Esta vez, no fue soñado. Fue después de despertar, alrededor de las 2:45p.m, que permanecí despierta por un largo tiempo. Mi imaginación no soportó mucho tiempo en blanco, y gracias a una imagen de Instagram (aplicación que revisaba para matar el ocio a tales horas), comenzó a maquinar la siguiente idea: un hombre va de camino a su casa en la madrugada, a la típica hora de las películas de terror, o sea las 3:33a.m. El tipo llega, y toca la puerta. Es alto, delgado, de cabello revuelto y tez blanca, lleva traje y zapatos lustrados, mostrando que probablemente viene de una fiesta o una reunión formal. Su compañero de piso, un joven moreno y de buen cuerpo, quien por razones desconocidas estaba despierto, revisa la cámara de la entrada y, al confirmar quién es, va a abrirle. (dato curioso, son las 3: 39p.m mientras escribo esto, y mi celular se encuentra en 33%)
—¿No te da miedo llegar tan tarde? —le pregunta, colgándose en la perilla de la puerta y observándole en el pasillo— Podría aparecerte un espanto.
Él sigue allí, riendo en voz baja por el comentario mientras busca algo en sus bolsillos. Le mira desde abajo, encogiéndose de hombros y bajando nuevamente su mirada para seguir buscando, sin entrar.
—Los fantasmas no existen —contesta, rindiéndose ante su fallida búsqueda.
Justo en ese momento, una tercera voz los interrumpe. No es masculina, es de una mujer. Es aguda, animada e incluso chillona, como la de una niña. La figura a la que pertenece se encuentra colgando del techo, con un par de coletas colgantes, una piel extremadamente blanca y un rostro que de ninguna manera puede pertenecer a un infante: tenía tanta malicia y astucia como para serlo.
—Es cierto. No existen. —Y luego de permanecer observando al caucásico mientras habla, rueda su rostro hacia el moreno adentro de la casa, le sonríe, mostrando una boca que literalmente se extiende a cada lado de su rostro, dejando a su vista una larga hilera de filosos y blancos dientes. La niña “sube”, pues al estar de cabeza, hace como si simplemente se fuese a pegar al techo de nuevo. Pero ahí no hay de dónde hacerlo, así que sólo desaparece.
El blanco mira a su compañero, quien sólo permanece inmóvil ante la idea de haber visto tal espanto. Ninguno es capaz de cerciorarse de nada, ni de revisar si sigue allí, únicamente permanecen en silencio, quietos pero tensos, con expresiones de horror indescriptibles en sus miradas. Uno por ser lo suficientemente cobarde y no atreverse a mirar al dueño de tan horrible voz, el otro por no poder creer que algo tan espantoso siquiera existe.
La escena cambia. Se encuentran dos policías revisando las cámaras del apartamento donde había sucedido el horrible crimen. Una vecina había llamado al cuadrante más cercano a primera hora, informando cómo dos de sus vecinos yacían muertos en la entrada de su propio hogar. La descripción de la llamada se resume en dos palabras: desconcierto y pánico. Los policías revisaban la computadora a la que estaba ligada el sistema de seguridad del lugar, dándole un acercamiento especial a la de la puerta, y del pasillo principal, donde encontraron la escena en que el misterioso ente se aparece a los hombres. Luego de eso, sólo se encuentran al menos dos minutos donde los mencionados se encuentran mirándose fijamente, y finalmente un salto al día siguiente en donde ya la masacre está hecha. No hay cortes, no hay estática, sólo es pasar de una escena a la otra, como si fuesen simples fotos que van de una a otra en el visualizador de imágenes de un ordenador o celular. De ahí en adelante, la memoria de esa escena es escasa para mi cerebro. Por lo que el siguiente diálogo está un poco más influenciado en el ambiente que he conseguido hacer para mi imaginación.
—Tiene razón. Los fantasmas no existen —dijo el Padre junto a los policías.
—¿Entonces qué cree que pueda ser, padre? —preguntó el primer oficial, alejándose un poco del ordenador para mirar al hombre.
—No lo creo, lo sé. Es un demonio —contestó, a lo que el policía apartó la mirada para volver a mirar a su compañero, quien ahora tiembla inexplicablemente.
El primer oficial le mira desconcertado, poniendo una mano en su hombro, pasando sus ojos de su compañero a la pantalla.
—¿Qué sucede? —le pregunta.
—Nosotros vinimos solos, Jhon —es su respuesta. El primer oficial palidece igual que su compañero, enderezándose y mirando a su alrededor, donde ya no hay nadie, el dichoso Padre se había ido.
Спасибо за чтение!
Мы можем поддерживать Inkspired бесплатно, показывая рекламу нашим посетителям.. Пожалуйста, поддержите нас, добавив в белый список или отключив AdBlocker.
После этого перезагрузите веб-сайт, чтобы продолжить использовать Inkspired в обычном режиме.