juan3 Proséf Chetai

Si lo hubiese sabido, ese día Icthus no hubiese ido a trabajar; porque es el día en que la desgracia cruzará su camino de una manera imprevisible. Su vida cambiará, como el día a la noche, gracias a la amistad con su hermano Blake, Los constantes y perturbadores combates ante las pruebas harán de Icthus un ser irreconocible. Solo podrá entenderlo una mente capaz de arrancar de los pequeños detalles las motivaciones de Icthus


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#Sin-Etiquetas #Latinoamericano #multicultural #provocador #divergente #bizarro #Polivalente
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I Al descubierto

Desde temprano, recién levantado con el pie izquierdo, la intranquilidad se me enterró como un puñal. La estuve ignorando hasta que empecé a cavilar en el trabajo.

En la vida ¿Qué es lo que me interesa? Sin ninguna duda respondemos: “La Vida”. En cambio: ¿En que la gastas? Depende de cada uno. Así era el hilo de mis pensamientos, mientras con fuerza apaleaba el pico contra la terrosa esquina que me habían asignado. Cada seco golpe ampliaba las húmedas líneas de la gruesa camisa kaki; mientras resbalaban exageradas gotas de sudor de mi frente.

Cada golpe del pico salpicaba polvo hacia todos lados; en tanto que mi estómago reclamaba aunque fuese un bocadillo mientras llegaba la hora de comer. El aire, oloroso a primitiva sequedad, menguaba el deseo de la pesada herramienta por arrancarle pedazos al borde; mientras que mis manos aguantaban el duro retruque del golpe. ─ Ya casi…ya casi…me decía a mí mismo. De pronto, casi como si fuera un descuido, todo empezó a desplomarse. El ambiente se convirtió en una catástrofe ruidosa y caótica. Hasta ahí llegó mi empeño.

Más adelante, inconscientemente intuí la titánica lucha de mi mente por obligar a los ojos a abrirse; mientras desde la punta de mis dedos llegaba la información de la suave y fresca sábana. Ni idea de cuánto tiempo había transcurrido, pero la fragancia a desinfectante rumoreaba el ambiente de la enfermería.

Estaba en ese estado, cuando precisamente junto a mi cama oí ─ entre la danzante bruma de mi cerebro ─, el oscuro y profundo eco de una lejana voz. Justamente fue cuando descifré lo que decía la voz:

─¿Cómo te sientes? ¡Buen susto nos has dado! Era la voz de Blake; mi hermano de comunidad.

De una vez, se me hizo presente el primer día cuando nos vimos en la casa de novatos. ¡Ni por asomo esa vez se me ocurrió imaginar que tan cercanos llegaríamos a ser! Ciertamente, entre los nueve que recién llegábamos, él destacaba.

─¿Ese es Americano? Recuerdo que preguntó uno. Su aspecto estadounidense chocaba con nosotros los latinos y los otros antiguos. En aquel momento, se mostró algo retraído e iba diciendo a cada uno, sin que se notara su acento americano:

─¡Hola, mucho gusto! Blake. —Su correcta pronunciación fue justamente lo que más nos resultó interesante a todos; que hablase español neutro y fluido: ¡Sorprendente!

─¡Epa! Es arqueología, no demolición ─ Comentó Blake sacándome de mis pensamientos; a la par que levantaba ligeramente los labios para sonreír. En segundos me doy cuenta que estoy en enfermería.

─¿En verdad, que pasó? —Pregunté con voz fatigosa y dolida, a causa del malestar que me carcomía el pecho cuando respiraba.

─Por ahora descansa.

Esa fue la respuesta que obtuve; a la vez Blake con su acostumbrado porte rudo y huraño se recostó contra la silla. En la puerta se veía a don Mattias haciéndole señas a Blake para que se dirigiera hasta allá. En cuanto él lo vio, se encaminó hacia la puerta a conversar con Don Mattias.

