hacia mar abierto. Y aún con aquella falacia siendo masticada entre los dientes cual nuevo tabaco, nadie pudo explicarse el cansancio que se instauraba de pronto en sus huesos; Nadie hubiera creído tal falacia, ni en mil vidas siguientes. La única razón por la que le habían dejado de insistir, fue porque Kim se había caracterizado en su juventud por una elocuencia inquietante. No podía perder una discusión y siempre se vio en ventaja, incluso ante los adultos aun siendo un niño. Nam Joon era tan sabio, y tan inteligente y tan confiable... ¿Por qué habría de equivocarse? No tuvo que hacer mucho para que sus compañeros le creyeran y olvidaran el asunto entre cervezas y risotadas. Y cómo no, si les había asegurado a costa de su vida, que un tiburón había destrozado al tritón.


—Carne de sirena —exclamó Yoon Gi con la mirada oscura y profunda. De su voz tímida y al mismo tiempo contundente, quedaba tan solo una hilera. Había cansancio entre sus comisuras, aún así, Nam Joon pudo vislumbrar una pizca de malicia, entre su boca y las comisuras que se levantaban enmarcando tan horrible cicatriz que habría portado desde los quince años cuando…—: ¿La han probado alguna vez?


Hasta los hombres más grandes y crueles, mantuvieron la quijada dura ante la proposición de Min. Ji Cheol, uno de los miembros más antiguos en la tripulación de Kim dio tres golpes en el piso con la vieja espada que se negaba a soltar aún en las tormentas más hostiles, y de inmediato levantó la quijada, como dándole la única advertencia del día al muchacho: le arrancaría la lengua si volvía a insinuar algo como aquello.


—Consumir su carne sería condenar a tus compañeros, Min —dijo con severidad—. Y a tus descendientes también, por al menos diez generaciones.


Yoon Gi pareció ofenderse con la advertencia.


—¿Me vas a hablar de pecados, viejo Gong?; Tú que has...


—No se trata de pecados, ni de moral, si eso es lo que estás pensando. —Ji Cheol pareció escupir sus palabras con urgencia. Una ligera hilera de desesperación se alojó en sus orbes cuando Min desvió la mirada hacia un costado, alejándose de la junta improvisada que se había armado si bien comenzaron a hablar de la sirena—. Más te valdría tragarte la carne de un hombre entero, así quizá te perdonen en el infierno. Pero la carne de sirena es diferente. ¡Ni siquiera el diablo te querrá cerca si osas tocar la podredumbre del averno!


Aunque no lo admitieran, el asunto de la sirena dando golpetazos en la cubierta, se había convertido en el tema de conversación preferido para sus compañeros.


—Siempre pensé que consumir a una sirena sería canibalismo —exclamó Nam Joon con la mirada fija en su cuchillo escamero—. Después de todo... son mitad humanos, ¿no?


Yoon Gi se había dado un gran golpe cuando tiró su cuerpo para recargarse en un barril de agua potable, y Nam Joon no pudo evitar fijarse en ello, como si vigilara a un animal carroñero al acecho; Aun así, la voz de Ji Cheol retumbaba fuerte en su mente como la más necesaria de las advertencias.


—No son mitad humanos —reprendió el anciano—, esas son tontas historias que cuentan los hombres soñadores y borrachos en los puertos. Y te aseguro, Nam Joon, ninguno de esos cabrones ha visto a una sirena a la cara —aseguró—. Y si lo hizo, no es el indicado para contarte sobre ellas.


—¿Tú has visto una, alguna vez?


—No al rostro —afirmó—. Te hechizan. Te duermen, entumecen tu cerebro, lo vuelven humo, y arcilla. Te hará sentir que te enamoras, que le amas y le odias al mismo tiempo, que arrancarías una parte de tu cuerpo por su bienestar, aún sabiendo lo que ocurrirá contigo después. Y eso es lo peor, supongo.


—¿Para qué te duermen? —preguntó Nam Joon con curiosidad—. ¿Qué es lo que ganan?


