Короткий рассказ
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El secreto de Agustín

El viento del estío barría en ondas las espigas de pasto amarillo verdoso. El niño las tocaba suavemente con sus pequeñas manos jugando a ser un águila que, en vuelo rasante, se regocijaba acariciando con sus garras la hierba.

«¿Tendrán cosquillas en sus patas?», pensó. Pronto descartó la idea, puesto que eran duras como las de las gallinas y no recordaba haber visto una riéndose.

Su melancólica mirada se perdía mirando el cielo, sobre todo cuando la luna llena se mostraba en el cielo nocturno, la cual se asemejaba a su plato favorito del desayuno: leche con avena y miel. Se le iluminaban los ojos y se relamía los labios tan sólo pensarlo. La poca contaminación lumínica, de las escasas casas vecinas, facilitaban su imaginación al mirar aquel despejado cielo nocturno que mostraba la vía láctea en todo su esplendor. Las palabras de su padre vinieron a su mente.

—Hijo, aquellas estrellas que vez en el cielo no están quietas…

—¿Se mueven, papá?

—Sí, y nosotros también. Somos cómo una gran nave espacial que navega por el universo: tú, tu mamá, yo, y todos. La tierra completa.

—¿Se mueven como un carro tirado por bueyes con alas, papi?

—No hijo, mas bien se mueven como… —sacó una cuerda y comenzó a agitarla en la punta de tal manera que formó una espiral— Esto. Imagina que el sol esta en la punta de mi dedo.

—¡Pero si el sol estuviera en tu dedo te quemarías!

—Es sólo un ejemplo. Los planetas estarían en cada una de las ondas y siguen al sol en su viaje por la galaxia. Los arrastra con ellos.

—¿Entonces nuestro sistema solar no es circular como aparece en las fotos de los libros? ¡Es como un embudo que va tirando todo hacia dentro, pero que se mueve!

—Sí, algo parecido.

Los ojos de Agustín brillaron por un instante al evocar aquellas palabras, pero pronto volvió a su sombría expresión, a su mundo interior. Su papá le había prometido un regalo especial para la navidad venidera.

Recordaba aquella tarde de junio cuando se formaron esas nubes negras, tan grandes como una montaña, que se recortaban a la luz de los fogonazos de la sinfonía de rayos que golpeaba la pradera.

—¡Sofía llévate el niño a casa! —gritaba el hombre, mientras trataba de desenredar un caballo que estaba entrampado en las raíces de un gran abeto.

La mamá tomó al niño y lo llevo a la puerta del hogar.

—¡Diego!, ¡Diego apúrate!, ¡ven! —gritaba la mujer.

Su marido logró soltar el caballo y, con una palmada en sus ancas, lo echó a correr.

—¡Está todo bien, mi amor! No te preocupes y sonrió.

Su sonrisa, el árbol y él mismo se desintegraron en el acto, por el rayo más gigantesco antes visto por ese lugar… aquella tormenta le quitó a su padre y casi toda su alegría.

—¡Hijo, ven a casa, ya es tarde!, mañana es Navidad, debes descansar y si te portas bien…

—¡Santa me traerá un regalo, mamá! —los ojos del niño se abrieron a más no poder y fue a dormir.

«Esto es para ti amado hijo», le pareció escuchar al despertar. Se sentó sobre la colcha, bostezó y estiro los brazos, aún con la boca abierta y restregándose los ojos miró al pie de su cama; y se dio cuenta de la presencia de una colorida caja.

Lleno de curiosidad corrió a verla. Abrió la tapa, un destello de luz encendió sus pupilas, lo que vio lo dejó perplejo.

«Recuerda este es un secreto sólo entre tú y yo»

—¿Mamá todavía necesitas el dinero para pagar el hipopótamo con teclas?

—¿¡Qué!? —soltó una sonora carcajada—, la hipoteca querrás decir.

—Bueno eso —Un lacio y castaño flequillo de cabello del niño cayó sobre aquella azul y dulce mirada infantil.

—No debieras preocuparte de eso —dijo la mamá ordenando su pelo a un lado para luego darle un sonoro beso en su frente.

—Mamá, ¿el oro vale mucho?

—Depende de la cantidad, hijo.

—¿Alcanzará con esto? —el niño arrastró un pesado saco de arpillera y lo abrió frente a su madre— Parece que es bastante, mami. ¿No crees?

La mamá quedó paralizada de la impresión.

—¿Cómo…?

—Mamá, no preguntes, es un secreto que me dijo papá —dijo el niño con un semblante de determinación y brillo en sus ojos que no admitía dudas.

Sofía estaba confundida, se preguntaba si acaso su marido hubiese comprado y luego guardado el oro en algún lugar. Sin embargo sabía que Diego no era así. Él fue un hombre trabajador, pero vivía para ser feliz no para juntar dinero.