Mientras intentaba observar el encuentro, el ondulado parabán empezó a hacerse borroso. Las luces comenzaron a dar vueltas y apagarse poco a poco, hasta verme totalmente en la oscuridad. Quedé suspendido como dentro de un frío y solitario auditorio de cine. Mientras tanto, en el fondo, en una pantalla oscura, veía como caían escombros y relampagueaban algunas imágenes de unas galerías. No distinguía bien si era un sueño, recuerdos, la película de mi vida o todas esas cosas juntas.

Al fin, en la oscura pantalla, con ritmo agitado, el alud de imágenes llegó a tornarse coherente. Lo primero que distinguí fue a mi madre preguntándome:

─¿Estás seguro de querer ir…?

─¿A Jerusalén? Le pregunté un poco incómodo, para enseguida responder:

— No tanto.

Ella, con la mirada un poco triste y con muchas ganas de hacerme flaquear, volvió preguntar:

─¿Te das cuenta todo lo que dejas aquí?

—¿Qué si me daba cuenta?¡Demasiado! Respondía mi imaginación: mi familia, amigos, seguridad, costumbres, comida, gustos...Todo. Además, la mezcla entre estudiar arqueología bíblica en el mejor instituto de Jerusalén y desprenderme de todo en Venezuela resultaba un cóctel bastante perturbador; eso, sin contar la odisea de salir del país.

Y de estar hablando con mi madre en aquella escena, nuevamente en la oscura pantalla, me vi de imprevisto viajando en el avión rumbo a Israel. Recuerdo como durante todo el trayecto me acompañó un torniquete de angustia que se mantuvo aprisionando mi estómago. Aquella molesta sensación no había dejado disfrutar las hechiceras miniaturas que se divisaban desde el avión. Bruscamente, paso de estar en el avión a estar parado en el aeropuerto de “Ben Gurión”; todavía con la compañía del nudo en mi estómago.

En esta extraña travesía, por estar embelesado con cuanta cosa me pasaba al frente, los quince kilómetros a Tel-Aviv se esfumaron velozmente. Llegados al distribuidor, tomamos la vía alterna que nos condujo al antiguo noviciado jesuita. Cerca ya de la residencia oí oscuramente:

─¿Qué te parece la fachada? Sin embargo no respondí nada.

La regia edificación me había robado la atención. Era una hermosa obra arquitectónica hecha en piedra; no creo que fuera hechura recientemente. El Jardín central lucía majestuoso: Las plantas de acacias presumían engalanadas de amarillo. Las flores de topinambur prestaban elegancia a los setos que las acompañaban; junto a la vivía faba que tenía conquistada una buena parte de la pared. La fuente recitaba versos de calma con tranquila cadencia. Enseguida me di cuenta que la oscuridad me había transportado al día de la llegada a la casa de Jerusalén.

En la puerta de entrada el recibimiento fue agradable. Don Mattias, superior de la casa, así se presentó él mismo con su ronca voz, se mostró amable pero reservado. Las espesas cejas y los surcos del entrecejo dejaban al descubierto su carácter. Pasado los primeros momentos del saludo comenta don Mattias:

─ ¡Vente muchacho!, vamos para enseñarte tu habitación. Los otros hermanos ya han llegado; te los he de presentar en un rato. Mientras caminamos por el pasillo, don Mattias comentó:

─ Me han dicho que eres exageradamente entusiasta con la investigación arqueológica. Así que os he dejado la habitación con la vista más dramática del paisaje. Desde ahí, aunque cubiertas por los árboles, tendréis siempre a la distancia las antiguas ruinas del muro para tu deleite.

De repente, sin ningún respeto, la oscura pantalla se torna en un torbellino de sombras. Esta vez aparezco en el salón de estar donde se hallaban sentados todos frente a una fuerte mesa de madera tallada. Don Mattias, de anfitrión, estaba presidiendo la reunión comunitaria.

