monocat-de-valle1592842385 Monocat De Valle

Primer libro de la saga: La Hermandad Cuando Ted Troopsad abrió los ojos lo que encontró no fue su habitación; ahora estaba en una capilla repleta de simbología ajena a su conocimiento, llena de derrumbes, balas de cañón y una guerra. ¿Estaba soñando?, ¿o había llegado de algún modo a otro mundo? No podía asegurarlo...pero estaba a punto de averiguarlo. En compañía de su mejor amigo, Ted obtendría información que parecía sacada de cuentos de hadas: una Hermandad compuesta por seres como deidades, y una corona que otorgaba el poder absoluto del Tiempo y las Dimensiones. Sin embargo, ¿qué relación tenía con él aquella Hermandad?, ¿sería capaz de regresar a su vida ordinaria después de la revelación?, ¿o terminaría involucrado en un conflicto interestelar? *Diseño de Portada: @a.r.e.r.i ( @are-fg1595373466 )


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Prólogo

Prólogo

Entrega

Sus ojos de un tono verde claro capturaron mi atención de forma inmediata. Su cuerpo estaba estructurado como una pieza esculpida por los mismísimos dioses. Su cabello rojo y rizado era como el fuego acertado que combinaba con su personalidad. Su voz tersa e impetuosa provocaba en mí una preocupación desalentadora que se clavaba en mi pecho. Su rostro fuerte y seco era capaz de achicar al más valiente. Sin embargo, yo no era valiente.

Ese ente era casi perfecto, pero impuro a la vez. No era su físico, ni mucho menos sus poderes increíbles lo que le causaba ser defectuoso. Ella no era perfecta debido a que sus creadores así lo habían deseado. Dirigí la atención a otro lugar; las cortinas rojas y largas adornaban con elegancia el cuarto y también había una alfombra color vino que daba el toque exquisito. La sala del trono era espaciosa y denotaba los gustos de la mujer llamada Gea. Me moví hacia el extremo oriente y encontré un espejo detrás de uno de los pilares. El reflejo sonreía con malicia.

“Bastante plano para mi gusto”, pensé con jugueteo al mirarme. Escuché las pisadas de Gea que se aproximaron a mí. Yo me acerqué más al vidrio y contemplé con sumo interés mi imagen falsa.

—Si lo que dices es verdad, Troopsad, entonces, ¿dónde está?

Su voz seductora me obligó a entrar en un trance.

Lo primero que noté en aquella figura que ahora usaba y que se reflejaba fue un par de ojos azules cargados de seguridad.

“Dulce.

Me percaté de que Gea se detuvo a casi un metro de mi lugar. Era bastante claro; ni ella, ni las otras, estaba convencida de mis palabras. La visita a su hermana mayor no había funcionado de nada. Volví el interés al espejo y ahora contemplé mi cabellera rubia que caía debajo de mis orejas sin orden. Claro que mi cuerpo parecía frágil, pues era delgado y sin estética varonil.

“Jovial.

—Alguien más la tiene.

Mentí. Esa era mi especialidad. No, tal vez no era mentir; quizá omitir los detalles era la forma más apropiada de referirse a mi mejor arma. Observé con interés las facciones de mi rostro, todas como si hubieran sido elegidas con suma cautela: una boca chica, ojos grandes, cejas delgadas, una nariz un poco respingada y pequeña y las orejas medianas. Y, sobre todo, una sonrisa incansable.

“Irreal.

A decir verdad, no era una imagen muy convincente.

—¿Quién la tiene? —insistió la mujer.

Volteé mi rostro con prontitud y me encontré con una mirada cargada de enojo. Gea no se andaba con rodeos, y, para fortuna de ella, yo tampoco. Suspiré con fuerza y me acerqué a una mesita de trofeos y admiré las réplicas de las insignias. Cada que veía dichos objetos mi piel se erizaba. Todas tenían una forma representativa hecha de pequeñas figuras geométricas que creaban animales; una serpiente, un león, un búho, un lobo, una lagartija y una tortuga.

—Una de ellas —repliqué con un tono plano.

Cada una de estas figuras tenía un misterio que me fascinaba y al mismo tiempo me quemaba. Las dudas llegaban y me golpeaban como sirenas de alerta. Cada una de ellas tenía una razón oculta. Era imposible no dejarse llevar, debo advertir. Pero algo tenía muy en claro: el poder superficial, controlable y sin valor, no era mi objetivo.

—Troopsad, sólo dime quién y te dejaré ir sin ningún rasguño —la voz femenina sonó fría y directa.

Pasé la mano por una de las insignias. Su belleza radicaba en su poder, en su locura y en su existencia misma; empero, era su sola presencia la que había transformado a estos seres en mis enemigos.

—Descuida, Gea, ella te lo revelará muy pronto.

“Y tú, mi querida Gea, te encargarás de realizar mi siguiente movimiento, pensé con descaro

Sonreí. Detuve mi mano en la figurilla con forma de un búho; sentí mi sangre hervir y a la adrenalina recorrer mi cuerpo. Me recordé una y otra vez que todo eso era un diminuto paso en mi camino, pues todavía debía encontrarlos y destruirlos. No podía distraerme con el pequeño espectáculo que estaba a punto de comenzar. En realidad, solamente había acabado con uno de ellos.

