Tiene orejas y plumas, es el gallo-gato. Cacarea y maúlla, es el gallo-gato. No tiene patas felinas, pero come arroz y pescado, puesto que es el gallo-gato. Su cresta es voluminosa y su cola es felpuda, es el gran gallo-gato. ¿Quién te acompaña en la soledad? ¡El gallo-gato! ¿Quién araña el sofá y acaricia su molleja en tu pierna? ¡El gallo-gato! No olvides, antes de ir al supermercado, adquirir un gallo-gato. Publicidad válida solo para Islandia.

Esperé al anochecer, atravesó el umbral. Dejé el dinero en la mesa. —¿Por qué? —preguntó antes de iniciar. No supe responder y conectamos las perlas acuosas. Tan vacía como yo, tan desnuda como yo... Somos el sinónimo del silencio. —Te irás al amanecer —reproché. —Expira el tiempo que el dinero puede comprar —justificó. Me acerqué, ella también, nos abrazamos, sentimos el calor de los latidos. Transcurrió la noche y el día llegó. Ella se levantó y se marchó. El dinero, no está en la mesa.

Quisiera escribir una carta y pertenecer al cielo, pero aún tengo fuerzas que me atan a la vida. No puedo rendirme.

El planeta siguió girando, olvidando los cadáveres.

No desistas en tu arte, siempre habrá un sol atento para admirar lo que haces.

Enfermó padre y la situación hizo que dejara la ciudad. Me despedí de ella en la madrugada. Juré que al regresar, iríamos a la playa. Abordé el tren y viajé a la provincia. Un día, paseo por la costa del pueblo. Ella está allí en la orilla. Sorprendido, exijo una aclaratoria y me explica que se siente muy sola. Atónito, pido que venga conmigo. Al pisar el jardín, la criada me trajo una carta. «Ya estoy muerta y no renaceré». La misiva es una nota de suicidio. Volteo, ella ya no está.

Y respondí a tu llamada aquella madrugada, pedías quemar tus pertenencias. Te marchaste sin hablarlo, llorando frente a la luna. Presto seguiría tu sombra, viendo la ciudad donde floreció nuestro amor. La ansiedad me carcome, recuerdo ser tu frustración y la esperada solución no llega hasta tratar esta depresión. Comprendí deambulando en la calle, que el mundo es inmenso y contigo me sentía seguro y pequeño. Perdido me hallo sin tu mano, pues debo aceptar el adiós de tus labios.

Pululan las sombras alrededor. Desde el vidrio las observo, adictas al morbo, transmutando egoísmo en altruismo. La barbarie del mundo me abruma, pero soy parte del cataclismo mediático. Me convierto en la inferioridad de la cúspide del sistema, caminando con una máscara de empatía llamada «humanidad». Ansío llegar a casa y desprenderme de este rol social, el disfraz que uso para ganar un papel. Desearía saber quién soy. Conocer a quién pertenece esta sombra frente al espejo.

Regalo tu despedida a la estación, una mañana sin ti y la soledad funesta reclama mi cuerpo. Señalo los colores del cielo y son tus favoritos. Me acuesto en la cama y la oscuridad de mis ojos no reemplaza la oscuridad de mi ser. Son las garras del abandono, tu ropa colgando en el bastidor, tu afecto maternal remembrado en la fragancia de tus pertenencias. Un adiós por esa puerta, no impide la soga en mi cuello. El vacío de la muerte, no es el vacío de mi corazón cuando cuelgan los pies.

Desnudé tu alma con aquellas cartas, esas que aprendí a leer; las cuales me enseñaron tus lágrimas, esas que aprendí a leer.

Somos dos almas que se buscan pero no se encuentran; somos dos sueños que se miran pero no se cruzan.

Déjalos en su maldito mundo y llora. Por favor, no te detengas, libra el dolor, llora y olvídate de la gente, de sus problemas, de sus protestas. Hoy lloras, desanuda la garganta y grita... Llora...

