1566617928 Francisco Rivera

El drama de llegar a esa línea de la existencia donde respirar de más es una afrenta a la vida propia, al olvido de quién eres y al recuerdo del ejemplo para evitar o llegar a ser una más después de ti...


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#Candidatos #-Adolescentes #-Jovenes #Causas
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Diosuicis (suicidio) 1

El principio...


Un pensamiento aflora en el vacío:

En esta hora hago compañía a los demás y mi siguiente tentativa queda sellada cuando el silencio propio se confunde con la bruma de silencios de la legión de la deshonra, del abandono, de la esperanza y de la batalla de las tropas inadaptadas ante esa feliz sonrisa falsa de miedos y cobardías intocadas...


Esa mañana fresca, reluciente, deprime la actitud de Verónica Alterre.

Espera, por lo menos, a que él llame por el móvil o deje recado con la persona a cargo de la portería de la vivienda de abrigo donde adolescentes y jóvenes, agazapados a su puerta de entrada, se tiran al piso, cuidando de no entorpecer el cruce de peatones que los miran con displicencia junto a sus perros famélicos, como ocurre desde hace tres años.

Su caminar en solitario dirige sus pasos desde donde se hospeda, un departamento de interés social, hasta la puerta de acceso de esa vivienda improvisada a la que atiende a los chicos de la calle, quienes la conocen como la palma de su mano.


Han transcurrido aquellos terribles tres años anteriores: y ya no son punto de partida para lo mismo.

Ahora, de manera fugaz, gradual, se asiste a un ligero cambio social en la actitud levantisca de esa familia improvisada.

Ahora, ella se encuentra en calidad de acompañante de chicas y chicos con problemas de suicidio.


Como el día anterior, regresa y sostiene diálogo con la mujer que atiende en lo general y necesario ese abrigo de esperanza humana:

— ¡Buen día, señora Maruja! ¿Hay algún recado de Fortino? —, pregunta ella.

— ¿Buen día, Verito! ¡Hasta ahorita, nada! ¿Por qué no regresas al ratito! ¡Quién quita y llama...! —, responde la mujer, colocando un chal oscuro sobre sus enjutos hombros.


Luego, agrega: — ¡Ay, señora Maruja, no me gusta su silencio...! ¡Se ha reservado mucho y no sé qué pueda pasar...! —, externa la muchacha, dejando sentir la preocupación que le embarga, pero sin dejar de retener en su mente el perfil suave de Fortino.

Nuevamente expone su sentir:

— ¡Ni hablar, ese muchacho siempre ha sido como muy raro, no cabe duda, Verito! ¿Por qué no regresas al ratito! ¡Quién quita y llama...! —, reitera la mujer, mientras prepara un café de olla en un recipiente de peltre, maltratado y abollado por caídas subsecuentes donde una historia propia demuestra la falta de coordinación de sus manos y los objetos cuando caen sobre el piso de la cocina, de repente y de manera continua.

Se atestigua una señal irreversible del deterioro de fuerza física y muscular que la postra, comprendiendo su retroceso vital.


Esa casa improvisada, la misma que la joven durante su etapa de niñez, aún le representa un espacio mágico para comer, platicar y confesar lo necesario.

También lo que se concita en cualquier toma de alimentos a lo largo del tiempo de reunión de familia no propia, reunida por circunstancias de la vida vulnerable en la ciudad de México.

Tras observar en silencio y dolor, cierra los ojos y mueve la cabeza, como evitando recordar penas y sufrimientos de un ayer que le parece tan cercano, que no da crédito de su transformación de mujer joven, lo que anima a establecer una conversación corta y decidida:


— ¡Ay, señora Maruja, mejor me paso al comedor, voy a ver a la corte...! —, adelanta la joven, quizá para retener en esa agrupación de desvalidos sociales lo que recuerda del muchacho ausente.

— ¡Ándale, muchacha: ve con cuidado! —, dice así, la madre sustituta de hijos de la calle y madre-familia, así nombrada con respeto por todos los cortesanos de la colonia.

Intempestiva, ella agrega:


— ¡Gracias, señora Maruja! ¡Paso en la tarde, si otra cosa no ocurre con Fortino! ¡Adiosito, pues! —, responde y se anima a salir de ese espacio que acumula lo que va a presenciar entre el grupo que la ha visto demostrar la posibilidad de cambiar de vida bajo el sacrificio puntual de las rémoras que, años atrás la vieran en plena orfandad de ambos padres.

En el breve andar de pasos, ella no puede evitar componer cuadros de circunstancias de lo que ha de encontrar en dicho lugar.

Va al encuentro de quienes se dan cita para hacer la comida del día mientras la esperan, como cada mañana hábil, en punto de las once, cuando transcurren vidas de incertidumbre generacional ensortijadas a sus vestimentas de cholos y un gran exceso de risas y sonrisas; bromas y chascarrillos de doble y triple sentido.


