Jeon Jung Kook jamás creyó en los designios del destino. Esa corriente inalterable que se les asignaba si bien nacían y que se mantenía eternamente imperturbable. Se negaba a creer con toda el alma que la vida que tenía ya estaba premeditada desde el primer llanto, hasta el último suspiro. ¿Qué sentido tenía entonces, yacer como personajes secundarios de una vida que no les pertenecía?
Por eso era más despreocupado, más caprichoso. Si sentía que los oráculos le dirían que se convertiría en aprendiz de la magia, entonces él tomaría las herramientas de su padre y se convertiría en carpintero. Si le decían que pasaría hambre en los inviernos, entonces él buscaba provisiones desde inicios del verano, y se pasaba las noches nevadas con el estómago repleto de carne de cordero y las bodegas hasta el tope de vino.
El destino no era más que una burla con la que se excusaban los cobardes.
Y JungKook estaba realmente consciente de que su vida, no se regiría jamás por la cobardía, ni mucho menos por la pereza. Él era realmente consciente de una realidad de la que los demás sólo renegaban; bien, en realidad no era tan consciente como lo aparentó. La suerte en los humanos era más como un ave que vuela siempre cerca, pululando a su alrededor sin dejarse tocar, ni por las yemas de los dedos, ni por las pupilas suplicantes. Pero en aquel momento, antes de mirar cara a cara al infortunio, nunca se hizo una mísera pregunta acerca de su suerte, ni mucho menos su destino.
No se había dado cuenta de su cuerpo pesado y sudoroso, ni del aire pelmazo que a duras penas pasaba por sus pulmones debido a la humedad. Profundamente cansado, se retiró los cabellos empapados de la frente en medio de la penumbra e intentó, sin mucho éxito de por medio, encontrar la lámpara de queroseno en el mesón de noche; Los días de otoño estaban llegando a su fin, el invierno estaba más próximo que un brujo al peligro, y el clima de aquel momento simplemente no tenía una mísera de sentido. ¿Por qué hacía tanto maldito calor?, ¿Y por qué esa extraña ansiedad se negaba a abandonar su cuerpo?
Pensó que Ji Min de nuevo había estado jugando con aquellas piedras volcánicas, las que un mago ambulante le vendió por seis de las diez preciadas estleras¹ que ganaban al mes en la carpintería. ¡Cómo se había enojado cuando se enteró!; Pensó que algún dragón quizá, había volado justo arriba de su casa mientras escupía fuego por el hocico, o que de nuevo una salamandra se había metido a la habitación durante la noche.
—Hey, Ji Min... ¿Hoy iremos a-...?
Pero, cuando le llamó para despertarle, moviendo sólo un poco su cuerpo de un lado al otro... las llagas en sus dedos le dieron la noticia de su más próxima tragedia. Entonces gritó de sorpresa. O más bien fue un gruñido el que embargó sus labios ante el dolor en su piel. Alarmado le llamó en voz alta, pero el silencio que se impregnó sobre su cuerpo, le hicieron deducir que algo estaba realmente mal. Las gotitas de agua y el camastro empapado le dieron una idea.
El cuerpo de su hermano estaba hirviendo.
No como una fiebre de humanos, de esas que se bajan con paños fríos sobre la frente y cuatro días en reposo escondidos en sus cuevas, sino como esas fiebres que atrapan a los condenados, a los que son engañados por magos viejos y malvados... esas que sólo conocen un desenlace de muerte y tragedia. Ji Min yacía inconsciente en el camastro, temblando y sudando como si se volviera agua, como si se evaporara con el viento, pues su organismo humano no estaba soportando las grandes temperaturas cociendo su cuerpo; justo ahora, eran sus carnes las que estaban intentando consumirse desde adentro como una vela... Y Jung Kook lo supo casi de inmediato: En tan solo unas horas comenzaría a convulsionar y su cerebro dejaría de funcionar para siempre.