Mis labios están sellados, pero déjame hablar, es el silencio un lenguaje, podemos conversar, callados, en una mesa sin invitados. Entonces observa mis ojos, también dicen algo: lo que tu alma grita. Las lágrimas también hablan. Tomas mi mano, hacemos preguntas, mudos, entre caricias. Que sea nuestro tacto, nuestros labios, los que hablen. Ulula, susurra, es tu respiración en mi nuca. Oyes mis latidos, es mi corazón en tu oído. Nuestros corazones hablan.

Una noche te pensé. ¿Qué fue de ti? Soñé tu adiós y otra vez desperté con tu ausencia en el buzón. Vi unos ojos tristes, hablaba una fotografía muda. Me preocupé, pero no te escribí. Hoy sigo sin hablarte. Conversé con el viento, soy un loco, no tengo remedio, el mundo es raro. Caí en un agujero, no te encontré, el mundo es ingrato. ¿Dónde estás? Dime, ¿dónde estás? Es mentira, no te oigo, solo es tu voz en mi cabeza. ¿Donde estás? Dime, ¿dónde estás? Siendo ciego, te busco en la oscuridad.

No tengo miedo a nada mientras tu nombre sea un motivo para vivir.

Si nos centramos en idealizar a los seres humanos, cuando se abra el telón y se expongan los actores, nos esperan grandes decepciones.

Cuando no escucho tu voz, me siento en el vacío.

Me hace sentir asqueado recordar que alguien la tocó y ella me mintió. Sus palabras no inspiraron confianza, porque mis ojos leyeron la cruel verdad. Vivo con el virus de la incógnita y, aunque trate de curar está enfermedad, no dejan de surgir quimeras en mi cabeza. Sean sinceros y eviten generar una herida eterna en el corazón.

La voz de la operadora anunció el embarque del vuelo de ella. ¡No soportaba la idea de tenerla lejos de mí! Me levanté, ella también y nos besamos en medio de la vista de los presentes. Las lágrimas corrían por nuestras mejillas e impactaban en la mesa. El café se enfriaba, su Coca-Cola perdía el gas. De nuevo, como en aquel ocaso, volvimos a nuestro mundo, ese mundo que nace del amor y su núcleo es el corazón.

Con lo buena que es ella, no sé cómo dejarla. El temor me invade cuando deseo terminar la relación. Sí, tan cobarde soy frente a la soledad que acepto mi miedo al abandono. Aprendí a vivir con sus mentiras. Hasta renuncié a un amor honesto y puro hace unos meses. ¡Qué le vamos hacer! Ella decidió ocultar su pasado y maquillarlo. No había manera de saber la verdad. Y aunque habían pruebas, decidía creerle una y otra vez. Duerme a mi lado. Mañana nos casamos... Me casaré con una mentira.

La tristeza arropa, carcome y se esparce como un virus en el cuerpo. Cuando llega al alma, el dolor no tarda en sentirse. La vista se humedece, las voces parecen lejanas y el hablar se torna difícil. Cada color pierde significado: hay ausencia en lugar de luz. Intentas gritar, pedir ayuda, pero las voces, malditas voces irreales, susurran: «Quédate con nosotros, llora en silencio». Lloras en silencio; lloras en soledad.

Arden los edificios, zumban los aviones y estallan las bombas. Las aves se han marchado, los árboles se han quemado. Una madre huye con su hijo en brazos, los padres protegen sus familias, pero las balas hacen su labor y crean pavor. Los buenos hijos se marchan y a los días fallecen. No sirven las lágrimas en una tierra ocupada por el diablo. Iglesias incineradas, civiles ejecutados. El ateo ahora es religioso y el religioso está muerto.