Por ahora, importa, antes que cualquier otro asunto, probar el espeso caldo de gallina para reconfortar los ánimos y ahuyentar el hambre crónica.

Sin embargo, sin que lo sepa nadie de los que soportan la secuela del hambre incontrolada, deben esperar la demora necesaria e impuesta de las mujeres adultas quienes se han de afanar para servir a la muchachada, festejando, entre chascarrillos, bromas de todo tipo, así como de voceos de algarabía desenfrenada mientras transcurre media hora de espera, sin que los moleste hacer punto de irrupción para fumar cigarrillos recogidos de todas partes y llevarlos hasta las bocas de cualquier miembro de la camada, despreocupada de daños a la salud corporal ante el hecho de llevar a cabo el fumadero chacuaco (fumadores empedernidos) por el hecho de sólo hacerlo entre todos y en ayunas.

Mientras tanto, en el interior de la portería, un llamado de último momento hace vibrar el teléfono celular de la señora Maruja.


Una voz agitada comunica de manera intempestiva que se busque a Verito, en la cocina comunitaria.

Ya rebulle el caldo, preparado con improvisación una noche antes, mientras la corte, unos a duerme vela... o semi durmiendo.

Otros, roncando y pocos de ellos, jugaban baraja, esa otra parte de todo mundo, ignoran que se les requiere de inmediato.


En ese horario próximo al mediodía urge que alguien pase a recoger la dotación de tortillas duras que han quedado de la venta indiscriminada que sostienen las trabajadoras de la maquinaria expendedora de ese producto alimenticio.

Asociado al área laboral implementada por el gobierno delegacional, emplea mujeres adolescentes bajo condición de continuar estudios y hacer buen uso del goce de beca económica, entregada por acción social conjunta tanto de donaciones de particulares como de las erogaciones del gobierno local.

En ese episodio, la entrega de un bien de consumo humano, básico y de primera necesidad, es un bien entregado sin percepciones directas en metálico.


Así, se evita explotar a la niñez de la calle y se procura hacer razón social sin desprestigio y burla individual por atender ese oficio de tortillería.

Esa dotación significativa enfrenta oposición de criterios domésticos entre compañeras del gremio porque sólo gana el sueldo que se les paga.

No obstante, no se evita el dispendio y se genera nueva censura de algunas al aprovechar revender sobrantes de masa y tortillas a las amas de casa, con las que han convenido previamente esa adquisición, sin ingresar el dinero a la caja.


Contra esa entrega en especie, ha reconvenido su líder, Fortino, alertando de no hacerles perder su paciencia, pues ante la responsabilidad de dar un voto de confianza a su nueva administración del negocio y del comedor, esos autogenerados están en boca de todo mundo.

Por tanto, sabe que lo encarna ante Verónica Alterre, y ambos son siguiente esperanza demostrativa de que todo cambio en momento, lugar y condiciones se posibilita, si se trabaja para ello.

Así, todos callan y otorgan silencio en grupo por haber vivido esa experiencia en sus primeros y lejanos nueve años de edad.


Ahora, ni siquiera puede decir: ¡esta boca es mía!, cuando hay creencia personal sobre la manera en que prevalece un sentido encubierto que no refleja ningún favor al gremio tortillero, como tampoco a las mujeres que día a día atienden a la clientela, siempre quejosa respecto de cómo va subiendo el precio del producto de año en año.

La señora Maruja, antigua despachadora de tortillas, prefiere hacer mutis ante el hecho de saber que uno de sus hijos decide continuar viviendo en condiciones de calle.

Arrostra, como puede, la molestia por dar alojamiento y comida a tanto muchacho perdido por la droga y la vida inútil que llevan a sus espaldas, censura también, sin decirlo, respecto de la vida del hijo que se encuentra en igualdad de peligro que Fortino.


En cambio, un hijo de en medio, se encuentra feliz e infeliz.

Sin oficio, ni beneficio sin solución, y, así, antes de concluir su llamada, espeta con taimada intención, lo siguiente:

— ¡Quesque ahora se sospecha del Fortino! ¡Y, p'os al parecer, ha tomado el camino equivocado! ¡Y vaya usted a saber qué ha de ocurrir después! —, concluye su asunto, alza los hombros y espera beber un café preparado por esa madre paridora de hijos de diferentes padres.


Mientras tanto, esa Madre Coraje fiel a su costumbre, se enternece con quienes atienden el figón comunitario, pues han dispuesto tres envases de plástico con capacidad de un galón cada uno para contener tipos diferentes de salsas, indispensables para degustar la comida.

Ahora, las mesas se encuentran provistas de manera inopinada de saleros recientemente prohibidos por las recomendaciones de la Secretaría de Salud.

Se da lugar al episodio de afrenta contraria a la estrategia de desaliento del consumo refinado de los inveterados gránulos yodados, como de su opuesto, el endulzante que también daña la dieta de los chicos.


