mariajosercons María José R. Cons

La otra vida es la historia de una muerte, del tránsito a la otra orilla, de la prohibición de traspasar el umbral, y del encuentro con los familiares fallecidos. Concurso: Mundo de los muertos. Diciembre 2020. Cuento corto. Se incluye un objeto simbólico de los propuestos: agujero Mínimo 3.000 palabras.


Короткий рассказ 13+. © Derechos de autor cedidos parcialmente al concurso, para su publicación y difusión en cualquier soporte.

#mundodemuertos #agujero
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LA MUERTE ES EL PRELUDIO DE LA NUEVA VIDA


Cuentan las leyendas antiguas que la muerte es solo un paso, una travesía, una estación en la que subiremos a un tren que nos llevará a nuestro nuevo destino.

Sin embargo, desde pequeños nos enseñan a temer a la muerte.


Os contaré una pequeña historia:

La mañana de abril había amanecido despejada, algo cálida y llena de aromas florales.

Desde mi ventana podía ver el discurrir tranquilo y sosegado de un pequeño río, el Sar.

Desayuné como siempre, sin prisa y disfrutando de mi zumo de naranja, de mi tostada con aceite y de mi café solo sin azúcar.

Tenía por delante una larga mañana que me llevaría por los farragosos terrenos del Derecho Administrativo, los procelosos mares del Derecho Internacional y por el, siempre monótono, Derecho Civil. Además, debía acordarme de pasar, al salir de la Facultad, por el Centro de Salud para ponerme la inyección para frenar mi alergia al polvo. De hecho, no quiero que me acompañe mi madre porque llegaré de regreso a casa, antes sin ella.


La mañana transcurrió más amena y agradable de lo que yo esperaba, e incluso Derecho Civil II, había estado interesante.


Me acerqué al Centro de Salud, y en la sala de espera pude ver como al abrir la puerta de la Sala de curas, el enfermero era un señor mayor, sin barba, y bastante delgado. Era puro nervio, y parecía extremadamente enfadado.


Cuando llegó mi turno pasé al interior de la sala. Y le indiqué que tenía que inyectarme una dosis de 0.1 ml de la vacuna individualizada que me habían preparado en Barcelona para mi alergía al polvo.

El anciano enfermero mientras preparaba la jeringuilla, estaba farfullando un "nosequé" de que su equipo había perdido, que le habían robado el partido, que le habían pitado un penalty que no existía y que habían expulsado a uno de sus jugadores injustamente...


El pinchazo de la aguja fue normal, pero el líquido que me inyectó me quemó en exceso. Al momento la zona me quedó dolorida y me ardía terriblemente.

No quise darle importancia más allá del estado de agresividad del enfermero.

Sin embargo, en ese momento, no sabía que el enfermero me había inyectado 1 ml; se había equivocado a la hora de administrarme la dosis, a causa de su enfado. Iba a sufrir un shock anafiláctico generalizado, mortal de necesidad si no se actuaba a tiempo. Mi vida corría peligro y ni lo sabía.


Llegué a casa a duras pena, me encontraba bastante mareada. Mamá no estaba en casa, eso era bastante raro. Cada vez me encontraba peor, y tuve que echarme en cama; ya no podía mantenerme en pie. Comencé a perder poco a poco la noción de dónde estaba.


Al rato llegó mi madre y cuando me vio tendida en cama se asustó. Comenzó a pedirme que me moviera, que le contestara, ... se espantó al comprobar como mi rostro estaba hinchado, mis párpados estaban tan hinchados que parecían huevos de codorniz...


Salió a pedir ayuda al vecino de al lado, porque la casa no tenía teléfono (y aun no existían los teléfonos móviles). Vivíamos en un tercero sin ascensor.

Gracias a la casualidad o causalidad, el vecino subía en ese momento las escaleras, y llevaba en la mano las llaves del coche que acababa de aparcar.


Jorge, Jorge, por favor, entra en casa. Dime si te parece normal como está mi hija, está muy hinchada. Ayúdame!!!.


Jorge entró raudo y, cuando me miró, literalmente, dio un paso hacia atrás; pero recompuso su ánimo y le dijo a mi madre, vamos a llevarla a Urgencias, ahora.


Jorge había aprobado su carnet de conducir hacía una semana. Había sido una suerte que subiera en ese momento por las escaleras, luego lo sabríamos.


Me cogió en brazos y me bajó hasta el coche. Tengo que reconocer que no recuerdo nada de todo esto. Seguramente habría perdido ya el sentido.

