Confesiones de una chica pelirrosa Подписаться

Me llamo Melanie. Bueno, en realidad, ése no es mi nombre. Melanie es el apodo que utilizo en internet. Allí la gente me conoce como Melanie Pink Hair. Tengo treinta y ocho años. Soy ejecutiva de una importante empresa tecnológica de la capital, y habitualmente, por mi estatus laboral, suelo estar rodeada todo el día de hombres elegantes, apuestos, y bien perfumados. No os andaré con rodeos. Sé que la mitad de ellos me desnudan con su mirada en las aburridas reuniones de trabajo que llevamos a cabo en la empresa. Si los pobres supieran que en verdad sólo hay uno que verdaderamente me pone…

Se llama Daniel y tiene diez años menos que yo. Llegó hace un par de años desde la central de Alemania a esta sucursal de Madrid. Físicamente, lo tiene todo el cabrón. Es alto, rubio, fortachón, de ojazos azulados, labios carnosos, y lo más importante: ¡huele bien! En dos palabras: ¡Está buenísimo! Comparte un piso cerca de donde yo vivo. Él vive en el barrio de Chueca, y yo en un ático de la Gran Vía. Algunas veces hemos coincidido por alguna cafetería cerca de la SGAE.

Lucía, Marta, y Ana, son mis amigas del alma. ¡Babean por él! Lucía es la más atrevida y descarada de todas. Marta es la más guapa. Si yo hubiese sido un tio hace tiempo que le habría pedido rollo… (En alguna borrachera se lo debí confesar, porque a menudo me lo recuerda). Luego está Ana. Ana es una chica que no puede vivir sin estar en pareja. Lo malo, es que cada pareja que tiene no le dura ni dos telediarios. Y finalmente estoy yo, que ni soy tan atrevida ni tan descarada como Lucía, ni tan guapa como Marta, y mucho menos me interesa vivir en pareja como le pasa a Ana. A mí me gusta vivir sola y a veces, cuando la noche aflora en la ciudad, sentarme frente al ordenador y chatear con todo tipo de hombres y mujeres para hablar sobre las pasiones que se ocultan en la soledad de la gran ciudad…