Pero Ji Cheol ya no contestó. Por el contrario, desvió la mirada apesadumbrada, quizá por los recuerdos. En sus ojos acrecentó una obscuridad temible y abrumadora; y entonces ya nadie más quiso hacer un comentario al respecto. Ji Cheol había sido un gran guerrero, un prodigio en el manejo de la espada y el combate cuerpo a cuerpo. Pero algo había pasado durante el transcurso de su juventud, que lo había anclado para siempre a los barcos pesqueros y a la estresante vida que el mar abierto puede otorgar; las marcas en la espalda y el hombro habían sanado, pero la frustración por no sentirse tan útil como antes, seguía sangrando como una herida abierta y purulenta. ¿Por qué tuvieron que quitarle aquello por lo que más sentía orgullo? Su fuerza. Nam Joon había escuchado un poco de sus frustraciones en el pasado y estaba seguro que, de poder regresar en el tiempo, no habría cometido tal pecado.


Y quizá era esa la razón por la que había estado tan alerta después de esa noche, por sus propios traumas aconteciendo entre sus meninges.


Y Nam Joon no estaba en una situación mejor. Desde que lo había visto tan cerca, la limerencia en aquella mirada lo seguía entre sueños tintados de pesadillas. Ya no podía mirar a Ji Cheol a la cara, sentía una ligera culpa que pinchaba como espinas en medio de su pecho; Con la garganta seca y los labios partidos de sal, se levantó con premura, dispuesto a internarse en los interiores del barco.


—¿A dónde vas, Nam? —cuestionó Ho Seok con los ojos muy abiertos en consternación. Y aunque no quiso volver el cuerpo para corroborarlo, supo que la mirada de Min también estaba clavada en su espalda. Sorbió la nariz como cuando estaba nervioso—. Todavía queda mucha cerveza.


Carraspeó disimuladamente y parpadeó intentando lucir natural ante sus compañeros. Solo iba a dormir, ¿no? No tendría que estar nervioso. ¿Qué especie de veneno habría en el agua de estos mares que lo enfermaban de tal forma?


—Estoy cansado, es todo — aseguró—. Quiero dormir un poco, antes de que aparezca el siguiente cardumen. ¿O pretenden que me quede despierto otra noche?


Los pescadores negaron con desinterés. Unos cuantos “Bah”s corearon su salida del círculo de borrachos, y solo entonces Nam Joon se pudo sentir libre.


Caminó con rapidez y casi saltó los escalones de la escalera que lo llevaba hasta su camarote. Era el más cercano a la popa, lo que también era un buen pretexto para alejarse de todos cuando sus compañeros se pusieran pesados. De vez en cuando, miraba hacia atrás por el rabillo del ojo para asegurarse de que nadie lo seguía y cuando corroboraba que estaba solo, soltaba la presión que había puesto en sus dientes de manera inconsciente. El sonido de la espuma y el movimiento de las olas de pronto arrojó unos cuantos recuerdos a su mente dormida. ¿Era en un día como este no?, ¿en un tugurio como este, no era así?


Cuando cargado de ira, de pronto despertó con un calor entre los dedos. Calor horrible y asfixiante. Había levantado las manos con demasiada lentitud, como si temiera a la imagen que le entregarían ante sus ojos. El brillo de la sangre era tanto, bajo la luz de la luna... y una vez comenzó a llorar, no pudo parar de hacerlo hasta que arrastró su cuerpo hacia la borda y desde allí, le dijo adiós para siempre. Desde aquel día, comprendió que la sangre no era tan sencilla de borrar de la piel, que después de tocarla, un ligero rosáceo se quedaría allí, entre los nudillos. Pero que, si tallaba con la suficiente devoción, nadie se enteraría del pecado, aún si la marca de Caín aparecía sobre su frente.


Su respiración frenética cesó cuando se vio dentro del almacén, lejos del pasado, lejos de los errores. Y entonces el brillo de su mirada terminó de desaparecer cuando aseguró la puerta a sus espaldas.


Arrastró los pies apesadumbrados, y no paró de caminar hasta que llegó ese barril. Y de un golpe abrupto con el puño cerrado... Lo rompió.


El vino se esparció en la habitación, mientras el aroma dulce mezclado con la sal de aquellas pieles embargó sus fosas nasales violentamente. ¿En serio había hecho eso?, ¿en serio había engañado a sus compañeros...?, ¿por qué?; Por más que buscó entre sus memorias, solo tenía entre manos una obscuridad no resuelta. El tritón que había emergido de aquel podrido barril, clavó sus ojos en él. Y entonces Nam Joon fue consciente de lo que había hecho... Los había condenado a todos.