Aterrado, picó el resto de hielo que les quedaba de la noche anterior y envolvió los trozos en telas para acercarlas a su frente, a su piel en general; y, sabiendo que aquel torpe remedio no serviría de mucho, corrió hasta la Montaña de Virtuz² para consultar al oráculo por la salud de su hermano. En el pueblo no hay médicos ni brujos verdes a los que pueda pedir brebajes y remedios y el más cercano seguro estaría a no menos de cuatro días a caballo, días en los que tendría que despedirse de él, hasta el inicio de otra vida. Entonces sólo le quedó el subir a la montaña del oráculo para pedir ayuda al destino, y quizá, a los dioses, pues odia la idea de que la muerte llegue a su pequeña casa... De nuevo.
Sólo necesitaba un lugar, un nombre, y él correría como un desesperado para acabar con el mal de su hermano mayor; sorteó las piedras y malezas, cruzó el pequeño riachuelo sin esperar a que el barquero le prestara servicio, —pues no tenía tiempo para las cordialidades—. Nadó como, abrumado con la sola idea del fracaso... Y subió la gran montaña con el pecho jadeante a punto de estallarle desde dentro.
Al llegar, la sacerdotisa le miró con diversión entre las comisuras de sus labios. Ella estaba al centro del templo entre la virtud de sus pieles de león y el trono de piedra frente a su mesa de adivinaciones. Sus piernas largas yacían desnudas al aire libre y reposaba ebria en su gran trono. Había bebido de los vinos celestiales, un afrodisíaco que le elevaba hasta el plano divino y le permitía observar miles de futuros cercanos, como riachuelos que se desplegaban desde sus codos hasta la punta de sus dedos. Había predicho la guerra, y había acertado. Había predicho la sequía... Y había acertado. Si ella tenía algo, seguro le sería de ayuda para salvar a Ji Min.
Sabía que Jung Kook corría hacia ella, por lo que no esperó ni peticiones ni explicaciones para empezar a parlotear. Y, sin endulzar ni un poco su verdad, le había mostrado un destino que le supo a veneno por cada sílaba que escuchó.
—Morirá —susurró la bruja Eon Jin. En su voz había sobriedad, pero sus pupilas se lucían dilatadas ante la droga celestial—, no habrá mucho qué hacer para cuando llegue el invierno.
—No… No es posible —se lamentó incrédulo— ¡Conseguiré el oro que sea necesario para obtener el remedio! Sólo dígame en dónde debo buscar —rogó, como pocas veces en la vida había rogado por algo. Habían librado innumerables batallas juntos. Como verdaderos hermanos se habían cubierto las espaldas durante la guerra... Y ahora simplemente le decían que no había nada qué hacer, sin duda se trataba de una prueba, o una burla, o una simple broma de mal gusto.
—Tu hermano se salvará de esta triste y dolorosa enfermedad… pero hay un mal que lleva desde mucho antes de la peste, desde mucho antes de siquiera sufrir su primer resfriado... Algo que lo hace más débil con cada vez que respira y que le consume la vida poco a poco —sentenció la bruja, con los ojos cerrados y el alma en calma—. El destino lo ha entrelazado con su propia perdición… Un hombre, un hombre al que él ama y terminará por acabarlo, por reducirlo a cenizas y carne calcinada, al igual que a un brujo desleal... Porque está enlazado a un verdadero brujo desleal... Y los lazos que creamos a consciencia, son inquebrantables.
—¿Él ama a este hombre? —preguntó el menor de los Jeon, sintiendo la frialdad de las losas en el templo arremeter contra la planta de sus pies. Se le descubría de pronto el mundo de una manera muy injusta. ¿Por qué tenían que resultar las cosas de este modo?, ¿Cuántas veces, enrojecido de cólera y embargado en malos presentimientos, le advirtió a su hermano acerca del Mago de Obsidiana³?, ¿Cuántas veces le advirtió que debía mantenerse lejos de su vista y sus dominios? Pensó en aquel momento, preso del coraje, que bajaría de la montaña, entraría de nuevo en su lecho y le gritaría que él tenía razón, que se lo había advertido... Y que ahora el pasar por alto esas advertencias, le estaba cobrando su muy alto precio a su insensatez. Pero ahora, ¿de qué le servirían sus reproches?