Recogí sus piernas e intenté vendar la herida en el estómago causada por la metralla. Los alemanes escupían fuego y él se desangraba. —No viviré el día de la Victoria... Las lágrimas corrían por mis mejillas curtidas de tierra. Los demás heridos me pedían ayuda. Fui sorda a sus llamados. Yo solo quería estar con él, un momento más... Cuando acabó el enfrentamiento, recogimos los cuerpos. Los soldados cavaron un hoyo grande. Eché a mi hermano en la fosa común. Sin familia, estoy sola.

Tus besos culminaron el invierno, derretiste el hielo en mi corazón, y con dulces caricias, convocaste la primavera. Ahora el cielo tiene un nuevo sol, porque tu mirada trajo el verano en mi alma. Espero las hojas de noviembre, ruego que tu presencia no se convierta en ausencia. Tengo miedo del invierno, no quiero volver a estar solo.

Cuando desperté, busqué tu mirada, pero hallé el vacío. Traté de encontrarte en el baño, en la cocina, en el vestidor, creí que jugábamos a las escondidas. ¿Algún día aparecerás con tus cosas? Me senté en el sofá, oía el bullicio de la ciudad, no tenía sentido salir. Al marcharte, te llevaste una pieza de mi ser. Entonces la realidad se convirtió en pesadilla. La sombra de la pared es mi compañía... Soy mi propia compañía... ¿Algún día volverás con tus cosas? La puerta sigue abierta.

Atendí tu llamaba mientras observaba el manto nocturno. Miré una estrella, sonreí y entonces te pedí ver el cielo. Ambos contemplamos el astro que nos hizo olvidar los kilómetros que nos separaba. *** El cielo es el único sitio que no conoce la distancia.

En el silencio de la alcoba rememoré tu ropa en suelo. Olí la almohada y hedía a olvido. Posé la cabeza entre las manos, las lágrimas resonaron en el abismo. Envié tus besos al destierro y el recuerdo de tus labios se encargó de reenviarlos. Con nostalgia aprecié los momentos, aquellos que murieron hace años. Asentí al fantasma de tu cuerpo, el cual no transmitía calor en el colchón. No había abrazo alguno, porque abracé tu ilusión. Hoy veo tu ausencia y añoro tu presencia.

El caballo regresó del olvido. ¿Dónde estará su jinete?

Contemplo la belleza en un papel que guarda tu recuerdo. Acaricio una imagen sin vida, como tu cuerpo en la urna. Desearía ser Dante y descender al infierno; pero si no estás allí, pues seré Fausto y ascenderé al cielo. Cierro la entradas de esta casa, así no huye tu fantasma y engaño a la razón. Al fin y al cabo atesoramos lo que amamos en el corazón. Esta fotografía llora porque no la quiero a ella, sino tu presencia en el vacío de la cama.

Si bien es cierto que las lágrimas no resuelven todo, aliviana el peso de la carga que arrastramos y es un síntoma sano de que necesitamos apoyo. Quedarnos en silencio no hará entender que somos fuertes, sino cobardes al no aceptar la sombra que atosiga nuestro ser.

Yo prometo amarte cada año con mayor intensidad. Yo prometo cuidarte cada mes como si la vida dependiera de ello. Yo prometo valorarte cada semana por tu existencia. Yo prometo agradecerte cada día por permanecer a mi lado.

La verdad, no recuerdo el nombre del recuerdo.

Cuando oigo tu risa, me doy cuenta que extrañé tu presencia.

Dejaste una huella en la arena. Al salir el sol y levantarme, ya no estaba, como tu presencia. ¿Adónde habrá ido la huella?

Cuando me fui de tu vida, creí no volver a verte. Sin embargo, el viento condujo mis alas hacia una ventana. Observé tus lágrimas sobre nuestra fotografía. Tu dedo acariciaba mi rostro. Detrás del vidrio, quería pasar a la alcoba y abrazarte, pero no pude hacerlo: ya estoy muerto. No vi tu cara cuando emprendí vuelo al cielo. Supe que moriste a los ochenta años. Así que te busqué en el páramo de las ánimas. Quisiera saber dónde estás, aunque algo me dice que jamás te volveré a ver.