No obstante, los improvisados comensales formulan el desquite del malestar crónico de estómagos vacíos al sentir los rigores de las náuseas imperantes, a causa de la ración de colillas fumadas minutos atrás.

Para ese caso, la sentencia en grupo es clara e inobjetable: hacer unto de limones en superficies calientes de tortillas.

Agregar cualquier tipo de salsa en cualquier otra cantidad previa al acto de atacar ese caldo gallináceo levanta muertos.


Por fin, y no sin emoción digestiva se abre la puerta de acceso al comedor en medio de un ingreso ordenado de adolescentes y jóvenes.

Todos a una llevan a cabo sus preliminares concursos entre dos, tres o cuatro comensales por mesa: probar al unísono la salsa verde.

Después, la roja y, por último, la de pico de gallo.


Todo lo anterior en rito de tortilla en mano, sin bebida de agua del día y sin recurrir a chupar limón para dejar la lengua escaldada, enrojecida la cara y los ojos vidriosos como parte del displacer de enchilarse sin límite de aguante y con bastante ardor intestinal merecido.

Hipertensiones de más o de menos, el rito hace honor a la sal y a la salsa.

Después al caldo de gallina, servido y caliente, lo que constituye su prueba final al llevarlo hasta la boca y quemarse lo necesario para escaldar las papilas degustativas.


Así, el agua servida a la mitad de cada vaso atenúa en lo posible el fuego interior que cada cual intenta sofocar en sus respectivos compartimentos de género, tanto de chicas como de chicos.

En ese probar generacional, hasta el momento no se ha logra romper la barrera impuesta por Fortino.

Su hazaña, aguante y extralimite sigue incólume, no sin extrañar, en sentido de una neta, honda, verdadera, sincera y fiel presencia y camaradería...


A cada lado de las mesas también se encuentran colocados, junto a los tazones de menor capacidad, limones partidos en cantidades y mitades harto generosas.

Un depósito de cubiertos se dispone en canaletas separadas ofreciendo su disposición general para quienes se incorporan a la mesa.

En el acto, se entrega, por quien despacha ese mediodía, sendas canastillas de material plástico con pan blanco, cortado en rodajas.


La algazara de la mañana que fenece pinta bien y quienes se dan cita en el comedor guardan rara disposición de respeto y reglas de urbanidad elementales.

Provocan el pasmo de las mujeres que sirven y llevan hasta cada lugar, los tazones humeantes que, al contacto de los dedos de los comensales, sienten hervir las yemas de los dedos al simple contacto con ese material de melamina, donado en sets nuevos, por un hospital local, sorprendiendo a los muchachos al comprobar que todos van á estrenar esa vajilla, como parte de un menaje que se diversifica y renueva de vez en vez.

Cabe decir que las mesas se encuentran provistas de una cobertura de mantelería de plástico translúcido, decorado con flores diversas, como si tal adorno visual deseara hacer subir los grados de calor generacional sobre el tibio intento de hacer un acto de comunión al yantar en forma, fondo y compañía de cortesanos.


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Verónica Alterre llega hasta el vano de la puerta del comedor de marras.

Observa con atención la disposición del lugar: descubre una nueva dotación de galones de plástico de vivos colores y junto a éstos, pilas de vasos del mismo material, dispuestos en torres irregulares y a la mano de comensales.

Existe una evidencia de permisividad libre y sin mayores o menores objeciones, a favor del acto de comer en grupo.


Su vista recorre rostros de chicas y chicos quienes ocupan posiciones en las mesas, pero no acierta a ver a Fortino en ninguna de estas.

Sigue con detenimiento la manera casi solemne en que se pasan de mano en mano los enseres de bebida en jarras.

Se reparte agua de sabor en cantidades suficientes; una mayoría colma una sed persistente sin que ella conjeture algo por no presenciar lo ocurrido significativo en los escasos minutos previos a su llegada.


También encuentra una abundante dotación de servilletas desechables de papel reciclado y asiste al momento en que Betino, hermano huérfano de Fortino comunica a la grey reunida, que la música que se escucha en corto corre por su cuenta, pues hoy es su cumpleaños y entonces, primero el trabajo.

Luego el partido de fútbol en la tarde y en la noche, el reven, con la banda que desee acompañarlo, pues las cervezas y una cena de por medio, los recibirán gustosos.

La treintena de comensales muestra su beneplácito y es sorprendida con una salida del volumen de música que esa temporada el festejado escucha todo lo que puede respecto del grupo: Celtic Frost, ejecutando: Cold Lake; un álbum completito girando en el reproductor de discos compactos.


Esa irrupción musical se torna botana de escucha improvisad y prende emociones varias al personal y lo alegra en más.

Convierte esa compañía común en un botón de prueba y causa de por qué, en tal ambiente, se incide en forma por demás eventual, no menos importante, para reforzar el deseo de vivir y luchar por otras perspectivas que los alejen de la espiral del suicidio.

