maryahwellautora Maryah Well

Tras muchos días de los enamorados sola, Valentina decide que ya es hora de que eso cambie. Ha estado chateando con un chico durante unos tres meses y viendo que él no se decide a proponerle que pasen San Valentín juntos, ella da el paso y se lo pregunta. Sin embargo, la respuesta no es la que ella espera. Lo que ella no sabe es que hay alguien interesado en ella y ese día tan especial la sorprenderá.


Romance Erótico Para maiores de 21 anos apenas (adultos).

#relato #amor #sanvalentin #romantica
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Relato #1

Mi nombre es Valentina y he vivido veintinueve días de San Valentín sin una cita a la que poder obsequiar con mi romanticismo. Sin embargo, no voy a dejar que haya una treinta. Me niego a que eso pase.

Solo quedan dos días para el 14 de febrero y desde hace tres meses estoy chateando con un chico por una de esas aplicaciones de citas. No es que haga esto a menudo, bueno, ni esto ni nada. Nunca se me ha dado bien las técnicas de seducción o cortejo que cualquier mujer utilizaría para ligar con un chico.

Sé lo que estáis pensando: ¿esta chica es tonta? Pues, yo voy a sacaros de dudas. Sí, lo soy. Pobrecita yo, ¿verdad? Es lo que hay, señores. Como ya he dicho, no soy muy buena con las técnicas de ligoteo. Creo que no soy lo que se dice “sexi”.

En fin, como iba diciendo, en esa aplicación he conocido a un chico encantador. Es posible que esta vez mi día de San Valentín sea muy diferente.

A solo dos días del día “D” y viendo que él no se anima a pedirme que nos veamos esa noche en persona, me armo de valor y se lo pido yo, aprovechando que por el chat no puede ver mi torpeza a la hora de ligar.

—¿Qué te parece si cenamos la noche de San Valentín y nos conocemos en persona? —le escribo en el chat cuando veo que está en línea.

Los minutos pasan con lentitud mientras espero la respuesta, y mis nervios se ponen a flor de piel. Mis dedos tamborilean en la mesa de escritorio y mi pierna se mueve de arriba abajo como un martillo perforador. Si la respuesta no llega rápido, mi pierna taladraría el suelo del despacho y acabaría abriendo un boquete en el techo de la habitación del vecino.

Quince minutos después y con el corazón latiendo a mil por hora, el chico se desconecta sin darme una respuesta.

Mi decepción hace mella en mi rostro que se desencaja por el llanto que se agolpa en mi garganta y en mis ojos. No entiendo porqué no me ha respondido.

Apago el monitor y me levanto de la silla con demasiada fuerza. Estoy frustrada, confundida y dolida. ¿Por qué no me ha contestado? Me empieza a faltar el aire por la angustia de haber perdido de nuevo la oportunidad de tener una cita por San Valentín.

Cojo el abrigo, la bufanda, mi bolso y salgo de mi apartamento escapando de aquella nueva negativa que me dan, esta vez por Internet. Al parecer, la tecnología tampoco está de mi parte. ¿Sería mi destino estar sola?

Me enredo la bufanda de lana roja alrededor del cuello y empiezo a caminar por la calle sin rumbo fijo.

En cada paso que doy veo a una pareja caminando agarrados de las manos, abrazándose o besándose.

Llego hasta un parque y me siento en un banco. El metal frío me congela las piernas y el trasero, pero no me importa. Me sienta bien aquel cambio de temperatura. Me hace bajar de la nube en la que llevo montada desde hacía tres meses. Me ha hecho entender lo que no había conseguido comprender en treinta años de mi vida: la vida en pareja no está hecha para mí.

Debía resignarme a esa verdad y afrontarla con la mayor dignidad que pueda.

Me quedo observando a unos niños que juegan a la pelota enfrente de mí. No sé el tiempo exacto que estoy allí, pero las farolas ya están encendidas cuando el frío ya empieza a meterse en mis huesos. Me levanto abrigándome con la bufanda y regreso a mi casa con lágrimas en las mejillas.

