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Después de varios años, los siniestros Visitantes vuelven al pueblo, donde una mujer y sus dos hijas se esconden en su casa. Podrán evitar que estos seres las descubran, pero no que irrumpan en su hogar. Así, descubrirán qué es lo que buscan en realidad los Visitantes, un misterio que, hasta ahora, carece de respuesta.


Триллер Всех возростов.

#suspense
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Visitantes

La luz del comedor se filtraba entre los listones de madera del suelo, sobre nuestras cabezas. No nos había dado tiempo a extinguir las velas antes de escondernos en el refugio. Hacía apenas unos minutos que las campanas de la iglesia habían tañido con insistencia, advirtiendo de su presencia. En ese momento, las calles del pueblo estarían desiertas; toda la gente estaría refugiada en sus casas.

Mi madre nos envolvía a las dos con fuerza entre sus brazos, contra su pecho. Mi hermana pequeña lloraba en silencio, atenazada por el miedo. Era demasiado joven para recordar la última vez que habían venido. Pero yo lo recordaba. Rememorar el pavor que había sentido entonces me bloqueaba, impidiéndome siquiera pensar con claridad.

Por encima del fuerte ruido del viento en el exterior de la vivienda, nos llegó el chirriante sonido de la puerta, deslizándose sobre sus goznes, lentamente. Había estado suplicando para mis adentros que pasaran de largo, que no se detuvieran. Pero había resultado inútil. Acababan de entrar en nuestra casa.

En el pueblo se les conocía como los Visitantes. Ni siquiera los más ancianos sabían exactamente qué era lo que venían a buscar, pero cada ciertos años bajaban hasta el pueblo desde sus recónditas guaridas en las montañas y se llevaban a todo el que se encontraban. No se sabía con precisión cuándo vendrían. Debíamos permanecer siempre alerta.

Una sombra alargada se deslizó atravesando la ranura de luz sobre nuestras cabezas. El rostro congestionado de mi hermana se vio sumido momentáneamente en la penumbra. Tuve que taparle la boca y encerrar entre mis dedos su grito de terror.

La luz comenzó a desplazarse. Habían cogido una de las velas sobre la mesa. Me extrañó, pues nuestra casa constaba de una única estancia, que servía de cocina, comedor y dormitorio para las tres, por lo que era muy sencillo comprobar que no hubiera nadie en ella.

Siguiendo el desplazamiento de la luz entre los tablones, comprobé cómo uno de los Visitantes se dirigía a la pequeña estantería en la pared ¿Qué estarían buscando? Mi hermana profirió un quedo chillido, cubriendo al instante sus labios con las manos. Me abalancé sobre ella, estampando la mía sobre ellas y dirigiendo la mirada hacia el punto donde ella mantenía clavada la suya. Allí descubrí que, a través de los gruesos listones de abeto humedecido, se intuía algo rojo y brillante, que se desplazaba a lo largo de la junta. Avanzó hasta posarse sobre nosotras. Nos había encontrado.

Un ensordecedor gruñido nos atacó los oídos, al tiempo que el Visitante se despegaba del suelo. Otras cuatro sombras entraron en la vivienda, cercenando por instantes las líneas de luz filtradas bajo el suelo. ¿Por qué había seis Visitantes en nuestra casa?

Sin llegar a hallar la respuesta, escuché un ruido metálico proveniente del lugar donde se encontraba la estantería. La caja de metal, donde guardaba los pocos recuerdos materiales que me quedaban de nuestro padre, muerto hacía tres años por la fiebre, había caído al suelo.

Cegada por la rabia, me puse de pie, rozando con la cabeza el techo del escondite. Nuestra madre trató de retenerme, sujetarme del brazo. Me zafé y descorrí el cerrojo de la trampilla superior. La abrí de golpe, subí los peldaños de madera y me encontré de nuevo en el centro de nuestra casa, de frente a la puerta abierta al exterior.

Al darme la vuelta, los descubrí. Cinco seres fantasmagóricos, cubiertos con capas negras, flotaban a unos centímetros del suelo, justo encima del refugio. Un sexto Visitante permanecía cerca de la estantería, con la pipa de tabaco de mi padre entre sus óseas falanges.

—¡¿Qué queréis de nosotras?! —exclamé, desesperada—. ¡Largaos de aquí!

Me vi de pronto rodeada por aquellos seres, que en mi mente había imaginado de tantas formas diferentes, y que ahora tenía ante mí. Comenzaron a desplazarse en círculos, alrededor de mí, cercándome cada vez más. Me rozaban, mecían mi melena sobre los hombros, me susurraban al oído palabras en un siseante idioma que no lograba comprender. Comenzaba a marearme, abotargada por el fugaz movimiento de aquellos seres a mi alrededor. El que sostenía la pipa de mi padre apareció en el centro. Bajo su capucha, pude discernir una sombra tenebrosa y un par de ojos rojos como la sangre, iguales al que nos había descubierto. Dejó caer la pipa al suelo y comenzó a retorcerse bajo la gruesa capa.

Cuando se detuvo, el lugar de la sombra lo ocupaba la figura de un hombre, de rasgos fuertes y curtidos, con un denso bigote rubio y pelo peinado hacia atrás. Sus ojos azules me observaban directamente. Me perdí en su inmensidad, hasta casi desvanecerme.

—¿Padre? —logré articular con lágrimas brotando en los ojos—. ¿Estáis vivo?

—Cariño, cuánto te he echado de menos.

Aquella voz no era su voz, pero me daba igual. Era mi padre, estaba segura.

—Yo también os he echado de menos —gimoteé, lanzándome a sus brazos. Me rodeó en un cálido abrazo paternal. ¿Cómo no iba a ser él, si hasta podía sentir el latido de su corazón?

—Ya no tenemos que seguir separados, mi amor. Ven con nosotros. No volveré a dejarte.

—¡No! —escuché gritar a mi madre, lanzándose a la carrera por los escalones del refugio hacia donde me encontraba.

La compuerta se cerró de golpe por sí sola, recluyéndolas bajo el suelo. Apenas reparé en ello, pues yo seguía perdida en la mirada de mi padre, al que después de todo ese tiempo había recuperado. Sentí cómo me rodeaba con su capa y juntos comenzamos a caminar hacia el exterior.

—Vámonos a casa —me dijo en un susurro.

Seguidos por los cinco espectros, salimos al exterior abrazados el uno al otro.

A la mañana siguiente, una mujer y su hija lloraban desconsoladas, ante todo el pueblo. La bandera ondeaba a media asta y todos los vecinos portaban brazaletes negros. Después de años sin víctimas, aquella noche los Visitantes se habían vuelto a llevar un alma inocente.

30 сентября 2020 г. 16:38 0 Отчет Добавить Подписаться
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