Короткий рассказ
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Hospital – Centro – Cementerio Nvo.

Hubo una época que poseer lo último en tecnología no tenía la importancia de ahora; en mi calle, por ejemplo, algunas casas no tenían televisor, y en otras era en blanco y negro; sólo en una había 2, siendo el segundo uno casi portátil de 9 pulgadas; pero grande o pequeño, a color o blanco y negro, cumplía a cabalidad su misión de transculturizarnos.

Nosotros teníamos un viejo gigantón; una especie de cubo de 29 pulgadas en blanco y negro; sobreviviente de la era de las válvulas al vacío (Dios sabe de dónde lo sacó mi madre); cuando se calentaba se le iba la imagen, así que tratábamos de encenderlo solamente en las tardes, después del mediodía. Hasta que, cierta tarde a Carmen, la muchacha que nos cuidaba se le ocurrió una idea genial, hizo que su novio le quitara la tapa trasera y le puso un ventilador a toda potencia apuntándole directamente; gracias a eso, ella y Judith, la criada de Doña Rita, podían ver completas las novelas del medio día; para mí lo más importante estaba detrás de la pantalla, me sentía fascinado por aquel montón de transistores, filamentos luminosos, cables raros y todo tipo de aparaticos, se me parecía una ciudad futurista, similar a aquella dónde Ultraman se enfrentaba a los monstruos del espacio. En las noches, después de la cena, era el centro de un ritual que se cumplía con precisión suiza; en la Casa aparecían de la nada algunas vecinas, entre ellas Lola, una señora mayor que vivía en el traspatio, y sentadas en la sala con mi madre y Carmen comentaban la noticias del día, dándole prioridad a las del Barrio. A las 9, puntual, comenzaba la novela estelar; Yo me auto confinaba en mi cuarto entreteniéndome con cualquier cosa, mi pasatiempo favorito era construir edificios con dominós; mientras escuchaba desde la sala comentar cada escena como si ocurriera en la vida real. A las 10, tan pronto como terminaba, una a una se retiraban a sus casas, con excepción de Lola, quien con mi madre se quedaba viendo entre susurros el noticiero. Para entonces, mi atención estaba en otro lugar; asomado en mi ventana podía ver un ángulo de la esquina que daba a la calle principal, entonces, se presentaba escoltado por un alboroto de perros, el último autobús de la cooperativa; se suponía que venía del centro, y que se llenaba de pasajeros hasta el techo, sin embargo, al pasar por mi esquina, sólo llevaba uno, un viejo harapiento con un enorme saco cargado de botellas y latas vacías; cada 3 días se detenía en la esquina y abordaba un último pasajero, el Licenciado Rodríguez.

Era inevitable que el Licenciado Rodríguez produjera comentarios cada vez que aparecía; él también cumplía un ritual, a las 6 se aparecía en la barra del abasto de la esquina solicitando un café y un cigarrillo, luego tomaba el periódico de la mañana y comenzaba a leerlo haciendo comentarios en voz alta.

-¡¿Cómo que la Inflación está en 18?!, cualquier pendejo con una calculadora se da cuenta que está en 25.-O bien, -¡¿Cómo se le ocurre a Molina decir eso?!, desde Caracas la línea del Partido es no apoyar el tratado con Colombia; este fin de semana en el congreso del Partido lo pongo en agenda, ¡Hay que sacarlo del Ministerio!, seguro que Teodoro me va a apoyar.

-Disculpe Licenciado, ¿Ud. Está hablando de Teodoro Sánchez, el Ministro de Obras Públicas?, ¿Ud. Lo conoce?. –Por supuesto que nunca faltaba alguien que le escuchara.

-¿A Teodorito?, ¡Cómo no!, bastante piedra que le tiramos a Seguridad Nacional en la época de Pérez Jiménez; yo era Presidente del Centro de Estudiantes del Lisandro Alvarado y él Secretario Juvenil del Partido.

-Es que están por comenzar a construir la nueva sede de la Gobernación, y Yo pensé que con una carta de recomendación del Ministro, el Sindicato me podía meté.