Brillas en la oscuridad de mi corazón. Cada latido, ahora, ilumina mi pecho izquierdo. Reposas a mi lado. Mis brazos rodean tu cuerpo. Aunque yo sea álgido, tú devuelves el calor a mi piel. Sonrío, porque ya puedo sonreír de verdad. Mi mejilla roza tu mejilla, y tus dedos se entrelazan con los míos. Veo que tus latidos también iluminan tu pecho. Cierro los ojos. Estoy seguro de mi vida contigo, porque somos luciérnagas en una alcoba. El amor necesita de la oscuridad para brillar.

Su ojo diminuto me saluda desde la puerta. Yo lo veo, pero no me acerco. Él insiste, de nuevo, en ser amigos. Quiere que seamos amigos en la madrugada. Oigo sus dos patas en la cerámica, pues acaba de entrar en la habitación. No me asusto, aunque su tamaño es para temer. Entonces, su pico hala mi sábana, tiene frío. El hombre-kiwi se acurruca a mi lado y acaricio su plumaje. Las sombras nos rodean y nuestros corazones, conectados por la soledad, laten. El hombre-kiwi duerme sin frío.

Mi hermano es un héroe de bata blanca, internista y futuro neumólogo; no queríamos que partiera hacia la capital. Creyó arreglar su situación económica marchándose al frente epidémico en Caracas, salvando vidas y encarando la muerte. Hoy batalla por sobrevivir contra un virus indolente, en un país tricolor maculado de sangre. No quiero perderlo. 29/03/2021 «Don't forget».

Aunque hoy pagen por su belleza, mañana será un saco de huesos.

Apoyado en el vano de una ventana, lloraba y pronunciaba el nombre de un amor. Obviaba por razones satíricas, la humillación inmerecida a mi persona por la voz que un día versaba al cielo apergaminado, un cariño fastuoso. Teñía el artista omnisciente el firmamento celestial del ocaso primaveral, plasmando una pincelada cenicienta, degradándose en el más tierno púrpura hasta fallecer en los bramidos insonoros del atardecer carmesí. Miré al sol bermellón, mañana no volveré a sufrir.

Despierto en las tinieblas, pasado cien años. Tuve la suerte de conservarme, aún mantengo el lomo intacto y las páginas continúan aromatizadas. Según mi difuso proyector suspendido en la imaginación, iba a ser el regalo de una lectora, pero acabé en esta biblioteca luego del rechazo amoroso de mi comprador. La última vez que me abrieron, fue hace veinte años, antes de cerrar el palacio de los libros, convertido hoy, en un cementerio con fragancia a papel ajado, esperando todos a ser quemados.

Eres una estrella en un millón de luces, solo tú, puedes brillar más.

Con mi cámara atisbé al anciano sauce, pasó en la línea de mi pensamiento, vía al horizonte impávido, el águila aleteando con la serpiente en su pico.

Recuerdo aquel otoño en el puente, prometimos cambiar y sepultar la ataúd del pasado, cavamos profundo y sellamos los malos recuerdos. Entonces, abstraído en la soledad de esta azotea llamada «añoranza», esbozo entre latidos fúnebres, las líneas siderales que formaron nuestra constelación. Habrán pasado cincuenta otoños desde que lo prometimos. ¿Estará viva aún?

Cuando abres los ojos, se ilumina el sendero; marcha a la cúspide de tus sueños, porque detrás de las nubes, inmutable te espera el cielo.

Un corazón que amó en verano, no regresa en invierno.