Nos encontrábamos reunidos: Alirio y Omar venido de la comunidad de Cali, en Colombia; Martín y Sergio de Rio de la Plata, Argentina; Diego de la comunidad Sinaloa, en México; Fermín de Andalucía y Xavi de Barcelona, en España; Blake de la comunidad de Orlando en EE.UU y yo del Táchira, en Venezuela. Por último, el francés; quien más tenía tiempo en Jerusalén y de quien no teníamos mucha información.

Desde mi onírica butaca veía el rostro de los novatos cincelados por la ansiedad. Los colombianos se apretujaban las manos y mantenían una risita nerviosa. El mexicano se mostraba más arriesgado, al hablar en un tono un poco más alto y bullicioso; por supuesto sin disimular un ápice su modo mejicano. Los dos españoles se mostraban un poco más joviales, aunque en ese momento no podría decir de qué parte de España eran. El francés se mostraba bastante cómodo y relajado. Su larga estadía lo convertía en el más experimentado en el grupo. Por mi parte, sabía que estaba satisfecho por todo. ¡Y claro! Quedaba Blake, quien destacaba entre nosotros por su reservada expresión.

De repente, nos empieza don Mattias a dar las instrucciones comunitarias:

─Fermín y Xavi irán a la excavación de “Hoy Zontes” Alirio y Omar irán a “Hoy Iskhyotes”; y… así fue comunicándoles a cada uno los lugares a los que habían sido designados. Los últimos que nombró fuimos nosotros. En ese momento dijo:

─Bueno Blake, compartirás la excavación de “Hoy enaretoz” con el hermano Icthus. Aunque a primera vista pudiesen ustedes verse como bastante disímiles, el lugar donde tendrán su trabajo les proporcionará muchas satisfacciones y motivos para construir la fraternidad. Por su puesto que el contraste entre los dos, al menos en lo externo, era evidente. Eso lo notaria hasta un ciego.

Seguidamente, Don Mattias nos explica que aunque estudiaremos en el mismo instituto bíblico, no podíamos trabajar todos juntos en la misma excavación. El motivo no era otro que cada lugar de trabajo lo financiaba la misma comunidad que nos otorgaba la beca. Por esta razón, el que era becado por los legionarios de Cristo iría a la excavación que ellos financiaban. Los que eran becados por el Opus Dei irían a la excavación del opus Dei. Igualmente los becados por Catecúmenos y la Compañía de Jesús. Bruscamente, de un solo golpe, desaparecieron las imágenes para quedar la nada definitivamente.

Y… Así, arropado con aquella nada, llegó el exiguo y lejano canto de los pájaros entre los pinos; junto con la amable claridad de la mañana. El ruido que hicieron los orificios metálicos de la cortina mientras la descorrían delató la presencia de alguien. Abrí los ojos. Nuevamente, era Blake.

─¿Cómo sigues? Preguntó, a la vez que comenzó a destapar las charolas que contenían el desayuno. Se notaba algo de torpeza en el manejo de la bandeja. Era fácil ver que no era hombre acostumbrado a la atención de enfermos. Firmemente tomó la silla del escritorio y la acercó a la cama. Se sentó erguido, con espalda recta, apoyada en la silla. La hermética mirada no dejaba entrever mucho.

─¿Puedes sentarte? Preguntó, Blake.

─No sé, depende. Respondo, a la vez que voy moviendo la cadera y apoyo los codos en el colchón para empujar el cuerpo hacia arriba.

─¡Depende! ¿De qué depende? preguntó Blake, a la vez que pasó el suiche de modo indescifrable a fraterno.

─¡Jeje! ¿De si soñé o derribé una cueva? Contesté débilmente.

─¡Ah, ya ves! Según el doctor, es normal que las contusiones dejen loco a cualquiera.