De forma abrupta, mis pensamientos se interrumpieron. Escuché un suspiro pesado provenir de la mujer y detecté su cuerpo cerca del mío. Miré de reojo y encontré a Gea a un costado de mí. Contemplé su mano y vi que alzó una de las figurillas. La serpiente curvada se posaba en su palma; y allí detecté algo nuevo. Los ojos de Gea brillaban con suavidad y su rostro se había enternecido. Ella había revelado su punto débil más recóndito en este instante. Tal vez no estaba totalmente seguro, pero me serviría como precaución en un futuro.

“Amor, aseguré en silencio.

—¿Tú eres el león, cierto? —mi voz juvenil se hizo presente.

Gea asintió con la cabeza. Yo sabía que ella era la segunda más grande, pero no la más poderosa. Aun así, debía estar alerta. Ella era el peligro más obvio que tenía en ese grupo de hermanas; si me descuidaba, entonces podría fallar y mi plan se arruinaría.

Dejé la insignia del búho en su lugar y me recargué en el pilar cercano. Algo de esa mujer me atrapaba y me provocaba una sensación retorcida. Para mí, ella no era como un león, no; quizá era como un gato. Uno asustado y abandonado. Volví a sonreír. Crucé los brazos y admiré mi abrigo café oscuro.

“Qué mal gusto tengo, revelé en mi mente la verdad ante el reflejo.

En realidad tenía la opción allí frente a mí.

“Perfecto. Jugaremos un poco”, pensé otra vez.

¿Y por qué no? De vez en cuando era saludable divertirse, especialmente cuando podía sacar una ventaja de ello.

—¿Y qué harás una vez la tengas bajo tu poder?

No obtuve respuesta inmediata. Gea soltó la insignia y se dio una media vuelta. Ahora su rostro estaba sombrío. Era tan delicioso apreciar un cambio así en un ente como ella. La dama caminó hacia la alfombra y se arrimó al trono que le correspondía.

—Mantenerla a salvo —replicó la mujer.

“Mentira”, opiné en mis pensamientos.

—Te recuerdo que un objeto tan poderoso lo único que atrae son problemas.

Ella asintió con la cabeza de manera elegante casi digna de una reina. Por lo menos en algo estábamos de acuerdo.

—Estoy dispuesta a pagar las consecuencias —hizo una pausa corta la pelirroja y agregó—: sabes algo, Troopsad, no puedo permitir que cualquiera obtenga la corona. Cualquiera podría abusar de su poder y traer de vuelta el caos y las guerras.

“Qué ingenua eres”, pensé complacido,en realidad no lo comprendes. Y no espero que lo hagas”.

Abandoné mi lugar y me acerqué al trono. Contemplé la silla y descubrí un sinfín de detalles que hacían juego con la insignia del león; me pareció hermoso. De todas las hermanas, Gea tenía un gusto exquisito por los detalles. Me di cuenta de que ella se acercó un poco más al trono y por fin se sentó. Durante unos momentos me sorprendió; ella parecía una muñeca. Su cuerpo estético estaba posado con una elegancia inmaculada, su cabellera larga caía como un montón de remolinos y sus ojos estaban fijos. Definitivamente me encantaba ese ente. Ninguno de los otros cinco seres del mismo origen que ella tenía lo que Gea poseía.

—Entiendo —expresé.

Deambulé poco más por atrás del trono y encontré una puerta a la derecha justo detrás de las cortinas rojas. A la izquierda había una ventana y en la parte trasera, en la pared, unos ventanales altos, adornados con siluetas de mujeres vestidas de gris, permitían la contraluz.

“Traerlos no será un problema”, opiné en silencio, “ellos sólo son mi anzuelo para atraer a los grandes. Para encontrar al más poderoso: al Supremo”.

Decidí volver frente al trono. Hice una reverencia ante Gea y puse mi mejor sonrisa. Me despedí de ella con un ademán y un simple ‘hasta pronto’. Gea ya me había confirmado la sentencia de mi enemigo primario en la Hermandad. Ella y sus hermanas habían firmado un conflicto por el resto de sus existencias; un conflicto inútil que las destruiría una y otra vez, y las quitaría de mi camino.

Porque eso eran esas damas: simples rocas que, a veces, suelen obstruir nuestros rumbos. Y lo único que tenía que hacer era asegurarme de que no se convirtieran en un verdadero problema.

Caminé hasta el lado contrario del trono, hacia la puerta que me sacaría del salón de Gea. Vi algunos detalles por última vez, ya que quería recordar por siempre la belleza de una ilusión. El tempo de Gea, así como los otros templos, jamás volverían a erguirse y representar algo en las civilizaciones de sus respectivos planetas, porque eran salas vacías. Y así debían permanecer: cuartos sin un significado real.

Y, en verdad, el error de las hermanas había sido su origen; eso las había marcado, desde su nacimiento, como seres imperfectos. Era una lástima que tuvieran que interponerse en mi camino.

22 июня 2020 г. 16:45 6 Отчет Добавить Подписаться
21
Прочтите следующую главу P1, C1: La guerra por la vida

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Prince Gómez Prince Gómez
Buen prólogo!

José Mazzaro José Mazzaro
Excelente inicio!

Cris Torrez Cris Torrez
interesante veamos como sigue

~

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