Ayer me atrapó un libro. Viví dentro del mundo del autor. Sus castillos, prados, pueblos, ciudades y mazmorras, admiré. Pero atrás dejé a mis padres, mi hermano, mis amigos, mi identidad... En esa tierra ficticia no era un inválido, fui funcional para la sociedad como un soldado gallardo. No quería volver a la realidad, aunque nada de aquello existía y poseía un fin. Desperté inhalando el miasma del hospital, en una camilla con los brazos amputados. ¿Sabes? Hoy sigo extrañando aquel sueño.

Durante mi vejez, hundido en la soledad de una alcoba, frente a la ventana húmeda de nostalgia, pregunto: ¿cuántas mujeres conocí? Dedos me faltarían para contarlas. Una me parió. Una me abrazó. Una me besó. Una me enseñó. Una me gritó. Una me lloró. Una me amó. Una me escribió. Una me llamó. Una me alivió. Una me sanó. ¡Dios, bendice cada mujer! Sin ellas, el mundo sería infértil. ¡Pero el planeta es una mujer! Agradezco morir y regresar al vientre de una madre.

Querido cielo, cuando bajas, envuelves de neblina a tus hijos, desearía devolvieras mis lágrimas de fe. Querido día, emerges del este y despiertas la vida, desearía devolvieras el rumbo de mis pasos. Querido corazón, cuando lates, esparces emociones, desearía devolvieras, las esperanzas de mis razones. Querido edificio, alto eres y albergas monotonía, en tu punta, líbrame del dolor. Querido mundo, cuando giras, mil maravillas ocurren, desearía devolvieras mis ganas de vivir. Querido suelo...

Una voz en el paraíso onírico escuché, distinguí la silueta de una bella dama. No entendí. Aquella mañana desperté. Tomé el bolso y metí la cámara junto al regalo de mi pareja. Salí. Una voz me decía y esta vez era clara: no vayas por allí. Desoí su advertencia. Más tarde, una voz alarmada me decía: ¡refúgiate en el restaurant! La ignoré. A eso de las dos de la tarde, me desvié por el paseo, dos sujetos aparecieron armados y me apuntaron. Me habían seguido para robarme.

Cierro los ojos, llueven estrellas y la tinta de tu nombre, en la almohada se borra.

Agrupados como las armas, alrededor de la fogata, calando el calor en nuestros huesos. El resplandor de las llamas imita la acuarela naranja del ocaso, esbozando en el horizonte las ruinas de mi pasado. Me incorporo, apoyo el peso protector en el hombro de Yuna. Subo el risco, contemplo el dantesco escenario, ahogado en las aguas del tiempo. Padre, ¿cómo llegamos a esto? Te odio, pero eres mi familia, debo vencerte. —Escucha mi historia, esta puede ser nuestra última oportunidad.

Me pongo la máscara y voy al trabajo, por suerte, tengo otras en el maletín para los colegas, espero no haber olvidado la que uso para el jefe. En casa desecho la máscara, tomo la habitual que uso para mi mujer. Parece que estamos riendo, pero no es así, ambos usamos máscaras, y la lágrima de sangre se fusiona con la leche del cereal mientras hablamos del día a día. Cuando me acuesto, intento palpar mi rostro real, busco mi identidad detrás de la fría porcelana. Me rindo, solo soy una máscara.

A millones de años luz te encuentras, aunque vuele hacia ti, un cadáver seré. Tus labios rozaran estos huesos y los cuencos de mis ojos, serán el depósito de tus lágrimas. Si abonas tierra suficiente, nacerá una rosa sin color, entonces sacarás tu corazón y teñirás sus pétalos de sangre. El soldadito de los siglos pasará y tus perlas enjugarás, abandonando la nada que la tierra dejó. ¿No había un esqueleto? Prefiero vivir con el sueño de poder verte, preciosa dama de un planeta imposible.

La pieza que falta dentro del sistema neurológico, daña los engranajes de la realidad. Una disfunción cognitiva, tergiversando la percepción y maniatando la cordura. Es aquello que te hace indigno de ser humano, desconfiar del entorno hasta abandonar las esperanzas, aovillado en el rincón del sublime sufrimiento. Insegura es la muerte, la vida pregona su burla y el peso de respirar, conlleva un calvario aciago sobre la sombra del porvenir. Defino el vacío de la humanidad.