─¡Vaya! ¡Eso es verdad! Siempre he sido loco, pero ahora que soy el ombligo del mundo: soy mejor loco, le contesto; mientras que la ocurrencia me provoca una sincera risa. La misma también me demuestra que no fue un sueño, pues inmediatamente tuve que poner mi mano en el costado para sujetarlo por el dolor que provocaba el movimiento de la carcajada. Apenas me coloco la mano, también palpo la venda que envuelve el pecho.

─Es una simpleza ─ dice, Blake al notar mi gesto ─. Tienes golpeadas tres costillas y un pequeño chichón de dos metros en la cabeza. Supuse que me lo decía así, para restarle importancia y preocupación a lo sucedido.

Comenta esto a la vez que se levanta y busca la bandeja del desayuno. La trae y la pone, de manera tosca, sobre mis piernas. Entonces se deja ver el sándwich de jamón, tomate y lechuga junto con el jugo de naranja y el café. El sabroso olor de pan tostado inunda toda mi atención y literalmente se me hace agua la boca. Con el primer mordisco llega toda una marea de sabores. Las jugosas rodadas de tomate, la fresca lechuga y el justo punto de mayonesa y sal le dan un toque suculento.

No puedo masticar rápido por el dolor que me causa en la cabeza el movimiento de la mandíbula. Sin embargo, esa limitación le agrega un plus de sabor. Ingerir el jugo de naranja fue mucho más fácil. Sin contar, la exquisita y aromática taza de café. ¡Una mañana sin café, no es una buena mañana!

─Por el resultado del plato, puedo ver que lo tuyo es puro teatro, comentó Blake con tono algo burlón, al tiempo que recogía la bandeja. Justo, entonces, suena la puerta.

─Toc, toc,toc.

─Adelante, responde Blake a la vez que pasó el suiche a su presentación: de fraterno a tosco y huraño.

─Buenos días. ¿Cómo estás hoy? Preguntó don Mattias.

─Bien gracias a Dios. Nada del otro mundo. Respondí.

─¡Nada del otro mundo! Exclama. A la vez que, de sopetón, suelta las manos entrelazadas con que había entrado. Lanzándolas hacia arriba en señal de reclamo, profiere duramente en bronca españoleta: ─ Os lo he dicho: Que tengáis cuidado ¡Pero venga! Que lo que hago es desperdiciar aire al decíroslas.

─Son gajes del oficio, Don Mattias. Lo dije con tono bajo y calmo, más acorde a la conciliación. Quería que entendiera mi interés en cumplir sus expectativas, pero que a veces se escapaban las situaciones a mis buenas intenciones.

─Ya hablé con el Sr. Jhonson, comenta en tono contenido; aunque apoya las manos sobre el espaldar de la silla y la aprieta, como deseando triturarla. ─ Le he comentado las indicaciones que ha hecho el médico. Está muy de acuerdo con nosotros en que las cumpláis. Así que nada de actividades por esta semana.

─¿Vale? Me pregunta, dando a su vez por sentado que mi respuesta es afirmativa y dirigiendo la mirada hacia Blake, agrega: ─Blake Tendrás que apañártelas solo mientras Hermanicthus se recupera.

Estoy seguro que el gesto automático de fruncir el ceño y quedarme pensativo le dio pista a Don Mattias, ya que enseguida agregó: ─ ¡Venga! que solo son cinco días. Nadie te ha sacado de tu investigación. De hecho, el Sr. Jhonson me ha pedido reunirme con él. Imagino que querrá darme una explicación de lo que ha pasado en la cueva. Como siempre, el rostro de Blake nada dejó entrever. Era su habitual respuesta. A veces se me ocurría pensar que más que un jesuita parecería más bien un templario medieval ─ ¿Sería verdad que nada lo hacía movilizarse? ─.

─Bien, vamos a dejarte descansar, dijo a la vez alzaba la mirada en dirección hacia Blake, dándole a entender que tal intención también lo incluía. A la par de los pasos de don Mattias, con voz ronca y seca, dice Blake: ¡Ánimo demoledor! Mejórate.