Con algún tropiezo, Jorge quemó los dos kilómetros que distaba el Hospital Universitario de Santiago de Compostela. Llegamos rápidamente, saltándose la limitación de velocidad en la ciudad.


"Una vacuna, es de una vacuna", gritó conmigo en brazo, mientras corría hacia la entrada de Urgencias.

Al momento salieron varios celadores y dos médicos, y agarrándome por mis extremidades me llevaron en volandas, sin utilizar ni camilla ni una silla de ruedas. Parecía que llevaban un saco de patatas.


Al momento, apareció una doctora que intentó que le contestara pero apenas podía oírla. Solo recuerdo de ese momento, que le decía en voz alta a la enfermera: Adrenalina, ponerle adrenalina en vena, ya. Dijo una cantidad que ni recuerdo, ni creo que la haya oído en su totalidad.

Desde ese momento no recuerdo nada más de este mundo de los vivos, pero no más vivos que los del otro lado, ahora lo sé.


El fondo de línea de corazón con su pitido característico, iba perdiendo fuerza, casi plano sin actividad cardíaca. Su pitido se hizo duradero y, cada vez, lo oía más lejos hasta que todo quedó en silencio para mí.


Sentía una gran paz, no estaba desasosegada, ni nerviosa. Estaba cada vez más liviana, era como si flotara. Por fin, ya no sentía ni quemazón en el brazo, ni el dolor punzante del pecho.


Estaba entrando en un pasillo, túnel, o agujero. Era amplio y estaba en penumbra.

La armonía del silencio me envolvía, y una luz suave, brumosa, se acercaba; y me iba engullendo. Era como si me atrajera hacia ella, yo no hacía nada, no tenía voluntad de ir hacia allí ni de quedarme aquí. Solo fluía y, poco a poco, mi cuerpo se llenaba de una paz infinita, algo que antes nunca había sentido con esa intensidad.

Era un estado de placidez cálido, y a la vez suave, envolvente y pleno.


De vez en cuando, rompiendo mi silencio, llegaba a mí algún sonido muy, muy lejano; como, María me oyes, María respóndeme... Era la doctora intentando traerme de vuelta, pero yo, ya no tenía ninguna intención de volver a ese mundo frío, doloroso, y oscuro.

La claridad aumentaba a medida que me adentraba en la bruma, y podía escuchar sonidos conocidos y vislumbraba figuras familiares Tengo que reconocer que, al principio, no vi con claridad a nadie, pero sí los escuchaba.


Sentía todo el amor de mi padre, de mi abuelo José, de mi abuela Leonor, y de otros seres que estaban a su lado, que muy posiblemente fueran mis bisabuelos, pero no les conocí en mi vida terrena. Sin embargo, oleadas cálidas me acariciaban sin manos. Podía sentir su sonrisa y su amor.


Nunca antes había tenido miedo a la muerte, pero ahora que ya estaba en tránsito, el fluir hacia la otra vida se me hacía muy fácil, muy "agradable". No sentía apego alguno hacia la vida que dejaba, estaba disfrutando completamente de la plenitud que había llegado de forma tan abrupta.


Todavía podía sentir que mi alma y mi cuerpo no se habían separado, era como si un ancla impidiera mi liberación. Intenté, en vano, tirar de esa cadena para soltarme... Miré un segundo hacia atrás y solo vislumbre un agujero frío y angosto que se alejaba, afortunadamente, y al que no quería volver.


Eso me devolvió a la escena de Urgencias. Podía verme desde lo alto. Mi cuerpo mortal estaba tendido sobre la camilla y, a mi lado, estaba la doctora frotándome las manos, que ya estaban cianóticas. Revelaban muy mal pronóstico para el cuerpo que yacía en la camilla.


Mi cuerpo estaba entubado, conectado a un respirador y mi brazo derecho tenía una vía con un gotero, que la enfermera me había colocado con todo cuidado. Podía sentir como languidecía ese cuerpo que todavía era mío. Estaban preparando el desfibrilador para aplicarme las descargas y poder reactivar mi corazón que ya no latía.


No quise seguir viendo tan patética escena, y mentalmente me obligué a salir de allí, para volver a mi plácida experiencia.

...

En un momento, alargué mi brazo para tocar la mano de mi abuela, lo recuerdo bien. Casi podía rozarla con los pulgares, pero la bruma infranqueable me impedía acercarme lo suficiente. Y ya no podía avanzar más.

No podía tocarla, pero si sentía, entendía o escuchaba sus "pensamientos".


