marydarnell Mary Darnell

Melody entra al Hotel Plutón con la esperanza de dejar todo atrás. Pero el pasado la persigue y atormenta... y se transformará en el monstruo de sus pesadillas.


Conto Impróprio para crianças menores de 13 anos.

#fantasmas #horror #mitología #relato #euridice #orfeo #muerte
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Melody en el Infierno



El Hotel Plutón es un viejo edificio ubicado cerca de un acantilado, con acceso a la playa. Tiene un estacionamiento vacío, donde hay espacio para no más de diez autos. El letrero, ubicado por arriba de la puerta de entrada, esta recién pintado con un color verde flúor, generando la impresión de que le han colocado luces de neón. Algunas ventanas de los pisos más altos disponen de un balcón, donde el huésped puede ver el mar que lo rodea y la playa escondida. Dos estatuas de gárgolas custodian las dos puertas de entrada, fabricadas a partir de madera y con vidrieras en los bastidores.

Eso es lo que ve Melody cuando se bajo del coche junto con su maleta. Se pregunta el por qué el dueño del hotel se le ocurrió construirlo ahí mismo, en un acantilado, en un lugar con el riesgo de que todo el edificio se venga abajo por un tornado o alguna catástrofe natural.

—A lo mejor le pareció ingenioso la idea —responde Victoria, su amiga y compañera de viaje, como si hubiera leído la pregunta en su mente. Baja del auto con su maleta y da la vuelta por el coche hasta llegar a su lado —. Es un lugar alejado de la ciudad y tiene su propia playa. Aunque me imagino que solo un excéntrico millonario se le hubiera ocurrido construir semejante edificio cerca de un acantilado —agregó.

—¿Te preocupa que se vaya caer? —pregunta Melody sin apartar la mirada en el edificio.

—Me preocupa más que no tenga servicio de comida. No vine desde lejos para ir a caminar varios kilómetros al pueblo y comprar mi cena —dijo quisquillosa su amiga.

Una vez que pagaron al chófer, atravesaron las puertas del hotel y fueron recibidas por las cálidas luces del enorme candelabro y una pancarta, colgada debajo de la recepción, que dice “Bienvenidos”. En la recepción las reciben un joven caballero vestido de frac. Luce una mueca agradable, nada fingida y más natural que las plantas de adorno.

—Bienvenidas al Hotel Plutón. ¿En qué puedo ayudarlas? —es lo primero que dice el recepcionista.

“Es muy lindo”, pensó Melody al ver el prendedor de lira, que llevaba puesto el recepcionista.

—Venimos con una reservación a nombre de Hansen. Melody Hansen —responde Victoria.

El recepcionista mira a Victoria y a Melody. Mira a Melody y a Victoria. De golpe entabla una pequeña conversación, de la cual Melody no prestaba mucha atención. Tan solo tiene los ojos puestos en el prendedor de lira. Le parece tan diminuta, tan pequeña y tan detallista que se preguntó si era una de verdad.

Y en ese instante, la escucha.

Una bella melodía producida por un instrumento musical. Casi salido de los confines del paraíso. Siente un dulce placer al escuchar esas sonatas de armonía y paz, inyectándose en su corazón.

—¿Señorita? —la voz del recepcionista la despierta del trance, esfumando por completo los sonidos de aquél instrumento celestial— ¿Escuchó lo que dije? —le pregunta frunciendo las cejas.

—Claro, por supuesto —miente sin disimulo. Victoria la mira con cara de “te lo cuento más tarde”.

—Solo recuerden estas tres simples reglas —muestra su mano agarrada en puño delante de ellas, sin parecer nada amenazante—. Uno. No entablar ninguna “relación” con los miembros del servicio —levanta un dedo—. Dos. Está prohibido el acceso al subsuelo —levantó un segundo dedo. Hizo una pausa, dedicando un minuto de silencio y echando una mirada disimulada a Melody. Una mirada que ella misma pesco—. Y tres. Nada de problemas.

Unos segundos después aparece un hombre robusto, que lleva el uniforme ajustado, levantando sin esfuerzo las dos enormes maletas. Mira a las dos nuevas residentes con una expresión inerte en su rostro.

—Buttons, acompáñalas a la habitación número 25 —le ordena el recepcionista al hombre robusto y, a la vez, entrega las llaves del dormitorio a las clientas—. No queremos otro inconveniente como la última vez.

—Sí, señor Stein.

“Stein”, Melody memorizó el apellido del recepcionista. Lo hace por si acaso, por si alguna vez vuelve a cruzarse con él; aunque en el fondo lo duda bastante.

Victoria sigue a Buttons por detrás, ansiosa por entrar a su habitación y tirarse en una cama después de pasar más de una hora acostada en un auto. Melody la sigue. Solo dio unos pasos cuando se acordó de que tenía que llamar a sus padres. Tenía que avisarles de que llego al hotel, sin ningún accidente o percance en el camino.

