grishaes Silvia⁷

Es común que el respeto tan profundo como el que tiene un actor por su director se confunda con algo más. Es normal quedar encantado con un actor que da vida a personajes de íntimas historias que, como guionista y director, has escrito con mimo a altas horas de la noche. Sumadas las largas sesiones de trabajo codo con codo era irremediable que sintieran curiosidad el uno por el otro. Por saber cómo pensaban. Cómo se comportaban fuera del trabajo. Cómo tendrían la casa decorada. Cómo de organizados serían sus despachos. Cuántos cuadros les servirían de inspiración cada día. Cuántos tipos de copa para vino tendrían. Cuán cómodas se les antojarían las sábanas desconocidas. O cómo de maniáticos serían con sus rutinas matinales. Se morían por saber más, y más. Cómo sería una vida a su lado. Cuántas cosas podría aprender de él despertándose a su lado cada mañana. Tenían bien claro lo que sentían. Que nadie se atreviera a decir que confundieron sus sentimientos. Que nadie tuviera la indecencia de decirles qué era lo que ellos sentían en el momento que se dijeron el "sí, quiero". Que ni un alma les llamara insensatos o ingenuos. Porque no podrían estar más equivocados. Pero si nadie les avisaba, ¿quién les iba a decir que la curiosidad tenía fecha de caducidad?


Фанфикшн Знаменитости 18+. © Portada creada por Cristina S.N, co-autora.

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ACT I: THE FIRST DEATH

Taehyung tenía un muy buen motivo para sonreír ese día y otro motivo, siendo algo así como la otra cara de la moneda, para llorar desconsoladamente. Él se lo había buscado, y a su vez, era terriblemente humano tratar de de justificar sus decisiones para aliviar esa culpa. Había leído en algún lugar, en alguna ocasión, que explicarse suponía admitir una derrota personal y eso era lo que estaba haciendo. No había sido ni un buen marido, ni un buen amigo. No había sido una buena persona. A veces las relaciones sentimentales se enfrían, no de la noche a la mañana, pero sí progresivamente si no se le pone remedio alguno.


A falta de remedio, había buscado consuelo en otra persona que le había obsequiado con un precioso motivo para sonreír. Los nuevos brazos eran jóvenes y ardientes, eran apasionados y dulces y le habían dado un motivo para pecar, al que no había dudado no más de varias semanas entre rodaje y rodaje, esquivando a la prensa rosa y dejando pistas para que su marido, de algún modo, notara que fallaba algo. No había tenido el valor de admitir que le estaba siendo infiel de buenas a primeras, pero sí había preparado el terreno, como si sintiera que le debía una justificación progresiva. "Lo siento mucho, Yoongi" fue lo que pensaba cuando se besaba con su joven amante, que le hacía renacer esas mariposas en el estómago. "No te lo mereces, Yoongi" fue lo que reconoció cuando se acostó con el otro, se enredó en sus sábanas y pasó una noche de ensueño como nunca antes en mucho tiempo.


Al día siguiente, se dijo a sí mismo que la verdad debía salir a la luz. Taehyung estaba bebiendo vino. Necesitaba ese ardor en la garganta que no supiera a sal. Necesitaba calmar esos nervios, que no fuera con nicotina. A Yoongi no le gustaba que fumara dentro del apartamento y por mínimo que fuera, podía respetar eso. Estaba lloviendo a cántaros como para darse un chute con el cigarrillo electrónico en el balcón. Los minutos pasaban y el sonido de la tormenta se intensificaba; iba acorde con el estruendoso corazón de Taehyung.


—Tenemos que hablar —anunció con voz queda, en el instante en el que Yoongi apareció en la cocina tras su ducha, abrigado tan solo con un albornoz.


El infiel seguía vestido con su ropa de calle, húmeda por el chubasco que le había pillado entre coches privados y sin paraguas. Más pruebas de su infidelidad se encontraban en el fuerte olor en su americana y los labios hinchados. La copa le temblaba entre los dedos y el vino seguía depositado en el fondo, su mirada desenfocada en un llanto que no quería salir porque se arrepentía de existir.


