jccc J.C.C.C

Robert es un niño sumido en su vida infantil, ir a la escuela, hacer sus quehaceres, jugar. Un día pierde lo único que realmente tenía en su vida, y luego, después de todo eso, ¿a dónde irías para protegerte del sufrimiento?


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#suspenso #misterio #psicológico
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Prólogo

El fin de año llegaba y las fiestas pueblerinas eran una costumbre que ninguna persona se permitía perder, más allá de la tradición o la dictada cultura era el descanso que tenían después de un año cargado de trabajo, pesadez y malos tragos, por otra parte les daba la posibilidad de estar un tiempo con su familia antes de que la rutina cansante del trabajo les perturbara de nuevo.

Leonardo se había encargado de que sus vacaciones calzaran a la perfección con las festividades, se desprendía de todas las posibilidades de días libres que no fueran por días festivos con tal de permanecer los últimos quince días del año al lado de su hijo.

Pocas veces podía estar con él tanto tiempo ininterrumpido, trabaja desde las siete de la mañana doce horas diarias hasta llegar a su casa y encontrarse con que su hijo ya dormía, otras tenía una mayor suerte y estaba tan lleno de vida, con una vitalidad que parecía ser incansable, jugaban por un par de horas enteras hasta que ambos se quedaban dormidos con los juguetes entre sus manos.

Sin dificultades los fines de semana los repartía entre los deberes que necesitara su casa, una reparación por aquí, otra por allá y el resto lo aprovechaba para tener tiempo de calidad con su hijo, la separación de Alicia, la madre del pequeño, hizo que le costara acomodarse en su nueva faceta de padre, en todos sus ámbitos, pero estaba seguro de que hacía todo lo que podía y su niño sabía reconocerlo aún a tan corta edad.

Igual que si fuera el inicio de la jornada, sonó la alarma de la fabrica indicando que su estadía allí concluiría al fin, se despidió de sus amigos, jefes y conocidos, cambió sus prendas y tomó sus cosas y salió despedido de aquel lugar.

Corrió hasta a su casa luego de salir del trabajo, fue un camino agotador al igual que todos los días, tomó el primer autobús que se topó en la terminal, salió despedido de él y llegó a casa a pasos agigantados hasta que la puerta de su pequeño hogar fue lo último que le detuvo.

Órdenes escuchó traspasar la puerta “debes recoger tus cosas antes de que tu padre llegue, no querrás que vea todo este desorden, ¿o sí?”. Tocó suavemente la puerta, tres golpes que hicieran denotar su presencia y le permitieran entrar a la habitación.

La puerta se abrió un par de segundos después siendo recibido por Lourdes, la cuidadora del niño — ¿Cómo está, Sr? —le saludó con su cortesía habitual y su sonrisa brillante—, al fin se acaba la semana, eh —bromeó enseguida.

Oyó unos pasos que se acercaban y se abrían camino hasta sus brazos —¡papá, papá! —gritó el niño extendiendo sus brazos para darle una cálida bienvenida, Leonardo le regresó el abrazo y lo movió de un lado a otro mientras lo apretaba en su pecho sin soltarlo un segundo.

Gustoso de aquello terminó por poner al niño en el suelo para luego entrar a su amado hogar —Yo estoy bien, espero que usted también lo esté —regresó de igual manera la sonrisa que le dio Lourdes—. No sólo yo esperaba que fuera fin de semana por lo que veo —bromeó también él—, ¿se ha portado bien?

Ojeó la casa rápidamente, los juguetes se encontraba repartidos en el piso junto a unas hojas con dibujos repartidos a lo largo de él. —Aparte del desorden que ve acá, todo ha sido tan bien como siempre, ya sabe que su hijo es divino —sonrió la anciana que pretendía ya salir—, ¿dentro de quince días nos vemos, verdad? —quería terminar por confirmarlo.

No le molestó aquello, le gustaba que su hijo fuera tan vivo y tan lleno de energía, veía en

documentales o en las noticias simplemente otros que yacían en camas de hospital queriendo hacer todo lo que él hacía sin tener las fuerzas necesarias para lograrlo. —Sí, todos necesitamos unas vacaciones —se empezaba a despedir—, feliz navidad, Sra. Lourdes y muchas gracias, ahí tengo un regalo guardado para usted y para don Antonio, así que nos vemos —sonrió de nuevo.