Regresó a la recepción, esperando encontrar al señor Stein en el lugar. En lugar de eso, encontró el puesto vacio, sin nadie atendiéndolo.

—¿Señor Stein? —preguntó en voz alta. Le extraño que no hubiese desaparecido en un abrir y cerrar de ojos. Mira a su alrededor y no ve nadie del servicio. Solo un par de huéspedes saliendo del hotel con una sombrilla y un par de sillas plegables.

“Será en otro momento”, piensa a la vez que sale del vestíbulo para reunirse con Victoria y Buttons, imaginando el disgusto de su madre por no recibir una llamada suya.

Sube las escaleras, preguntándose cómo no han instalado un ascensor aún. En la mitad del trayecto logra ver la espalda y el cabello largo y castaño miel de su amiga, y logra reunirse con su pequeño grupo

Algunos huéspedes suben y bajan las escaleras. No las saludan pero tampoco las ignoran. Echan solo una mirada y regresan a la suyo. Melody no le extraña para nada ese comportamiento, pero no puede evitar sentirse tensa por cada par de ojos que le prestan atención, como si por un segundo esos desconocidos hubieran descubierto su identidad. Victoria está inmersa en su conversación con Buttons, que en realidad, en algún punto, paso a ser un largo monólogo de su viaje. Solo cuando llegaron al segundo piso, Melody logra relajarse y perder esa tensión que va.

Pasan de puerta en puerta, por números dorados, caminando por un piso alfombrado de rojo. Al final del segundo pasillo visualizan la habitación número 25. Buttons saca las llaves de su bolsillo y abre la puerta de la habitación.

—Aquí esta su habitación —aclara Buttons impasible al igual que su rostro—. El comedor está abierto desde las ocho de la mañana hasta las once y media de la noche. La cena se servirá a partir de las ocho y diez de la noche.

—¡Entendido! —exclama Victoria emocionada. Pasa de lado de Buttons y se tira directo a la cama que está cerca de la pared.

—No pasa nada si llegan un poco más tarde la hora acordada. Pero, como dije antes, les recuerdo que la cocina cerrará a las once y media de la noche. Ni un minuto más, ni un minuto menos —Buttons sigue con su explicación mientras coloca las maletas cerca de la cama más cercana.

—Muchas gracias —le agradece Melody—. Una pregunta. ¿Disponen de algún teléfono? Tengo que llamar a mis padres.

—El teléfono no esta funcionando en este momento. Estamos esperando a que nos lo cambien por uno nuevo dentro de unos días. Le sugiero que, si tiene la urgencia de llamar a alguien, tendrá que esperar.

Unos minutos después de que Buttons se retirase, Melody por fin puede apoyar su cuerpo en la única cama libre. Su cuerpo se relaja ante el contacto del acolchado. Por fin podía respirar tranquila después de un largo viaje. O al menos eso piensa al cerrar los ojos.

—Melody —escucha una voz grave y melodiosa. Una voz que la hace volver abrir sus ojos e incorporarse de la cama.

“No puede ser”, piensa Melody nerviosa. Mira por toda la habitación. Solo están ella y Victoria en la habitación. “Debo estar imaginando cosas”, se convence a sí misma con esa resolución. Lo último que desea es no tener la idea fija de que está perdiendo la cabeza. No de nuevo.

Inmersa en sus pensamientos, no escucha a Victoria avisándole que va explorar por el hotel y que volverá en un rato, con una voz y risueña saliendo de sus labios. De esa forma, quedo sola con las maletas, atrapada en su propia nube, encerrada en su mente, con una pregunta que no volvió a repetir desde hace unas semanas: “¿Por qué a mí?”



A las ocho de la noche comenzaron a servir la cena. Todos los huéspedes del hotel vienen a sentarse al gran comedor de la planta baja y se impresionaban con el decorado: los manteles, los cubiertos de plata y los jarros de porcelana llenos de flores blancas. Los camareros iban y venían trayendo los platos de comida, todas idénticas e iguales, en diferente sincronía, dependiendo la cantidad de huéspedes que se quedaban a cenar.

Melody noto que, a diferencia de cuando llegaron, había mucha gente concurrida en el comedor. Muchos hablando animados, comiendo hasta saciar sus estómagos, y otros yendo y viendo de una mesa a otra, por razones que desconocía y optó por no imaginar.

Por primera vez no sentía la asfixiante culpa traída de su hogar. Ni un solo huésped le echo una mirada. Ninguna la reconoció e incluyó su nombre en la conversación. Dedujo que ninguno de ellos está enterado de la tragedia en que vio envuelta. Se le oprime el corazón en pensar que, tarde o temprano, todos los residentes lo descubrirían y la paz se esfumaría de la punta de sus dedos.