—Vale —respondió, con un deje inseguro en su voz. Taehyung podía intuir que le desquiciaba verle todavía en su ropa de diario, sin ponerse cómodo en su propia casa. Empapado. Le veía ojeando repetidas veces su mano, como si quisiera comprobar que el anillo continuaba decorando el anular—. ¿No prefieres cambiarte y entrar en calor antes?

Como aquel que prevé cuando un vaso se va a precipitar por el borde de una mesa y caerá al suelo, Taehyung se había quedado de brazos cruzados ante el inminente desastre, alelado y sentimentalmente inservible; solo se había alertado cuando el cristal se había hecho añicos a sus pies, cuando el desastre le había salpicado y también había dañado a Yoongi. De alguna u otra manera, se podía imaginar que la conexión tan especial que tenían no se había muerto, pero sí la convivencia había hecho el desgaste y la profesionalidad se había impuesto a lo romántico. Eran dos personas muy parecidas y no siempre sus piezas encajaban porque sus muescas no cumplían las mismas características. Y aquella conversación acerca de la compatibilidad y la química y la primera muerte de su amor la estaban aplazando como un par de niños que no querían oír la verdad. Cada uno había operado por su lado: Taehyung buscándose una pasión carnal que no encontraba en su propio dormitorio, un cariño que en el matrimonio ya no funcionaba; Yoongi trabajando el doble, creando obras de arte, inspirándose en su propio dolor.


El motivo de su viaje había sido falso desde un buen comienzo. Las ironías no dejaban de sucederse, de darle de patadas a su marido y haciendo que el guion de sus vidas durante los últimos meses pareciera escrito por el mismo Yoongi, con ese humor negro y ácido. Taehyung negó con la cabeza y descartó el dulce consejo de su marido. Incluso en esa voz mascada, como la llamita de una vela prendida que emite su olorcito cándido y acogedor, tenía la decencia de aconsejarle que se pusiera ropa cómoda. Pero Taehyung no se sentía cómodo con su propia piel siquiera. Más bien, su dulzura le hizo emitir un sollozo que murió en la garganta, grave y amargo. No se merecía su amabilidad sino su mordacidad


—Si me dijeras que ya te olías esta conversación, me lo pondrías más fácil. —Dejó la copa en la barra e hizo de tripas corazón para voltearse en el taburete, enfrentarse a su marido y a admitir su falta de respeto—. Pero te lo debo. Debes oírlo de mí.


Se llevó una mano a la rodilla, allá donde la ropa se le adhería por la lluvia y se arañó el muslo, buscando estabilidad y que las palabras salieran despedidas tal y como había estado practicando.


—No me he ido con mis padres. Qué va. Menuda excusa barata, ¿no? Este viaje estaba planeado desde hacía tiempo. Pero antes no me ha impedido verle. Y ha surgido. Dios. —Soltó una risa amarga, olvidando el sabor del vino y lagrimeando un poco. Ya no veía los contornos de la figura ajena dentro de su campo de visión—. Lo he hecho pensando totalmente en mí. Me he dejado llevar. Lo necesitaba. —Tanto como necesitaba un mínimo de comprensión por su parte—. Y es tan hipócrita decir que he pensado en nosotros y en que estamos tan mal que ha tenido que ser así, por narices... —A Taehyung nunca le había costado tanto sostenerle la mirada a nadie, mucho menos al contrario—. Joder, Yoongi, me he acostado con alguien.


Era aparente que Yoongi se había atragantado con sus palabras, que lo único que podía hacer fue apoyar los antebrazos en la encimera e hipnotizarse con el vino que hacía dar vueltas en la copa.


—Te has acostado con alguien. —Se hizo el silencio durante unos segundos. Se podía palpar que Yoongi se tomaba su tiempo para ser cauto con sus palabras, con la cabeza gacha.