—Más de lo que se ama a sí mismo. —La bruja lo miró expectante, como si disfrutara del revoltijo de pensamientos que llevaba Jung Kook en la cabeza. Se sirvió más vino, a la espera de los reproches en el chico. Jung Kook parecía tragarse las maldiciones para no tener que ofender a la mujer.
—¡Mi pobre, desgraciado y estúpido hermano! —bramó Jeon—; Ya aprenderá ese malnacido de Min... ¿Qué es lo que puedo hacer para salvarlo?, ¿qué es lo que puedo hacer para acabar con Min?
La sacerdotisa le miró desde las pupilas dilatadas, sorprendida. La epifanía había llegado a su mente como una nube casi imperturbable. No había muchos caminos que dictaran un destino diferente para el mayor de los Jeon. Cuántas veces había visto a hombres que, desesperados, tomaban caminos diferentes para eludir a las desgracias... y recuerda cómo en el proceso, cada uno terminó llegando al mismo mustio lugar que le correspondía. Porque no hay una manera de cambiar el destino... Al menos no una cuyo precio no resulte demasiado alto, ni demasiado atroz.
—Nada —musitó. Y Jung Kook pudo sentir cómo el alma se le escapaba del cuerpo rumbo hacia el vacío de su futura soledad. Se sintió temblar—, no puedes hacer nada.
Repitió sus palabras como un incrédulo, “¿no puedo hacer nada?”... Después se quedó callado por lo que pareció una eternidad. No discutió, ni rechistó. Con la mirada perdida y el estómago revuelto, bajó la montaña, odiando la idea de regresar a casa para observar a su hermano morir.
Maldito oráculo. Maldita muerte. Maldita vida. ¿Qué de verdades podría haber en las palabras de una ebria?, ¿Una verdad ineludible? Estaba convencido de que los hombres podían luchar para cambiar lo que de por sí estaba sentado. Estaba seguro de que era uno mismo quien forjaba su suerte y su rumbo... O, al menos, su mente esperanzada eso le hizo creer.
«¡Vaya estupidez!» —pensó.
Si el problema era que Min Yoon Gi traicionaría a Ji Min… Si el problema era un hombre mortal, tan común como cualquier otro, tan repleto de carne, hueso y sangre... La única salida, estaba más que clara. Tenía que drenarlo, hasta que dentro de sus venas... no quedara nada.
[…]
Si su tragedia acababa de comenzar, se aseguraría de que fuera de la manera más digna y aplastante de todas. Tocó tres veces la madera, esperando que le abrieran del otro lado de la puerta, y luchó por no tirarla por la urgencia. El Bosque de Acacias Venenosas, era el único lugar en donde se le ocurrió encontrar a ese hombre. Llamaría a los magos, a todos los aliados que pudieran andar tras su espalda y entonces sometería al hombre para que el paso de la muerte frenase. Arrancarle la cabeza sería tan fácil como aplastar un ratón.
Nam Joon le abrió la puerta, con los cabellos revueltos y la camisa a medio abotonar. No le dio tiempo de saludar, cuando Jung Kook ya había entrado a la casa con la respiración ataviada y la mirada de un loco.
—Ji Min está enfermo —musitó.
—Ya les he dicho, par de idiotas... —exclamó Nam Joon sin esperar mayores explicaciones—, que las rocas volcánicas no son juguetes para sus estúpidos experimentos. —Nam Joon parecía acabar de despertar, no se percató del semblante sombrío en Jung Kook, ni de la manera en la que su rostro le anunciaba una noticia tan terrible. Los destinos no eran algo que se pudiera eludir con facilidad, por eso muy pocas personas iban en realidad con el oráculo, por el miedo a que les dijeran que la muerte (o incluso algo peor), les acechaba desde las sombras, esperando por devorarlos—. Busca en el almacén de Jung, seguro hay algo que pueda servirle.
—No, Nam. Esto es en verdad serio. No creo... No creo que haya algo en el almacén de Ho Seok... Si sabes a lo que me refiero.
