El último diamante mágico fue robado. Los Dragones del rey están enfermos y su fuego se extinguió. Los hechiceros de la corte pasan vergüenza lanzando conjuros inútiles en el castillo, en las aldeas y en la horca. Las espadas y armaduras de los caballeros perdieron su inmunidad. Los habitantes de la aldea murmuran y me observan con fascinación cuando les muestro el diamante. Por fin la magia está de nuestro lado, cuando los dragones mueran habrá llegado el momento de tomar el castillo.

Mi abuela es la única que no se alteró, no recuerda que Horacio estaba muerto. Cuando lo vi entrar, casi me desmayo, me tragué los gritos y el miedo; me llenaron el estómago y ahora no puedo ni probar la cena de nochebuena. Horacio sigue actuando con normalidad y todavía no dio ninguna explicación de por qué está vivo. Pensamos que olvidó su muerte. Mi hermano dice que es un milagro de navidad. No es ningún milagro para mi porque yo lo maté. Espero que tampoco se acuerde de eso.

La despertó un grito. Su voz temblorosa pronunció el nombre de su amiga, nadie respondió. Asomó la mano debajo de la cama y buscó a su gata, que dormía con ella. Sintió su áspera lengua y sonrió, eso siempre la calmaba.  Estaba tan dormida que olvidó que habían  sacrificado al animal la semana anterior. Puso la mano bajo la luz que entraba por la ventana y vio el rastro de sangre espesa dejado por la lengua. Después vio unas garras esqueléticas y retorcidas, saliendo de abajo de su cama...

El niño parecía un poco nervioso. Ella terminó de leerle su cuento, pero seguía despierto. Cerró el libro, le dio un beso en la frente, lo tapó hasta el cuello y le acarició el pelo. —Que duermas bien —le dijo con una cálida sonrisa, mientras cerraba la puerta. —¿Dónde está mi madre? —preguntó el niño, temblando en la oscuridad— ¿Quiénes son ustedes?

Sigo donde me dejaste, cerca del vaso que rompiste contra la pared. Un insecto pegado a una telaraña se ríe de mí. Podría haberlo ayudado a escapar, pero no lo hice. Esperamos juntos toda la tarde. El insecto esperaba la muerte, sin saberlo. Yo esperaba que volvieras y me pidieras perdón, otra vez. La araña llegó primero.

Gómez regresa al auto y su rostro me parece diferente. Sus pómulos cuelgan y sus ojos flotan en las cuencas estiradas. Está oscuro y yo estoy delirando por el cansancio, llevamos demasiadas horas investigando en este hospital. Una mujer se acerca al auto, pálida y gritando. —Uno de los internos escapó, despellejó a un policía y se puso su piel. Siento el aguijonazo frío de una cuchilla penetrando por mi espalda y alcanzo a ver en el espejo, los ojos del asesino bajo la piel de mi compañero.

Gabriel separó y quebró las costillas de Amanda, sumergió la mano en su pecho y le arrancó el corazón. En la misma habitación, una anciana susurraba entre dientes, tenía los ojos en blanco y las reumáticas manos apretadas contra la silla de ruedas. La bruja había intentado conjurar un hechizo de amor, pero estaba muy vieja y sus poderes ya no eran los de antes.

Me levanté desorientado, no podía ver nada y casi me caigo en el baño. Al regresar a la cama noté que mi cabeza seguía apoyada en la almohada. Me observaba asustada y confusa, tratando de entender por qué nos habíamos separado.

Moví el ladrillo que estaba flojo y encontré un papel amarillento y antiguo, tenía unas palabras desconocidas escritas con tinta roja. Alicia me retó a que las leyera y se rió mientras intentaba pronunciarlas. Yo reí con ella, incluso cuando empecé a escuchar los susurros. Fui al baño, me mojé la cara y traté de tranquilizarme. Cuando regresé, el dormitorio estaba vacío. Alicia desapareció. Las ventanas y las puertas están cerradas. Creo que sigue en la casa, todavía la escucho susurrar.

Una gota golpea el vidrio de mi ventana y rueda en línea recta. Me vuelvo a mirar las manos. Miro el techo. Miro la planta con flores violetas de plástico. Mis ojos evitan el cuadro de nuestras vacaciones, que no tuve el valor de descolgar a pesar de que lo intento varias veces por día. Otra gota. Y otra. La lluvia lo cubre todo. Yo sigo seco. Me miro las manos. Miro el cuadro. Ojalá tuviera un motivo para estar afuera mojándome. Ojalá no pasara tanto tiempo mirándome las manos.