Manifiesta un grupo idealista su abyecta obsesión por poseer el objeto de su pasión. Cuando la masa de pazguatos entra en conflicto con sus detractores, de pasión y objeto diferente, expresan una batalla insensata y cruel que, desmantela toda ley moral que regula la naturaleza perversa del ser. La paz no perdura sin pugna y la guerra es el pábulo del narcisismo infantil del hombre. Resulta una moraleja trágica, pues, la vida es una constante confrontación contra los lobos de la sociedad.

Nacieron en Hiroshima y se enamoraron en un pueblo. Dos amantes odiados por su amor sincero. Los padres no aprobaban el matrimonio año tras año de insistencia fallida. El novio pidió al cielo una estrella fugaz que cumpliera el deseo de poder casarse. El 6 de agosto de 1945; la pareja vio una estrella fugaz encima de la ciudad. Tomados de mano, pidieron el deseo. Al día siguiente, un niño que andaba en el desastre, detalló la silueta de una pareja en el cemento. La bomba vaporizó a los novios.

Eras la razón de mis cambios climáticos. Tu sonrisa en la chimenea me abriga, admirando el refulgir de tu risa luminiscente. Casi puedo oírte a mi lado, como si el álbum cobrara vida y regresáramos a ser jóvenes. Quisiera siguieras aquí, con tu presencia repuesta, armando jaleo en la cocina y tu voz juzgando mis mañas. ¿Hace cuánto te fuiste y no me llevaste? ¿Quién cuidará tu jardín? ¿Cuándo volveré a sentir tu mano en mi hombro? Hoy cerraré los ojos y soñaré estar contigo. «Un amante viejo».

Pasaron seis meses, juró no buscarla. Eyaculaba su recuerdo dentro de los recipientes pasajeros, y vomitaba su nombre en lágrimas de alcohol. La morfina de la nostalgia empeoraba la herida, dormía en el muelle sonriendo a la luz del puerto, a la luz que desearía iluminara su interior. Cumplió un año, la esperanza pereció y con los brazos caídos, observó la cúspide de la superación. Tiró las cartas al fuego, las fotografías ardieron, escupió en las falsas promesas y se marchó a subir la montaña

Rozan sus alas en las nubes, gozando de tal jolgorio. Dejan la estela borrosa de su trecho y pisan clamorosos la balaustrada celestial. Anuncian el llamado del gigante del este y durante el descenso en el oeste cuando recorre el mundo, invocan a la dama plateada. Nacen los niños del plenilunio, aquellos que refractan la luz. Entonces con pinceles y pintura, parten a colorear el firmamento, preparando el escenario del alba. Tocan las trompetas y el gigante emerge otra vez.

El sufrimiento convertido en costumbre irradia su luz mortífera a los entregados obcecados de amor. Confusos y soñadores, lloran frente al televisor de los paranoides afectivos, amando al infiel en sus delirios. Un padre y madre en el amante no resuelven los conflictos, empeoran sus síndromes de apegos compulsivos, perdonando los errores del esclavo. Retornan al niño, convulsos de amor, desenfrenando los límites primitivos y asociando sexualidad con Eros.

Vivir nos conlleva a perdurar en la mente del mundo, llamamos «historia» a las memorias. La muerte es el vientre de los ideales, espejo de la humanidad y tierra fértil de pensamientos. La eternidad no conduce al progreso ni a la evolución. Necesitamos saber que moriremos para pensar sobre el propósito de nuestra existencia y evolucionar. Debemos saber que moriremos para alcanzar nuestro propósito y parir las ideas. El mundo es la arena, tus pasos las huellas, el viento será tu nombre.