Porque quizá no había tirado a la criatura como infantilmente había presumido ante los demás hombres. Sino que, quizá y solo quizá, había aprehendido a la maldición en el barco, incapaz de librarse de la atroz belleza de aquel ángel salido del infierno que ahora le sonreía con maldad.










PARTE TRES. MORAL

La mentira de un hombre honorable, luce como la más grande de las verdades.














¿Cuánto tiempo había pasado desde esa noche?; La percepción del tiempo yacía tan trastornada en su mente, que no sabía si los días habían transcurrido, o se habían extendido en un ciclo eterno de agonía, o se habían extinguido a solo recuerdos fantasmales de una vida falsa. A veces, cuando se levantaba para hacer sus tareas, se le perdía la mirada en el horizonte. Y mientras los peces descendían de las redes, retorciéndose ante la falta de agua, Nam Joon se daba cuenta de que estaba de la misma manera que ellos. Yacía ahogándose en el vacío de la vida, sin saber muy bien cómo solucionarlo o hacia qué dios pedir ayuda. Desescamaba el pescado, cuando observó su vientre y lo sintió tan hirviente. El estómago se le revolvía en memorias.


Antes había soñado con un hombre en medio mar.


En aquel tiempo, no pudo hacer frente a los cambios como ahora. El Lovibond comenzaba a ganar fama como un buque pesquero de buena reputación y gran fortuna. Pero el capitán, había insistido en faltar a la única regla y la más importante en alamar. Las mujeres nunca deben ir a bordo. Estaba a punto de casarse y, entercado en cumplir los caprichos de su futura esposa, el Capitán la había llevado a bordo, en contra de la voluntad de sus compañeros. La misma noche después de la boda, despertó empapado de sudor, mientras el sonido de un cántico inquietante martilleaba en sus tímpanos como advertencia. Recibió una última admonición de la luna, en la que podría salvar a todos sus compañeros. Debía deshacerse de la mujer a como diera lugar. Kim Tae Hyung había estado arreglando preparativos en el camarote principal, mientras su doncella dormía en el cuarto contiguo.


Entró a hurtadillas, la vio dormir.


Sus cabellos negros, un poco largos. Labios pequeños pero abultados y un pequeño lunar debajo del labio inferior... Esa era la imagen de la perdición. ¿Por qué el Capitán no se daba cuenta?, ¿por qué estaba empeñado en arruinar lo poco que habían conseguido con los años? Entonces, se aproximó a paso sigiloso y, haciendo uso de su fuerza, se abalanzó sobre el camastro y la tomó del cuello. Ella se despertó de inmediato, forcejeando como podía. Para la buena suerte de Nam Joon, la cama matrimonial en el camarote del capitán era lo bastante grande para mantenerlos a ambos dentro, sin que la riña ocasionara ningún ruido.


Al cabo de unos minutos, dejó de respirar.


Lo único que tuvo qué hacer, fue llevar el cuerpo hacia su habitación, saliendo en total silencio, mientras el Capitán hablaba animadamente con la tripulación acerca de la buena suerte que se avecinaba. Lo único que les pedía, era que le tuvieran confianza... Pero Nam Joon no iba a esperar a que el infortunio y la desgracia se tragara todo su trabajo.


La amarró envuelta en un par de sábanas blancas y ató algunas herramientas de metal que se encontró en la bodega para que el cuerpo no saliera a flote. Había usado tanta fuerza, que había causado un par de excoriaciones en sus manos, heridas desde las que salieron un par de gotas de sangre una vez reventaron las llagas días después. Y de la esposa del Capitán, no se supo más nada, nada más allá de que quizá se había suicidado durante la noche.


No le había dado el tiempo de congeniar con sus hombres, y que pudieran conocer la verdadera naturaleza de Jung Kook. Tae Hyung a duras penas se recuperó de aquel golpe, y mientas le escuchaba llorar por las noches a ese amor que se fue sin dar explicaciones, Nam Joon sufría las pesadillas a diario, en las que había matado a un hombre inocente, a la par que traicionaba a su Capitán.













PARTE CUATRO. ABISMO

¿Quién puede salvarse de una trampa, cuando no es consciente de que ha caído en ella?