—¿Consultaste al oráculo? —Después de preguntar, Nam Joon no necesitó una respuesta verbal.
—Todo esto es culpa de Min —respondió Kook—. Quiero que reúnas a tus hombres. Iremos a matarlo. A arrancarle la cabeza para que todo esto se acabe de una vez por todas.
—Claro, Jung Kook —contestó irónico—, mis hombres libraron una batalla terrible hace tan sólo dos meses. ¡Y tú esperas que vayamos a intentar rebanar la cabeza de Min, como si fuera un simple mago de cuarta?, ¿Ji Min realmente está tan mal?, ¿por qué entonces no estás allí a su lado?, dime, ¿siquiera te estás escuchado hablar?
—¡¿No lo entiendes?! ¡Está muriendo! ¡Y lo que lo está matando es el lazo que tiene con ese bastardo! No es un destino irreversible —objetó Jeon—, como una enfermedad cualquiera, no, no. Si ese hombre muere, el lazo que comparte con Ji Min, dejará de envenenarlo, y entonces, entonces...
—No sabes de lo que hablas, Jeon... —interrumpió Nam Joon—. Esto no es un estúpido duelo para quedar bien con la aldea, no es una aventura de búsqueda y captura en la que regresarás aquí como un héroe, Jung Kook. Min Yoon Gi es prácticamente un mago del Parlamento... Si alguien te escucha decir todas estas estupideces sobre matarlo... Dioses, el que terminará muerto serás tú.
—¿Esperas que me quede de brazos cruzados, observando cómo muere sin poder reconocer lo que le rodea? Para él no llegará el invierno si no hacemos algo —bramó Jeon, negándose a aceptar la sentencia —; Necesito de tus hombres, te necesito a ti. Por favor... —Jung Kook le miró, esperando una reacción de su parte, una mirada, una ilusión. Cualquier indicio que le dijera que no le abandonaría, que no le dejaría solo—. Te lo ruego...
Pero no vio nada.
Nadie en su sano juicio se metería con un mago del Parlamento.
Si Jeon Ji Min se había enlazado con él, había sido su propia responsabilidad. Nadie en el pueblo le había obligado, y nadie arriesgaría su vida —ni las de sus familiares— por el capricho de un Jeon. “Cada hombre está encargado de buscar su propio mal” diría el viejo Kang. Y ahora, con las enseñanzas de un viejo dicho, de una vieja advertencia, se les estaba dejando desolados con aquel mal, restregándoles en la cara sus errores.
—Kook... —Nam Joon le tomó de los hombros, intentando que le mirara a la cara. Como siempre se estaba comportando tan impulsivo. Durante los tiempos de batalla, siempre fue Ji Min quien lo ponía a raya, quien le baja los humos y lo centra, pero... Si estaba tan alterado, quizá era porque la hora para el mayor de los Jeon había llegado. No se sintió mal, al final del día... la hora les llegaba a todos... ¿No?—, para los magos, para los pocos que hay en este pueblo, esta tontería que estás planeando es una hazaña completamente imposible. Nadie en este pueblo querrá ayudarte a matarte. Y si alguien quisiera hacerlo, de inmediato se lo prohibiría... —sentenció— ¿Qué te hace pensar que tú, un simple humano sin talento mágico puede hacer algo al respecto? —Nam Joon le miró con severidad, mientras, desde el otro lado de la habitación, apareció Dong Ae, corriendo y enrollándose en las piernas del hombre para abrazarle. La niña hundió su pequeño rostro abrazando a su padre, y extendió los brazos pidiendo que le cargaran. Él la miró con tristeza y la levantó por los aires. Jung Kook no quería admitir que le entendía... Que, si él quizá tuviera más familia, haría todo por ella... —. Tenemos cosas qué perder, Kook... Nadie estará dispuesto a arriesgar a los suyos por un hecho que es inevitable, por un destino que Ji Min se buscó. Yo definitivamente no lo estoy.
