Короткий рассказ
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De belleza, ciegos y demonios.

Su belleza era tal, que a su paso los hombres enfermaban de lujuria. Lo que podía parecer un regalo del cielo, en realidad era la peor de las penitencias.

Solo era deseo lo que inspiraba en todos ellos. Ellas la despreciaban, recelosas, la vigilaban temiendo que les arrebatara a sus maridos.

Su hermosura era su suplicio, una maldición cuyo dolor mitigaba en compañía del único en todo el pequeño pueblo con quien podía desplazar por unas horas su soledad.


Todos los días, tras pasar por el mercado, se desviaba hacia la iglesia. Allí, sentado en las escaleras como siempre, mendigaba su único amigo.

El anciano vestía con harapos y todos pasaban por su lado ignorándolo. Rara vez el sonido de una moneda cayendo a sus pies lo sobresaltaba. También él esperaba impaciente la visita de la muchacha, y es que el pordiosero era ciego y por lo tanto inmune a los tristes encantos de la joven.

Mientras hablaban los observaban. Cuchicheaban ellos, burlándose de la desgracia del ciego por no poder admirar la voluptuosidad de la muchacha. Ellas, de lengua más afilada, reían y en voz alta, para que todos las escucharan, escupían palabras envenenadas.

Tanto el ciego como la joven eran ajenos a las burlas. Estando juntos, durante unos instantes el mundo no parecía tan miserable.

Ya habían pasado algunos años desde que se fraguó, avivada por la soledad de ambos, la relación. Poco a poco, la voz y la ternura de la joven encandilaron al anciano y con el tiempo fue mucho más que amistad lo que por ella sentía.

Sabiendo lo imposible de ser correspondido, guardaba celosamente su secreto escondido en el pecho.

No faltaron ocasiones en que los villanos quisieron socavar el ánimo del viejo. Intentaban describirla con palabras con la intención de incomodarlo, de provocar en él el mismo deseo del que ellos estaban presos. Imposible, no habían palabras que pudieran definir su belleza.

El mendigo hacia caso omiso de los mal intencionados comentarios y seguía esperando que, como cada tarde al medio día, la cálida voz de la muchacha lo saludara.

Los ojos de un ciego dejaban por un tiempo de verlo todo negro.



Pasó por allí un día el demonio disfrazado de buhonero y escuchó, sin proponérselo, la conversación que sobre la extraña pareja mantenían unos labriegos. Sintió curiosidad, y como no tenía nada peor que hacer, decidió echar un vistazo, convencido de poder sacar algún provecho.

Quedaron muy cortos los comentarios de aquellos palurdos sobre la belleza de la joven. Cuando la vio, solo su condición de diablo lo libró de caer rendido a su influjo. El mismísimo señor del averno sintió miedo de tratar directamente con ella y juzgó más prudente entrevistarse con el pordiosero.

Como era de esperar, lo encontró solo a los pies de la escalinata que conducía a la iglesia. Miró el templo y sonrió, corrompería al desdichado anciano frente a la mismísima casa de Dios.


El tacto de una moneda depositada en su misma mano lo asustó. Salvo la joven nadie lo tocaba, nadie le daba nada. Ella era la única, que aparte de hacerle compañía, traía todos los días la poca comida con la que subsistía. Pero aún no era medio día y la piel de aquella mano era áspera. Sin ninguna duda no se trataba de su amiga.

—Que Dios le bendiga.

El demonio se rio entre dientes.

—De igual manera que lo hizo a ti con la ceguera? ¿El estar mendigando ahí sentado, incapaz de disfrutar de las maravillas que el mundo ofrece a aquellos que lo pueden ver?

—Solo yo soy el responsable de mi estado, no siempre fue así. – Acudieron los recuerdos a la mente del anciano. —Fui joven e impetuoso, pero ya hace mucho de ello. La codicia y el ansia por ver mundo me cegaron mucho más que las heridas recibidas en la guerra. No culpo a Dios, solo yo soy responsable de mi ceguera.

La voz del buhonero se convirtió en un susurro, acercó mucho los labios al oído del anciano.