Me alejé, el hado es cruel, diría injusto, pero es justo; no era mi mejor época y tampoco mi mejor épica. Sería esta distancia necesaria para superarte y no soporto tener que mencionarte, fueron escasas las semanas, ¡quería seguir en tu mirada! En las mañanas te pienso y en las noches te sueño; me encuentro rendido, es esta la pugna del sentimiento; mis manos están escribiendo, mi corazón latiendo y mis pensamientos debatiendo. ¡Te extraño, aunque para ti ya sea un extraño!

Despacio, mudos en las sombras, alejados del mundo, dos mentes convergen, conectadas en el éxtasis ingrávido. Latiendo, explorando con los labios, descubriendo el continente, trazando un mapa y escribiendo en tinta los besos. Acostados, la sinfónica inicia, colorean el prado gris a las luces de los titantes citadinos, bajo el manto puro del candor. Despiertan abrazados, respirando agitados, sonríen a las travesuras realizadas, dos mentes se enlazan al compás del corazón.

¡Qué hermosa rosa oscura veo y en sus pozos oscuros me deleito!, obnubilado con su brillo y sus pétalos negros, aunque sus espinas me hieran, brotando la vida del dedo, riego con mi alma su tallo esbelto. Las hojas le crecen, no se oscurecen, sus pétalos emebelesen los versos de sus labios. Carece de frialdad su piel de almohada, calor encuentro y entre sus pétalos, serena la inquieta mirada.

Cornamusa del alba, rayos en el pastizal, despierta la elefanta. Su madre muerta yace a un lado. Ocaso burlón, la trompa acaricia la muerte, su entendimiento animal no lo comprende. Noche siniestra, ella duerme con su madre, cree que despertará. Amanece y un padre aparece, se la lleva y ella en su impresión, ve a su madre dormir. La cría es el regalo de un joven, este joven cuando huérfano queda, se aferra a su ángel. Ángela, acaricia con la trompa al muchacho quien llora por sus padres.

Por años luz te amaría, y a la inmensidad de la galaxia, esbozaría el cosmos con tu presencia; un regalo ideal, serías mi rosa, yo el príncipe, de planeta en planeta, cuidando tus pétalos aminorando el tiempo, plasmando en la luna, mis recuerdos contigo. En la tierra sembramos los momentos, florecen en locuras y frescas las mañanas, me besas con cordura y de tu amor nacen las estrellas.

Tiesos con ojos de vidrio, sordos de conciencia, sentados como muertos, abrazan la frigida imagen de lo que otrora el mundo fue. Jamás hablaron, ruegan conversar, jamás preocuparon, hoy oran por una amistad. Enseñan un virus humano, presto huyen y al contacto, contagio de familia. Hábito de pandemia, sonreír a las carencias; hipócritas fueron, imploran amor, ciegos deprimidos buscan fulgor; las cuatro paredes, retumban los ecos, una cama vacía, añoran los días, pues hábito de pandemia lo es.

Policromía destellante, lluvia celestial, gotas arcoíris pintan el sendero, deja atrás el macilento pasado, abre paso al futuro soñando el presente. Sonata de otoño y cantos de estío, reverbera el jolgorio con estruendo al universo. Dibuja alegría, planta valentía, que este espejo humano refleje un nuevo rostro; eres la estrella y el mundo la esperanza, reanima con tu luz, las almas cuitadas. El final llegó, abraza con unción tus hermanos del amor; no hay oscuridad si permites iluminar. Adiós.

Un precipicio, un sueño: escapar del mundo forjado en tristeza. La superación nace en mi, y la tierra tiembla, no queda mucho tiempo, lo veo en el fondo, un niño y un adulto, debo perdonarme y perdonar a mis padres. Escindo veloz la melancolía, las voces me dicen «quédate», yo sólo quiero escapar. Escalo rompiendo mis manos, gritando «lo lograré». Atisbo el borde, se posa el ocaso en el espejo del alma, no más oscuridad, no más miseria, restallo en poder, controlo mis emociones y vuelvo reír.