—Mel, no pongas esa cara. Esa de “me van a descubrir”. Nadie sabe quiénes somos nosotros y estamos a miles de kilómetros de casa —Victoria intentó convencer a Melody al verla compungida en su asiento. Negó con la cabeza el poco éxito de sus propias palabras de aliento—. Estas personas están aquí para descansar, relajarse y alejarse de los problemas. Tal como decía en el folleto. Así que me imagino que lo último que querrán hacer es ocasionar uno en este mismo sitio. Es como dijo el señor Stein: “Nada de problemas”.

—¿Stein?

—El recepcionista. ¿No escuchaste nada de lo que dijo? —le preguntó a su amiga con los brazos cruzados y frunciendo las cejas de fastidio.

—Eh… —empezó a titubear. Busca una respuesta diferente al “No, me distraje”—. Si, el chico que dijo nada de relaciones con el personal —recibió como respuesta un largo suspiro de su amiga.

—Ay, Melody. Por favor. Ya sé —alza la palma de sus manos en señal de paz—. Ya sé que la has pasado mal últimamente por culpa de ese imbecilé —remarco la última palabra con asco—. Pero no tienes la culpa de lo que paso. Así que basta de pensar en eso. Olvídalo y disfruta de estas pequeñas vacaciones —terminó rematando la conversación comiendo una cucharada del postre: una copa de banana split. Suelta un fuerte “Mmm”. Lo saborea como si fuese un manjar hecho por los dioses.

“Como si fuera muy fácil”, concluyó Melody con pesar. Envidiaba un poco a Victoria por como tomaba la situación, viéndolo como un papel desechable al cual abollar y tirar al tacho de basura. A pesar de ser su amiga desde hace años, sigue mostrando ser un rompecabezas incompleto. Hay matices desconocidos en ella y no los reconoce. Cosas que aún guarda para sí misma y no las pronuncia de su boca. Es difícil descifrarlo cuando aparentaba ser un libro abierto con algunas frases ocultas en tinta invisible.

Unos minutos después, Victoria se marcho con un joven muchacho que conoció en su recorrido por el hotel, dejando solamente las bananas intactas en el plato. Melody apenas probó un bocado del suyo. Observa cómo algunos comensales se retiraban y otros seguían en su mesa, conversando con sus acompañantes, comiendo o terminando su postre. Parecen pequeñas islas bañadas en cubiertos y flores, plata y elegancia.

—¿No le gusta nuestro postre? —irrumpe una voz en los oídos de Melody. Ella mira al costado y halla un chico luciendo un frac y el cabello azabache peinado hacia atrás. Nota que lleva un prendedor de lira y reconoce al recepcionista que la atendió a la tarde.

Stein sostiene con una mano una bandeja de plata que contiene dos tacitas de café acompañado por un par de cucharas. Dejó de ser un recepcionista amable y paso a ser un camarero con un aire de caballero con armadura.

—Si quiere puedo ofrecerle otra cosa. Un mouse de chocolate blanco, un pedazo de cheesecake de fresa, un flan, o cualquier postre que este dentro de lo “dulce” —Stein coloca la bandeja en la mesa y agarra la silla donde Victoria estaba sentada hace solo unos minutos. La coloca cerca de Melody y se sienta en ella, sin percatarse de pequeño gemido de su acompañante. Saca de la bandeja de plata una de las cucharas y la usa comer un trozo del banana split casi intacto, sin pedir permiso a Melody para probar el plato.

Prueba, mastica y traga, y una pequeña sonrisa luce en su pálido rostro.

—Debo admitir que esta sabroso. Más sabroso de lo que pensaba —admite y sigue comiendo el helado bañado en salsa de chocolate.

Melody no se siente molesta en ver como el señor Stein le roba su postre. En cambio, toma la cuchara que dejo al lado del plato e intenta comer lo que queda de la banana split. El helado desaparece al igual que la banana y la salsa de chocolate. Las cucharas chocan por cortar y llevar un trozo del manjar a la boca de los comensales. El plato queda casi vacío y solo hay restos de salsa y helado que ni se molestan en comer.

—Gracias por acompañarme. Victoria se ha ido hace un rato y… No sé. Hoy no ha sido un día muy productivo que digamos —dijo Melody con sinceridad—. Estuve toda la tarde distraída, imaginando cosas que solo salen de mi cabeza y… debería estar con los pies en la tierra y no lo hago y sigo en mi propia nube — continua diciendo tímida, perdiéndose en las palabras y tratando de reconocerse a sí misma en ellas.

