Al abrir los ojos, se sintió confundido durante unos segundos, contemplando un techo color crema con manchas de suciedad, que le era a la vez familiar y extraño. Notó el cuerpo entumecido y torpe, como en las horas posteriores a la resaca de un viernes noche cualquiera, y al poco comenzó a advertir las conversaciones a su alrededor...
¿Esa era su madre, la que lloraba?...
Intentó girar la cabeza y notó algo tirante y molesto en la cara. Quiso quitárselo, pero alguien le sujetó el brazo y se lo impidió. La vista la tenía borrosa, le costaba enfocar. Hasta las pestañas se empeñaban en enredarse e impedirle abrir los ojos del todo.
—¡Está despierto! ¡Está despierto! —gritó alguien a su lado, no supo identificar la voz.
Oyó un rumor de sillas desplazadas y de repente su campo visual se llenó de rostros conocidos y ansiosos...
—¡Brian!, ¿Brian?, ¿Me oyes?
Por el amor de Dios, cómo no iba a oírla si le estaba gritando a unos centímetros de la cara.
Esa había sido su madre, con un rostro que le pareció entrever hinchado y desencajado, aferrándose a sus hombros, sacudiéndolo.
"¿Por qué lloras esta vez?", se escuchó susurrar a sí mismo en su cabeza.
Intentó contestar, pero la garganta estaba seca y tenía algo en ella que no le dejaba tragar... "¿Un tubo?".
La comprensión llegó lenta. Ya se había sentido así una vez, cuando unos años antes se encontró entre la vida y la muerte, en el hospital.
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