Al escuchar esto, Verónica lo sabe y cruza la puerta; apenas es divisada, le demandan que se siente junto a cualquier miembro de la grey.


Ella lo agradece por entero, pero queda sorprendida de no ver a Fortino.

Esboza la sonrisa que posee en serenidad inmensa y evitar así cualquier suposición fuera de lugar sobre el paradero de él.

Descubre lo que oculta, pero todos saben, intuyen, lo que se reserva ante los comentarios tan sabidos...


Sobre cómo está.

Sobre cómo le va...

Qué es de su vida, etcétera, mismos que deja pasar al sostener un diálogo rápido con quienes preguntan, inquieren, desean hablar en corto, en mejor oportunidad de tan ocupado y no menos tiempo personal.


De inmediato se abre un intercambio de voces:

— ¡Buen provecho, a todos! ¿Oigan? ¿Alguien ha visto o sabe de Fortino? —, externa ella, y los comensales, al unísono responden:

— ¡Gracias, Vero! ¡Hasta ahorita, nada! ¿Quieres que lo busquemos y lo topemos al ratito? ¡Quién quita y de un' vez, le decimos que lo buscas...!


— ¡No! ¡Nada más díganle que pase con la señora Maruja, a las cuatro o cinco de la tarde...! ¿Sale, muchachos...? —, responde así, en su estilo y todos aceptan sin cuestiones:

— ¡Sale, Vero! ¿Oye: vas a estar donde Betino? ¡Es su diablo, y pues, la vamos a reventar! ¿Qué? ¿Sí te animas y ´ntonc's te esperamos, allá en su jaus...? ¿O sea, bueno, en su casa, pues...?

— ¡Ora! ¡Va que va, muchachos...! ¡Nada más díganle antes, que pase con la señora Maruja, mejorcito a las cuatro de la tarde...! ¿Sale, muchachos...? ¡Buen provecho! —, y así se despide de todos.

— ¡Sale, Vero! ¡Gracias, Verito! —, responden voces desde la corte.


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Tras ese diálogo, se retira y continúa con sus cavilaciones.

Recuerda, por ejemplo, los meses atrás en que dicho lugar, sin recibir apoyo oficial, pese a reiteradas ocasiones y ante representantes de distintos partidos políticos, Fortino ha contribuido a concretar esa iniciativa ciudadana.

Hace posible experimentar la solidaridad emergente de algunos abarroteros, asociados con vendedores de auto partes robadas y de esa otra grey de traficantes de chucherías del mercado de pulgas, aparecidos éstos dos últimos de la noche a la mañana sobre un perímetro improvisado en algún punto de La Lagunilla.


Conocedores del tráfico de lo inmediato, consiguen establecer complacencias de diversa índole para un entramado social heterogéneo siempre demandante.

La finalidad de esto es allegarse de interesados ajenos que no deseen gastar en repuestos originales y de paso, mostrar toda renuencia al ahorro de problemas si llegan a descubrir que son parte de un eslabonado sistema de intenciones humanas, donde se bifurcan opciones dentro y fuera de la ley y del orden general.

Ella guarda para sí el nudo sentimental que posibilita brindar en ese espacio del comedor comunitario toda una red de recuerdos que conforma el primer consejo empírico integrado por mujeres y hombres del barrio.


Tiene en su haber una experiencia vital que le permite anticiparse a lo que la mayor parte de comensales presentes en ese día y circunstancias, están a punto de llevarse a sus bocas.

La comida servida, adicionada con sobrantes de comida de restaurantes de reconocimiento de autoridades competentes de la cámara empresarial de la Ciudad de México, desprendidas, de manera cierta, en un sentir asistencial que mata las buenas intenciones sociales, sin resolver el problema estructural de pobreza y abandono de segmentos sociales urbanos.

Esto permite caer en esa cuenta de dientes para afuera, que sostiene, nada más con varapalos estadísticos: hacer el bien, sin mirar a quién....


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Hoy, es un día lunes cualquiera, un tanto gris, pero lunes al fin.

Ser inicio de una siguiente semana invita a comer en compañía de los llamados candidatos en tentativa de despegue.

Dentro de esa feligresía del camino de filos existenciales, niñas y niños.


Adolescentes y jóvenes se convierten en dato impreciso respecto de las casi ochocientas mil personas que se suicidan en un año, alrededor del planeta.

Ahora, en ese acto compartido y en bullicio generalizado dentro de ese todo mundo, existe una intención morbosa por conocer otros honrosos aventureros de tentativa, ya integrados a la cofradía del suicidio, si bien, no consumado, es, pese a todo, un factor individual de riesgo harto importante.

Verónica Alterre sigue de cerca, hasta donde es posible, el trazo de esa línea secreta de Fortino.


Él no suele otorgar permiso alguno para indagar motivos de distinción ante una sola excepción cumplida para experimentar la afrenta a una de las reglas de la vida: o acabar con ella mediante voluntad expresa última y en primera persona.