Le cuesta mirarle a los ojos, como le ha sucedido en los últimos meses; en especial con los hombres, jóvenes y adultos. Tiene la convicción de que si lo miraba, aunque sea un poco, vería en ellos unos ojos marrones. Los ojos de “él” persiguiéndola en plena calle. Esos que suplicaban por vivir y a los pocos segundos apagarse para siempre.

—El primer día siempre es así. Todos llegan con la cabeza dentro de una nube gris, lleno de problemas, pesares y lamentos —responde el señor Stein en calma. Melody reacciona ante su afirmación y, sin darse cuenta, termina mirando sus ojos. Grises. Casi plateados.

Ella siente un alivio al verlos. Un profundo momento de paz en su consciencia, apartando la imagen de los ojos marrones en lo más profundo de su mente. Ese momento se rompe cuando Stein le corresponde su mirada y surge una conexión inmediata; y Melody se pierde en ellos mientras vuelve a escuchar una dulce melodía. Reconoce ese sonido celestial, el mismo que oyó a la tarde en recepción.

No se pregunta de dónde viene o si es producto de su imaginación. Solo mira a su acompañante con un aire soñador. Lo mira y desea no moverse del lugar. Lo mira y desea acercar más a él. Lo mira y desea probar sus labios, tomar un beso con sabor a banana y helado.

Pero algo hizo fruncir el ceño de Stein y estropear el momento. El se levanta de su asiento y dice:

—Perdón. Debo seguir trabajando. Disculpa la intromisión y gracias por compartirme su parte del postre, señorita Hansen.

Antes de retirarse, ella sigue escuchando de nuevo ese sonido celestial, resonando en sus oídos en gotas de agua. Se da cuenta que no es producto de ese momento mágico y rebota de su asiento como un resorte. Inhala aire, lo expulsa lentamente y le pregunta a Stein con absoluta convención:

—¿Lo escucha?

Melody tarda un suspiro en darse cuenta de lo absurdo que suenan sus palabras. En el comedor hay un pequeño escenario apartado para los músicos. Esa noche no están presentes y los instrumentos quedaron allí abandonados, en el más completo silencio. Ahí mismo se dio cuenta dio cuenta. Quería que la tierra se abriese a sus pies y la tragase entera. El señor Stein la observaba inmutable, el cual solo puso más nerviosa a Melody.

“Cree que estoy loca”, piensa Melody apresurada, tragando un poco de saliva.

Sin preverlo, el señor Stein destruye esa idea en la mente con las siguientes palabras:

—Lo escucho.

Y con eso dicho, el señor Stein se retira del lugar, dejando a Melody recuperando su respiración y la cordura de su mente.



Después de la cena, Melody regresa a su habitación con el estomago lleno; después de beber una tacita de café, sin poner su pequeña cucharada de azúcar habitual. La música no volvió a resonar en sus oídos, por segunda vez en el día… y con el señor Stein. Comenzaba a pensar que no era ninguna casualidad.

Cuando llego al segundo piso, descubre la puerta de su dormitorio abierta. “Que extraño, habíamos acordado en dejar la puerta cerrada con llave”, recordó Melody el acuerdo que hizo con Victoria un día antes de llegar al hotel. Recorrió los pocos centímetros que la separan de la puerta y vislumbro una maleta abierta, sin desempacar del todo, arriba de la cama de Victoria.

—Grandioso —refunfuñó Melody por lo bajo y fastidiada ante la mala costumbre de su amiga de no desempacar sus cosas en cada viaje, en cada alojamiento de un hotel o un departamento alquilado.

Dispuso en sacar la maleta abierta de la cama, exponiendo toda la ropa revuelta atravesado por un remolino, cuando vio una pequeña nota. Reconoce la letra de Victoria, su puño y letra en tinta, y leyó lo siguiente:


Mel. No me esperes despierta. Estaré con Albert. No ordenes mis cosas que lo haré mañana (aunque conociéndote seguro que lo ordenaras de todos modos).

Un beso, Tori.


—Muy clásico —dijo Melody en voz alta, teniendo deseos de corregir los deseos de su amiga, de su mala costumbre de irse con el primer chico que entabla conversación sin saber si era un peligro andante.

Agarra algunas prendas desparramadas y empieza a guardarlas entre los cajones del placard. Le llama la atención las manijas de porcelana pintadas cuidadosamente. Lucen igual a un ojo humano y cada una de diferentes colores. Presta atención a una con el iris coloreado de marrón. Le recuerdan a los de “él”.

“Louis”, en su mente se le dibuja la imagen de un joven chico de cabellos enrulados y castaños, de nariz chata y pecas alrededor de sus mejillas. Lo vislumbra corriendo hacia ella, extendiendo el brazo para agarrarla. Casi lo hace. Y la imagen se borra de corrido.