La confesión significaba quitarse un peso de encima: una idea completamente equivocada, brotada de una inocencia largo tiempo perdida. No en el caso de Taehyung, por supuesto, porque había obrado mal y había seguido haciéndolo, entregando su corazón a una persona nueva que estaba haciendo tantísimo por él y regalándole una renovada pasión que no pudo resistirse. Tampoco era cuestión de debilidad sino, tal y como le había admitido a Yoongi, de necesidad. ¿Le convertía en una persona más decente si se arrepentía de cómo habían sucedido los acontecimientos? ¿Era todavía más horrible al valorar que esa infidelidad suponía un punto y final en esa relación que llevaba tiempo estancada y que necesitaba ser discutida como Dios mandaba? Uno solo no podía tomar esas decisiones pero, mientras tanto, Taehyung escuchó a su corazón y se dio el gusto de sentirse terriblemente atraído por otra persona.


—No te hago feliz.


No era una pregunta.


Se escuchaban las agujas del reloj de la cocina avanzar para mantener ese silencio en el diálogo roto. Yoongi se cubrió el rostro con las manos. Se oían sus respiraciones agitadas y acompasadas, Taehyung ya no reprimía el llanto y se le llenaba los ojos como nunca antes. Cada lágrima describía el arrepentimiento y el alivio que sentía, así como la furia trepar en su garganta en unos gruñidos inentendibles, porque quería que Yoongi le golpeara (y sabía que nunca lo haría) o le alzara la voz (y sabía que nunca lo haría), que le hiciera sentir la mierda de persona que era.


—No, no digas eso. En su día me hiciste muy feliz. Me tratas bien. Eres bueno —repuso Taehyung.


Se toqueteaba el anillo de casado del dedo anular, lo giraba una y otra y otra vez. Quisiera tocarle los brazos y retirarle las manos del rostro, que no se infringiera más daño del que ya le había causado Taehyung. Pero tocarle con esas manos que habían dado placer a otro hombre, sería un insulto más a añadir a la lista.


—¿Qué voy a decir? Ni siquiera me puedo enfadar contigo. —Se arañó el pómulo involuntariamente al descubrirse el rostro—. Lo sabía. Lo veía venir. Pero... Dios, cuánto deseaba que no fuera verdad. Pero es así. Cada vez estabas menos en casa. Cada vez entendías menos mi humor. Como si te estuviera cambiando. Claro, te adaptabas al de... Y, de repente, ya no olías a ti. O a lo que yo recuerdo... —decía con voz temblorosa.


Taehyung escuchaba sus alegatos, se limpiaba las lágrimas con los nudillos y procuraba mirarle sin ver, según exponía las pistas infalibles que conducían a su infidelidad. Acertaba de pleno en cada aspecto, lo cual favorecía que los hombros de Taehyung se hundieran bajo el peso de losas de mármol que Yoongi dejaba caer con su voz contundente pero igualmente afectada. Se preguntaba, de todos modos, si él consideraría esa confesión como una liberación o si seguiría siendo el insulto que era: te he metido los cuernos porque no me llenas.


—Las necesidades cambian —se excusaba—. No había manera de saberlo... Dejé de notar que nos complementábamos, Yoongi. Que estábamos atascados. No me he ido con otra persona solo por puro sexo. Estoy cansado de insultarte... Lo siento de verdad.


—¿Y sabe esta persona que estás casado? —Le interrumpió con voz pesada.


—Sí, es... Le conoces y te conoce. He sido yo quien le ha animado a seguir con esto. —Por tantas semanas manteniendo ese sucio secreto, reconocía que abrirse ante Yoongi era tan sencillo como encenderse un cigarrillo e igual de reconfortante que aspirar la esencia mentolada de su juul favorito—. Es Jungkook, el becario. He estado con él estos días en su casa. Mierda, mierda, lo siento tantísimo…


Yoongi parecía estar debatiéndose entre la risa amarga y el llanto. Habían pasado tanto tiempo juntos como para que Yoongi supiera que Taehyung seguía confiando en él. Incluso para destapar ese tipo de secretos. Al menos se disculpaba por ser humano, por querer crecer emocionalmente con otra persona que, muy a su pesar, ya no era su marido. Era evidente que ninguno de los dos disfrutaba con ver al otro sufriendo, atragantándose con sus palabras o rompiendo frases aceleradas. Porque no debía tomarse los cuernos como un ataque personal sino, como le había dicho, como una necesidad personal. Sabía que sus disculpas eran honestas, ¿verdad? Tan solo había que verle. Le conocía bien. Él no era de decir las cosas por decir. Las palabras vacías no existían entre ellos.