Si las estrellas me permiten dibujar, formaría constelaciones con tu encanto. Desnudo mi alma reflejada en tu mirada, en esta cama donde las noches son eternas. Entre sábanas blancas, vislumbro el lienzo de tu cuerpo, una historia oculta en tu piel y una caricia que suaviza mis nervios. Temo despertar sin ti, deposité con mis labios el néctar de mi amor, inyectando la pasión en tus supiros, desvaídos nos unimos al son del corazón. Despierto en el vagón, un sueño fuiste y atrás te dejó el vapor.

Amamos ciegos buscando un recipiente, drenando la sangre de heridas otrora. Disparan las lenguas, segamos las acciones y aquel cadáver menciona tu nombre. Dos corazones, no sienten y en bombas desaparecen los recuerdos sinonimos de nostalgia. Alzas las excusas, llueven los lamentos, escupes las mentiras y pasado un año el mundo empeora. Disuelven la pólvora, en noches efímeras de placer animal, oyes los gritos de angustia, asfixias la presencia creyendo amar, pues al alma estás matando.

El mundo duerme, tus manos me sujetan, giramos juntos y el tiempo se detiene, un beso me revive y los colores regresan. Despiertan las maravillas, corremos en el asfalto, la lluvia nos sonríe y entre miradas furtivas, deseos escondemos. Compartimos el lecho, exploramos los temores y disipamos el miedo, en una noche de pasión, sellamos el amor. Deshacemos el reloj, bailamos al compás, en tus brazos olvido la desgracias, renace la fe en mis creencias. Contigo vuelvo a amar.

Escurre mi fe por tus manos, viajamos guiados por el titán dorado, meciéndonos en una esquife. Cuento las leguas que faltan para tu despedida, otro aguarda en el muelle tu llegada. Sellamos los labios, sepultamos las oportunidades. Guardo en la tormenta tu enseñanza y sonrio a la nostalgia tu aprendizaje. Jamás imaginé viajar contigo, conocer tantos parajes y olvidarme que pronto te irías. Hemos llegado, un nuevo viaje comienza, él te sostiene, te marchas para no volver. Adiós y sé feliz.

Ora lloraba, ora reía, tu compañía dulcifica el nectar de mi alegría. Cálidas alas me despiertan, la víspera soñaba con un ángel y hoy beso a uno. Cornamusas suenan en mi alcoba, tu llegada trajo cascabeles de confort. Los rayos solares acarician los resquicios de las persianas; vislumbro una figura en la ventana, empañando el vidrio con su reflejo radiante, cayendo hebras castañas sobre sus delicados hombros, me acerco y abrazo al ángel humano. ¿Cuántas veces abrazamos a quiénes amamos?

Las crestas moribundas yacen conmigo, despido tu sonrisa con una risa de ironía. Aquellas promesas las expulso al mar argentado y bajo el velo lunar, despido tu nombre con las metas, sueños, suspiros y momentos. Hundo lo malo y avivo lo bueno, aunque lo bueno deje un rescoldo del amor que otrora sentí por ti. Me declaro libre extendiendo los brazos a los ángeles del alba; restallando las olas y adentrándome al mar, al mar que mis ruegos crearon, ruegos para decirte adiós en lágrimas doradas.

Hoy vi tu mirada bajo la risa ufana del destino. Encomiendo mis plegarias a las estrellas, pues estoy llorando esperanza. Busco aferrarme a tu recuerdo y encuentro una cama vacía; desearía desvanecerme pero de tu vida ya me he ido. Encuentro la felicidad en un cascarón vacío, una felicidad efímera sin un corazón que comprometer, sin una posibilidad de olvidarte. Soy cruel, birlo mis sentidos, por dentro aun conservo embalsamado tu cuerpo de nostalgia. Estoy atado a ti, atado a tu recuerdo.