Alquilé un violinista para mis tristezas y mis borracheras. Pensé que sería divertido tener un violinista cuando estoy borracho. Sentó su postura esbelta en mi sillón y preparó el instrumento. Se veía sepia a través del whisky.  Tocó dos temas que no conocía, me puse violento. Le ofrecí propina para que bailara sobre la mesa.  Sé que soy un alcohólico difícil, pero creo que exageró cuando suplicó que lo dejara salir y me amenazó con tirarse por la ventana.

Corro la cortina y miro por la ventana, sigue siendo de noche. No recuerdo cuando fue la última vez que vi el sol. Apenas recuerdo los rostros de mis amigos y de mis padres. Las calles están desoladas y no puedo comunicarme con nadie. Miro por la ventana, sigue siendo de noche, creo que volveré a la cama a tratar de dormir...

La endogamia ancestral condenó a la familia real a malformaciones y enfermedades mentales. El rey ordenó despellejar a la mitad del pueblo, utilizar sus cráneos como escupideras y sus huesos como rompecabezas para jugar con su hijo, un tullido mudo que babeaba sobre las atenciones de sus sirvientes. Frente a la frustración por no poder ensamblar correctamente los cuerpos, el niño prendió fuego a su padre mientras dormía. Lo proclamaron rey, su primer decreto fue pegarle alas a un caballo.

No había ningún tesoro, la brújula nos condujo directo al infierno. La casa proyectaba su sombra como un presagio de horror, rodeada por una plantación de cadáveres torturados. En la cerca de metal había un hombre ensartado y desnudo, la parodia macabra de un cristo, lo suficientemente vivo como para mirarme a los ojos, reír con la sangre brotando entre los dientes y vomitar una maldición. Se apagó con una sonrisa, satisfecho de haber dejado la marca de la muerte sobre nosotros.

Regresé a nuestra casa, fui sola. Hugo estaba tirado en la cama, había botellas por todas partes y el dormitorio cerrado apestaba como una trinchera. —Yo no quería —me dijo llorando— Mis brazos se mueven sin mi voluntad. Apoyó su cabeza en mi regazo, dando bocanadas como un pescado asfixiándose. Traje la sierra y la puse sobre la mesa. El rostro de Hugo se encendió, arrastró su mano lentamente hasta tocar el mango de la sierra. Levanté su brazo con delicadeza y lo apoyé sobre la mesa.

El psicólogo se acomodó frente al helecho que decoraba el consultorio. —Cuando talamos el bosque, liberamos un espíritu antiguo que cambia de forma —dijo su paciente— Nos atacó, nos sedujo, nos fue reemplazando uno por uno. Los árboles lo contenían, ahora está entre nosotros… ¡Eres tú! —gritó, agarró una lapicera y la enterró en el ojo de su psicólogo. Se lo llevaron esposado. El helecho lanzó una risa aguda, era el espíritu del bosque, que adoptó la forma del paciente y salió a las calles.

—En general me gustan los velorios, son un cable a tierra. La mujer volvió a llorar. Sacó un pañuelo descartable, se sonó la nariz y se lo metió en el bolsillo. —No me gustaría dormir sola hoy, ¿quieres acompañarme? —dijo de repente, como ofreciéndome un trago. Apenas mirándome de reojo. —Mi esposa me está esperando —le respondí. Ella se encogió de hombros, tiró la colilla mordida y se prendió otro cigarro. Seguimos sin mirarnos hasta que se tomó el taxi. Fue la única vez que hablamos.

La ruleta se detiene lentamente lejos del 28. Me quitan todo con un movimiento rápido. Perdí mi casa en ese casino, pero mantengo la compostura y los códigos. Soy un jugador, conozco las reglas y las respeto. Me lanzo a la calle tropezando. Se me acerca un hombre empapado, raquítico, agonizante. Le doy un cigarro y agito la mano, como espantando una mosca. Me vuelvo a quedar solo. Mi mejor amigo se suicidó hace un mes y su hermana trató de apuñalarme en el velorio. Él también conocía las reglas.

Se abre la puerta de mi cuarto y entra una chica desconocida. Se mueve con familiaridad entre mi desorden.  —Me enteré que tu araña se murió, lo lamento mucho, me dice. Me besa en la mejilla, me acaricia la cabeza y extiende sus pasos hacia el baño. Mi araña se murió hace quince años.

Truenos. Árboles negros. Un lugar grasoso de comida rápida. Cuatro cigarros. Truenos. Unas piernas largas que formaban un paréntesis. Una pollera a rayas. Tres mesas. Una botella de refresco por la mitad. Papas tiradas sobre la madera. Un mozo que tropezaba con su propio pie, en el primer día de su primer trabajo. La comida apenas me pasó por la garganta, me cansé de masticar. Pedí una cerveza. El mozo me dijo que no vendían alcohol. El cielo se moría sobre la ciudad.