—Ji Min —fue la única palabra que pronunció. La decía casi a regañadientes por una razón que Nam Joon nunca entendió. No tenía apellido, por supuesto. Dudaba que siquiera tuviese un alma. Y sin un alma… ¿Quién habría estado dispuesto a bautizarle?


La criatura se abalanzó sobre Nam Joon sin que pudiese hacer algo al respecto. Trastabilló un poco, tirando los mapas que tenía desplegados en la bodega; a los viejos mapas, le siguieron un par de botellas que cayeron en desorden sobre su cuerpo. Los intermitentes golpes no dolieron tanto como la manera tan descuidada con la que terminó su brazo, astillado por los pequeños trozos de vidrio del almacén.


Ji Min pareció inquietarse y Nam Joon pensó que su reacción fue a causa del ruido.


—Tranquilo, fue solo un accidente —musitó para tranquilizarle.


Pero la creatura siguió removiéndose en su lugar, tomándose muy fuerte a sí mismo de las muñecas, como si luchará consigo mismo. La coleta daba golpes fuertes y contundentes ante la madera, mientras Nam Joon rogaba porque todos estuviesen lo suficientemente borrachos como para ignorar el alboroto.


Tomó un par de sogas con las que se aseguraba el vino, y aprehendió al tritón en una silla de madera. La fuerza que ejerció pudo haber sido demasiada, de no ser porque algo pareció calmarla, como si las tormentas dentro de su pecho por un instante hubiesen amainando. Nam Joon respiró profundamente, como si estuviese al borde de un acantilado, de nuevo, con el aire tan delgado como un hilo de coser. Después de eso, todo pasó demasiado rápido. Ji Min sacó los afilados dientes de una doble hilera de dentadura y se aprehendió del vientre de Nam Joon. Lo rodeó con sus delgados brazos y por más que el pescador quiso soltarse del agarre, la fuerza en los brazos de la criatura, no cedió, sino que se volvió mucho más fuerte (y mucho más asfixiante) en tanto pasaban los exasperantes segundos.


Kim cerró los ojos, tratando con todas sus fuerzas erguirse, pero… para cuándo quiso reaccionar, fue demasiado tarde.


Un mareo.


La bruma del cansancio.


La caliente sensación de un líquido borgoña emanando de su vientre le dijo entre susurros de inframundo que estaba metido en verdaderos problemas. La sangre comenzó a brotar por borbotones, en tanto el rostro de Ji Min se removía, mientras de igual manera removía todo dentro de Nam Joon con sus afilados dientes.


De inmediato el potente aroma del óxido embargó la bodega, y aunque Nam Joon quiso gritar por ayuda, de su garganta no salió el más minúsculo murmullo.














PARTE CINCO. SENTIDO DE VIDA

Lo que te obliga a respirar y morir
















Ji Min había emergido hacia el mundo de los hombres para bailar. Y había brotado de los infiernos para acabar con los hombres que osaban traspasar sus mares.


Amó sus piernas humanas desde el momento en que emergió de las profundidades de aquel furibundo océano. Pero nunca pensó que sus sueños traerían como consecuencia una sed insaciable de dolor y desdicha. ¿Y qué podía hacer?; Había soportado, durante la primera noche, la resequedad en sus labios y el calor incipiente en su garganta por lo poco. Pero, aunque se había bebido todo cuanto encontró en el almacén en donde lo había escondido el pescador, nada pareció saciar su sed. Lo sentía en medio de su pecho. La Maldición de la Luna estaba a punto de comenzar. Porque los tentáculos habían desaparecido, dando paso a una enorme cola de pez, que larga e imponente, se removía alrededor de sus caderas, regodeándose en su metamorfosis.


No tendría nada más qué hacer, que esperar pacientemente por ella, en la segunda noche. Pero entre el calor que otorgan los entablados y la brisa de la marea que se logra colar entre las pequeñas ventanas, se le estaba complicando pensar con claridad. ¿Sería que no había bebido la sangre suficiente?, ¿o sería que las leyendas de los hechizos no habían sido claros?