Entro en el ascensor, pulso el botón con el número cuatro y espero a que se cierren las puertas. Están a punto de cerrarse cuando una mano se interpone en el haz de luz del láser para abrirlas.

—Por los pelos. Buenas... buenas noches, Valentina —me saluda mi vecino de abajo con su tartamudez habitual.

—Buenas, Joseph. ¿Cómo te va?

No tengo muchas ganas de entablar una conversación, pero al menos no estoy todo el trayecto pensando en mi triste vida.

—Como siempre. Na... nada nuevo.

—Me alegro.

El ascensor se para en el tercero y mi vecino me dedica una leve sonrisa tímida antes de salir.

Las puertas están a punto de volver a cerrarse cuando otra vez la mano los para. Joseph aparece delante de mí con la frente perlada de sudor y la barbilla temblando al querer decir algo.

—¿Te encuentras bien? —le pregunto preocupada. Nunca se había comportado así, tan extrañamente de lo que habitualmente lo hacía.

—Quería... quería preguntarte si... si tienes... —traga saliva con dificultad y se muerde el labio inferior.

—¿Si tengo qué?

La boca del chico se abre para decir algo, pero pronto la cierra y quita la mano de la puerta para que el ascensor siga su camino hacia la planta cuatro.

Llego a la puerta de mi apartamento, abro y me dirijo hacia el despacho. Enciendo el monitor y observo el chat. Mi pregunta continúa en la pantalla sin ninguna respuesta por parte de “mi chico”. Cierro la ventana de la conversación y me alejo quitándome el abrigo, la bufanda y el bolso.

No entiendo nada. Era posible que estuviera hablando con otras chicas en el chat y ya hubiera encontrado a su cita para San Valentín.

Me siento en el sofá después de coger un paquete de patatas fritas de la cocina, enciendo el televisor y para colmo, están poniendo Pretty Woman. Empiezo a llorar como una magdalena. Las películas son una puta mierda. No hay ninguna realidad en ellas.

Estoy sumergida en la película y en mis lágrimas cuando suena el timbre. Me levanto como un zombi y abro la puerta. Joseph está delante de mí enredándose las manos con nerviosismo. Todo lo guapo que tiene, también lo tiene de tartamudo y nervioso.

—Buenas noches otra vez. ¿Qué te trae por mi humilde morada? —le inquiero sin mucho ánimo.

—Bu... buenas. Yo quería... quería pedirte... pedirte una... una taza de leche. Se me... se me ha olvidado com... comprar.

—Claro. Entra si quieres —le digo dándome la vuelta para dirigirme a la cocina.

Abro la nevera para coger el brick de leche, cojo una taza del armario, la lleno y regreso a la entrada donde mi vecino me espera sin mover ni una pestaña. Le entrego la taza, le dedico una muy leve sonrisa de despedida y cierro la puerta.

Regreso al sofá y me siento. Había llegado, para mí, la peor parte de la peli: Richard Gere va en busca de Julia Roberts en la limusina con un ramo de flores. Lloro aún más. Las lágrimas salen de mis ojos como cataratas.

Sin importarme cómo, me quedo dormida en el salón con una postura imposible de reproducir estando despierta. Me duele el cuello y la espalda una barbaridad, así que me lo masajeo un poco encaminándome hacia la cocina para hacerme un café calentito y unas tostadas con mantequilla y mermelada de fresa.

Mientras dejo que el líquido caliente recorra el interior de mis entrañas, me quedo observando por la ventana de la terraza. El cielo está gris. Se avecina tormenta. La misma tormenta que vive dentro de mí desde hace mucho tiempo.

Cojo el móvil que descansa encima de la mesa auxiliar delante del sofá y llamo al trabajo. No me encontraba con muchas ganas de ver a mis compañeros —todos ellos casados felizmente—, restregándome sus planes para San Valentín.

Minerva, la secretaria de mi jefe, coge el teléfono y contesta con su cansina voz de pito:

—Bufete García y Cía, ¿en qué puedo ayudarle?

