—¡Hija de puta, tráeme más cerveza! — Escuchaba el pequeño castaño desde algún rincón de aquella casa, aunque ya está acostumbrado a ese tipo de cosas, no era la primera vez que su padre le gritaba ése tipo de cosas obscenas a su querida progenitora, era éso o la golpeaba. Aunque el menor quisiera defenderla no podía, aquel hombre podría golpear aún más a su madre o incluso a él, no se arriesgaría a que la lastime más de lo ha hecho. Un día todo eso cambio, su padre la golpeo tanto qué simplemente no despertó. Estuvo dos días en el frío suelo, tenía su bello rostro desfigurado, sus labios pálidos, su piel llena de moretones y el color era tan pálido como sus labios. Luego de eso ya la vio más, él se la había llevado.
El menor no sabía que sucedía, sólo tenía la corta edad de cuatro años desde que eso paso. Cuando el hombre que se hacía llamar su padre llego ese mismo día, él dijo: "Sí se te ocurre actuar cómo la perra de tú madre, te desecharé igual que a ella." Las lagrimas comenzaban a bajar por las regordetas mejillas del niño, gracias a eso recibió una cachetada seguido de un grito que le ordena que cerrara la boca, el castañito se tapo la boca creando sollozos ahogados. En ése momento se dio cuenta que ya no vería a su mamá de nuevo, los pocos momentos de felicidad y la calidez que aquella mujer le brindaba ya no las tendría jamás.
A la corta edad de siete años el hombre ya no lo dejó estudiar o ir a la escuela, ya qué él lo amenazaba con que si decía algo a alguien o cambiaba su actitud, esté lo encontraría y lo haría sufrir mucho más que antes. El pequeño no se arriesgaría de esa forma, no era un tonto. Ahora el castaño sólo se limitaba a obedecer las ordenes de su padre, independientemente qué fuera, así éste no lo golpeaba.
Un día su padre le enseño una lista que al parecer tenía escrito una serié de reglas, la cuál tenía que leer en voz alta mientras estaba arrodillado, lo hacía diariamente. Si llegaba a romper alguna de esas reglas sería castigado, y de las peores maneras. Las reglas vendrían siendo éstas: Uno, hacer todo lo que se le ordene; Dos, no hablar amenos que él lo ordene; Tres, cuándo él llegase todo estaría más que impecable, sin ninguna excepción; Cuatro, comer sólo lo él le da; Cinco, siempre estar arrodillado; Seis, jamás negarse a una orden; Siete, dejarse tocar dónde sea y cuándo sea, sin queja y sólo cooperar; Ocho, siempre tener en la mano un de sus cervezas; Nueve, estar listo para lo que sea; Por último, diez: Jamás, pero jamás salir más allá de la puerta principal.
El menor a pesar de cumplir las reglas al pie de la letra, siempre recibía un castigo tan estúpido sólo por el placer que su progenitor tenía al golpearlo, y cómo el menor no se podía defender, gritar o llorar; se limitaba a ahogar sus gritos y sollozos. No cabía duda que estaba viviendo un verdadero infierno en su propia casa. Pero él no hacía nada, no es cómo si pudiera, por el castaño simplemente estaba acostumbrado a tener esa vida.
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