Ordenó con su dedo a que se recogiera los juguetes del suelo —oh, muchas gracias, siempre tan amable —respondió Lourdes—, entonces nos vemos, hasta luego pequeño y hasta luego Sr., feliz navidad igualmente —se despidió con una sonrisa.

Estando aún con sus deberes, se levantó y se colocó junto a su padre para despedirse con sus manos de la Sra. Lourdes que se disponía a salir de la casa, cuando lo hubo hecho siguió con sus deberes mientras Leonardo se dirigía a la cocina para preparar su cena.

Siguiendo los pasos de su padre, el pequeño se colocó junto a él y miró uno a uno los movimientos que hacía —¿cómo estuvo tu día?—, preguntó su padre mientras miraba a su hijo y a los ingredientes para hacer su famoso huevo revuelto —¿ya cenaste?

Reiterado y pesado movía su cabeza asintiendo, esa maña la tenía desde pequeño y aún no conseguía quitársela —la maestra Pam me puso diez en mi dibujo —sonrió el niño—, ¿quieres verlo? —se ilusionó como cualquier otro niño cuando hacía algo bien.

Orgulloso era una palabra pequeña para lo que él sentía por su hijo, se esforzaba de sobremanera y lograba calificaciones que él ni con treinta años podía obtener, esperaba que el primer grado le sirviera como incentivo para seguir sus estudios y no terminar en una fabrica malograda con jornadas tan agotadoras que le mantenían lejos de sus seres queridos. Las cosas se revolvían en su cajón de escuela después de salir corriendo a buscar el dibujo, esta semana también era el último para el pequeño, terminó de preparar su comida, la colocó en su mesa y esperó a que le trajera su obra de arte para felicitarlo.

Bromeó colocándose el dibujo en cara y haciendo rugidos que se asemejaban a cualquier carnívoro feroz, en especial al dinosaurio que era lo que tenía en aquel papel junto a la calificación perfecta que lo adornaba, su padre fingió temor y se cayó de la silla “asustado a más no poder”, cayó sobre él aquel dinosaurio feroz mientras los rugidos se transformaban en risas en cuanto el padre le empezó hacer cosquillas en su estómago y lo meneaba en el aire.

Era bueno aquella comunión y ambos, a su manera, esperaban que nunca cambiara —está hermoso, hijo, la pondremos en la pared del cuarto, ¿qué te parece? —asintió sin esperar que un segundo lo separara de la pregunta—. Las fiestas ya llegaron al pueblo, ¿qué te parece ir mañana en la tarde? — dijo mientras se sentaba de nuevo a su silla y se preparaba a cenar, sus tripas eran demandantes en ese momento.

Rodeó con sus brazos a su padre –-sí, sí, sí —se emocionó—, ¿podré montarme en los juegos de los niños grandes —decía con una sonrisa—. Mira —le enseñó su brazo izquierdo queriendo mostrar lo fuerte que era, además se extendió sobre sus puntas para parecer más alto —dí que sí, por favor— suplicaba a su padre.

Trató de explicarle que eso no era decisión suya, entendió después del tercer intento. Luego de cenar ambos se pusieron a ver una película que daban en la televisión, un dibujo animado que a percepción del padre, era tan aburrido como sin sentido, pero al niño parecía encantarle así que no tuvo más remedio que verlo todo hasta que este quedara rendido al sueño.

Hizo con suma cautela que la televisión se apagara, aunque no tenía mucha ciencia, simplemente apretó el botón del control, pero si el niño percibía que le habían quitado su película sí habría problemas, no los hubo en ese momento. Tomó a su hijo en brazos, lo llevó a su cama, lo arropó y le dio las buenas noches mientras agradecía al igual que todas las noches tener un hijo como él.


El día pasó en un abrir y cerrar de ojos, fue un domingo hermoso en el que el sol relució su mejor gala, mostró sus rayos al mundo y su sonrisa brillante calentó la tierra que agradecía ese sol invernal.

