Aquel día cuando miré al abismo, él ya había puesto su ojo negro sobre mí.
Aunque mi gran sonrisa engañó a todos, durante esos días, el abismo se llenaba con los gritos de mi garganta desgarrada de tanto negar mis lágrimas. Sabía que si dejaba de emitir la burda sonrisa, el cielo me aplastaría y me ahogaría entre sollozos. Y por eso esperé. Esperé una llamada que nunca llegó, una visita que nunca se concretó, un aliento amigo que había expirado sin saberlo yo.
Juro que te agarré con todas mis fuerzas pero la muerte tira sin piedad... Pasaban las tres de la tarde y la soledad se hizo parásito en mi nuca... y pensar que el único abrazo que recibí, fue el de tu cadáver cuando a penas si habías dejado de respirar.
Gracias, porque luego de eso, al correr de los tormentosos minutos luego de que te fueras sin mí; el abismo vino y se asentó tras mis córneas. Supongo que es por eso que el mundo nunca se volvió a ver igual...
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