—Yo puedo arreglarlo.

—Vos? ¿Qué puede hacer vos que no pudieron sacerdotes ni médicos?

—Puedo conseguir que la veas. — No le fue difícil al demonio, por la reacción del pordiosero, darse cuenta de que estaba enamorado de la joven. Pensó que las cosas se ponían a su favor, todo sería así mucho más sencillo.

—Ahora lo entiendo. — Respondió el mendigo con tono apenado. —Os envía esa chusma que habita este pueblo endemoniado para burlaros de mí. No me importa su hermosura, en su interior es donde realmente se haya toda su belleza. En su inteligencia, su ternura, su bondad.

—Es fácil adivinar en tus palabras, en cómo de ella hablas, que también la deseas. Estoy seguro de que lo darías todo por poder contemplarla.

—Yo no tengo nada que dar, solo soy un desecho, un viejo ciego.

—Ya me aburrí de tus lamentos, vine hasta aquí porqué escuché de tu pena y me compadecí de tu desgracia. Quiero ayudarte, te tiendo la mano y la rechazas. ¿Es que no quieres ser feliz?

—Solo Dios puede ayudarme.

—Dios no ha querido escucharte en todos estos años, a las puertas de su iglesia rezas a quien no le interesas.

—¡Blasfemas! ¿Quién sois vos que viene a insultarlo en la misma entrada de su casa?

—Soy el único que puede y quiere ayudarte. No seas egoísta, piensa en ella. ¿Acaso no la haría feliz que no fueses un completo inútil, que pudieras valerte en lugar de ser una carga? Podrías ayudarla, separarla por fin de la soledad.

—Aun pudiendo ver, no soy más que un viejo.

—¡Aaah, conque era eso! Se os tiende la mano y pretendéis tomaros el brazo, no os basta con un solo regalo. — El buhonero soltó una risita maliciosa. —Se nota que no es solo amistad lo que esperas de ella.

Has tenido suerte, hoy me siento generoso. No solo puedo devolverte la vista, si lo deseas, si lo quieres, tuya será la lozanía de la juventud. Una nueva vida, una segunda oportunidad no se ofrece todos los días.

—Tú no puedes brindarme nada de eso.

—Solo tienes que pedírmelo.


El anciano asintió, convencido de que solo pretendían tomarle el pelo, de que se trataba de una nueva estratagema de los vecinos del pueblo para reírse de él. Los imaginaba reunidos tras el forastero, haciendo corrillo y conteniendo la risa.

Para su asombro, empezó a notar como la luz entraba por sus retinas y, en un principio borrosas, las cosas tomaban forma ante él.

Se miró las manos, la piel suave, se palpó la faz con ellas y la notó joven y tersa. Estaba solo frente a la iglesia, ante él se hallaba un hombre de pelo muy poblado y negro, nariz aguileña, rostro picudo y tez morena, que erguido lo miraba divertido.

—¿Qué milagro es este? ¿Cómo podré pagarlo?

—No te preocupes, llegado el momento vendré a cobrarme el precio.


Estaba maravillado, embebido con todo lo que le rodeaba y no se dio cuenta de la marcha de su benefactor, hubiera querido darle las gracias.

Miró al cielo, se estaba poniendo negro, pero aun así le pareció extraordinariamente bello. Una gota cayó en su mejilla y tras los primeros truenos, el tremendo aguacero. Corrió a guarecerse del inesperado diluvio al interior del templo y una vez dentro lo recorrió inquieto de un lado a otro. En su cabeza un millón de preguntas y ninguna respuesta.

¿Cómo se presentaría ante ella? Jamás le creería, dio un salto y se sentó sobre el altar, se sentía ágil, vigoroso. Miró la imagen del cristo crucificado, una talla imponente de tamaño natural y se avergonzó de su comportamiento. Descendió del ara y arrodillado le dio las gracias.

Se tranquilizó, si Dios lo había bendecido con aquel milagro sería por algo, y ese algo sin duda era ella. Nada podía ir mal cuando apareciera, todo iría como la seda.