—Y por eso yo debo perder a lo único que tengo. Por eso Ji Min debe sufrir hasta el día de su muerte. —No quiso realmente decir aquello. Quizá se sentía demasiado iracundo con todo el mundo... Si hubiera nacido con talentos mágicos, quizá la historia se desenvolvería de diferente forma, tanto para él, como para su hermano... Pero, si esta era la vida que le había tocado... ¿No sería su trabajo luchar con las pocas armas que tenía?
—Sabes que no es eso lo que quiero decir...
—¡Pues da igual que sea lo que quieras decir! La realidad es que estoy solo —dijo furibundo —. Está bien. Buscaré la manera... Yo solo. No los necesito —se encaminó de nuevo hacia la puerta y sintió la presencia de Nam Joon siguiéndole el paso—. Antes de que caiga el sol, Ji Min estará de pie, sabiendo que su mejor amigo se negó a prestarle ayuda para salvarle la vida. Tantas batallas juntos, para que termines siendo un... —Se reprendió con sus palabras. Se mordió la lengua y siguió su camino sin agregar más nada, después de un último suspiro de fastidio.
«Qué decepción» —pensó.
—Kook... Estás siendo irracional.
—Adiós, Nam Joon.
No le dio tiempo de nada. Jung Kook salió de allí hecho un manojo de nervios. Buscar, pensar, una salida, una alternativa, tenía que haber. Alguna, cualquiera.
“¿Qué te hace pensar que tú, un simple humano sin talento mágico puede hacer algo al respecto?”.
La impotencia con la que recibió su debilidad le hizo doblar las rodillas si bien llegó al riachuelo en la frontera del pueblo. ¿Qué demonios haría ahora?; Observó la claridad del agua... y siguió con la mirada el cauce. Abarcaba casi medio kilómetro, entonces se perdía en el Bosque de Acacias Venenosas... Había escuchado rumores, en los que allí dentro, resguardadas entre la obscuridad y la humedad de sus extensiones, vivía un brujo... De esos que eran más traidores al Parlamento que a otra cosa. Los Juramentos Arcaicos⁴ no hacían nada en sus talentos mágicos, ni inhibían sus poderes, ni los minimizaban ante la magia negra. Obtenían su energía de la muerte y la desolación, rodeados siempre de una incertidumbre extraña, el simple hecho de cruzarte con uno, era razón suficiente para temer por tu vida, pues por donde sus pies pisaran, la absorbían, así como los árboles absorbían los nutrientes de la tierra.
Las plantas morían, las aves huían... Eran el mismo presentimiento de que algo mal ocurre con el mundo que los resguarda.
Por eso es que eran tan temidos...
Y despreciados.
Pensó dentro de su tristeza, que, si había alguien capaz de meterse con un mago del Parlamento, seguro sería un sucio nigromante. Entonces la idea apareció: El plan se desplegó como un mapa que conocía como la palma de su mano. Si él no era un mago que pudiera hacerle frente a Min, contrataría a uno que pudiera hacerlo, hasta acabar con su existencia. Entonces podría regresar a los buenos días, aquellos en los que la ignorancia le daba cuna... Ji Min estaría bien a su regreso, y entonces, cuando el nigromante le cobrase su precio, estaría encantado de entregarse a las fauces de la desgracia.
De nuevo emprendió viaje.
Y eso nos lleva justo a este momento:
De inmediato el aroma a madera podrida entró en sus sentidos cuando llegó a la cabaña. Un tugurio oscuro en donde apenas se colaban un par de rayos solares, nacientes del medio día sobre sus cabezas, notó que llegaba, cuando los árboles yacían muertos, sin un ave que los usara de hogar... Salvo un par de graznidos que parecían venir de ninguna parte física.