Vuelve en sí. Masajéa sus sienes, como si eso pudiera borrar por completo la imagen de Louis en su cabeza. “Solo estoy cansa. Eso. Solo cansada. Mañana me pondré a guardar el equipaje”, concluye Melody. “Necesito descansar”, piensa mientras abre su maleta y saca entre la ropa ordena su pijama, un conjunto de una remera de manga y pantalones cortes de color lavanda. “Necesito olvidar todo”, se cambia de ropa, prendía la lámpara de su mesita de luz y apaga el interruptor de las luces. “Necesito olvidar a Louis”, termina por acostarse en la cama, envolviendo su cuerpo con la sabana y el acolchado de una plaza.

Mira el reloj de la mesita de luz. Son las once y media de la noche. Echa un último vistazo a la cama intacta de Victoria. “Ya la veré por la mañana”, piensa finalmente antes de apagar la lámpara.

Queda inmersa en la oscuridad. Cierra los ojos. Espera el sueño prometido y conciliador. No consigue dormir. Esta inquieta. Da vueltas, vueltas y vueltas en la cama. Del lado derecho, de frente y del lado izquierdo. Retrocede. Del lado izquierdo, de frente y del lado derecho. Todo el proceso con los ojos abiertos. Y de nuevo como en sus últimas noches, en algún rincón del dormitorio, lo siente….

Las filosas miradas acusadoras, sustitutas del dedo acusador.

Respira intranquila debajo de las sabanas. No se atreve a mover un músculo. Mira el techo imaginando los ojos invisibles. Se acuerda de las manijas. Los ojos manija falsos que, ahora, en la oscuridad, le parecen tan vivos, la miran fijamente. Escucha unas voces. Los murmullos maliciosos y cargados de morbo. La nombran a ella. Nombran a Louis. Mencionan el cruce, el camión y la luz roja.

Escucha un estruendo. Un grito taladrando sus oídos. Sale de la cama como conejo asustado. Melody reconoce ese grito agudo, salpicada de histeria y horror.

—¡Tori! —grita y busca a tientas el interruptor de luz, moviendo frenéticamente las manos. Logra encontrarlo y lo enciende.

La oscuridad se esfuma de golpe y la luz vuelve aparecer. Melody intenta controlar su respiración pero no lo consigue. No después de ver la cama de Victoria aún intacta y confirmar su ausencia.

—Debo estar perdiendo la cabeza —dice sin pensarlo. Trata de calmarse, de pensar que solo fue producto de su imaginación. Pero no lo consigue.

Porque vuelve a escuchar el grito de Victoria, mucho más clara que antes.

Con eso en mente, Melody sale de su dormitorio y corre hacia el origen del grito. Corre a las escaleras y baja, escalón por escalón, hasta la planta baja. En ningún momento de la bajada se pregunto por qué ella era la única que escuchaba el grito de su amiga, o por qué ninguno de los huéspedes salían de sus habitaciones y la seguían.

El vestíbulo está a oscuras. La única iluminación es la luz de la luna, atravesada por el vidrio de las ventanas y las vidrieras de la puerta de entrada. El gran candelabro parece una enorme araña con las patas abiertas, listas para aterrizar en la alfombra de entrada y atrapar a su presa.

—¿Tori? —susurra en voz baja—. ¿Tori? ¿Estás aquí? —vuelve a susurrar y empieza a recorrer por todo el vestíbulo.

No hay rastro de Victoria, de ni una sola alma deambulando a esas horas de la noche. Escucha unos pasos y prosigue con un tintineo de llaves. Melody se fija de manera automática en la mesa de recepción y no ve a nadie. Reacciona colocando la mano en su pecho, cerca de su corazón, latiendo a lo loco, sonando igual a los tambores. Por un instante, piensa que ahí, detrás del mostrador, está el señor Stein, vestido con su frac y su prendedor de lira, esperando acompañarla en su búsqueda, como lo hizo en la cena.

Un estruendo se produce en el comedor; una mezcla de voces y vasos rotos, partidos en miles de pedazos en el suelo. Melody pasa del vestíbulo al comedor y solo encuentra mesas vacías, sin rastro de la elegancia de los manteles y cubiertos de plata. Las sillas están amontonadas por un lado de la pared. Al igual que el vestíbulo, el comedor está iluminado solo por la luz de la luna.

—¿Tori? sigue susurrando. Se mueve entre las mesas hasta toparse con la puerta de la cocina. Vislumbra la ventana redonda abierta e iluminada de una luz roja e intensa—. Tori, ¿estas…? —palma de una mano aparece en la ventana, pegando un susto a Melody, haciéndola retroceder un par de pasos.