Sólo les faltaba un juego por montar a esa altura de la tarde, un disco volador que parecía tan divertido como aterrador, sin embargo el niño insistía e insistía en querer subir a cada uno de los juegos mecánicos del lugar y su padre buscaba complacerlo. Algunos no pudieron cumplirse debido a la altura o edad del niño, para algunos era lo suficientemente alto mas no tenía la edad suficiente, en otros poseía los años necesarios, no así la altura, no obstante logró subirse a todos en los que sí le permitieron, pasó por los carritos chocones, luego a una rueda gigante hasta quedar simplemente en un trampolín saltando sin parar y sin borrar la sonrisa gigante que tenía en su rostro.

Estaban delante de la fila que caminó lentamente en toda su espera, entregaron sus boletos al recepcionista y se colocaron en su asiento, se pusieron sus cinturones y esperaron hasta que el gran disco empezara acelerar su velocidad poco a poco. Sin percatarse ya se encontraban girando a toda velocidad, la maquina subía y bajaba sin dejar de moverse nunca, los gritos se escuchaban detrás, adelante, de lado mientras padre e hijo se veían y gritaban al igual que el resto de personas que disfrutaban la atracción, fue fugaz comparado con la espera, aun así la diversión se imponía ante ella y bajaron del juego entre risas y bromas sobre las caras y gritos que hacía el otro mientras estaban montados allí.

Luego de un pequeño momento al fin se encontraban libres del tumulto de personas que intentaban ingresar al juego. —Creo que ya, ¿no? Ya nos montamos a todos los juegos que podíamos —decía su padre entre risas —¿vamos a comer algo antes de irnos?

Caminaban por medio de los juegos y estaban a punto de pasar por las zonas de comida —si quieres, aunque podríamos pedir pizza —sugirió el pequeño —la de aquí no es muy buena —se quejó, cuando llegaron comieron en un establecimiento que atendía sólo pedidos de pizza, aún así dejaba mucho que desear —se me antoja más eso, mañana cuando vengamos podemos comer otra cosa.–- Dijo mientras el sol se empezaba a ocultar en un hermoso atardecer.

Iban a menudo a comer pizza por lo que la sugerencia no le era inesperada —está bien, iremos por pizza.— Apremió su padre mientras pasaban de lejos los establecimientos de comidas. Pronto estuvieron en la calle principal caminando para volver a casa tomados de la mano para que guardara distancia de los autos y estuviera seguro en el camino.

Era así, ¿pero, quién le dice alguien imprudente que hay un padre que cuida de su niño? Un auto apareció a toda velocidad luego de doblar con dificultades en la curva, perdió el control y se balanceaba por el camino hasta salirse de la carretera y dirigirse justo en dirección a la pareja que regresaba a casa.

Gritos sonaron de alerta sin lograr su cometido, el padre sólo pudo voltear a ver su hijo y en un acto de reflejos primarios lo empujó para que quedara lejos de la dirección de aquel vehículo, él no tuvo tanto tiempo y sin poder hacer nada más el parachoques lo golpeó de lado y elevó en los aires mientras rodaba sobre la maquina, el chofer siguiendo sus actos de cobardía no desaceleró y terminó por empujarlo unos cincuenta metros más para después desaparecer en el fondo del camino con sus luces de advertencia prendidas… aunque ya nada podían reparar.

Oyó gritos de auxilió, pedidos de una ambulancia, personas que se acercaban ayudarle, el niño apareció corriendo hacia él con sus ojos llenos de lágrimas que suplicaban que estuviera bien, se aferraba a su pecho e imploraba que todo aquello fuera una broma, que no estaba pasando de verdad, pero ya la sangre empezaba a salir hasta de su boca y las heridas estaban muy abiertas como para poder hacer algo —No te preocupes, hijo —logró decir con lágrimas también en sus ojos, escuchó cómo su hijo pedía en susurros que no se fuera, que se quedara con él —siempre estaré para ti, sólo tengo que salir de esta —intentaba alentarlo, pero sin más fuerzas que las de su hijo se desvaneció en el asfalto mientras un tumulto de personas miraban inútilmente y el atardecer de ese día no ocultaba la tragedia con la que empezaría la noche.

24 июля 2020 г. 13:57 0 Отчет Добавить Подписаться
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