Se ha quedado callado, sin querer admitir que la presencia del mago le intimida como si fuera un niño. Alrededor, se desplegaban cuatro mesas, tres de ellas ocupadas por la presencia de cadáveres frescos. El aroma a muerte, a óxido, a sangre vieja y reseca, picó en su nariz con sensaciones casi nauseabundas... En el cuarto, el esqueleto de un adolescente –dedujo por la estatura–, se posaba como la basura en los fondos de la tierra; silencioso, (y enmudecido) ante el aroma que desprendieron los cuerpos si bien pasó los pies más allá del dintel, avanzó, esperando una advertencia, una amenaza... Algo que le dijera que el hombre sabía de su presencia allí, o que, en todo caso, la despreciaba. El silencio provocó que su corazón bombeara con desenfreno. Si no estaba asustado, no se explicaba por qué las puntas de sus dedos temblaban al saber que todo era más una cueva que una cabaña.
Cuando su vista se acostumbró a la penumbra... Le vio.
Ahí, sentado en medio de un gran escritorio de madera. Dejó la puerta abierta, pensando que, si algo salía mal, quizá podría intentar correr de nuevo rumbo a su pueblo... se reprendió a sí mismo, por estar actuando como un cobarde.
Por eso dio trago amargo a sus temores, y se plantó allí, esperando a que la persona frente a sí dijera una palabra. El anciano se quedó muy quieto, dejando que pudiera visualizar sus horribles ojos verdes, eran más como los de un horrible sapo del pantano, llevaba las barbas tan largas, que se perdían en algún lugar de su túnica.
—El segundo desgraciado del día… —musitó el brujo en una voz anciana y temible. Era más como un susurro rasposo que daba la mala sensación de ahogo, como si cada vez que él respirara, le aumentara densidad a tu propio aire—. ¡Bienvenido seas!
De inmediato se levantó de su asiento y comenzó a revolver asquerosos brebajes en sus recipientes. Se paseaba por la habitación, con su enorme cuerpo de anciano, de un lado a otro, haciendo torcer a los cadáveres de una manera diferente con cada sustancia que vertía por encima de sus pieles. Rompió un par de huesos, y tiró lo que no le servía en lo que parecieron grandes calderos con ácido. Los observó burbujear. Jung Kook sintió la magia, una magia asfixiante, no como la de los magos en el pueblo, sino más pesada, como si el azufre y las cenizas humanas se mezclaran para bailotear alrededor con una constancia asquerosa. No era un lugar realmente sucio, pero sin duda la sangre y los muertos, le quitaban cualquier indicio de buen aspecto.
—Usted puede... burlar al oráculo… he escuchado leyendas —se animó a decir Jeon, cuando por fin los objetos a su alrededor le devolvieron los dominios sobre su mente—. Necesito hacer un trato.
El mago se la pasó abriendo y cerrando libros en todo el rato. Casi no le miró a la cara, quizá por desinterés, salvo unas cuantas miradas de soslayo de vez en cuando, antes de volverse a enterrar en sus asuntos. El mago Tae Hyung nunca fue bueno con las personas. No sabía cómo tratarlas sin desear jugar con ellas, como si fueran ratones, por eso no tenía interés en nada de lo que tuviera que decirle un pueblerino.
—¿Un trato? —con el temple sereno levantó solo un poco la voz—, ¿tu prometida se ha ido con otro? —exclamó fastidiado—, ¿sientes envidia de tus vecinos?, ¿quieres matar a un hombre? Dime, niño, ¿Qué es lo que te ha movido hasta aquí, y te ha dado el valor de interrumpir mi ocupada tranquilidad?
—Necesito que mates a un hombre llamado Min Yoon Gi.
De inmediato el mago de la muerte dejó de leer en sus libros y, por primera vez, se sintió interesado en las palabras que salían de la boca del hombre. Caminó un poco sin perderle la pista y se puso de pie frente al cadáver más cercano que encontró. Sin hacer ningún ruido, metió las huesudas manos entre las carnes del cuerpo. Frío, inerte, removió los pulmones perforados, necroses, después los intestinos... La escasa sangre que le quedaba se chorreó por los lados y lo entendió todo. Una sonrisa mefistofélica se posó entre sus labios, deseoso de que el chico le contara su propia versión de la historia, una diferente a la que los muertos le habían revelado ante su poder.