La gran puerta estaba abierta y fuera no amainaba la tormenta. —Hoy no vendrá, mejor. — Pensó. Tendría un día para aclarar sus ideas.



La lluvia no la detendría, necesitaba hablar con su amigo, contarle las pequeñas anécdotas acontecidas aquella mañana. Parió una cabra y el gato derramó el tazón de leche del desayuno poniéndolo todo perdido. El manto con el que se cubrió se empapó a los pocos metros de salir de casa junto con el resto del vestido, que se quedó pegado al cuerpo marcando su sinuosa silueta.

El chaparrón era muy intenso, no podía ver más allá de unos pocos metros. Ni un alma por las calles, mejor, así no tendría que soportar sus miradas.

Ya estaba en la entrada de la iglesia, el anciano no se encontraba en la escalinata, seguro que había buscado cobijo en el interior.

La puerta estaba abierta de par en par, la cerró a sus espaldas. El lugar estaba en penumbra, la única iluminación la proporcionaban las velas. Buscó con la mirada a su amigo, creyó verlo en un rincón y se acercó despacio. Reconoció los harapos, pero no al que los vestía.

Aquel joven la miraba con los ojos tan abiertos que parecía se le saldrían de las órbitas, la boca apretada y expresión enferma. Se abalanzó sobre ella enajenado por la lascivia. La muchacha retrocedió unos pasos horrorizada, pero quedó enseguida petrificada sin entender que es lo que pasaba. El extraño la atrapó entre sus brazos, la levantó y la arrojó con fuerza sobre el altar. Allí mismo le arrancó las ropas, allí mismo la forzó con violencia. Unos pocos minutos que a la joven se le hicieron eternos. Él no escuchaba sus lamentos, ignoraba sus ruegos y en cada embestida aumentaban los gritos de auxilio que nadie oía.

Acabada su vil acción se encontró con los ojos llorosos de ella y sus sollozos lo despertaron de su locura. Reconoció su voz y se apartó de un brinco, como si tuviese un resorte en el vientre.

Aprovechó la joven el verse libre para recoger algunos jirones de ropa con los que cubrir su vergüenza y escapar a toda prisa. Él la vio desaparecer por la puerta, en el exterior seguía lloviendo a mares.

Durante unos instantes permaneció rígido, erguido intentando despertar de aquel mal sueño. ¿Qué es lo que había hecho? Vio las ropas rasgadas desperdigadas por el suelo y entre las piernas la mancha sanguinolenta, la prueba del brutal robo de la inocencia. Se postró ante la imagen de Dios, sin saber si pedir perdón o castigo, y allí quedó arrodillado.



Las lágrimas se mezclaban con las gotas de lluvia, la muchacha avanzaba semi desnuda por las calles vacías. Arrastraba los pies por el barro, la mirada perdida fija en el horizonte, por fin llegó a su destino.

El río estaba crecido, a punto de desbordarse a causa de la tormenta. Sobre el puente miró la corriente.

Nadie la vio caer, nadie escuchó el chapoteo al hundirse en las aguas.



Por fin escampó, unos labriegos encontraron el cuerpo en la orilla del río y corrieron a dar la voz. No tardó en reunirse todo el pueblo.

Arremolinados alrededor del cadáver ya no sentían deseo ni envidia al contemplar los despojos hinchados de la joven, solo pena y rabia. Pensaban, que de alguna forma, eran culpables del trágico destino de la muchacha, que eran responsables del prematuro final de aquella vida.

La cubrieron con una manta y la alzaron en brazos entre varios. Se dirigieron en fúnebre cortejo hacia la iglesia con la intención de hacerle una misa antes de darle sepultura. Durante el camino fue uniéndose a la comitiva el resto de vecinos.



Todo había sido real, por fin lo había aceptado. Él, al contrario que todos los demás, la amaba y sin embargo ningún otro había llegado a un acto tan depravado, tan miserable. Alzó los brazos implorando a la imagen, Cristo en su cruz seguía mudo.