—Agustín…, ¿te acuerdas que decía papá acerca de sus tesoros?

—Sí, que nosotros y la granja eran los más grandes que tenía.

—Así es, nosotros por ser su familia por la cuál era feliz y se esforzaba a diario. Y nuestra tierra que nos proporciona alimento y agua…

—¡Y quesito!, de las vaquitas.

—Sí, el queso que te gusta tanto.

—Esa es nuestra riqueza, no lo olvides.

—No mami no lo haré.

El banquero Frugger llegó a la granja de Agustín, le inquietaba la premura de la llamada de la señora González. Y más le asombró el hecho que le pagara, la hipoteca, en oro.

—Según mis cálculos, con diez kilos de oro de veinticuatro quilates debiera bastar. ¿Estamos a mano no cree usted señor Frugger?

Embelesado con el fulgor del metal dorado y saliendo de su ensoñación contestó:

—… Este, sí, por supuesto. Pero me llama la atención ¿cómo consiguió…?

—Sin preguntas, ¿recuerda? Por eso le pagué un cincuenta por ciento adicional.

Agustín miraba con desconfianza al gordo banquero, observándolo de reojo detrás de las faldas de su madre. El usurero se quedó un largo rato a las puertas de la casa, obnubilado y pensando. Como si sintiera una revelación miró el dorado reloj con zafiros que llevaba en la muñeca.

«No puede ser... estos mugrientos granjeros no merecen la riqueza», pensó.

—Si no tiene más que decir haga el favor de retirarse de mis tierras señor Frugger —dijo Sofía.

—Jaime salgamos de aquí —dijo a su chofer y se escondieron expectantes detrás de unos arbustos, en una remanso del arroyo.

Agustín salió a buscar un caballo que andaba pastando en la pradera. El vehículo de Frugger se acercó lentamente al niño.

—¡Eh, chico!, ¿te gustan los chocolates? —preguntó— ondeando uno en su mano.

—¿Señor, que hace usted todavía aquí?, ¡Mi mamá dijo que se fuera, que ya le pagó!

—Vamos no hay que ser tan rudo —asió al niño— ¿¡De dónde sacaron el oro, lo sabes tú!?, ¿ó tu madre?

—¡Suélteme! —gritó y lo pateó haciéndole caer.

—Sujétalo Jaime —El chofer agarró al niño y este en un rápido movimiento pateó sus canillas. Agustín casi escapa, pero el matón lo tomó y levantó con una sola mano.

—Calma niño. Sino me dices lo que quiero saber mataré a tu madre —dijo Hermann Frugger.

Agustín seguía defendiéndose mordiendo y pateando. Jaime estaba a punto de golpearlo contra el suelo.

«Hijo, no pelees dales lo que quieren», escuchó Agustín en su cabeza.

—¡Jaime no!, lo necesito vivo.

—¡Es tu última oportunidad enano! —exclamó el chofer.

—¡Suéltelo! —llegó gritando la señora González.

—¡Mamá!, ¡quédate lejos! Les daré lo que quieran, pero déjenos en paz.

Agustín guió a los malhechores a su cuarto y les entregó el cofre que estaba a los pies de su cama.

—¿Cómo se usa esto?

—Debe meter la mano dentro y sacar el oro a puñados. Pero debe sacar sólo lo suficiente.

—Bien —dijo con ojos vidriosos al observar como su mano salía repleta del deseado oro—. Me siento generoso y les dejaré vivir. Ah…, pero pobre de ustedes si me denuncian a la Policía porque vendremos a matarlos.

—¡Váyase de aquí pequeño y ruin hombre! Llévese la maldita caja no necesitamos del oro.

«Tonta campesina no soy pequeño, yo soy grandioso, ahora con esto seré un dios», pensó con una risa socarrona.

El tiempo pasó y las noticias llegaron. Frugger se volvió muy rico y poderoso. Sin embargo el mundo estaba pasando por una crisis ambiental y la inflación estaba desbordante. El dinero casi ya ni valía. Pero el banquero comenzó a comprar todo con oro. Como sacar el dinero en puñados era lento. Su hombre de confianza le sugirió usar una aspiradora, de esta forma sacó ingentes cantidades del metal precioso.

«Sacar sólo lo suficiente», pensó.

—¡Las idioteces de ese tonto niño! —exclamó.