—¿Me amas? —siseó ante el pescador. Lo tomó del cuello con fuerza, empuñando las manos sobre su camiseta rota, ni siquiera la sangre humana, seca, fue capaz de hacerle retroceder. Era tarde. Estaba hambriento, y sediento también. Y el aroma de Nam Joon se volvía cada vez más insoportable, tentador; tensó su torso, sintiendo cómo la coleta se separada formando un par de piernas débiles y blanquecinas. Se levantó con ayuda del pescador y se abrazó a su pecho. Él se sentó en la única mesita de su habitación. Y Ji Min aprovechó para traspasar una pierna y sentarse a horcajadas sobre su regazo y recordó por qué amaba tanto su forma humana. ¿Cómo se habían atrevido las Grandes Brujas Oceánicas prohibirle tal dicha?; Siempre hablando sobre los infiernos, o sobre lo que era correcto, y lo que no. Ji Min ya no podía escucharlas. Cada vez que se las imaginaba, disfrutaba mancillar a las Ancianas en sueños, pues era el mínimo de venganza que merecían por todo lo que le habían hecho en el pasado. Siempre mirando hacia otro lado. Ignorando la sed que abrumadora crecía y crecía conforme el Siglo Cero se aproximaba—. Maldita sea, humano, ¿me amas? —dijo pasando sus fuertes manos hacia las mejillas del hombre. Su respiración agitada y el calor que había en su pelvis le hicieron saber que el hechizo estaba funcionando. Su desnudez hizo tragar saliva al pescador, quien no había podido librarse de su figura que, puesta sobre los ojos de los hombres, se convertía en algo más allá de lo irresistible, o lo pecaminoso, o lo blasfemo. Entonces... ¿Por qué no respondía?, ¿por qué no se arrastraba entre los pisos clamando una devoción de la que solo él era destinatario?


El pescador asintió atontadamente, con los ojos negros, dilatados y la boca tan abierta como la de un pez a punto de morir; Ji Min pudo sentirse orgulloso de sí mismo, de no ser porque le quedaba poco tiempo. La maldición estaba a punto de comenzar y necesitaba que todo estuviese en orden, de otra manera, el hechizo no se concretaría jamás, y se vería obligado a...


No.


Esa vida se acabó.


Ji Min no regresará al océano. Ni esta noche, ni ninguna otra.


Nam Joon suspiró cuando tuvo sus labios muy cerca del lóbulo de su oreja. Había algo extraño en su toque, pues no supo diferenciar si aquello era el toque gélido de la muerte sobre su piel, o un abrasador tacto que le derretía las carnes. La sirena llevaba el cabello tan negro como el vacío en el cielo y tan largo, como para pasarlo con suavidad detrás de la oreja con un dulce e infernal ademán. Y solo entonces se fijó por primera vez en su rostro, más allá de la bruma mental de su hechizo; De no estar tan oscuro, esos orbes le habrían mostrado un infierno verdemar, que entre cetrinas y brillosas pieles humanas, emanaban un par de escamas a la altura de los pómulos. Sus párpados, por el contrario, tan oscuros y rojizos como su boca ancha, entreabierta, a punto de devorarle. ¿Por qué no despertaba?, ¿por qué no podía despertar?, ¿por qué no quería despertar?


—Sí... —susurró fuera de sí mismo—. ¿De qué otra forma podría ser, Ji Min?


—Menos mal —respondió la bestia, hundiendo los dedos en su mejilla escamada. Un gemido sonoro emergió de su garganta cuando usó su fuerza para arrancarse parte de la mejilla. La carne se desprendió con tanta facilidad, que Ji Min no pudo evitar sonreír ante su victoria. Cuando levantó sus comisuras en una blasfema sonrisa, la carne incompleta se movió a la par, dejando que la sangre ennegrecida por la falta de oxígeno escurriera espesa por su barbilla—. Demuéstramelo.


La bestia infernal tomó el trozo de carne y con suavidad la empujó a través de los labios de Nam Joon, quien con la mirada perdida no podía hacer más que acatar las órdenes del pequeño tritón. Un poco de su salino sufrimiento se arremolinó en sus lagrimales. Aún si el hechizo estaba yendo bien, la mente del pescador no se había desligado del todo. Eso solo hizo más feliz a Ji Min. Significaba que el hombre era en verdad fuerte.


Le tapó la boca con una mano, mientras con la otra lo aprisionaba de la nuca. No lo dejaría respirar hasta que tragase, y mientras tanto, repartió besos suaves en sus pómulos y sus párpados, saboreando con premura el sudor de su piel excitada. La fuerza que ejerció fue tanta, que Nam Joon sintió que estaba a punto de romperse entre sus manos. Cuando supo que el humano había tragado por completo su carne, el tritón aproximó sus labios al lóbulo de su oreja, y desde lo profundo de su pecho plano, le susurró:


—Ve, pescador mío. Ve y tráeme mi alimento.


