Dedicada a la obra de H. P. Lovecraft
BITÁCORA DEL CAPITÁN:
[14 de octubre, año 2049].
Nos encontramos de vuelta en nuestro sistema solar, hace tres días que pasamos cerca de Plutón. Han pasado casi quince meses desde que concluyó nuestro viaje a la lejana galaxia Leo II. La travesía estuvo repleta de descubrimientos sin precedentes para la humanidad y las ciencias astronómicas: llegamos por primera vez a nuevos sistemas solares, exploramos algunos planetas desconocidos, fuimos testigos de misteriosos cuerpos celestes y vestigios de atmósferas antaño habitables, así como también descubrimos posibles residuos de vida orgánica en planetas cuya superficie la computadora nos indicaba cubierta en su totalidad por agua. Lamentablemente, no pudimos descender por condiciones climatológicas extremas, más devastadoras que los tifones globales que golpearon la Tierra en el año veintisiete de nuestro milenio, hace ya más de dos décadas.
Lamentablemente, y muy a pesar de mi propia cordura… Lo encontrado durante nuestra travesía, también nos ha proporcionado el momento más asombroso y terrorífico de nuestras vidas… Y quizá, el más espantosos que jamás haya presenciado ningún miembro de nuestra especie.
El resto de la tripulación ha tenido que permanecer en las cápsulas de hibernación. Sus cuerpos han sufrido los estragos de un escape mortal de fuerzas incalculables y demenciales. Todos estábamos tan horrorizados durante esos tensos minutos en los que huimos desde ese sitio al darnos cuenta de lo que estaba ocurriendo…
Detectamos un enorme asteroide: un trozo de escombro del tamaño original del monte Everest, antes de su colapso parcial por el dantesco terremoto del Himalaya hace tres años, como nos lo reportó la Estación Central. Este cuerpo parecía orbitar de una manera anómala cerca de un planeta bastante parecido a Júpiter, tanto en dimensiones como en condiciones atmosféricas. Nos llamó la atención porque, a diferencia del resto de los satélites, algunas lunas menores y un diminuto cinturón de meteoros, este flotaba libremente por el espacio pero lo hacía en dirección contraria, con una trayectoria aparentemente caprichosa…
Con ayuda de las computadoras pudimos encontrar una zona de su superficie apta para aterrizar. Tardamos poco más de una hora en aproximarnos lo suficiente para descender. Algo nos resultó extraño: la gravedad percibida al abordarlo no era la correspondiente con su aparente masa y los primeros cálculos realizados por el equipo. Pensamos que podría deberse al extraño mineral del que estaría conformado. Debía ser mucho más pesado de lo que pudimos estimar porque, al acercarnos, alguna fuerza atractora nos obligó a descender más rápido de lo previsto.
Nuestra nave es lo suficientemente grande para transportar las reservas del viaje, las muestras recuperadas en las expediciones y, además, un par de pequeños vehículos motorizados para desplazarnos con seguridad. Janeth, Sho, Trevor y yo abordamos uno de los exploradores para salir al exterior por medio de la rampa trasera. Por otra parte, Li, Grace y Ness aguardaron frente a los controles para monitorear desde la cabina.
Al descender, nos encontramos con una geografía bastante peculiar: el horizonte estaba repleto de curiosas salientes rocosas, de entre cincuenta y cien metros de ancho, que simulaban capas superpuestas unas sobre otras, como si fueran gigantescas rocas acomodadas cada una encima de la anterior. Había también algunas elevaciones montañosas prominentes en el horizonte, así como depresiones y surcos que parecían seguir ciertos patrones similares a los cañones más profundos de la Tierra. La distribución de las placas que mencioné, nos pareció demasiado extraña para tratarse de una formación natural, pero no consideramos tampoco que su extravagancia fuera objeto ni obra de una civilización o vida inteligente.
Sin embargo, Sho nos dijo algo en ese momento que, todavía ahora, siento que me hiela la sangre al recordarlo: parecen escamas.
Procedimos a recorrer el inmenso monolito espacial. Detectamos además algunas extrañas pero ligeras vibraciones que aparecían de forma arrítmica. Eran como temblores diminutos que hacían cimbrar el piso bajo nuestro vehículo. Supusimos que se debería al efecto de la gravedad del planeta más cercano o quizá cierta inestabilidad del núcleo propio del asteroide, cuyo material aún nos parecía desconocido, o tal vez alguna mina de gas subterránea.
Conducimos cerca de una hora hasta que el trayecto se hizo imposible con el explorador debido a la disposición del terreno. Después de eso, caminamos cerca de dos horas más y recogimos algunas muestras del material rocoso con ayuda de un pico mecánico que penetró las duras placas de la superficie, no sin bastante esfuerzo, y de la cual notamos que brotó un líquido negruzco y viscoso. Tomamos también una muestra y nos dispusimos a marcharnos. Debíamos volver primero por el explorador. La nave estaba a tan solo un par de kilómetros, cuando detectamos una vibración más fuerte que las anteriores…
Mucho más fuerte.