Más que una mano, es una pata peluda y negra de un animal. Muestra los dedos extendidos y cubiertos de sangre. Luce unas filosas garras rompiendo el vidrio de la puerta, produciendo grietas grandes y pequeñas. Melody vuelve a retroceder otro par de pasos más. Respira agitada y se contiene en no gritar, tapando la boca con una de sus manos. Mira la sangre y las garras, graba esa imagen en su cabeza. Ahoga el miedo en lo más profundo de su garganta.

“¿Qué es eso? ¿Qué diablos es eso?”, las preguntas bombardean en su mente, tropezándose unas con otras y apilándose en una montaña de fichas de dominó. Dio otro par de pasos más atrás y choca su cadera con una mesa.

Y se heló.

No por la mesa, ni por el pequeño grito que escapó de su boca.

—Mel…

Sino por una voz, la cual espero nunca volver a escuchar durante el resto de su vida.

—Cariño…

En especial si debía estar más muerta que una tumba.

—Vuelve cariño, aún tenemos una boda que celebrar —resuena con una voz rasposa y gutural, salida más de una bestia que de un ser humano.

Inconscientemente clavó las uñas de sus dedos por encima de sus labios. Empieza a rebobinar en su cabeza la misma secuencia que la persigue desde hace meses: ella saliendo de un lugar, Louis persiguiéndola por detrás, ella corriendo toda una cuadra, Louis pisando sus talones hasta casi alcanzarla, ella cruzando la calle con la luz verde del semáforo, Louis cruzando la calle con la luz roja recién puesta, un camión apareciendo de la nada y golpeando al novio sin poder frenar a tiempo, ella se detiene al oír el choque por detrás y ve a su persecutor, tirado en el suelo con la cabeza adornada de sangre.

Mientras recuerda la secuencia, no se percata de las marcas que deja por arriba de su boca y por encima de sus labios carnosos. La sangre que recorre sus dedos y cae en el piso del comedor. La puerta comienza abrirse y, antes de ver qué o quién salía de la cocina, Melody sale disparada del comedor.

Melody llora de desesperación, tratando de pensar donde esconderse del monstruo. Descartó la opción de encerrarse en su dormitorio, para no entrar en una trampa mortal. Desconoce dónde puede encontrar a los empleadores y a la dueña del hotel.

No sabe qué hacer. No sabe donde esconderse. No sabe donde esta Victoria. Lo único que está segura es que sus garras la alcanzarán y a la muerte la llevará.

Mira a su alrededor, buscando alguna salvación, un bote salvavidas por donde escapar de la desesperación. Entre muebles, alfombras y la luz de luna, encuentra una salida ante el peligro: una puerta escondida detrás del ala izquierda de la escalaras. Corre hacia él y se aferra al picaporte dorado, la llave de su salvación. Abre la puerta y se topa con una gran escalera de caracol.

La voz de la bestia resuena en el vestíbulo. Melody siente los pelos de su piel erizarse del susto. Sin pensárselo demasiado, cierra la puerta y baja las escaleras, sumergiéndose en la completa oscuridad. Los escalones crujen por la pisada de sus pies. Con cuidado los pisa uno por uno, con cuidado de no dar un paso en falso y rodar al fondo. Es un largo descenso que parece no tener fin. O al menos eso se imagino Melody hasta que empezó ver un poco de luz.

Al final del descenso encuentra un largo pasillo inhóspito repleto de muchas puertas e iluminado por unos candelabros de la pared, sostenidos por unas manos de ébano. Tiene la impresión de haber entrado en un pasadizo secreto de una mansión embrujada, con sus fantasmas y restos humanos ocultos detrás de esas puertas. Melody tarda un par de minutos de darse cuenta donde se encuentra. Pues recordó la advertencia del señor Stein: “Nada de ir al subsuelo”. Siente la culpa de un martillazo y solo duró un minuto; porque escuchó de nuevo el crujido de las escaleras.

Y de nuevo volvió a escuchar la voz de Luis llamándola:

—Cariño… Cariño… Cariño… Cariño… Cariño… Cariño… Cariño… Cariño… Cariño… Cariño…

“¡Tengo que esconderme!”, es la única solución que se le ocurre Melody.

Va de puerta en puerta, agarrando cada manija con brusquedad, y la decepción cae en sus manos, al comprobar que están cerradas bajo llave. Por cada puerta que intenta abrir, los crujidos más fuertes suenan y una jadeante voz animal resuena entre cada “Cariño”; permitiendo que la desesperación y el miedo infundiesen en Melody.

En el octavo intento, Melody logra abrir una puerta y entra sin echar un vistazo. Cierra la puerta y espera. Espera volver a escuchar “Cariño”. Espera volver a oír los crujidos. Espera que el monstruo esté en el pasillo, oliendo su miedo y buscándola en el pasillo embrujado.

Nada. Solo oye un sepulcral silencio que puede durar horas y horas, hasta que el sol amanezca y este por arriba del hotel.