—¿Y qué es lo que puedes ofrecerme, Jeon? —El anciano escupía sus palabras con vilipendio. Nunca se puso a la defensiva, ni se movió ni un milímetro para defenderse del contrario, se paseaba por la casa con las mangas de la ropa ensangrentadas, tiraba las plumas negras de su gran capa, sin el más mínimo indicio de sentirse ofendido. Eso le hizo pensar a Jung Kook que aquel mago era de poco fiar. No había barreras mágicas, ni guardias, ni trampas. Un anciano en medio de un bosque olvidado al que acudían solo los desesperados para arrancarse el corazón, o el alma, o lo que llevaran encima (si es que aún les quedaba algo para perder)… el sólo hecho de que practicara su magia en los muertos era en sí mismo demasiado malo, pero… el aislamiento y la despreocupación era… sospechosa.
Aun así, no se limitó. Era tanto su egoísmo, que se negaba a quedarse solo, a causa de la maldad de alguien más. La otra vida, el infierno, o el cielo... No le interesaban. Defendería la vida que tenía, con los dientes de ser necesario... y en esa vida entraba Ji Min, no había otra forma.
—Lo que quieras. No me importa. Lo que me pidas, lo conseguiré —respondió Jeon—. Ese malnacido debe morir antes que mi hermano. —Sin saberlo había cometido dos grandes errores al abrir la boca. No se molestó en recitar los porqués, ni el brujo se veía interesado en indagar.
—De acuerdo —dijo el anciano—, pero debes saber, hijo de Jeon, que los tratos con un nigromante no son como los que haces con los magos blancos de tu aldea, ni como los tratos que te exigen esos malnacidos que resguardan a su tan preciado oráculo. ¿Osas ir en contra de la voluntad de Eon Jin?
—Los oráculos son sólo palabras, ¿no? No me interesan. Min Yoon Gi debe morir. Estoy seguro de que eso no será un problema para ti —Inspiró el aire de alrededor sintiéndolo cada vez más pesado. Estaba allí, ya no había oportunidad para los arrepentimientos.
—Piensas que ya soy un criminal. —El brujo le recitaba sus verdades con una calma que parecía tan falsa, tan acartonada. Jung Kook se preguntaba si en sus palabras había tan solo charlatanería—, que no tengo nada que perder, que si me descubren podré librarme del mal destino que depara a los traidores, porque simplemente ese es mi camino. Dime, Jeon, ¿qué te hace pensar que no te traicionaré a la menor oportunidad?
—Nada. No tengo nada certero.
Observó por un ligerísimo instante el piso, no porque se sintiera intimidado, sino porque pareció ver que algo se movía detrás del escritorio, allí detrás, en donde las plumas negras que yacían tiradas se mezclaban con la sangre desoxigenada que caía de los cuerpos.
—¿Y entonces? —preguntó el nigromante.
—No tengo más ideas —admitió—. Pero quiero pensar que no soy tan estúpido. Jamás podría hacerle frente a Min. No soy brujo. A la primera que yo me ponga en contra, me volarán la cabeza, y ni siquiera tendré tiempo de pensar en defenderme. Pero, si tú me pides algo, quizá...
—Lo que pido de precio no puede ser conseguido. No es algo que irás a buscar debajo de una estúpida montaña, o en una malnacida cueva.
—¿Mi alma?
—¿Tu alma?, ¡eso no me interesa!
—Entonces, ¿qué es?
—Las cosas que pido, están aquí —El mago palmeó con sus enormes manos el pecho de uno de los cadáveres—, tu centro —dijo, abriendo con las uñas la piel del cuerpo, hizo a las capas de piel ceder ante su fuerza y separó las costillas, entonces le arrancó el corazón, como si se tratara de un animal para comer. ¡Track! hicieron los músculos al separarse—. ¿Ves esto?
Jeon se quedó mirando aquella masa sin forma, borgoña y brillosa. Se ceñía sobre sus dedos como si hubiese sido creado para estar entre los horribles dedos de aquel viejo.
—¿Qué es eso?
—Un corazón.
—No se supone que luzca así...