Un auténtico terremoto.
El suelo se sacudió bajo nuestros pies, haciéndonos saltar a todos hasta desplomarnos como muñecos de juguete. Y entonces, lo escuchamos…
¡Por Dios! ¡Ese sonido!
Era un sonido de baja frecuencia que parecía venir de todas partes, como si la tierra misma murmurara bajo nosotros desde el núcleo. Se nos erizó la piel al escucharlo y noté cómo el equipo entero comenzó a desesperarse, pues la señal de los ritmos cardiacos en la computadora inundó los canales de transmisión. Los cuatro escuchamos nuestros corazones acelerarse considerablemente al sentir lo que pasaba.
Desde la cabina, escuchamos a Grace, Li y Ness advirtiéndonos que el temblor también estaba sacudiendo la zona donde había dejado la nave, y los movimientos telúricos amenazaban con despedazarla si no regresábamos pronto.
Como capitán de la tripulación, traté de mantenerlos atentos y di indicaciones para volver. Con los pitidos constantes zumbando en nuestros oídos y las respiraciones entrecortadas que empañaban nuestros cascos, notamos además que varias de las formas rocosas en el suelo del satélite comenzaban a vibrar de maneras curiosas.
Parecía… parecía que las placas de piedra se levantaran y reacomodaran solas, dirigidas por una fuerza brutal y desconocida. ¡Dios!... Fue una sensación tan siniestra contemplar semejante fenómeno en un ambiente cada vez más hostil, cada vez más ajeno.
Creímos que el asteroide iba a estallar o que estábamos en medio de un sismo destructor. Las cosas empeoraron tanto que, en cierto punto, perdimos las muestras en el camino, así como también el pico mecánico.
Y parte de nuestra cordura.
Huimos de regreso al vehículo explorador. Arrancamos el motor y escapamos a toda prisa del sitio en dirección a la nave. Por ciertos macabros instantes, creímos que quedaríamos varados en el asteroide o que nos aplastarían los movimientos de su superficie...
Pero justo cuando aventajamos el último tramo hasta nuestro objetivo, por el flanco izquierdo, en el horizonte del satélite, observamos que una masa colosal de rocas comenzó a emerger, levantándose varios cientos de metros hasta formar un cuerpo montañoso altísimo, tan alto que solo se distinguía, mas no por completo, al levantar la mirada.
Todavía tengo las voces de Janeth y Sho gritando, ¡Ahí, ahí! ¡Miren! ¡Oh, Dios! ¿Qué demonios es eso, capitán!
Pero había algo más…
No puedo recordarlo sin sentir escalofríos, un vacío total en el estómago.
¡Esa montaña estaba girando hacia nosotros!...
En ese momento escuchamos de nuevo los inquietantes sonidos que parecían provenir del corazón del asteroide… Todos nos percatamos entonces de que aquello no era un temblor… ¡Era un rugido! ¡Esa cosa estaba viva! ¡El asteroide estaba vivo!
Mis compañeros y yo nos pusimos histéricos al darnos cuenta de todo… y escapamos, en medio de gritos de un terror tan profundo como el universo mismo… Mis compañeros comenzaron a llorar, cual si fueran pequeños niños, desesperados, incontenibles. ¡Tiene ojos, capitán, esa cosa tiene ojos!, ¡ahí viene, ahí viene!, gritaba Sho, hecho un manojo de nervios, hasta que se desplomó y sufrió un paro cardiaco.
Logramos llegar a la plataforma de la nave y abordamos con el explorador por la rampa. Cargamos el cuerpo de Sho hasta la cabina de tripulación y entonces despegamos.
Fue una pesadilla. Nunca nos dimos cuenta de que caminamos sobre la piel de un monstruo viviente durante horas. Las vibraciones que sentimos mientras realizábamos nuestra exploración debía ser algo como una respiración o algún estremecimiento rítmico y constante.
No fue sino hasta que despertó que recién pudimos entenderlo todo… Su caprichosa trayectoria, la rareza de su gravedad, su extraña superficie… Sho tenía razón: el lomo de la bestia estaba cubierto de gigantescas escamas.
Nunca había sentido un terror así en mi vida. Trevor y yo apenas conseguimos mantener la cordura, pero… fue tal la impresión de lo sucedido que no pudimos contener el llanto…
Mientras huíamos, no conseguimos revivir a Sho; poco después, Janeth también sucumbió al horror y se rebanó la garganta con una navaja apenas se quitó el casco.
Todavía puedo oír los indicadores de su corazón cuando ya se estaba desangrando sobre el piso de la cabina.
A mis compañeros los mató el miedo y el pánico.
Los demás tripulamos la nave maniobramos tan rápido como pudimos para alejarnos de esa cosa cuanto antes. Activamos los propulsores adicionales y pilotamos así durante varias horas.
Fuera lo que fuera, no podría alcanzarnos.
O por lo menos, eso creímos...