Cerrada la puerta, quedé con el silencio de la habitación y el efecto del profenid que me produce un agradable sopor. Con esa sensación tan sugestiva comienza mi mente a divagar. Repasaba como desde que entré a la compañía de Jesús me había enfocado completamente en apagar el fuego de conocimientos que ardía constantemente en mi cabeza. El acompañante espiritual siempre me había insistido en que debía moderar mi obsesión por querer saber; querer investigar, averiguar el por qué de las cosas. Todo basado en el argumento de podía derivar en una soberbia intelectual. Algo que no me cabía en la mente. ¿Si tenía tanta capacidad por qué habría de ponerme límites?

Y, claro, no faltaba en el historial, la ocasión en que alguna necia sicólogo pontificara en el informe del test sicológico:

─“Recomendamos tener atención al rasgo de independencia social que manifiesta”. Hasta el presente estoy convencido que ella no sabía nada sobre el tema de la libertad.

No tener la estatura ideal pero si un abdomen algo prominente, a pesar de lo deportista que era; y el aspecto poco interesante, hacía que la actividad intelectual fuera un buen acicate para sobresalir. Aunque tuviese rasgos un poco agradables y hubiese alcanzado algunas habilidades sociales en nuestro entrenamiento social; la anodina imagen que resultaba de tal mixtura no me producía satisfacción en las engorrosas situaciones protocolares de alto perfil.

Generalmente, las personas que asistían a esas reuniones siempre tenían la idea de que sin ellos el mundo no podría existir ─ algo que dudo mucho ─. Y paradójicamente, no dejaba de sentirme observado por el contraste tan evidente que se establecía entre esa gente y yo. ¿Quién puede negar que resulta más agradable el encuentro con los libros y gente común que con ellos?

Estaba bien cómodo en la somnolencia con esos pensamientos cuando tocaron a la puerta. Era Don Mattias. Al entrar, eche en extrañeza que no entrara saludando con afabilidad. Su rostro mostraba un atisbo de reserva, la mirada un poco distraída. Estaba observándolo cuando su pregunta me interrumpió:

─¿Cómo sigues? Preguntó, mientras se dirigió a la ventana para luego cerrarla con cuidado; echando una mirada hacia afuera.

─Mejor, contesté. Ya para ese momento se habían fugado mis razonamientos existenciales.

─¿Podemos hablar? Preguntó don Mattias. El solapado tono de preocupación en la pregunta y la extraña manera de cerrar la ventana activaron instantáneamente mis alarmas.

─¡Claro! Dije enseguida; don Mattias no dejaba de mirarme y entre más lo hacía más me desconcertaba.

─¿Qué será? pregunté tratando de salir de las ascuas en la que me sentía metido; a la par que acomodaba las almohadas para quedar bien sentado.

─Bien, os he de comentar que he aprovechado la mañana para hacer las compras de la despensa y a la vez acudir a la oficina del Sr. Jhonson.

─Ah, sí, claro. Dije, con ansias de saber noticias de la excavación.

─Pues, verás. El caso es que la información que me ha dado me ha dejado perplejo; algo que es no muy usual en mí. Por una parte, resulta que el lugar en donde sucedió el accidente ha dejado al descubierto unas galerías de las que no se tenía ningún conocimiento. Según el señor Johnson, hay varios túneles y parece que se hacen más complicados a medida que los revisan.

─¡Pero si es una gran noticia! Dije, con ánimo de satisfacción. Justamente estábamos excavando en ese sector; porque los indicios de las tumbas, apuntaban a que había un asentamiento monástico en ese perímetro. ¡Claro, nadie lo había podido hallar, pero lo hemos logrado! La notica hizo que olvidara hasta el dolor de las maltrechas costillas.

─¡Hombre, claro que sí! Enfatizó con ronca inflexión española. En eso resultan muy alentador las buenas nuevas, agrega don Mattias; con leve gesto de pesadumbre en el rostro: ─¡En hora buena! Me dice para felicitarme.