“Se fue…. Esa cosa se fue”, la pobre chica respira de alivio, pero sigue pensando: “Debería seguir buscando a Victoria, pero… ¿Y si salgo y esa cosa sigue ahí? No, es mejor que me quede aquí. Al menos hasta que alguien se dé cuenta de mi ausencia”.

El disgusto no le dura mucho. Apenas se aparta de la puerta, echa un vistazo a la habitación y queda desencajada con lo que ve. En su cabeza construyó la idea de encontrarse con un cuarto abandonado lleno de muebles, cubierto de telas de araña por los costados de la pared y siendo el hogar perfecto de las ratas. Pero esa imagen mental se destruye en cuanto ve el cuarto impecable y sin rastro de polvo, o de ningún animal.

Es un cuarto que ocupa mucho espacio en comparación con su habitación del segundo piso, y no venía incluido un baño. Una enorme biblioteca ocupa casi toda la pared del fondo, siendo llenada por libros de diferentes colores y tamaños. En el espacio restante ocupa un escritorio con una lámpara y una silla de madera. No ve ninguna cama donde descansar y un enorme sofá compensa su ausencia. Y en medio de la sala, queriendo ser el centro de atención, hay una deslucida y enorme arpa; llena de polvo y cubierta por telas de araña.

“¿Se lo habrán olvidado?”, se pregunta Melody, acercándose al instrumento. Con un dedo toco la columna del arpa y comprueba el polvo gris acumulado por los años de abandono. Una gruesa línea dorada destaca entre los tonos opacos.

—¿Qué pasará si lo toco? —pregunta en voz alta y se atreve a tocar una de las cuerdas del arpa.

Un delicado susurro brota del instrumento e inunda sus oídos. Una visión aparece en su mente, una escena que le parece muy familiar.

Una chica es perseguida por un chico dentro de un bosque. Una sombra la consume de pies a cabeza y la escupe, quedándose con su alma a cambio. Un grito desgarrador trona entre los árboles, uno capaz de romper un corazón en dos mitades, y una súplica desesperada resuena en la oscuridad:

—¡Despierta de tu letargo! ¡Por favor! ¡Despierta!

La voz desesperanzada hace mella en Melody. Su cuerpo le pesa, sus piernas empiezan a flaquear. Cae desplomada en el suelo lleno de polvo viejo. Los ojos le pesan y quieren cerrar sus persianas de piel y pestañas. Termina por perder la consciencia, escuchando una voz apuñalada por el dolor:

—No me dejes, mi amor.

El sol atraviesa la única ventana de la habitación 25. El cuarto no parecía tan aterrador bajo la luz del día. En esa escena resplandeciente, Melody se despierta de su largo sueño profundo, respirando agitadamente y transpirada de sudor. Aún lleva consigo el recuerdo vivido de la noche anterior. La bestia, la voz de Luis del más allá, el cuarto del arpa y el tétrico subsuelo de una mansión embrujada. Se convenció a sí misma que solo fue una pesadilla, producto de la culpa y pesar que lleva consigo en su consciencia.



—Fue una pesadilla. Nada más que una pesadilla —dice a sí misma y a nadie más.

Miro al costado izquierdo y descubre que la cama de Victoria esta vacía.

“¿Y Tori?”, se pregunta cuando oye que alguien toca la puerta.

—Adelante —responde, esperando que la persona que cruce la puerta sea su amiga.

En lugar de ella, aparece el señor Stein llevando un carrito de plata. En él ocupa todo un jit de desayuno: una taza de café, un vaso con jugo de naranja, una capsula llena de azúcar y unas tostadas acompañadas de un recipiente de manteca y un frasquito lleno de mermelada de fresa.

—Buenos días, señorita Hansen. Lamento interrumpirla de esta forma pero su amiga me dijo que seguía durmiendo y pidió que le llevase su desayuno al dormitorio —dijo el señor Stein con la misma amabilidad de ayer. Nota las ojeras de su huésped y le pregunta:— ¿Una noche difícil?

—Más bien un sueño de muerte —responde Melody. Suspira de disgusto de solo recordarlo.

El señor Stein, ignorando la respuesta, le deja el kit de desayuno, reunido en una bandeja de plata, en la mesita de luz.

—También me pidió que le dijese que se encuentra bien y que lamenta no haber regresado anoche —siguió diciendo el señor Stein—. Si le sirve de algo, la encontraba con un buen humor y bien acompañada del señor Patterson.

—¿Patterson? Ah, el chico de anoche —Melody recordó el chico de la mesa de enfrente, con quien Victoria se reunió después de la cena—. Muchas gracias, señor Stein.

—El placer es mío, señorita Hansen —dicho eso, el ahora camarero se dispone a retirarse del dormitorio con el carrito.