Como ser humano de avatares propios y ajenos, se encuentra en condiciones de dar respuesta a todo y a nada, ante un intempestivo sujeto quien emite un mensaje hasta el móvil de Fortino, en cierta tarde, pues le urge hablar con él.

Lo espera en un lugar convenido por ambos; y, antes de concluir la breve comunicación, adelanta declaración de falsa auto ayuda:

— ¡En la esquina de Porfirio Díaz! ¡Y de ahí, pasamos a Parque Hundido, Delegación Benito Juárez! ¡No faltes, güey! ¡No faltes, men!


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En otro escenario, Verónica se muestra opuesta a considerar sólo atender su vida y circunstancia personal de manera egoísta.

En ese momento de existencia, se desplaza en lo inmediato y sabe que se encuentra en una representación de accionar continuo, donde trata de ajustar su persona dentro de un tipo de estar en frecuencia alterna, dispuesta a dispensar su tiempo entre Fortino y esa corte de desahucio de vida.

Su no omisión personal hacia cada uno de ellos nace del convencimiento del reporte mundial que expone que, sólo entre los años 1990 a 2010, el fenómeno negativo del suicidio apunta a ser tercer causa de muerte de adolescentes y jóvenes, cuyas edades oscilan entre 15 y 19 años.


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En el caso de la realidad de México, el país ofrece, ante ese problema de salud pública, condiciones proclives para tal repunte particular.

Sabe bien que, existe un cercano ochenta por ciento de suicidios en el mundo.

En naciones como la de México indica la existencia de realidades coyunturales donde índices de ingresos por debajo del mínimo vuelven endebles incluso, a personas clasificadas de medianía social.


Dicho fenómeno inserta, de manera directa e indirecta a seres humanos vulnerables en magnitud exponencial dentro de ese flagelo contemporáneo: pobres, marginados sociales y comunidades indígenas, entre otros...

En consecuencia, cavila para sí, lo siguiente:

¡No cabe duda! ¡Fortino se encuentra en peligro latente!

Toda declaración de voluntad final es intención propicia para tomar las riendas del destino largamente postergado dentro de su rango de vida biológica.

Es acto unipersonal al que, de manera invariable. no falta morbo, principalmente ajeno.

Sobre todo, si lo concreta como parte de un cumplimiento encarnado en no ser quien debe ser y padecer las consecuencias terminales.

En razones oscuras se lleva a cabo ese proceso de suspenso para debutar en siguiente intentona: dejar la vida propia sobre cualquier escenario que sirva al propósito de dar cumplimiento a una despedida final e impersonal.


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De nuevo, repiensa esto y reproduce en su mente una serie de cuadros de impresiones fugaces sobre cuánto observa del escenario del comedor comunitario del día anterior.

Pero también del escozor sentido al ser inundada en sentimientos de ternura femenina inalcanzados para ser descritos con palabras concretas

Esta vez, como siempre, es, por supuesto, testigo de excitación del hambre de vida que hermana con cada uno de los comensales conocidos.


Y, aún, de la asociación estrecha que siente entre la condición humana de unir lo roto con lo remendado.

Luego, cuanto observa en ese instante, observa a todos los presentes que se aceptan como pertenecientes a tal lugar que se constituye en abrigo existencial nutricio.

Este asidero de vida es construcción refleja para todo aquel que necesita contar con esa alternativa de convivencia por estar dentro de quienes son ignorados como actores sociales marginados.


Ahora, constata que todos y cada uno son, en número, una mínima célula de atención ante quienes deciden acabar, de una vez y para siempre con la penosa vida de ser sujetos de calle.

Esa paria, realidad que no se escoge de antemano, sí es, en cambio, una experiencia para ser vivida de manera menos lastimosa, aunque con opciones de afecto, amor y fe futura en esa familia rara, extensiva y no parental que ahora conforman todas las chicas y todos los varones.

Entonces, verlos comer, atestigua desde ella el acto sencillo ejecutado más allá de sus propios deseos de bienestar.


A la distancia de apenas tres años, antes de ese presente último, se escenifica ante sus ojos, alma, mente y corazón el recuerdo de chicas de menor edad donde ve refulgir su propia figura.

Escondida en el repliegue de las faldas de otras chicas mayores, cuando las circunstancias adversas dejan de ser esa rémora de conjunción de seres humanos que se atragantan, de manera sucia, para luego buscar un hacer, un provocar a propósito, el reflujo del bocado hecho alimento, apenas deglutido como una carga reprobada de algunas adolescentes que no aceptan dejar lleno sus estómagos.

Y, antes bien, evitan ganar peso corporal dentro de la torcida lógica del contrasentido de censurar la gordura e ignorar la nutrición de lo que se ingiere y deglute para luego, de manera rápida e intempestiva devolverse sobre retretes, piso del baño o pavimento citadino, de manera indiscriminada...