—Entiendo. —El vino era un mero adorno a esas alturas cuando lo único que sabía que le apetecería a Yoongi sería destrozarse las cutículas con los dientes, arrancarse la piel a tiras, y no podría hacerlo. No después de que le insistiera tanto en que se deshiciera de ese mal hábito y consiguiera tener unas uñas más o menos decentes—. Deja de disculparte, por favor.


» No quiero que pienses que eres un monstruo por sentir como un humano, ¿vale? —Se detuvo para coger una servilleta para él también cuando su cuerpo no pudo retener más las lágrimas y rompió a llorar en silencio. Taehyung abriría la boca para disculparse de nuevo, quisiera o no el contrario, y sollozaría hasta que la garganta se le tensara y no pudiera tragarse los fluidos, al tomar el pañuelo que le ofrecía, ocultarse los dedos de la mano (el anular, ah, el anular) con él y conseguir sonarse la nariz—. Y... por favor, tampoco me digas más. No me digas más. No sé... No puedo decir que me alegre, por ti y Jungkook. No puedo decirlo.


Sucedió así: entre tomas falsas y tomas adecuadas, entre ajustes de sonido y repasar el guion, entre paseos hasta la zona del catering para refrescarse y cumplidos que traspasaban indudablemente la barrera profesional. Taehyung vio en Jungkook una inocencia genuina, una osadía que se atrevía a cruzar unos límites que jamás tuvieron que existir. Por ser el actor principal de la grandiosa película en proceso de filmación de Min Yoongi, no era un ser superior ni nada por el estilo. Jungkook vio en él la soledad afectiva, la profesionalidad apartada en los camerinos para intercambiar números y prometerse privacidad hasta que descubrieran que podían conseguir del otro. Sucedió así: entre charlas clandestinas en el apartamento del modesto becario, Taehyung descubrió que le gustaba cómo sabía el café en su boca (a pesar de no tomarlo personalmente), que Jungkook no deseaba la fama de buenas a primeras, simplemente ejercer su papel de becario en esa grabación y seguir estudiando, seguir escalando puestos si se lo merecía. Taehyung también descubrió que era un amante respetuoso, que tuvo que ser él quien diera el primer paso y que fue en el sofá de su pequeño apartamento, tras haber bebido vino rosado, donde supo que ya no había marcha atrás. El primer beso ya lo había considerado una infidelidad. Acostarse con él una y otra y otra vez (había pocas oportunidades pero las aprovechaban al máximo) solo era una reiteración de que la pasión que consumía en su cama no era comparable a lo que había dejado atrás.


Se había enamorado de dos personas completamente distintas que cumplieron funciones igual de válidas según la etapa en la que se encontrara. Yoongi fue su plataforma al estrellato, eran un combo de creatividad y carisma que funcionaba bien frente a los focos, en las entregas de premios y en los programas de televisión, que se enfriaba en la cama pero que nunca olvidaba que existía el respeto. Taehyung había sido muy joven cuando empezó a salir con Yoongi, el que dirigía episodios piloto de series que resultaron ser un triunfo. Ahora Taehyung no era el mismo chico ambicioso e inocente, sino una versión más madura de sí misma que necesitaba confort en el pecho, un chute de adrenalina, una historia de amor apasionada. Que Yoongi lo entendiera no hacía más que acentuar su culpa y, a pesar de todo, algo en él siempre supo que lo haría, que haría un esfuerzo por sacrificar su anular si así podría comprender el origen de la aflicción de su pareja.


Taehyung abriría la boca para disculparse de nuevo, quisiera o no el contrario, y sollozaría hasta que la garganta se le tensara y no pudiera tragarse los fluidos, al tomar el pañuelo que le ofrecía, ocultarse los dedos de la mano (el anular, ah, el anular) con él y conseguir sonarse la nariz.