El cuerpo enorme de Nam Joon se levantó con brusquedad del asiento de madera, aun teniendo al tritón aprisionándole con sus piernas humanas. Se levantó soportando el peso, y cuando tomó su pequeña cintura, lo depositó con cuidado en el piso, segundos en los que Ji Min no le había desconectado la mirada en lo más mínimo. Nam Joon dejó la habitación, mientras la sirena curveaba la espalda en el suelo, mientras se regodeaba, de tan solo pensar... en el festín que se avecinaba.













PARTE SEIS. SIN FINALES

Brujo o pirata, al final es el mismo maleficio.












La noche maldita había llegado. Como el camino que recorre la naturaleza para descomponer un cuerpo —lento y al mismo tiempo, imperturbable—, la paciencia de Ji Min se agotaba a cada segundo. Se arrastró por la escalinata, usando solo la fuerza de sus manos. De haber estado vivo, sus mejillas se habrían tornado rojas por el esfuerzo, pero al llegar a la superficie, el plenilunio le mostró cuan blanco podía ser su rostro ante su presencia. A su izquierda, la tripulación murmuraba consternada por la manera en la que Nam Joon lucía, con los ojos tan negros como los de un verdugo, apuntando con su cuchillo al viejo Ji Cheol. El hombre apretujaba la quijada, mientras mantenía a dos de los tripulantes más jóvenes tras su espalda.


Las advertencias no funcionaron.


Ji Min disfrutó por primera vez en siglos el tacto del viento contra su pútrida piel, y se sintió tan dichoso. Se había arrastrado con las piernas débiles hacia la superficie. Cerró los ojos, deseando que aquel momento durara para siempre. Extendió los brazos hacia la luna, mientras con un ligero ademán en su barbilla, le daba a su dominado una nueva orden. Nam Joon se abalanzó sobre el viejo, y de un solo tajo, le abrió la panza como lo había hecho tantas veces con el pescado. No les dio tiempo de reaccionar. Nam Joon siempre fue el más corpulento de todos, y jamás en todos sus años de compañerismo, le habían ganado una pelea, ya fuera en juego o en verdaderas riñas. Estaban perdidos. Algunos corrieron a esconderse entre las laberínticas habitaciones en la parte baja del barco, pero no todos habían tenido tanta suerte.


Un poco de sangre se escurrió desde la esquina derecha, hasta tocar con mucha suavidad las piernas humanas de Ji Min.


La metamorfosis de su cuerpo le supo tan dulce. Tan gloriosa. Sintió cómo sus huesos se hicieron más fuertes y cómo sus nuevos músculos reunían la fuerza de todos sus muertos. Tiró de su cabeza hacia atrás, disfrutando el poder que, emanado de la luna, le hacía recobrar sus propias fuerzas y ronroneó como un gato. El hechizo estaba casi completo. Susurró una pequeña plegaria de maldición a través de sus regordetes labios, y cuando hubo terminado de rogar... Se levantó en ambas piernas por sobre los cuerpos de sus víctimas. El brillo aguamarina de su piel desnuda no le abandonó del todo, pues un par de escamas picaban en sus codos y piernas. Pero el rostro estaba intacto y las piernas eran lo suficientemente musculosas para pasearse por el mundo como el depredador que era. Seguro que ahora lucía como un ser humano cualquiera.


Se aproximó con levedad hacia su dominado.


Lucía tan magnífico, con los ojos tan negros como las profundidades del océano no explorado, en donde las bestias contaban piedras y volcanes marinos para pasar el rato. En donde conectaba el mar y la tierra con el inframundo. En donde los demonios nadaban con tanta libertad que, muy de vez en cuando, olvidaban sus deseos de dominar el mundo bajo sus temibles poderes. En donde podían sentir a la perfección cuando un ser humano tocaba las arenas en los bordes y, si así lo deseaban, les robaban las energías para regocijarse entre ellos; Su cabello revuelto, recortado cuidadosamente en un casquete cortito, cortito. Era la ceniza de los difuntos quienes tintaban sus hebras de recuerdos... ¿Sería que podría quedárselo cuando todo acabase? Como una mascota. Como un artilugio. Como un valioso e invaluable tesoro.