También recuerda la voz de una mujer adulta desconocida, en proximidad de su oreja izquierda, apenas a unos centímetros arriba de su hombro...:

― ¡Sí, ya pásate pa´ la mesa...! ¿Por qué chingados, comes sin calma...? ¿Por qué no deglutes de manera correcta, cada bocado...? ¡Muchacha de mierda...! ―. Así, en ese simple voceo mujeril, ejemplo prodigado desde la indómita memoria, Verónica Alterre mira y sonríe para sí, ante el espejo del alma del resto de las chicas, sus brillantes ojos, que, como ella, relucen esperanza en estado de disipación de brumas existenciales.

Semejantes a las de las chicas, también ellos, por igual, ahora cuentan con una esperanza corta: darse cita en la casa de Betino en otro momento; o como prefieren decir a su manera: ― ¡En otro ratón, nada más pasan unas orejas...! ―, es decir, en otro momento o rato, sucediéndose unas horas después...


En ese resquicio y momento de festejo interior, ella sabe lo que fluye desde el ritmo que apasiona a Betino.

No ignora que, en su intención de vida, su acto de escucha a cuadras antes de llegar a su chante, jaus o casa.

Esplende, como años atrás, un sonido furioso que sale desde un par de bocinas, colocadas estratégicamente, sin que se acierte bien a bien de dónde fluye tal música, esos rápidos riffs.


Esos acordes secos y rítmicos marcados por el golpeteo intenso de la batería secundada por el bajo y las estridentes guitarras que enmarcan las voces y el coro, diluyen la escucha por todos los rumbos de la cuadra, una parte del barrio bullanguero de la San Felipe...

Ella, en su recuerdo e imágenes personales del pasado, modifica su actitud y aprende a tomar sus alimentos de manera matutina y vespertina.

Se reserva comer cualquier cosa antes de dormir y aviva una imagen inexplicada en su fuero interno: no devolver comida sobre el piso, sea este del baño, de la calle o de cualquier lugar de que se trate.


Reproduce también ese extraño semicírculo de mujeres adolescentes que cubren un centro rojo, encendido, donde se dibuja su rostro, asumiendo una actitud de sólo dispensar un propio mirar y remirar a cada una de ellas, quienes poseen su propia cara asombrada.

Entonces, aparece a un cintillo mental de sucesos derivados de circunstantes femeninas, quienes, ya juntas, experimentan lo mismo que ella: ser cimbradas en sus personas ante voces de fuerte censura respecto a no incurrir en otras fatales obsesiones de bulimia o de anorexia.

Y en ese recuerdo del problema sentimenal que la aqueja, en tanto ser Verónica Alterre, se torna en actitud de lenta reacción a lo que ocurre con Fortino.


Claman todas al unísono su muerte no deseada, que evite su ausencia y entrañable presencia...

En esa comunicación gestual se encuentra en una actitud de mover la cabeza al rechazar el sentido de negación que las anima dentro de un reflejo personal: ser reproducida dentro de una reducida área de baño, donde cada chica se demora el tiempo que cree necesario.

Se trata de una toma de precaución para desechar las ganas de seguir adelante, sin nadie que las asista al ser prisionera existencial alumbrada por un bombillo de veinticinco watts, donde se ahogan las emociones y se retrasa la existencia de querer reducir sus personas a embriones que regresen hasta la cavidad del vientre materno inexplicado, negando ese derecho a vivir como hasta ahora viven.


Ahora, en su inmediato presente, observa de manera reiterada su reloj de pulsera.

Toma el tiempo en que sale del baño y, en apariencia de falsa cordura y actitud de: ...todo está bien, no se preocupen..., se encuentra haciendo compañía a las chicas que se animan a comer en la mesa, devolviéndola ante ese presente de camaradería, donde le procuran lugar, confort y solaz compañía de grupo.

Todo esto en simple mirar y mirarlas de manera feliz, por quererla como hermana mayor, pegada y ser, a su vez, presencia significativa mientras dura el acto de comida.


Sin saberlo, todas las chicas, ella no logra apartar ese otro acto de mirar hacia un horizonte mental indeterminado; posterga respuestas de cumplimiento roto por Fortino, lo que lleva a preguntar a las chicas, sobre su paradero.

Distante y cercana a la vez ante los hechos duros de sus no tan recientes estados de intoxicación experimentados en su ser y carnalidad de la Verónica que fue, ahora es ella la que vive y revive la penosa vida de tan sólo tres años antes, desde el momento en que recoge al chico y lo cuida con amor excesivo de la madre que aún no es...

Recuerda también las pláticas de sobremesa donde se pasa de asuntos tales como: la vez aquella en que alguien está a punto de volver a insistir en la necedad de no subir de peso; o de aquella otra que no distingue sus actos pre suicidas ante otras más, quienes no tienen fuerza interior para soportar los últimos movimientos del cuerpo, martirizado por un propio peso de masa corporal; e incluso, de tras menos, quienes desean partir hacia un limbo desconectado de la realidad terrena, donde se encuentran entre las viejas prisiones conocidas del alcohol, las pastillas, el activo o la yerba...