—Ah, ¿no?, ¿Y cómo se supone que luzca, eh, humano estúpido? —El mago de la muerte se aproximó hasta tenerle en frente con el órgano frío entre sus dedos. Entonces tomó una de las muñecas de Jeon y lo obligó a tomar el trozo de carne. Jeon de inmediato se sintió asqueado. Abrumado por la idea de blasfemia que ahora pasaba por su mente como una tormenta—. Te tragas las mentiras del Parlamento, vives en tu ignorancia, pensando que las magias baratas son quienes salvan tu vida a diario, pero no tienes idea de lo que hay dentro de tu propio cuerpo. ¡Das vergüenza, mira! —bramó el brujo—. Esto es lo que palpita dentro de ti, cuando estás aterrado, cuando estás asustado, ¡cuando corres queriendo arreglar cosas que no te corresponde arreglar!; esto es lo que te mantiene vivo, andante.
—¡Yo no tengo algo como eso dentro! —se lamentó Jeon—. Es demasiado horrible. Es imposible que yo...
De pronto lo sintió. Golpeaba dentro de su pecho... No era ningún idiota, sabía lo que era su corazón, sabía que los malos presentimientos se guardaban allí... Pero se negaba a creer que al estar fuera, tuviera un aspecto tan horrible. Durante las guerras, los hombres que morían nunca eran revisados, todos apilados en grandes filas ardían en fuego... Pero pensar que podría separárseles partes tan viles, tan... Aterradoras.
—Definitivamente lo tienes —le aseguró el viejo—. Y eso es lo que quiero. Yo te doy mi palabra, de que cuando lo obtenga, la vida de tu hermano dejará de correr peligro.
—¡No tendré cómo verificarlo! Me matarás —gritó Jeon—, me sacarás esa cosa horrible y entonces... ¡Eres un fraude!
—Haremos el trato. Te unirás a mí por medio de un contrato y seguirás tu vida como hasta ahora... Cuando llegue la hora de tu muerte nos volveremos a encontrar. Eso sí, niño, no hay vuelta atrás, una vez sellado, yo haré lo que tu petición me ordene... Piensa bien tus palabras, te aseguro que vivirás una vida plena.
—Si Min Yoon Gi muere… ¿el lazo con mi hermano se rompe, ¿verdad? Entonces él vive —Jung Kook estaba nervioso, ese horrible palpitar estaba de nuevo entre sus sienes. Observó el corazón que aún estaba entre sus dedos y pensó... ¿Algo tan horrible era el precio por la vida de su hermano? —No habrá más tragedias para él...
¿Qué era aquello que realmente valía en la vida?, ¿la carne?, ¿o el alma?
—No podrías recitar las verdades con más belleza, Jeon —El brujo le miró con una sonrisa extraña en el rostro, ya no deambulaba a los alrededores, sino que se había quedado a la espera, observando cada milímetro en las acciones de Jung Kook.
Jeon apretó con mucha fuerza el órgano entre sus manos, “demasiado barato” pensó. Y, sintiendo que había hecho uno de los mejores tratos de su vida, clamó cinco míseras palabras que lo condenarían de ahí en adelante a una vida de peripecias.
—Supongo... Que tenemos un trato.
Y esa era apenas la primera de ellas.
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¹ Estleras: Unidad ficticia de moneda de cambio en la historia. Usada desde el año 255X en adelante.
² Montaña de Virtuz: Lugar en donde reside el oráculo.
³ Mago de Obsidiana: Apodo para Yoon Gi.
⁴ Los Juramentos Arcaicos: La ley de los magos, entre otra serie de numerosas normas, establecía que todas las adivinaciones por medio de cuerpos y fallecidos estaba prohibida.
17102020 | Love, Sam.
Спасибо за чтение!
Si quieres leer una historia de magia, aventuras y brujería, Entonces que esperas para empezar a leer "Raven's Lake" Es una historia increíble. Prometo que no te vas a arrepentir, te engancha al instante. Su narración es muy buena , las autoras definitivamente están haciendo un trabajo alucinante.
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