—Buenos días, Minerva —la saludo poniendo la voz más ronca que puedo—. ¿Podrías disculparme con el jefe? No me encuentro muy bien. Recuperaré las horas otro día.

—Está bien, se lo diré. Que te mejores.

Le agradezco aquella pequeña muestra de preocupación y cuelgo. Las lágrimas vuelven a deslizarse por mis mejillas.

—Qué mierda de vida —murmuro ocultando mi rostro entre mis manos.

Recojo los bártulos del desayuno, los friego y los guardo en su sitio. Me dirijo al sofá y enciendo el televisor para ver si puedo despejarme aunque solo sean unos minutos. Es inútil. Es viernes por la mañana y las cadenas de televisión se han puesto de acuerdo para recordarme que al día siguiente sería el día de los enamorados. En todas hay películas románticas con sus finales felices delante del altar o sellando su amor en la cama. ¿Es que no hay más cosas para que la gente vea en la víspera de los enamorados? Agarro el mando con fuerza y aprieto el botón para cambiar de canal con rabia. Me decido por ver uno de los canales para niños. Ahí por lo menos solo echan dibujos animados que viven aventuras y sin nada de amor.

En algún momento después del almuerzo me quedo dormida. No me importa perder el tiempo de aquella manera, total, no tengo nada mejor que hacer.

Me levanto para ir al baño, me lavo los dientes para quitarme el mal sabor de boca que tengo y regreso al salón para continuar con mi patética vida.

Un estridente sonido me sobresalta despertándome de mi sueño que no tiene ni pies ni cabeza. Me llevo la mano al cuello y a la espalda dolorida y, de nuevo, el ruido estridente retumba en el apartamento. El timbre de la puerta repica cada vez que la visita aprieta el botón.

—¿Quién es? —inquiero con la voz ronca y me encamino hacia la puerta arrastrando los pies.

—Joseph —responde mi vecino con su grave voz.

Abro la puerta y los ojos grises de mi vecino se quedan clavados en mi pelo alborotado. Me lo peino un poco con los dedos y lo miro.

—¿Qué ocurre? —le pregunto para que se acabe aquella visita cuanto antes.

—¿Tienes albahaca?

—No.

—¿Perejil?

—En bote, fresco no.

—En bote me vale —contesta dedicándome una sonrisa.

—Espera que te lo traigo.

Me doy media vuelta y arrastro los pies hasta la cocina. Cojo el bote de perejil picado y regreso a la entrada para entregárselo a mi vecino.

—Gracias —me dice sin dejar de sonreír, agarra el bote y deja una pequeña caricia en mi mano.

Aquel extraño comportamiento y gesto me deja desconcertada. ¿Seguiría soñando? Joseph se marcha escaleras abajo y me deja plantada en el umbral de mi puerta con la cara de desconcierto, mirándolo mientras se aleja con total normalidad.

Cierro la puerta y me rasco la cabeza sin comprender lo que ha pasado. Miro el reloj de aguja con pájaros forjados en hierro y me voy directa hacia la cama. Como volviera a quedarme dormida en el sofá no podría levantarme en una semana por el dolor de espalda que me quedaría.

Me tapo con el edredón hasta la cabeza y cierro los ojos con fuerza, esperando que el catorce de febrero pase de largo y no me entere de nada de lo que pase fuera de aquellas sábanas y paredes.

No podría decir qué hora era. Sabía que me había levantado varias veces para ir al baño, pero en ninguna de esas ocasiones había querido ver la hora.

Las persianas de la ventana están echadas, por lo que la habitación está en penumbras. Mejor. No quiero ser consciente de lo que podría estar haciendo si las cosas me hubieran salido bien.

Vuelvo a la cama, me tapo la cabeza con la almohada y dejo que el sueño llegue de nuevo.

Estoy en esa tarea cuando llaman al timbre de la puerta. El visitante parece tener prisa o se le ha quedado pegado el dedo al botón porque no lo aparta.