Caminó hasta el hombre convertido en asesino, y le tomó de las mejillas, dejando que la humedad de sus nuevas manos humanas se impregnara en su piel.


—¿Ahora me amarás más, no es así? —fue más una amenaza que una afirmación.


Nam Joon dejó caer el cuerpo del pequeño pelirrojo en la pila de cadáveres frescos y asintió en silencio. “Por supuesto que sí, Ji Min”, quiso decirle. Pero de inmediato la confusión abrumó su memoria.


¿Quién era Ji Min?


¿Alguna vez conoció a alguien con ese nombre?


¿Alguna vez...?


No.


En mar abierto, de pie en medio de una pila de cuerpos y sangre fresca, Nam Joon se supo tan ajeno. ¿Qué estaba haciendo?; La hermosura de la sirena estaba justo al frente, como la primera vez. ¿Por qué sentía que algo faltaba?, ¿por qué tal belleza le sabía a ultraje, a maleficio?


—¡Nam Joon!, ¿qué te sucede? —escuchó a sus espaldas—. ¡Despierta, maldita sea!


El mar comenzó a dar vueltas. ¿O era su mente la que mareada no encontraba un punto fijo?, ¿quién era Nam Joon?


Con una desesperación que no le caracterizaba, Min Yoon Gi temblaba, tomando su arpón con ambas manos, dispuesto a disparar a la bestia. Lo único que le obstaculizaba la vista, era el maldito cuerpo de Nam Joon, quien, de nuevo, se encargaba de defender a las personas equivocadas. Gruñó, enojado, impotente, genuinamente aterrado. No lo dirá en voz alta, pero Nam Joon no solo es un viejo compañero de pesca. No es solo el amor no correspondido que hasta día de hoy no ha podido sacar de su mente. No solo es lo más parecido a un amigo que ha tenido en su corta de desastrosa vida... Nam Joon había sido la persona más importante para Min Yoon Gi desde hacía muchos años. Pero el joven pelirrojo que le había dado la bienvenida al barco, yacía con el pecho abierto y los ojos opacos; y eso no era algo que pudiese ignorar, olvidar ni perdonar. Ho Seok había sido asesinado. Su tierno y puro compañero había sido asesinado por la persona que más amaba en el mundo.


¿Y qué se suponía que hiciese?


Pudo correr con los pocos sobrevivientes rumbo a la lancha salvavidas. Lejos del desastre. Pero no quería, no podía, abandonar a Nam Joon.


—Es ese malnacido engendro del demonio, ¿no es así? —masculló, de nuevo intentando apuntarle a través de Nam Joon. ¿Por qué tenía que ser tan malditamente enorme? La garganta seca. El corazón latiendo en sus sienes. Su mente demandaba un descanso. Y también estaba a punto de desmayarse, estaba seguro, lo sabía por el hormigueo en sus dedos y aquella bruma blanca a su alrededor.


Si pudiese burlar su guardia... Y dispararle al tritón.


Sí, Nam Joon quizá despertaría de su canto.


Corrió, rodeando la guardia de Kim y sintió una victoria al encontrar un punto libre para dispararle al tritón. Sin esperar un segundo soltó el gatillo. Pero la flecha fue a dar al hombro de Kim y Yoon Gi ahogó un grito de espanto cuando, ensangrentado y enfurecido, su querido amigo se aproximó con demasiada rapidez y le arrebató el arma. Ahora que lo tenía tan cerca, podía ver la sangre que escurría de su boca, el putrefacto aroma del pescado y la carne casi le hacen vomitar. Y cuando corre para huir, el hombre le toma del cuello, evitando que pueda defenderse de cualquier manera.


Min forcejea con todas las energías que le quedan.


Al fondo mira a la criatura con un recelo furibundo y atroz.


El tritón se está riendo.


Y es esa risa mefistofélica, terrible y burlona la que, taladrando sus oídos, se convierten en el último recuerdo que tiene de la tierra. Porque no puede hacer nada, cuando Nam Joon amarra un ancla a sus tobillos, aprovechando el mareo que viene después del enorme golpe que ha dado su cabeza contra el piso.