Ya no pudo más con los remordimientos, con sus propias manos se arrancó los ojos y se los ofreció a la imagen.

—¡Quédate con tu regalo yo no lo quiero! Por favor te lo ruego, haz que nada de esto haya ocurrido, deja que despierte de esta pesadilla.



Cuando entraron encontraron a un extraño arrodillado frente al altar. Las manos ensangrentadas y por el suelo los restos de lo que todos reconocieron como el vestido de la joven.

Se adueñó de ellos la ira, depositaron con cuidado el cuerpo de la desdichada y se lanzaron en tropel contra el joven harapiento. Pelearon por hacerse un hueco y poder llegar a él para golpearlo. Puñetazos y patadas, algunos se armaron con palos. El mendigo, hecho un ovillo, soportaba el aluvión de golpes sin soltar quejido. Aún estaba vivo cuando lo clavaron en la pared y reunieron a sus pies todo aquello que podía arder.

La iglesia se llenó de humo y el hedor a carne quemada los impregnó a todos. Las llamas devoraron al joven pordiosero.

Cuando por fin cesaron sus gritos, los allí reunidos miraron el cuerpo calcinado. El silencio era sepulcral, habían profanado el templo al dar muerte a aquel miserable. Se sabían malditos.

Abandonaron el lugar cabizbajos, olvidando los cuerpos de aquellos dos desafortunados.

Al poco la iglesia ardía por los cuatro costados y con ella el recuerdo de todo lo ocurrido.


En los aposentos del averno, el demonio fumaba su pipa complacido, todo había ido a las mil maravillas.

Bien sabía de lo peligroso que es para los hombres que sus sueños se hagan realidad y que se bastan ellos mismos para tornarlos en pesadillas.

Chupó una nueva calada y exhaló el humo mientras se regocijaba con los gritos de agonía de sus dos nuevos invitados.

21 мая 2020 г. 14:02 6 Отчет Добавить Подписаться
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Tinta Roja ¿A qué viene todo este teatro? No expondré el por qué, el cómo ni el cuándo. Condenado de antemano por juez y jurado, me voy caminando despacio hacia el árbol del ahorcado. Mira el verdugo la hora y comprueba la soga, que corra el nudo en lugar del aire. Se hizo tarde y el tiempo apremia por silenciar mi lengua. Y ahora ya sin discurso, ni me reinvento ni me reescribo, solo me repito. Y si me arrepiento de algo, es de no haber gritado más alto.

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The Monster The Monster
Un cuento espectacular, y cada personaje es imprescindible para darle el enfoque de devastación y miseria que creo que busca el autor; los pecados; el deseo; los vicios; y el bendito diablo... Vil como nadie y a la vez un pobre miserable que si tan solo le fuese arrebatado su poder seguramente sería un don nadie practicando el ostracismo.

  • The Monster The Monster
    ¿Por qué «ella» se fue al infierno, si siempre se mantuvo pura? June 25, 2021, 02:17
  • Tinta Roja Tinta Roja
    Más de una vez me han preguntado el por qué ella es castigada. Hasta no hace mucho, la iglesia condenaba al infierno a los suicidas. Ahora ya no lo hace abiertamente, pero seguro que muchos de sus curas y obispos lo siguen pensando. Me baso en el "ideario cristiano" para estos textos (si no no habría demonio.) No se menciona la época en la que transcurre el cuento, pero no es la actual. A mi "Príncipe del Averno" le gusta jugar con las debilidades de los humanos, comprobar hasta donde son capaces de llevarlos. Es, ciertamente, un tramposo y un manipulador, pero siempre cumple sus promesas. Gracias por comentar. Como siempre, un saludo. June 25, 2021, 05:04
  • The Monster The Monster
    Pero, "ella no se suicidó" así que la interrogante sigue abierta. June 25, 2021, 05:06
  • Tinta Roja Tinta Roja
    Se arrojó al rio para morir. June 25, 2021, 05:07
  • The Monster The Monster
    Lo interpreté de otra manera, como que cayó sobre sus rodillas y se murió ahogada... June 25, 2021, 05:09
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