-¡Vale no es necesario!, el contratista de esa obra es el italiano este… ¡Pugliotti!, ¡Yo lo conozco!, con decirte que una vez nos invitaron a una cena en la finca del Presidente de la República, y el Italiano ¡se echó una pea! que no podía ni moverse, me tocó acostarlo en el asiento de atrás de su camioneta… él tiene una “Grand Wagon” vino tinto.

-¡Si si!

-Bueno, me tocó traerme la camioneta desde San Juan de los Morros con el condenao italiano atrás… No te preocupes, Yo hablo con Pugliotti y él te mete como personal de confianza.

-¡Gracias Licenciado!, ¡Se lo agradezco!.

-Si chico… Ese italiano bebe como un loco… Mira Portu, ¿Cuánto es lo mío?.

-¡No Licenciado!, Yo le brindo…¡Portu anótamelo!.

-Gracias amigo, el martes te dejo la razón con Rita.

A todo eso, el portugués me había despachado una pepsicola grande, 1 pan de Tunja y un Cheese tris. Después bajábamos por la misma calle, pero cada uno por su acera, yo por la de mi casa, y él por la de la casa de Doña Rita.

Cuando se refería a Doña Rita Lola le llamaba niña vieja, mientras que para Judith (su criada) era simplemente la solterona; que Yo sepa, nunca tuvo pareja ni nada parecido, salvo por el Licenciado Rodríguez, quien cada 3 días se instalaba en su sala a ver televisión mientras era atendido a cuerpo de rey por Doña Rita y Judith; a las 10, se despedía con un insípido beso y se iba en el autobús que pasaba después de las 10.

Doña Rita trabajaba en una oficina del Gobierno; vivía sola, así que Judith solía desocuparse temprano; a veces, se iba para la casa a ver con Carmen viejas películas mexicanas que pasaban después de las telenovelas. Una tarde, durante los comerciales, salió a colación el Licenciado Rodríguez sin aviso ni protesto.

-Epa Carmen, tu sabes que Rodríguez me dice que Yo tengo el tipo de actriz de televisión.

-¡¿Tú?!, perdóname, pero Yo estoy cansá de ver telenovelas y nunca he visto una negrita de protagonista.

-¡Chica no seas gafa!, ¡no ves que las blanquean a fuerza de polvorete!.

-¡Ay no sé!, a mí me parece que no es tan fácil.

Por supuesto, el viejo autobús no sólo pasaba después de las 10; más de una vez le vi pasar rumbo al centro alrededor de las 5:30; también los sábados en la mañana, cuando mi padre nos visitaba y llevaba de paseo; y los domingos en la tarde, entonces nosotros visitábamos a la abuela. Con el sol entrándole por todas partes, repleto de pasajeros y el tráfico a su alrededor, se veía muy diferente, desencajaba en todo eso, supongo que tal diferencia era por el hecho de viajar en sentido contrario.

Mi puesto favorito era uno que casi siempre estaba desocupado; justo encima de los cauchos traseros, la razón de ambas circunstancias era el guardafango interno; para los mayores era una tortura tener que viajar casi de cuclillas, mientras que para mis pequeñas piernas era perfecto; en ocasiones hacía todo el trayecto de pie sobre el guardafango, observando un trayecto que me conocía de memoria, es interesante cuando me doy cuenta que la zona de la ciudad por la que pasábamos aún conserva mucha de la arquitectura de esa época.

No sé si por algún extraño sortilegio o casualidad, casi nunca pasaba cuando salía Doña Rita; sola o con el Licenciado Rodríguez, solía tomar un taxi libre (en el barrio Vivian muchos choferes), o en el peor de los casos un por puesto (microbús, guagua), en aquel entonces eran una novedad las camionetas de 24 puestos; la Municipalidad les zonificó por rutas numeradas, siendo la número 10 la que pasaba por mi barrio (actualmente son 25).

Con Carmen y Judith era otra historia; siendo el novio de Carmen chofer de una ruta, casi siempre viajaban gratis; así que nada tenían que buscar en un traste oxidado que ni siquiera tenía radio.