Cuando casi había cumplido los dos años, mi abuela Leonor falleció, la madre de mi madre. Como dicen en el folckore popular, "no fue a descansar" porque se quedó para protegerme. No quería dejar a su nieta, a la que quería con toda su alma. Por eso, su alma aferrada a mi cuidado, no continuó su camino y quedó anclada a esta dimensión. Ya sin su cuerpo pero con su espíritu intacto.


Ella era la que acostumbraba a jugar conmigo y, era la que velaba mi sueño. Yo la llamaba Ma—má, porque mi madre así lo hacía. Cuando mis padres comenzaron a enseñarme a que les llamara mamá y papá, a mi madre le llamaba —Nena—, porque así la llamaba mi abuela. No hubo manera a que accediera a llamarla mamá, para mí, Ma—má era mi abuela. Siempre le respondía: "No, tú Nena", mientras señalaba dónde estaba MA—má. Todos sus esfuerzos fueron infructuosos.


Ma—má, Ma—má, Ma—má, dando pequeños saltitos titubeantes logré recorrer la distancia que separaba la cocina de la habitación de mi abuela, era la primera vez que caminaba yo sola; y lo hice para ir al abrigo de mi abuela. Llegué tambaleándome, tropezando en las puntitas de mis zapatillas, pero sin caerme ni una sola vez.

Mi abuela me alargaba sus brazos para animarme a llegar hasta ella.

En mi tortuosa travesía, iba riendo y diciendo Ma—má, Ma—má, Ma—má hasta que, por fin, llegué hasta su cama en la que ella estaba postrada.


Hacía quince años que había sufrido una trombosis que casi le cuesta la vida. El tributo que pagó por seguir viviendo fue una hemiplejia en el lado izquierdo de su cuerpo que la condenó a una inmovilidad perpetua.

Sin embargo, el nacimiento de su nieta, la llenó de ilusión y superación. La noche de mi llegada a casa, no durmió porque se pasó todas las horas contemplando a su nieta. Protegiéndola con su brazo sano, arropándola con su amor y su calor.

Desde entonces solo dormía en la cama de mi abuela, que no dejaba de velar mi sueño. Por eso, cuando ella falleció, no abandonó a la niña de sus ojos, su pequeña. El descanso eterno tendría que esperar, se quedaría a cuidar y proteger a su querida nieta.


Yo adoraba a mi abuela, mi madre era para mi (con apenas dos años), una más en casa, porque ante mi abuela todos los demás pasaban a un segundo plano.


La noche posterior al entierro del cuerpo de mi abuela, mis padres se levantaron sobresaltados por la noche, ante los grititos y las risas que yo hacía saltando en mi cuna. Estaba con los ojos abiertos, sonriente, y pareciera que estaba viendo a alguien o algo. Me movía y parecía responder a estímulos que ellos no podían ver, ni comprender. Saltaba y reía, soltaba carcajadas, e incluso parecía como si me acariciaran. Yo decía en voz alta, Ma—má, Ma—ma y continuaba riendo y saltando en la cuna.

Esto continuó en la noche siguiente, y en la siguiente, y en las posteriores. Todas las noches las pasaba en vela, alegre, riendo, saltando, y llamando a la abuela como acostumbraba: Ma—má, Ma—má.

En ningún momento, presenté un aspecto fatigado, triste, amodorrado, o enfermé en aquellas semanas. Muy al contrario, parecía como si no echara de menos a la madre de mi madre. Yo no sentía ningún sufrimiento, que sí laceraba el corazón de mi madre, por la ausencia de la suya.


Viendo que esta situación, anormal, se prolongaba en el tiempo, y pensando que podía afectarme negativamente estar sin dormir todas las noches, mis padres buscaron respuestas.

Consultaron con un sacerdote que les dijo, que algunas almas, no transitan hacia su destino en la celestial morada, porque están aferradas a bienes terrenos o, como en el caso de mi abuela, sacrifican su eterno descanso para proteger a sus seres queridos. Su mayor devoción era su nieta, por eso, para que yo no sufriera su ausencia, jugaba conmigo todas las noches. Me hablaba, me hacía reír, me acariciaba con su amor, y me mimaba como cuando estaba viva.

Yo no notaba cansancio ni malestar por las mañanas, seguía risueña y despierta como si hubiese dormido plácidamente toda la noche.


La "solución" llegó en forma de vaso de agua bendita con una flor blanca debajo de mi cuna, para indicar al difunto que debía ir a descansar y para servirle de purificación en el camino hacia su morada perpetua.

Desde ese día, no volví a pasar la noche en vela, jugando, riendo y llamando a Ma—má.