Contra la pared había una larga mesa, en la que yacían los restos de un cadáver reseco e incompleto, le faltaba un brazo y una pierna. Sólo habían encontrado el brazo derecho de Hugo Argos... Algo la golpeó en la cara y voló a gran velocidad contra la pared. Una polilla, quedó tirada en el suelo, lejos de la luz, aleteó de costado y se dedicó a golpearse contra el vértice de la habitación. Pasos sobre la madera. Mara volteó hacia la puerta y se encontró con un rifle apuntando entre sus ojos.

En la radio sonaba Sinatra, sobre el rumor de la ducha y los martillazos del reloj. La mujer dejó la libreta y le ofreció sus manos. Hoy no, le dijo él, sólo quiero que me veas. Levantó el revólver y lo apretó contra el paladar, aspiró los vapores de la habitación y miró en el fondo de los ojos de esa mujer, idénticos a los de su esposa muerta. Apoyó el dedo en el gatillo. La mujer tomó la libreta, tachó el párrafo del suicidio y decidió darle otra oportunidad a su personaje.

Hace dos horas quemé mi auto con un cadáver adentro. El metal, la carne y los huesos derritiéndose. Bolsillos sin monedas. Un arma cargada. Alfredo demoró en reconocerme. Un joven envejecido, desgarrado, consumido. Una bolsa de drogas. Carne reseca y agonizante llena de drogas. Nos conocimos en la cárcel, o en la guerra, o en una requisa. Nos presentó alguien, le apunté a la cabeza o le estreché la mano con desconfianza. No lo recuerdo. Eso es perder. Pobres como muertos. Fosas comunes.

En la casa de abajo llora una anciana que perdió a su marido, en la casa de enfrente llora un bebé recién nacido. La vida y la muerte se empecinan en no dejarme dormir.

Siempre me dio mucha vergüenza y no se lo conté a nadie. Hace tiempo intenté un hechizo para enamorar a un chico. Entre otras cosas, tuve que orinar sobre una de mis muñecas. Hoy mis amigos me visitaron. Cuando me distraje encontraron la muñeca, que llevaba cinco años escondida en el armario. Mateo empezó a hablar con una siniestra voz gutural. Creo que mi ritual invocó un demonio que se metió en la muñeca. Debería advertirles, pero me da mucha vergüenza contarles, la adolescencia es difícil.

El rostro en la pantalla era una reconstrucción en base al descubrimiento de un cráneo casi completo, de 4 millones de años. Era igual a mi. Fui a visitar a un hombre que investigaba los viajes en el tiempo. Todavía no está lista, me dijo mostrándome una máquina. Me invitó a sentarme, pero me senté en la silla equivocada. Los diseños actuales son muy raros, es fácil confundirse. La máquina se activó y perdí la conciencia. Desperté en este lugar, rodeado de mosquitos y de monos aterradores.

¡Ahí está! ¡El gato pulpo! dijo Andrés parando el video y señalando la pantalla del celular. Era el décimo sexto video de la fiesta del sábado que analizabamos con detenimiento. Dos chicas afirmaban haber visto un gato pulpo en el patio y mucha gente que fue a la fiesta subió historias desde ese lugar. Después de largas horas, finalmente lo encontramos, moviendo sus tentáculos mientras maullaba. Lamentablemente nadie va a creer en este video, hay demasiados videos en el mundo.

La primera vez que vi la lluvia fue en una película cuando era niño y desde ese día me fascinó, así que me compré una casa en esta ciudad tropical, con una parte del dinero que robé del banco. Hoy llovió mucho, todo el barrio se inundó y las bolsas con billetes flotaron hasta escapar por la ventana. Una se hundió, a la otra la agarró un perro que pasaba nadando y la mordió hasta romperla. Todos mis vecinos, que trataban de sacar el agua de sus casas, se pararon a ver desparramarse los billetes.

Algunas personas piensan que pinté ese cuadro para Dana. Yo los dejo hablar, pero la verdad es que no la conocía. Una vez la vi en el frente de mi casa, se arrastraba en cuatro patas rompiéndose las rodillas, con la boca abierta y babeando. Al otro dia alcancé a verla muerta, cuando se prendió fuego abrazada a mi cuadro. El policìa me preguntò si la conocia, trate de darle una respuesta ambigua, no quiero desilusionar a nadie.

—¡Nunca nos fuimos de la tierra! —aseguró Bit.  —Abandonaste la tierra hace ocho años —replicó Nilse— Estamos sobre el cuerpo de un organismo interestelar inteligente que se alimenta de estrellas y creó esta simulación para que lo lleves hasta nuestro sol. Tu hermano está muerto.  —¡Es mentira! —gritó el hermano de Bit— Soy el único real, ustedes murieron en la explosión —desenfundo el arma y disparó. Las balas se sentían reales. 