Cuando pasaba y había niños jugando era una fiesta; algunos le perseguían cuadras enteras gritándole cosas como: Échenle paja a esa burra, o, ese prende con un fósforo (cerillo), o también; allí viajaba Trucutrú; otros, más osados, montados en patines, patinetas, bicicletas o los llamados carritos de rolineras, se colgaban de sus latas oxidadas dejándose llevar justo hasta la esquina de mi calle; allí, aprovechando la pendiente, tomaban mayor impulso y pasaban frente a mi casa a toda velocidad, hasta perderse en una pequeña quebrada que partía en 2 mi calle y el barrio.

Cuando algo que casi nunca ocurre se da al mismo tiempo que algo frecuente, las consecuencias suelen ser inesperadas; cierta tarde de sábado, Doña Rita caminaba del brazo con el Licenciado Rodríguez, cuando pasó el viejo autobús con su cola de malandrines; al soltarse, uno de los muchachos se montó en la acera pasando entre la pareja, no llegó a tocar a ninguno, pero el susto y la turbulencia fueron más que suficientes para derribar a la Señora, armándose un alboroto de marca mayor; de las casas salían señoras blandiendo escobas y hombres sin camisa manoteando al aire, lanzando todas las groserías conocidas (y otras que aprendí ese día), dispuestos a llevarse por delante a cualquiera que tuviera menos de 14 años; mientras los acróbatas con habilidad felina, se les acercaban para evadirlos burlándose de ellos. Entre tanto; el Licenciado Rodríguez ayudó a Doña Rita a levantarse, y junto con Judith (a quien todo eso en un principio le provocó risas), le llevaron de vuelta a su casa; 2 minutos después todo volvía a la normalidad, y cada quien se regresaba a su casa a comentar el suceso; Doña Rita pasó el resto de la tarde acostada, atendida por Judith mientras el Licenciado Rodríguez la hacía guardia en la sala, tuvo el buen gesto de no encender el televisor.

Esa noche, y durante los siguientes días todo el mundo opinó del incidente: “¡Hasta cuando tenemos que soportar esos trostones viejos!”, dijo mi madre. “Es por falta de correa que esos malganzones hacen los que les da la gana”, opinó Lola. “¿Vites?, la vieja cayó patas pá rriba”, le dijo Judith a Carmen, una mañana que barrían el frente de cada casa. “La semana pasada casi matan a Don Pascual”, comentó el portugués del abasto. “Eso no pasa en Europa, allá los niños son muy educados, además hay vías especiales para las bicicletas”, sentenció el Licenciado Rodríguez.

“Le voy a financiar un carro a Rita”. Soltó el Licenciado Rodríguez en la barra del abasto sin que nadie le preguntara. “Este fin de semana me voy pá caracas a negociar con mi primo Alfredo, que es Gerente Latinoamericano de la General Motors”.

“La Vieja quiere que Rodríguez le pague un carro”. Le protestó Judith a Carmen una tarde, mientras dos galanes sobre actuados, se peleaban por una ex reina de belleza disfrazada de campesina. “Ella pone la inicial y él queda pagando los giros disque como fiador”.

La versión de Lola fue esta: “¡Rita se va a comprar un carro!, Rodríguez la va a hacer las diligencias por Caracas, dice por allá sale más rápido y no hay que pagá comisión pá la agencia”.

Entre tanto, a los mocosos de la cuadra nos entusiasmaba la idea de ver por primera vez en nuestras vidas un carro nuevo. La semana transcurrió y llegó el sábado siguiente, ese día Judith tomó sus cosas y se fue; días antes le había comentado a Carmen que aprovecharía la ausencia del Licenciado Rodríguez para irse a pasar unos días con sus padres.

-¡Cuidado con una vaina caragita!. Le refutó Carmen.-Mira que tu tienes mucho tamaño pero eres una tripona de 13, Yo al menos ya tengo 18 y estoy medio corrida, pero tú tas agarrando mucho vuelo pá lo poco que has vivido-.

-¡Ah pues chica!.

El viernes se había ido el Licenciado Rodríguez, exactamente como era su costumbre; a las 10 el insulso beso a Doña Rita, 5 minutos parado en la esquina, y al final, el autobús que pasaba después de las 10.