¿Qué es, cómo es y por qué es una tragedia privativa de la vida, renunciar por acto propio a vivir sin cada una de esas cadenas que inician y concluyen maniatando el ser hasta acabar con la existencia de manera lenta, descendente e inexorable?

Verónica Alterre sabe bien que, en México, el suicidio es tragedia de complemento de familias, de comunidades, de la sociedad histórica que, le parece, no toma debida cuenta su planteamiento, abordaje, tratamiento preventivo; acto de información y posibilidad de orientación y capacitación unifamiliar y uni-comunitario, sin que se apegue a las condiciones prevalecientes en cada caso o ámbito social y local.

Desde ella, los coros de lamentos elevan su tono abrumador.


Deja en riesgo a quienes se encuentran inmersos ante la desesperanza que priva en la mente de esa corte de frustración, donde parece que ya no existe lugar entre quien decide adelantarse al ciclo de búsqueda vital descendente, para ingresar al túnel de lo inextricable y sin retorno posible...

Los ánimos devastados de esa grey de la renuncia existencial constituyen una célula de sociedad excluida de vivir de otra forma alternativa.

De no encontrar del todo un acceso a otra opción distinta, que no sea la que le acompaña desde siempre, como especie de terror secreto, ovillado en mente, alma y corazón.


Pese a esto, existe no obstante otro modo contradictorio; que posee un sentido de alegría de vida y esperanza donde ella, en tanto individuo y sujeto de sexo femenino, es parte de una familia extensa, no parental.

Las amistades cercanas a los círculos donde se mueve cual restos o porciones de comunidad no familiar, se encuentran en situación de calle.

Son, si se asume, resultado de ser familia extendida por todas partes de la Ciudad de México.


No deja de reconocer también que, aunque cuenta con juventud madura, comprende por entero que no basta su vida para alcanzar a conocer a todos y a cada uno de quienes se encuentren diseminados en todas partes y en cada uno de los cuatro rumbos de la antigua ciudad mexica...

¿Puede ser evitada esa forma de ser y de estar entre quiénes autonombra, como: evitadores de vida...?

Ya en el año 2016, ella reconoce que buena parte de las causas de muerte entre adolescentes y jóvenes confiere un rasgo de dura contemporaneidad al suicidio: se encuentra globalizado.


Nuevamente se figura que un coro de esa hermandad del silencio fatal se muestra dispuesta a cantar, a decir algo más sobre lo inmediato de vivir como se vive: los padres de familia, los hermanos y hermanas de sangre.

Los parientes del entorno extenso y de cuantos conocidos se cruzan, unos con otras, son denominadas: víctimas-victimarias de su propio fin.

Y, en el breve silencio de lo que escucha; de cuánto se desembucha o dice de algo o alguien, en los lugares de calle donde se reúnen, queda el estertor de la duda respecto al juego de los tiempos de conjugación siguientes:


¿Debe hacerse atención oportuna ante quien guarda silencio suicida y retraimiento respecto de los demás no-suicidas?

¿Hay qué llamar la atención, en debido tiempo y lugar, para remediar lo que ocurre en la mente del potencial suicida, quien silencia de manera voluntaria lo que desea para sí, sin comunicarlo a los demás?

¿Debe actuarse en lo inmediato ante un potencial silenciador existencial?, no obstante, la retracción de su pensamiento y del grado de silencio en que incurre, sobre todo, si levanta sospechas desde su hacer cotidiano.


De su propio comportamiento distante ante los demás.

De dar lugar a lamentaciones posteriores del resultado de lo que desencadena una última decisión: ¿dejar de vivir como se vive, en virtud de cómo se nace, crece y sobre vive?

En esas sombras de incertidumbre, la consumación de un silencio total se convierte en ley no escrita aún:

¿Cómo irrumpir en la silenciosa y decidida vía suicida para evitar la consumación del resultado de su tragedia?

Ante esa interrogante, Verónica tiene claro lo siguiente:

Ser el suicidio una verdad que reluce, cual relámpago en cielo de nubarrones.


Ser capaz de desatar furias de tempestades colaterales al interior del ser y del estar frente a una paradoja previsible, no siempre comprendida en su problema de salud pública.

Por tanto, ella se muestra impotente por el momento, ante la posibilidad de prevenir ese desborde fatal, pues sus propios medios personales no reúnen en suficiencia, medidas o acciones de oportunidad con qué evitar el suicidio de quienes conoce.

Tampoco evita estar restringida sólo al caso y proximidad para con el ser humano llamado Fortino, un ser, por demás, entrañable para ella.


Sabe también que no cuenta con datos confiables; ni tiene capacidad económica para erogar presupuesto personal de gastos médicos mayores.

Tampoco conoce a fondo la letra de lo escrito en materia de política de salud pública.

Asume, entonces, que debe conocer la manera en que los sectores productivos del país, económicos y políticos.