La situación cambió radicalmente, comencé a buscar desesperadamente a mi abuela. Me pasaba el día corriendo de una habitación a otra, buscándola. Llamando: "Ma—má, Ma—má, Ma—má", con una angustia que desgarraba a mi madre y a mi padre. Cada vez, que mi madre se acercaba, a mi llamado de MA—má, yo la apartaba y le decía: "No, tu Ne—na". Y volvía a llorar, buscando y llamando sin cesar a mi abuela.

Poco a poco, me fui acostumbrando a su ausencia, hasta que un día, acepté llamar Ma—má a mi madre.


Ahora, que estoy del otro lado, entiendo todo lo que ocurría cuando era un bebé.

De este lado no hay distancias, no hay puertas ni ventanas, no hay limitaciones salvo las infranqueables de la dimensión en la que nos encontramos. Todo está sujeto a leyes físicas, y desde aquí no podemos regresar a las tres dimensiones. No tenemos cuerpo, por eso no hay posibilidad de acariciar, hablar, beber, cantar; aunque nuestro rumor si es audible y sentido por personas sensitivas a las que, el cielo, permite percibirnos.

Los niños, limpios de corazón, sin las ataduras de la consciencia y de la maldad humana, pueden percibirnos completamente y sin barreras. Sus ojos inocentes, perciben realidades que están ocultas para nuestros corazones endurecidos.


Mi abuela me explica que había llegado su hora y tenía que irse, que velaría desde mucho más arriba mi tránsito por la tierra.

Yo la veía como una mujer joven y hermosa, con un cuerpo libre de las limitaciones que tuviera en la tierra. Su mirada llena de amor y su preciosa sonrisa me lo decían todo. "Aun estoy aquí, porque estaba protegiéndote, pero ahora debo despedirme. Tendrás una vida larga y cumplirás el propósito de tu vida. Te dejo todo mi amor". Y fue diluyéndose hasta que desapareció.

Es lo último que recuerdo, y ...


La luz se hizo más intensa y, por un momento, pareció disiparse la bruma. Delante de mí, estaba en pie, un cuerpo deslumbrante, cubierto de luz, alto, con túnica.


— Aun no es tu hora, no puedes pasar. Tienes que volver —me dijo rotundo.

— No quiero volver, aquí me encuentro muy bien. Estoy llena de paz y amor —protesté suavemente.

— No es tu hora. Aun no te toca atravesar el velo. Sabes que una vez traspases esta puerta, ya no habrá regreso —reiteró.

— Sí, eso es lo que quiero. Estoy tan bien aquí, que ya no quiero volver. Nada de lo que dejo atrás me haría volver —respondí con resolución.

— Tu madre te espera y te necesita.

— Ella puede vivir sin mí. Ese ya no es mi sitio. —afirmé con rotundidad.

— ¡No es tu hora!. Tienes aun muchas cosas por hacer —sentenció.


Sin tener tiempo a protestar nuevamente sentí como una fuerza gravitacional me atraía hacia atrás y me devolvía al agujero oscuro y frío.

El tránsito por ese angosto agujero de regreso fue oscuro, frío y pesado. Era una sensación horrible, como si una losa se posara encima de tu alma y la hiciera caer al suelo sin remedio. Fue como si tuviera que volver a ponerme un traje que ya estaba sucio para lavar.


El regreso consciente a mi cuerpo mortal fue tan abrupto y desagradable, que me sentía enfadada. Terriblemente enfadada por tener que volver a esta dimensión, ... no me habían dejado traspasar la bruma...


Me vi arrastrada por un torbellino que me devolvió, poco a poco, a la consciencia terrenal humana. Los sonidos volvían, y se acercaban, cada vez eran más nítidos. Podía escuchar el llanto de mi madre, la voz de la doctora, de la enfermera, el pitido regular del aparato que medía mis constantes vitales. Comencé a sentir el calor de las manos de la doctora, frotando las mías; el dolor en el pecho, producido por las maniobras de reanimación; el magullamiento en mi espalda, producido por las descargas del desfibrilador; la punzada de la vía que me había puesto con tanto cuidado la enfermera... todo, todo explotaba en toda su magnitud y crudeza.


Es como cuando estás buceando, el mar te arropa y protege, estás en un ambiente silencioso y suave; al emerger, todos los elementos de la naturaleza te agreden, el sol te quema, el sonido te atrona, el frío del agua te lacera y la arena te araña los pies.