Después de varios días tranquilos; lo que comenzó como un simple comentario al margen de las conversaciones, creció y se desbordó en un torrente de debates y discusiones: “Doña Rita está un poco preocupada porque Rodríguez no le ha llamado a la oficina.

Luego: Parece que el número está malo, Ella marca pero la llamada no cae”.

Otro día: “¡Ay Dios!, en el número que le dieron le dicen que allí no conocen a ningún Licenciado Rodríguez”. Y, para finalizar, al mes: “La P.T.J. dice que el cheque lo cobraron aquí y no en Caracas, y que lo hicieron efectivo, no lo depositaron a ninguna cuenta”.

En medio de todo eso; un domingo amanecieron los padres de Judith instalados en la puerta de la casa de Doña Rita; Querían visitar a su muchachita, que llevaba mas de 2 meses sin saber de ella. Al medio día, la mitad de la calle estaba en la sala de mi casa rodeando a Carmen, quien entre sollozos sólo decía, “¡yo no se nada, yo no se nada! ”, escoltada por su novio, quien tenía cara de querer caerse a golpes con cualquiera.

Antes que llegaran las lluvias otras cosas ocurrieron; durante los días siguientes al escándalo de Judith y el Licenciado Rodríguez, Doña Rita se convirtió en una especie de zombi, entraba y salía de su casa como una autómata, sin hablar con nadie ni mirar a ninguna parte mas allá de su nariz. Hasta que el barrio dejó de hablar de Ella; otro escándalo había ocurrido, algo relacionado con el hijo del Portugués y la Policía; así que pocos comentaron cuando llegó con 2 perros doberman destroza-pelotas; con el tiempo llegó a encariñarse tanto con ellos, que les besaba en el hocico y les decía mis hijos, cada vez que regresaba del trabajo, aunque no pasó mucho tiempo antes que le llegara la jubilación.

Un domingo, Carmen nos abrazó, tomó sus cosas y se paró en la esquina; lo último que recuerdo de Ella, fue que subió al Por Puesto que manejaba su novio y se alejó por la avenida principal rumbo al centro.

El autobús que pasaba después de las 10 nunca más se volvió a parar en la esquina de mi calle; pero su lentitud era tal que desde mi ventana podía verlo en detalle; una noche advertí que el viejo del saco no estaba en su puesto habitual, en la última fila del lado derecho; La noche siguiente le seguí con la vista fila por fila, ¡pero nada!, el viejo del saco no abordó el autobús esa noche; repetí la operación cada noche durante semanas con el mismo resultado; el autobús que pasaba después de las 10 iba completamente vacío.

Así que, cuando le tocó pasar bajo la primera lluvia nocturna, no había nadie para quejarse de las ventanillas atascadas; llovió cada noche de los primeros 7 días, queriendo recuperar el tiempo perdido tras un verano prolongado, provocando cambios de todo tipo; con la quebrada llena de agua y fango y el asfalto resbaloso, varios muchachos terminaros cayendo de bruces sobre la acera, olvidándose de la costumbre de colgarse del viejo autobús; las vecinas desaparecieron de la sala de mi casa, incluso Lola; Con la ida de Carmen, apareció Dóris, una alborotada mujer mas o menos de la edad de mi madre, llena de kilos, poco dada a ver telenovelas pero si a escuchar rancheras en la radio, y que se marchaba tan pronto como mi madre llagaba de la oficina; Ella ya no tenía con quien ver televisión en la sala, así que a las 10, después de la novela, lo apagaba y se retiraba a su cuarto. Yo seguía asomándome a la ventana, aunque ya no me interesaba tanto ver al autobús pasar; la mayor parte de mi atención se centraba en los estragos de la lluvia en el jardín; las flores, que habían emergido triunfantes y orgullosas, ahora aparecían parcialmente desojadas, humilladas bajo el peso de tanta agua caída; los arbustos, más inteligentes y discretos, aprovecharon para deshacerse de hojas y ramas secas; desde la quebrada, el canto de los sapos sólo era superado por el chim chim del agua cayendo sobre los techos de zinc; pero el olor a maleza podrida no tenía contraparte.