Se apoderó de casi todas las industrias, recursos y compró apoyo político. Al poco andar era tanto el oro circulante que ya tampoco valía. Su casa, coche, cama, cocina, retrete y el resto de los cachivaches eran de oro. Hasta su ropa estaba tejida con hilos de oro, comía pasteles con láminas de oro… las calles estaban cubiertas de oro. La población mundial comenzó a sufrir de hambrunas y las campanas del réquiem plañían por el sistema basado en la riqueza monetaria. La gente comía ratas y vivía en chozas. Los automóviles estaban tirados en las calles y las industrias vacías. La anarquía y desesperanza se apoderaron del planeta. A pesar de sus toneladas de oro, nadie lo llamaba señor, nadie manejaba para él, nadie le hacía la comida, nadie le servía a sus pies…

Su fiel vasallo, Jaime, fue molido a palos por los mismos sirvientes de su mansión de oro, luego que asesinara a una de las cocineras.

Pasado un año volvió desesperado a la granja de Agustín, con la caja entre las manos, para ver si se podía encontrar remedio a esta maldición que de seguro era culpa de ellos.

—¡Salgan! —gritó—, desenfundó un revólver de oro con balas de oro y disparó al aire.

—¿Es usted Frugger? —preguntó Sofía. El exbanquero estaba en los huesos, con los labios agrietados, dientes negros, y vestido con harapos, con brillantes y costosos harapos— ¿Qué desea?

Le apuntó con el arma. Y arrojó la caja a sus pies.

—¡Deshaga esta maldición!, ¡haga que el oro valga de nuevo!, ¡haga que los empleados me obedezcan!, y ¡me llamen… señor! —gritó— Sí no me obedecen los mataré.

—¿De qué habla?, no sabemos. Déjenos en paz.

—Ya veremos caminen. —Apuntándoles los dirigió a la cima de la colina que enfilaba a un acantilado.

A duras penas llegaron al final de su camino. Frugger se quedó perplejo ante la visión del ocaso que se le presentaba, pero movió la cabeza y siguió adelante. Sus manos temblaban de rabia, impotencia y decepción.

—Señora González camine al borde. Ahora deshaga esta maldición o sino la mataré.

—¡Deje a mi mamá en paz! —grito el niño, el cuál se interpuso entre él y su madre.

—¡Niño estúpido! —Agustín le pegó una patada y el viejo soltó la caja, la cuál se abrió al caer.

Un destello de luz encandiló las pupilas de los presentes. Se podía observar una parte del sistema solar dentro del cofre. Se apreciaba la clara imagen de saturno; y alrededor: un cinturón de asteroides. Destacaba uno de color dorado.

«Ese que esta ahí es el asteroide Mansa Musa, es de oro puro, es mi regalo para ti y tu madre. Úsenlo con sabiduría, tomen sólo lo que necesiten», escucharon todos.

—... Por eso salía tanto oro, no hay solución —miró al cielo—. ¡Entonces pagarán con sus vidas!

El niño le pegó un cabezazo al viejo empujándolo al precipicio, aquel se aferró a la caja y tomó al niño de un brazo.

—¡No!, ¡hijo mío!, ¡noooo! —gritó la madre agarrando al niño de un pie.

El viejo cayó y antes de llegar a estrellarse sobre el roquerío, se convirtió en neblina dorada que subió a unirse a las nubes del crepúsculo. La caja se desvaneció y Mansa Musa volvió al anonimato.

—Capitán la caja a vuelto a la nave, la misión fue completada con éxito.

—Bien contramaestre. Dirija la nave a las Pléyades, a nuestra siguiente misión en Maia.

—Entendido capitán. ¿Cree que los humanos lo logren esta vez?

—Por su bien... eso espero.

12 августа 2021 г. 20:19 2 Отчет Добавить Подписаться
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Об авторе

W. E. Reyes Cuentacuentos compulsivo y escritor lavario. Destilando sueños para luego condensarlos en historias que valgan la pena ser escritas y así dar vida a los personajes que pueblan sus páginas al ser leídas. Fanático de la ciencia ficción - el chocolate, las aceitunas y el queso-, el Universo y sus secretos. Curioso por temas de: fantasía, humor, horror, romance sufrido... y admirador de los buenos cuentos. Con extraños desvaríos poéticos.

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W. E. Reyes W. E. Reyes
Gracias, Francisco, por su comentario, es un agrado que haya dedicado su tiempo a leer este relato.
Francisco Rivera Francisco Rivera
Cual fábula de la avaricia humana ante viajeros del espacio exterior que saben que las ambiciones humanas dan siempre al traste ante la sola voluntad de vivir con mejores propósitos, el autor elabora una buena historia con un entramado acorde a la creación propia que nos entrega para su lectura. Este chico sabe obtener lo que pregona -dicho esto, con la mejor intención- es decir, traduce sus sueños convertidos en cuentos, como este ejemplo. Me gusta y lo he disfrutado. Gracias por su escritura y publicación.
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