—¡Ya va! —vocifero de mala leche. ¿Por qué tenían que interrumpirme en plena depresión? Giro la llave y abro la puerta enfadada—. ¡¿Qué?! —pregunto cuando el descansillo aparece delante de mí.

Mis ojos recorren todo el descansillo cuando no encuentro a nadie esperando. Unas pequeñas luces llaman mi atención hacia el suelo. Decenas de velas blancas encendidas y un pasillo de pétalos rojos me llevan hasta las escaleras. Me asomo a la escalera y el reguero de pétalos y velas continúa hasta la puerta del apartamento de Joseph.

—¿Pero qué es esto? —pregunto en un murmuro.

Cojo las llaves de mi piso, cierro y sigo los pétalos. La puerta de mi vecino está entreabierta y tiene un papelito pegado a ella.

<<Valentina, hoy hace tres años que nos conocimos y, después de muchas sesiones de terapia para poder tener la confianza y valentía de hacerlo, puedo decirte que: Te quiero. Desde la primera vez que te vi entrar en el portal cargada con tu caja, tu bolso, tu abrigo, tu bufanda y tu gorro de lana que ocultaba esa cortina de ébano que me quita la respiración. No estoy seguro de tus sentimientos hacia mí, pero no me perdonaría no decírtelo y arrepentirme por ello cuando ya sea tarde. Prometo hacerte feliz cada segundo que pasemos juntos. Si aceptas, te invito a que entres para celebrar nuestra primera cita en un día tan señalado como hoy. Tu vecino y, espero pronto novio, Joseph>>.

Mis ojos y mi boca se abren de par en par cuando termino de leer la nota. ¿En serio me está pasando esto?

Por supuesto que me había fijado en él el día de mi mudanza, y muchos meses después también, mas no creía que estuviera a la altura para estar con aquel hombre tan atractivo y de cuerpo espectacular. Yo solo soy una mujer del montón. Ojos verdes saltones, nariz chata y un poco respingona, labios finos y cuerpo más bien metido en carnes, con curvas, pero metido en carnes. ¿Cómo iba a imaginarme que pudiera gustarle a un chico como él?

Abro la puerta y miro en el interior. De nuevo un pasillo de velas y pétalos que llevan hasta un sillón donde descansa un osito de peluche con un corazón en una de sus manos y un ramo de flores en la otra. En la camisa de cuadros del oso hay otra nota: <<Sé que has tenido unos días malos y que, además, te duele la espalda (te he visto cojear), así que he pensado que podríamos empezar con un masaje para arreglar al menos ese dolor. Ve a mi habitación y túmbate bocabajo en la camilla>>.

¿Cómo no se me había ocurrido antes? Joseph es fisioterapeuta y me puede quitar el dolor en un pispás, pienso sintiéndome como una tonta.

Me dirijo a la camilla rodeada de velas que desprenden un maravilloso olor a vainilla y veo la nota que hay encima de una toalla blanca.

<<Quítate el pijama y tápate con la toalla>>. Echo un pequeño vistazo a mi alrededor para comprobar que él no está y obedezco. Dejo el pijama en una silla y me tumbo en la camilla tapándome el trasero con la toalla.

Pasan unos segundos cuando escucho que alguien se acerca hasta donde descansa mi cabeza.

—Relájate, esta sesión no voy a cobrártela —me susurra al oído después de comprobar con sus manos los músculos tensos de mi espalda.

—Joseph —empiezo a hablar levantando la cabeza para mirarle.

—Sh, después hablamos. Ahora solo relájate —me dice bajando mi cabeza hasta el agujero de la camilla.

No replico y dejo que sus manos hagan magia. Aprieta donde es necesario, pero me parece que se contiene a la hora de hacer fuerza. Quizás tiene miedo de hacerme daño y que me vaya enfadada. No lo sé. La cuestión es que, aún así, el masaje me está sentando de maravilla y no quiero que pare.

No estoy segura si llegué a quedarme dormida en la camilla, pero me supo a poco aquel masaje. Se me pasó demasiado rápido la hora que estuvo dedicándole a mi espalda y a mi cuello.