Había estado observando una flota de vasos plásticos bajando por la calzada, cuando escuché los perros de Doña Rita; pero su ladrido no era el acostumbrado duro y agresivo, sino, un aullido apagado, como si algo les doliera o asustara; entonces apareció el autobús, tan lento como siempre y mas destartalado que nunca; al llegar a la esquina pareció detenerse, pero no fue por un pasajero, simplemente no pudo más y lentamente como una pasta de jabón bajo la regadera, comenzó a derretirse; simultáneamente se hicieron nada el techo, las ventanillas y los cauchos; después los asientos y parte de la carrocería; todo pasó frente a mí por la calzada rumbo a la quebrada, incluso algunas cosas que no se desasieron como los faros (que pasaron alumbrando al cielo), y el letrero “Hospital – Centro – Cementerio Nvo”, nada quedó del autobús, todo se fue por la quebrada.

El día siguiente amaneció nublado pero sin lluvia; con la mitad de los adultos del barrio asomados en las orillas de la quebrada observando el paso del agua; yo me uní al grupo después del mediodía, al volver de la escuela, busqué cualquier indicio, cualquier metal que sirviera de evidencia, pero fue inútil, se lo había tragado la quebrada. Cuando llegó mi madre, la quebrada había bajado a un nivel normal; además, Ella tenía un tema de conversación más importante para los adultos; lo rápidos y cómodos que eran los nuevos autobuses de la Gobernación. Por mi parte, hice lo de siempre, a las 10 me asomé en la ventana a ver hacia la esquina; y ciertamente pasó uno un poco más tarde, blanco, de altas y grandes ventanales emitiendo una especie de zumbido pasó tan rápido que los perros no tuvieron tiempo de reaccionar.

Algún tiempo después, mi madre decidió que ya era grandecito como para poder estar solo en la tardes al llegar de la Escuela; así que le encargó a Lola que me hiciera el almuerzo y me diera una vuelta de vez en cuando; semejante libertad me permitió 2 cosas; ver todas las comiquitas (dibujos animados), que podía, y expandir mis horizontes. Me uní a un grupo de cazadores de lagartijas, aunque mi interés principal era la exploración geográfica; por ejemplo, descubrí que la quebrada efectivamente cortaba todas las calles transversales del barrio, bajando paralela a la avenida principal; y que desembocaba en una mucho más grande, que corría al margen de otro barrio.

Con las vacaciones escolares llegamos al llamado puente de la autopista; cada domingo y algunos sábados de mi vida había pasado sobre ese puente, transitando la vía que iba para el Este al centro de la Ciudad, y al Oeste a otra ciudad; del lado sur estaban los llamados barrios del oeste, uno de los cuales era el mío; y del lado norte una extraña acumulación de galpones y talleres. Ese era destino de nuestra exploración cuando pasamos bajo el puente, aprensivos de no pisar por error alguna serpiente. Al avanzar, percaté con cierta decepción que casi todos los galpones estaban abandonados; la mayoría cerrados, y los equipos que quedaban fuera mostraban óxido y abandono de años; en el fondo de la quebrada yacían otros equipos, cajas, pipas de metal, y toda clase de lingotes, pastillas y formas continuas de plástico, metales y otros materiales que nunca pude identificar. Entonces, un sonido hueco llamó mi atención del otro lado; algunos muchachos con sus resorteras le habían dado a algo metálico pero hueco; ¡allí estaba!, volcado en la otra ladera, sólo quedaba de él el armazón de la carrocería, sin nada de pintura, pero el sol se había encargado de grabar directamente en el metal oxidado; “Hospital – Centro – Cementerio Nvo.

Cuando entré al liceo, los autobuses de la Gobernación habían desaparecido también; quedando el negocio del transporte público en manos de las rutas, que es lo mismo decir, del Sindicato. En cierta forma, Judith cumplió su deseo de ser actriz de telenovelas; fue en una escena de 5 minutos haciendo el papel de mucama.

12 ноября 2021 г. 0:00 0 Отчет Добавить Подписаться
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