La librería ya no estaba. En su lugar había otra oficina de aquel inquietante edificio de vidrios espejados que apareció de la noche a la mañana y que se expandía absorbiendo otras construcciones, rápido y en silencio, ante los ojos de todos. Esa noche se levantó para ir a la cocina y se encontró con un escritorio, una silla de respaldo alto, una papelera y un póster motivacional, donde tenían que estar la heladera, la pileta y la mesa blanca con una mancha de café impregnada en el mantel.

Siempre tuve mala suerte, pero mi vida estaba mejorando: conseguí un trabajo, conocí a una chica y empecé terapia. Pero el mes pasado nos invadieron los extraterrestres insectoides, se comieron a mi jefe, a mi novia y a mi terapeuta (que posiblemente murió pensando que fue culpa de su madre, o de la mía)

Estoy soñando que soy un personaje en el sueño de una mujer vieja. Ella cada vez duerme más y yo paso mucho tiempo en sus sueños, por lo que apenas puedo ver a mi familia y me despidieron del trabajo. Ayer estuve seis horas corriendo sin parar alrededor de una cabra. Ahora estoy gateando desnudo en el piso, mientras la anciana me mira y me teje una bufanda. ¿Qué pasará conmigo cuando ella se muera? No me voy a quedar a averiguarlo, tengo encontrar la salida.

Nadia está en la fila para entrar al Paraíso. Se encuentra a menos de diez personas de llegar a los dos gigantes de luz que vigilan las puertas. Todos llegan con la ropa que usaban al momento de morir. En sus últimos segundos de vida, su raquítica mano había alcanzado la pistola y la había escondido en el viejo abrigo militar de su padre. Aquel sistema había tenido una falla: Nadia, que mató a tres personas antes de suicidarse, llegó hasta las puertas del Paraíso con un arma cargada...

Un hombre está apunto de ser decapitado en la guillotina. —¿Últimas palabras? —pregunta el verdugo. —Mañana viajaré al pasado, conoceré a tu madre y en un año nacerás tú —dice el condenado— Si me matas ahora, no existirás y entonces no podrás matarme. El verdugo lo mira, con la mano dubitativa sobre la palanca. —¿Por qué no viajaste al pasado para salvarte de la guillotina? —Eso es lo que voy a hacer mañana. El verdugo abre el cepo y abraza a su posible padre. —Esta vez no me abandones...

No todos somos plantas de interior. Carla se marchita al otro lado del vidrio. Antes bailaba, pintaba y cantaba. Era divertida, al principio siempre, pero cada vez menos. Ahora casi nunca sonríe y la contemplación de su rutina es como mirar un cigarro consumiendose con el viento, sin que nadie lo toque. Una vez la vi llorar odiando la forma de su cuerpo. También la vi romper un lienzo con los dientes. Ayer se paró en la ventana, con un cigarro en la mano, y me quedó mirando fijo.

Algunas personas piensan que el cabello y las uñas continúan creciendo en un cadáver recientemente muerto. No lo hacen. El cuerpo se encoge y la carne se retrae a medida que se deshidrata. Es la muerte jugandonos una ilusión de continuidad, en la ruptura más absoluta e irreversible. Por eso hay que sepultar a los muertos, o quemarlos, o tirarlos al océano. Hay que sacarlos de la vista, de la conciencia cotidiana, transformarlos en fotos, en memoria impoluta, en mentiras.

Cuando fue a la verdulería, le contó al verdulero que era escritor y que había terminado una novela. El hombre asintió y le habló de los tomates. Era temporada de tomates, todos hablaban de ellos y nadie quería leer su libro. El perro de su vecino estaba en la calle, lo llamó, sacó el manuscrito y se lo leyó. Lo ató para que no se escapara y se perdiera las mejores partes. Su vecino volvió de recoger tomates y se llevó al perro, que se fue saltando, feliz y sin conocer el final de su historia.

Mis vecinos se acaban de mudar, esta noche pasé frente a la puerta entreabierta, me pudo la curiosidad y me acerqué para ver el estado del apartamento. Las casas vacías me producen un extraño y angustiante placer. Mis vecinos metieron todo en el camión de la mudanza y se fueron antes del mediodía. Se llevaron hasta las bombitas. Sólo dejaron un armario rojo y a un niño, que jugaba en el piso con un autito imaginario.

Me despierto sobresaltado, la casa está oscura, unos pies descalzos se arrastran por el pasillo. El miedo me paraliza, quiero llamar a mis padres pero solo un graznido escapa de mi garganta. Una silueta se para en la puerta. La tensión de mis músculos se aflojan, es mi hermano, nos saludamos y me sonríe. Me despierto sobresaltado, siento todos los dolores que me consumen, mi hermano siamés no se mueve, su boca abierta es un hueco horroroso, sus ojos muertos me miran como pidiéndo perdón.