Pero antes de irse, escucho una exclamación de sorpresa. Echo un vistazo atrás y vio a Melody tapándose la boca con una mano. Recién ahí mismo se dio cuenta de las marcas por arriba de sus labios.

—¿Se le ha olvidado decirme algo, señorita Hansen? —le pregunta a Melody y no por mera formalidad, y tampoco por casualidad.

—Ayer escuche que alguien estaba tocando algo de música. ¿Por casualidad disponen de una banda de música en el hotel? —Melody no menciona el arpa y, por alguna razón que ella misma desconoce, prefiere no hacerlo.

—Temo que no. Hace un buen rato que no disponemos de una banda. Estamos tratando de arreglar eso. Y si no tiene más preguntas, con su permiso, señorita Hansen.

El señor Stein sale y le cierra la puerta del dormitorio con suavidad. Suelta un gran suspiro de alivio. “Pudo haber sido peor”, piensa el señor Stein al retirarse del lugar.



Otra vez en la recepción, el señor Stein volvió a su habitual puesto preparado para recibir nuevos huéspedes que atraviesen las puertas del hotel. Limpia con un trapo las llaves disponibles de los dormitorios uno por uno. O eso hace hasta que escucha el sonido de una pila de papeles tocando el mostrador.

—Aquí están los papeles que me pidió —dijo el señor Buttons inexpresivo. Seguía con la misma ropa ajustada de ayer y le faltaba un botón de su camisa.

El señor Stein agarro el primer papel de la pila y vio la foto de una joven y sonriente Melody Hansen. Al lado están los datos que se registraron sobre ella. Su nombre, su apellido, la fecha de nacimiento y la fecha de muerte. Por debajo de esa última, se dispone a leer la parte en donde dice “CAUSA DE MUERTE”:


MUERTE POR ACCIDENTE. ATROPELLADA POR UN CAMIÓN JUNTO CON SU PROMETIDO, LOUIS REDFORD, DESPUÉS DE ESCAPARSE EN EL DÍA DE SU BODA. MURIÓ EN EL ACTO SIN POSIBILIDAD DE RECIBIR REANIMACIÓN.


—Nuestra jefa no le ha gustado nada que ella estuviese husmeando anoche. Sobre todo en el subsuelo —comenta Buttons mostrando, por primera vez en el día, la cara agrietada y sus cejas fruncidas—. ¿Estás seguro que es ella?

—Créeme, amigo. Es ella. Es Euridice. Oh, mi amada —soltó el señor Stein emocionado, sonriendo de oreja a oreja—. Me rompió el corazón cuando logró regresar al mundo de los vivos, y me lo rompió aún más viéndola sufrir como anoche. Jamás pensé que adulterasen los recuerdos de nuestra querida fugitiva. Bastante es verla sufrir con esa culpa que lleva en sus hombros y ahora tiene que sufrir un doble castigo por su escape. Ah, mi amada. Ojala pudiera hacer algo pero las reglas son las reglas. Y no quiero romperlas si eso significa no poder protegerte de las consecuencias de nuestros actos. Como odio recordar que el Hotel Plutón sigue siendo una parte del Infierno —su sonrisa se borra en ese instante y odio con todo su ser las reglas del Hotel Plutón y del Infierno, que debe cumplir al pie de la letra.

El señor Stein tiene su corazón rompiéndose a pedazos, en el sentido metafórico de la palabra, al no poder decirle la verdad a Melody. Buttons lo deja solo con sus pensamientos y su pesar. Lo deja preguntándose si su amada estará bien sin tener recuerdos de su vida pasada, y si tendrá un mejor consuelo escuchando el arpa del subsuelo.


20 de Março de 2020 às 00:01 2 Denunciar Insira Seguir história
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Fim

Conheça o autor

Mary Darnell Soy Argentina. Estudio de Artes de la Escritura. Escribo y publico historias sacadas de mi cabeza, y otras veces de sueños y pesadillas que consigo recordar. Y siempre en todas ellas hay un toque de fantasía, y una pizca entre el horror y terror. Entre otras cosas, amo el chocolate, el té, leer libros y manga.

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Kero Demm Kero Demm
hola mary me podrias decir como hiciste tu perfil publico?
April 13, 2020, 00:03

  • Mary Darnell Mary Darnell
    Hola. Este no es un tema para hacer esta clase de preguntas. Pero ya que estas te respondo: en el perfil te aparece la opción de "Editar perfil" y ahí puedes modificar y agregar los datos que quieras; y si no es eso a lo que te refieres, entonces no sé que decirte y te sugiero que, para esa clase de consultas, vayas a la comunidad de "Soporte y consejos" donde ahí te pueden ayudar y aclarar dudas sobre la plataforma. April 13, 2020, 02:27
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