—¡No!, ¡Nam Joon!, ¡Tienes que desperta... —logra proferir... Justo antes de que el pescador lo doble sobre la borda y tire su cuerpo al mar.


Las risas del tritón amortiguadas por el cuerpo de agua, es lo último que puede escuchar antes de sumirse en un profundo sueño del que no sería capaz de despertar jamás.
















PARTE SIETE. EPÍLOGOS

Los finales son solo el inicio de otras nuevas historias.















Era una mañana tranquila, cuando el Lovibond tocó Tierra. Nadie en el pueblo sabía de dónde venía la embarcación, y después de un par de horas, los lugareños entendieron que la nave estaba vacía. Algunos niños volvieron la vista hacia la parte superior, en donde el cuerpo de un joven tan blanco como la misma arena extendía los larguiruchos brazos hacia los costados, como si quisiera tomar todo cuanto pudiera del sol y su calor.


Nam Joon miró a las marcadas costillas en el cuerpo desnudo de Ji Min. No supo por qué, pero quiso cubrirlo del mundo. Sin embargo, no se atrevió a acercarse a menos que con una mirada cautiva se lo ordenara. ¿Qué había hecho la noche anterior?, ¿y por qué sentía que no vivía cuando el hombrecito no le hablaba?; en tan poco tiempo, y por primera vez en su vida, sintió los deseos de matar por él. Y lo había hecho. Podía, dentro de su ensoñación, reconocer las miradas perdidas de los compañeros que le acompañaron cuando lo había perdido todo. Y habría pensado en llorar, de no ser por la figura de Ji Min que le reclamaba, su moral, su tristeza, su perturbación. Todo cuanto pudiera sentir siendo un humano, desaparecía detrás de sus labios muertos y azules. Y entonces sentía que algo hervía en su pecho en la boca del estómago, sin ser consciente de que aquello que se había tragado, se quedaría para siempre dentro de su sistema, convirtiéndolo poco menos que un sirviente.


—¿A dónde vas ahora?


Ji Min sonrió con dulzura, levantando sus comisuras, tintadas de una amarronada sangre desoxigenada que le supo a belleza y atrocidad convergentes. Ya no había escamas en su rostro, pero su piel tenía un ligero deje pálido, muerto. Como si no pudiese olvidar su procedencia, por más hechizos que la luna le otorgase. Y entonces pudo deducir un poco de la desgracia que se avecinaba y de la que, directa o indirectamente... Era responsable.


—En tierra hay más humanos —dijo casi con inocencia, mientras Nam Joon caminaba torpemente a su lado, apartando con su sola presencia a los curiosos que le veían bajar del barco—. Y yo todavía tengo hambre.

















FIN.

(¿o sería inicio?).

09112021 | Love, Sam 🌷


6 апреля 2022 г. 17:50 2 Отчет Добавить Подписаться
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Sam Hirsz ㅤ ㅤㅤㅤㅤㅤㅤ hi! this profile was written by samsam Escribir se convirtió en mi camino, trato de recorrerlo con paciencia, disfrutando del viaje y aprendiendo en el proceso.

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Mae, Mae. Mae, Mae.
POR FIN LO TERMINO, YES. YO ES QUE NO PUEDO— No puedo con tanto. Esto fue tan interesante que me dan ganas de llorar. La redacción, la estructura, los personajes (y el cómo detallaste algunas relaciones interpersonales de una manera tan sutil...) ¿Hay algo que no hagas bien? 😭💕 Ni hablemos de la portada porque lloro también. Ah, que lectura tan placentera. Que viaje, qué... De todo. No sé si esto era para un reto o un concurso or whatever, pero si es así, estoy segura de que ya ganaste. Tus letras me devuelven la esperanza en la humanidad, LMAO.

  • Sam Hirsz ㅤ Sam Hirsz ㅤ
    Ahhh, me alegra muchísimo que te gustara así, ajskjad. —me alegra todavía más que pudieras leerlo sin los errores de wattpad—. ❤️ Síp, es para un concurso de allá, aunque quién sabe, estaba mirando algunos d ellos escritos de los demás concursantes y están muy buenos, owo, so... ¡Deséame suerte! Jaja. De cualquier manera, independientemente del concurso, fue una idea interesante de tratar (además de que es la primera historia con Nam de protagonista que termino 🥰❤️). ¡De nuevo, gracias por el amor! November 11, 2021, 14:45
~