Escucho que una puerta se cierra a mis pies y levanto la cabeza para buscar a mi vecino. No está. ¿Por qué se había ido?

Me incorporo quedándome a cuatro patas en la camilla y veo las velas que la han rodeado, ahora alrededor de la silla donde dejé el pijama. Para mi sorpresa, mi pijama ya no está. En su lugar hay un vestido negro con lentejuelas y una nota encima de éste que dice: <<Ponte el vestido y reúnete conmigo en el comedor. No tardes, por favor>>.

Una leve sonrisa se dibuja en mis labios cuando cojo el vestido y me lo pongo. Me calzo con los zapatos de tacón que descansan en el suelo, me peino con los dedos observando mi reflejo en el espejo del armario y salgo del dormitorio para dirigirme hacia el comedor.

Me asomo por el arco del salón y me quedo atónita cuando lo veo. Está esperándome de pie, ataviado con un traje azul marino y con el oso de peluche en las manos.

La mesa redonda del comedor está decorada con un ramo de flores en el centro y unas velas para iluminarla.

La mirada gris de Joseph se clava en mi rostro después de repasar mi cuerpo y comprobar que ha acertado con mi talla.

—Feliz día de San Valentín —me dice dedicándome una gran sonrisa de oreja a oreja, acercándose a mí y ofreciéndome el peluche.

—Gracias. ¿Por qué has hecho todo esto? —cojo el oso entre mis manos y lo achucho.

—Llevo mucho tiempo queriendo invitarte a una cita. No encontraba la mejor manera de hacerlo, hasta hoy. ¿Te gusta?

—Me encanta. Vas a tenerlo muy difícil para sorprenderme en los próximos San Valentín.

—Me fascinan los retos. ¿Tienes hambre?

—Mucha.

Mi galante cita me retira la silla y vuelve a acercarla para que me siente. Se dirige a la cocina y regresa unos segundos después con la cena.

Hablamos mientras nos deleitamos con la deliciosa cena que él ha preparado.

—Qué tonta. Me acabo de dar cuenta de que no tartamudeas. ¿Cómo lo has hecho? —le pregunto con asombro.

—Bueno, solo tartamudeaba delante de ti.

—¿Por qué?

—Porque me ponías nervioso. Estoy intentando controlar mis nervios en estos momentos.

—No sabía que yo era la culpable de tu tartamudeo. Me alegro que lo estés superando.

—Creo que después de esto podré controlarlos del todo. ¿Te apetece ya el postre?

—Sí, por favor.

Joseph recoge los platos sucios para llevarlos a la cocina y regresa con el postre: una porción de tarta de chocolate con una bola de helado de nata encima.

—Veo que me conoces muy bien —le comento cuando deja mi porción delante de mí.

—He tenido tres años para observarte —contesta sentándose en su silla y guiñándome un ojo.

Le dedico una sonrisa y pruebo la tarta. Está deliciosa.

—¿Te puedo hacer una pregunta? —le digo cogiendo otro trocito de tarta y helado.

—Claro. ¿Qué quieres saber?

—En estos tres años que nos conocemos te he visto con varias chicas en el día de San Valentín, ¿por qué quedabas con todas el mismo día?

—Vaya, veo que tú también has curioseado un poco —contesta con una sonrisa traviesa en los labios—. Intentaba que ese día pasara lo antes posible para no pensar que podría estar pasándola contigo si hubiera tenido el valor de invitarte. Esas chicas se iban tan rápido como llegaban.

—Yo los pasaba en mi cama, comiendo helado y viendo una película ñoña. Bueno, hubo un año en que me tocó hacer guardia, así que se me pasó más rápido y no pensé mucho en que estaba sola.

—Estoy empezando a sentirme mal por no haberme atrevido antes.

—No, por favor. No te preocupes. Ya han pasado y te aseguro que esto que has hecho lo ha compensado con creces. Gracias.

—De nada. ¿Quieres bailar? Así bajamos la cena.