Sociales y culturales.

Salud y bienestar.

Recreación y deportes.


Empleo y capacitación, entre otros, para que alcancen en mejor oportunidad la concreción de un progresivo marco de prevención y una decidida actuación humana tanto profesional, como técnica profesional en alianza estrecha con la población civil y comunitaria del país.

Así, en comunión activa, como posible margen de participación cívica y comunitaria para aportar sentido de alta prevención en un grado tal que, al paso del tiempo, alcance a ser carta de ejemplo en todo el territorio nacional.

Verónica Alterre sopesa en su alma la necesidad de mantener una información adecuada e idónea ante la toma de medidas emergentes, en caso de necesidad general mientras aquello no ocurra.


Es decir, debe mantener niveles aceptables de ayuda a los actores de esos dramas existenciales en lo posible y a su alcance económico para atenuar y minimizar resultados negativos potenciales respecto del suicidio.

En este problema creciente, se concita desesperanza-frustración-soledad-evasión-desinformación y cuánto se acumula en dicha carga imantada, en extremo dolorosa e irreparable desde la cual, también se desprenden otras interrogantes:

¿Es el suicidio un camino más aparente que real, o todo lo contrario?


¿Es una faceta preferible de existencia límite, sin regreso, en la lógica del suicidio preanunciado, anunciado o reiterado sin explícita consumación deliberada?

Para ella, al menos existe otra veta tal que, por su brillo, deslumbra y ciega: el acercamiento y conversatorio con los candidatos de este drama.

La plática directa para sondear, indagar, conocer un y mil motivos protagónicos con los cuales desalentar en tal o cual caso, y/o al menos, intentar no ser cadena de tragedia misma.


Intención indistinta a ser brindada respecto del sexo, del género y de la propia circunstancia humana amenazada.

En experiencia propia tras esos tres años atrás, muestra disposición para abordar a los adolescentes que mal encubren sus motivos de continuar viviendo desde el momento de constituir ser propia auto víctima.

De ser sujeto de abandono gradual.


De ser mero transferente de penas, agobios y oprobios familiares.

De ser un no evitado y culposo generador de víctimas-victimarios.

No ignora también, por otra parte, que la complejidad del escenario de suicidio es vasta como el océano, no sólo en extensión, sino en profundidad.


En consecuencia, nuevos cuestionamientos le bullen en la cabeza mientras camina y piensa.

Mientras reflexiona y se auto interroga con preocupación obsesiva:

¿Qué pasa antes de, cuando las víctimas-victimarios no llegan ante esa etapa adolescente, y se encuentran en su desarrollo biológico, psicológico y social en la niñez de alto riesgo?


¿Qué pasa si ambas etapas, infantil y adolescente constituyen una línea de indagación donde se permita establecer una atención integral, sistemática, necesaria y previsible, al efecto de detectar ese germen de tragedia que ofrece un comportamiento de progresión ascendente, de un evadirse de la vida en la siguiente etapa, la de adolescencia?

¿Por qué hasta el día de hoy, en este Aquí, y en este Ahora, la tragedia del suicidio se encuentra entre las tres primeras causas de muerte de nuestros adolescentes y jóvenes del país, donde se enlaza una estadística de edades que cubre edades fluctuantes entre los 15 y los 24 años de vida?

¿Deben los padres de familia acceder a nuevas formas de actuación e información sobre este drama, donde juega su existencia de víctima-victimaria un papel pasivo-desinteresado-ignorante o, condescendiente, no menos suicida...?


Si este drama es causal de muerte en este rango de edad, se debe estimar en promedio, que existe una ocurrencia o incidencia de entre 20 a 25 intentos por cada drama concretado.

¿Esto marca un final inesperado por parte de una persona victimaria potencial, ya suicidada?

Entonces el drama visualizado por cuantos se involucran, como Fortino, no es tampoco despreciable.


Se corresponde en cada círculo que conjunta: familia nuclear y familia extensa.

Amistades, grupos y colectividades constitutivas del barrio, la colonia y la comunidad de referencia.

Y, a su vez, cada elemento conforma a la sociedad concreta e histórica de cada país, como es el caso nuestro en lo particular.


Los riesgos potenciales ante él aumentan las probabilidades de un éxito dramático existencial con armas en casa.

Con sobreabundancia de medicamentos de venta libre.

Con solventes inhalables.


Pero también, con profusión y consumo de bebidas alcohólicas.

Si bien, ante una disponibilidad de jeringas desechables, contenidas en el kit de primeros auxilios.

Pero también, en el set de cuchillos -en casa- no siendo chef o tablajero asociado a todo aquello susceptible de desatar tormentas y cielos de nubarrones propicios al drama de toda víctima-victimaria...


En camino a su objetivo existencial inmediato: acabar con propia vida...


CONTINUACIÓN:

EN PROXIMIDADES

24 августа 2020 г. 15:47 0 Отчет Добавить Подписаться
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