─El señor Jhonson y el equipo celebra tu fortuito descubrimiento; y continuó: ─ Sin embargo, también la gente de seguridad ha encontrado en la excavación indicios de que lo sucedido no es un derrumbe, sino una explosión premeditada.

Hasta ahí llego mi regodeo. Un frio recorrió toda mi espalda. Al instante, me invadió una sensación de electricidad por todo el cuerpo. ¿Qué significaba aquello? ¿Cómo que una explosión premeditada? ¿Qué alguien quiso sepultarme entre escombros? Insólito. ¿Qué hice?

Entre más estrujaba el cerebro para obligarlo a recordarme alguna situación que pudiera enardecer a alguien como para querer matarme; simplemente hallaba incertidumbre. Con infructuosa angustia repasé en segundos el momento del derrumbé y sí recordaba haber oído algo parecido a una detonación. Sin embargo, el instintivo salto hacia atrás había descarriado toda mi atención; dejando el sonido mezclado con el catastrófico desplome de las rocas.

─De todas maneras, el equipo está tomando previsiones. ─ Continúo explicando don Mattias ─ También pienso conversar con Blake para que sea más cuidadoso. Hasta que no se tenga certeza de qué es lo que ha ocurrido, es mejor actuar con cautela.

Al ver mi sorprendido gesto, comenta don Mattias: ─ ¡Hombre!, Icthus, no le echéis tanta cabeza. El lunes seguramente ya te darán mejor información ¿Eh? Cuando te sientas con ánimo, sal un rato a caminar. ¡Éa! ¡Hombre! Con eso vas preparando el cuerpo para amontonar el reguero de piedras que dejaste en la excavación, dijo en tono jocoso ─ creo que lo dijo más para ahuyentar su intranquilidad que la mía─.

Finalmente, se acerca, aprieta paternalmente mi antebrazo y dice: ─¡Venga, ánimo! ¡Aprovecha estas cortitas vacaciones!

Al cerrar la puerta don Mattias, me doy cuenta que suena la alarma de mensaje en el teléfono. Lo abro:

─¡Epale, “demoledor”! ¿Cómo vas hoy? Era Blake. Había aprovechado la explosión para darme ese alias. Obviamente que era una ingeniosa mofa.

─¿Qué pasó “bachaco pelúo”? También yo había aprovechado su osadía para devolverle la pelota. Use la cobriza tonalidad de su cabello y su atlético aspecto, parecido a un bachaco soldado, para bautizarlo.

─Acabo de hablar con don Mattias.

─¡Ah! Ok. ¿Qué te dijo?

─Algo de una explosión. ¿Qué sabes tú?

─ Ahorita no puedo hablar. Solo quería saludarte. Voy entrando a las nuevas galerías. Hablamos cuando llegue a la casa más tarde.

25 de Março de 2020 às 12:25 4 Denunciar Insira Seguir história
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Proséf Chetai Proséf Chetai
Hola, Reyes saludos. Gracias por el comentario. Tu validación me resulta provechosa.
May 24, 2020, 01:28
W. E. Reyes W. E. Reyes
El relato es muy entretenido, tiene un tinte de aventura antigua, los flashbacks están muy bien logrados. Saludos.
May 17, 2020, 19:48
Proséf Chetai Proséf Chetai
Gracias Luis, Que bueno que comentas. Ya llevo trabajando un tiempo para sacar el segundo. Espero también resulte satisfactorio. Muy agradecido. Saludos
April 07, 2020, 03:03
Luis  Goicochea Luis Goicochea
MUY BUEN COMIENZO ,ME GUSTAN LOS DETALLES ..UNA MAÑANA SIN CAFE,NO ES UNA BUENA MAÑANA. ME GUSTO.SIGUE ADELANTE :)
April 07, 2020, 00:33
~

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