Colocamos los cadáveres de Janeth y Sho en sus respectivas cápsulas de hibernación. El viaje exploratorio había llegado a su final de forma abrupta. Era hora de volver a la Tierra. Gracias a los fascinantes avances tecnológicos de nuestra nave de última generación, el viaje a casa sería mucho más rápido, aunque aún así tardaríamos un año y medio en volver. Hicimos un plan para asegurarnos de llegar a salvo y advertir de nuestros descubrimientos a la comunidad científica.
Todos se colocaron en sus dispositivos y comenzaron la hibernación. Excepto yo. Tendría que supervisar la nave antes de iniciar también el estado de suspensión. El equipo estaba tan abatido que insistí en hacerlo solo pues, pese a no estar absolutamente repuesto, todavía estaba más concentrado que ellos. Tras unas horas, entré a mi cápsula e inicié con el proceso para desvanecerme en un sueño manipulado.
Sin embargo, apenas un mes más tarde, algo me sacó de la suspensión: una pesadilla espantosa y una sensación asfixiante que consiguió romper toda estabilidad artificial de mi sueño inducido.
Salí llorando nuevamente de la cápsula y grité de pánico en medio de la nave, dejando que mis alaridos rebotaran por los pasillos, los compartimentos y las consolas de la cabina.
Jamás pude volver a entrar a la cápsula para dormir.
Aún nos queda más de un año para llegar a la Tierra. Todavía le queda un año más a nuestro planeta, a nuestra especie… Antes de que todo termine hecho pedazos…
Si al inicio me comporté con coraje, con apego a mi papel en esta tripulación… ahora sé que soy solo un cobarde… Probablemente el más deleznable que ha parido la raza humana…
El motivo de todo lo estoy a punto de hacer, es pura y llanamente por miedo… El miedo más genuino y ancestral de nuestra especie.
He revisado constantemente los radares de la nave y tal como lo sospeché: esa cosa nos ha estado siguiendo.
Hace ya más de dos meses que todo ocurrió y esa maldita criatura nos sigue todavía a través de las entrañas del universo. No deja de perseguirnos. Nos vigila, como alguna especie de cazador al acecho… Pero… sé que no viene solo por la tripulación. Nosotros no somos nada para un monstruo de dimensiones titánicas. Sospecho ya de cierta inteligencia, de cierta perversidad…
El hecho de que nos siga es porque quizá sabe o intuye que de donde sea que nosotros vengamos habrá muchísimos más.
Hace unos días había decidido cambiar el rumbo de la nave, pero ahora entiendo que, incluso si dejara nuestros cuerpos perdidos en el espacio, flotando a la deriva, esa cosa encontrará de todas formas la manera de arribar a la Tierra…
He hecho mis cálculos… Me duele admitir que, en verdad, no hay forma de hacerle frente, nada puede detener a ese ente gigantesco y descomunal.
Siento que, de alguna manera que no comprendo aún, eso se ha conectado con nosotros. Con nuestra especie.
Puede sonar descabellado, pero después de saber de la existencia de esa bestia, ya nada puede ser increíble.
Apenas he podido dormir algunas horas durante todos estos días. No tengo insomnio… Me da miedo volver a cerrar los ojos pues, ahora, cada que sueño tengo visiones espantosas: he podido ver las escenas más ominosas que alguien jamás hubiera visto… y he escuchado los gritos de toda nuestra especie clamando al unísono por piedad; he presenciado en mis sueños las revueltas que se iniciarán cuando la noticia del fin de nuestro planeta se filtre y se propague, llevando el caos a todas partes, junto con olas de violencia peores que las de cualquier otro registro histórico de la humanidad; he visto mares de sangre y las mayores atrocidades nunca antes cometidas; sacrificios colectivos y suicidios masivos; he soñado con miles de protestas en cada país que se convierten en horribles masacres por el pánico… He visto a mi propia raza desatar su lado más oscuro y siniestro al saberse indefensa ante una fuerza desconocida y perversa…
Pero lo peor de todo ha sido, sin el menor lugar a dudas, soñar con el momento en el que esa bestia, la locura colosal, invada nuestro hogar… Lo que he soñado es… absolutamente abominable… Tan aterrador que mi cerebro no me permite articular palabras para poder siquiera tratar de narrarlo.
Fuimos unos estúpidos al aproximarnos a ese asteroide.
Logramos salvar nuestras vidas, sí, pero temo que hemos condenado a la humanidad entera: nuestro planeta ahora sufrirá un destino más terrible y abominable que cualquier horror antes soñado por el arte o esbozado en la literatura.
Sí. Soy un cobarde. No quiero estar vivo para cuando esa criatura llegue a la Tierra.
He decidido quitarme la vida cuando termine el registro de esta bitácora. No puedo más con esto.
Compañeros de tripulación: Li, Grace, Trevor, Ness… perdónenme. Muy pronto veré a Janeth y a Sho para disculparme con ellos también…
[FIN DE LA SESIÓN].
Cuento escogido de mi antología Noches de Octubre: Cuentos de Horror y Locura (2019), disponible en Inkspired.
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Historia escrita en octubre de 2019. Editada en noviembre de 2020. Tema/disparador: enorme.
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