—Te quiero —no le costó admitir a Yoongi—. Quiero que seas feliz. Pero esto supera a cualquiera. Y si tú me sigues queriendo, no lo digas. No digas lo mucho que él te complementa. O lo poco que confiabas en que funcionara lo nuestro. Guárdatelo, hazme el favor. Aunque sea verdad.


En murmureos derroteros Yoongi fue capaz de pedirle que no le hiciera daño recordándole lo mal que hizo al dejar pasar el tiempo aun sabiendo que le perdía. Pesaba el silencio por su parte porque solo podía asentir con la cabeza, evitarle la mirada, sentir verdadera lástima porque su relación se hubiese ido a pique y, al mismo tiempo, admirar la compostura de su marido, resistir la urgencia de abrazarle y consolarle. Un movimiento hipócrita y fuera de lugar cuando era él quien le había causado tal sufrimiento. Por eso quiso remediarlo, acercarse un poquito con la posición de su cuerpo, la mano extendida en el mármol de la barra de la cocina, sonar lo más contundente posible cuando creyó entender a qué se refería.


—Con saber que ahora estás mejor, me conformo. Supongo —continuó su marido—. Porque no te arrepientes de nada, ¿verdad?


—No hay nada de lo que me arrepienta —reconoció enseguida—. Sé por qué me casé contigo, Yoongi. Lo sabes, lo sabes, no voy a insistir en... —Que te quiero, siempre lo haré, pero no es suficiente. Ha venido esta oportunidad y la he tomado, he sido egoísta porque sabía muy bien lo que hacía y voy a asumir las consecuencias.


Y se llevó la mano a los labios, reprimiendo otro sollozo porque se encontraban en una situación delicada y solo estaba empapando la cocina con su presencia. Se puso en pie, dando un traspié vergonzoso y rodeó la barra americana. Yoongi se quedó parado rascándose el antebrazo por debajo del albornoz, visiblemente incómodo.


—Dime si prefieres que me vaya o que me quede por aquí. No tenemos por qué hablar más. —Taehyung conocía los límites conversacionales conyugales. Conocía absolutamente todo de él y le dolía descifrarlo hasta con los ojos cerrados.


—El paraguas se ha roto —lo reformuló: —Quédate. La tormenta cada vez va a peor. Y sigue siendo tu casa —Tensó las comisuras al estirar los labios en una fina línea, con la mirada puesta en la gran ventana. Una buena excusa para no tener que encararse a él más tiempo del que era capaz de soportar ya—. Te traeré tu almohada al sofá. Aunque si te empieza a doler la espalda... —suspiró sin terminar la frase.


—Gracias —agradeció de todo corazón, por podrido que sintiera que lo tenía.


Se le ocurrió decírselo antes de que su marido desapareciera, tardando esos minutos en despojarse de la americana, arrastrando los movimientos tanto por lo adherida que estaba y lo molesto que resultaba, o también porque estaba ido y sus órdenes tardaban en llegarle al sistema motriz. No podría dejar de darle vueltas a todas y cada una de las palabras de ánimo de Yoongi: no era un monstruo por sentir, no era mala persona por confesarlo y, ni mucho menos, él dejaba de quererle por mucho que se fuera con Jungkook.


Necesitaría pasar noches en el sofá. El dolor de espalda sería lo de menos. Establecería una distancia y no instalaría un ambiente tóxico entre ambos. Taehyung le daría las buenas noches a Yoongi después de haberse aseado y cambiado, de haber bebido un té caliente, de haber llorado mientras lo preparaba y lo tomaba. Asomarse en la habitación fue menos doloroso si pensaba en el respeto que se profesaban. Hubo un mínimo de agradecimiento por parte de su marido, pues en seguida la casa se quedó silenciosa y supo que Yoongi había estado esperando un mínimo detalle conyugal antes de romper con todo lo que conocían.

2 октября 2021 г. 10:42 0 Отчет Добавить Подписаться
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