La sala estaba fría, ¿o era mi cuerpo?. Me sentía cansada, aturdida y mareada. Las insistentes preguntas de la doctora hacían que me estallara la cabeza.

Me incomodaban sus continuas palabras, llenas de dulzura y cariño, porque me estaban haciendo perder la placidez de la que provenía; y se me estaba escapando esa sensación que intentaba atrapar, para siempre, en mi memoria.


Recuperé muy despacio la conciencia y el calor fue regresando a mi cuerpo helado.


— Has tenido suerte. Si hubieras tardado en llegar un minuto más habrías muerto o podrías estar en coma —dijo la doctora sonriendo.


Apenas podía moverme, y no sabía si podría hablar.

— Estuve muerta, ¿verdad? —pregunté con mis primeras fuerzas.

— Sí, pero lograste volver —respondió aliviada.

— No quería volver. No me dejaron seguir —apuntillé entristecida.

La enfermera, con los ojos espantados, intentó decir algo, pero no se atrevió.

— Tu madre te espera, ha estado muy preocupada. No le digas que querías irte o la harás sufrir más de lo que ya ha sufrido —indicó, con toda su ternura a flor de piel.

— Está bien, no lo haré. He visto a mi abuela, estoy muy contenta —no pude continuar, y las lágrimas comenzaron a derramarse sin control por mi rostro.


— Di a su madre que puede pasar —ordenó a la enfermera.


Mi madre entró llena de angustia, y al verme ya incorporada sobre la camilla, respiró aliviada. Tenía los ojos enrojecidos y la cara contraída por el dolor.


— Cariño, que susto me has dado. Tenías que haberme dejado acompañarte. Ya te dije que no fueras sola. Debes hacer caso a mamá... —comenzó a decirme todas las cosas que me diría en una situación normal cuando no le hacía caso.

— Mamá, te quiero. No te preocupes. Ya estoy bien. Ha sido solo un susto. No volveré a desobedecerte —intenté calmarla, sabiendo que no podría.


Tenía un amor tan sobreprotector que nada ni nadie la haría cambiar. Quería protegerme de todo, pero de la muerte nadie puede protegerte.


Es un paso por el que todos tendremos que transitar, antes o después. Lo más importante es saber que la muerte no es la culpable de nuestro dolor, ni de la pérdida, ni de los miedos. Es el desconocimiento, lo que produce la desazón de lo ignoto. En la vereda oscura del viaje nos asaltan los demonios y monstruos que en la vida existen.


No tengo miedo a la muerte, porque se, y sí lo se, que lo que me espera al otro lado no es nada terrible, muy al contrario, un mundo incorpóreo, sí, pero pleno, lleno de paz y armonía.

Ya no tengo urgencia en irme, porque tengo muchísimas cosas que aprender en este mundo frío y a la vez maravilloso.


Doy gracias, por haber casi estado, de forma prestada y efímera, en el otro lado de la niebla.







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6 декабря 2020 г. 0:39 6 Отчет Добавить Подписаться
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VA VAZQUEZ ALMUDENA
Relato conmovedor, pero a la vez lleno de sensibilidad y serenidad. Me ha encantado esta frase: " Es el desconocimiento lo que produce la desazón de lo ignoto". Qué bonita forma de trasmitir sosiego en momentos tan duros como la muerte. Enhorabuena¡

  • María José R. Cons María José R. Cons
    Muchas gracias Almudena por tus palabras. La muerte nos causa miedo, tristeza, angustia... porque la pérdida de la persona que se va nos deja un gran vacío y no sabemos qué hay más allá. En mi caso lo que viví me sirvió para entender que la muerte no es una enemiga, ni siquiera un castigo, solo es un tránsito a otra dimensión que, ahora ya no me da ningún miedo. February 02, 2021, 22:05
Alberto Fernandez Perez Alberto Fernandez Perez
Tranquiliza la forma en la que tratas la muerte. Gracias.

  • María José R. Cons María José R. Cons
    Me alegra, haber podido transmitir sosiego frente a la muerte. Lo difícil del tránsito no es la muerte en sí, es la forma en que se materializa la muerte. December 06, 2020, 16:03
Luisa  Romero Casas Luisa Romero Casas
Estremecedor relato. Lo cuentas de una forma tan intensa que parece una experiencia real. Lo es?.

  • María José R. Cons María José R. Cons
    Sí, Luisa. Esto me ocurrió cuando tenía 19 años. Cambió mi percepción de la realidad y de la muerte. Cada día, al levantarme, agradezco el regalo que supone poder disfrutar el milagro de un nuevo día. December 06, 2020, 16:01
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