—Me encantaría.

Joseph se fue al salón para poner música y me ofreció su mano. La cogí con mucho gusto y dejé que me llevara hasta la improvisada pista de baile.

Me estrecha entre sus brazos, apoyo mi cabeza en su hombro y cierro los ojos para disfrutar del momento.

Aquello es todo lo que yo había deseado que me pasara en el día de los enamorados. No sabía si algún día podría agradecerle todo lo que había hecho, pero me encargaría de hacerle feliz cada día, cada segundo que estuviéramos juntos.

Una lágrima escurridiza recorre mi mejilla. Joseph parece presentirlo porque me hace mirarle. Recoge la lágrima con su pulgar y se inclina hacia mí dejándome un suave beso en los labios.

—Espero que esa lágrima sea de felicidad —me susurra apoyando su frente en la mía.

Le sonrío y asiento. No puedo hablar. Mi garganta está atascada por las lágrimas que recorren mi rostro.

Mi vecino enmarca mi cara con sus manos y recoge todas y cada una de las gotas saladas con sus labios, dejándome un beso en cada punto en el que las intercepta.

La música continúa sonando y nuestros cuerpos se mueven a su ritmo acercándose un poco más. Empiezo a tener calor y puedo sentir cómo mis mejillas se tornan rosadas mientras las manos de él recorren mi espalda.

Gracias a los tacones nuestras bocas están cerca la una de la otra, por lo que solo tengo que levantar un poco la cabeza y dejarle un beso. Y eso hago. Uno nuestros labios en un beso apasionado. Ese beso deja paso a otro más salvaje hasta que la chaqueta de él cae al suelo.

Nuestras manos revolotean por nuestros cuerpos quitándonos la ropa con premura. Consigo quitarle la camisa blanca con la corbata y, antes de que me dirija al cinturón, él me levanta del suelo y me lleva en brazos hasta la habitación. Me tumba con cuidado en la cama sin apartar sus labios de los míos y me desabrocha el botón del vestido.

Me lo quita deslizándolo por mis piernas y besándolas mientras sube por ellas hasta mis pechos, mi cuello y, de nuevo, mi boca.

Enredo mis dedos en su pelo rubio y deslizo mis manos hasta el cinturón para desabrocharlo con una habilidad que desconozco tener. Me valgo de mi fuerza y ruedo para quedar sentada a horcajadas encima de él. Le desabrocho el pantalón y me deshago de la prenda en unos segundos.

Aprovecho para excitarlo aún más, dejándole un reguero de besos desde el vientre hasta el comienzo del vello púbico. Aquella acción tiene la reacción que espero. La erección de mi vecino aumenta.

Joseph resopla para intentar controlarse, mas no lo consigue. Me agarra de los brazos tirando de mí, me deja sentada encima de su prominente erección y se introduce en mi interior acallando mi gemido con un beso apasionado y fogoso.

Me muevo disfrutando de cada embestida y sin poder apartar mis labios de los suyos. Rodamos en la cama pegados el uno al otro y dejo que él tenga el control de la situación.

Mi cabeza se ha quedado en blanco con tanto placer y lo que menos me preocupa es quién tiene el control sobre el otro. Llegados a ese punto puede hacer conmigo lo que quiera.

Las embestidas duran varios minutos más hasta que, después de mí, él llega al clímax. Apoya su frente en la mía con la respiración agitada y se deja caer sobre sus codos para no aplastarme bajo su peso.

—Y pensar que quería perderme este día —digo con la respiración entrecortada y acariciándole la espalda con la punta de los dedos.

—¿Por qué?

—Bueno, creía que volvería a pasarlo sola. No quería ser consciente del día y que pasara de largo lo más rápido posible.

—No lo has pasado sola.

—Gracias a ti. No sé cómo se te ha ocurrido todo esto, pero me alegro mucho de que lo hayas hecho.

—Te quiero.

7 de Março de 2020 às 14:22 0 Denunciar Insira Seguir história
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Fim

Conheça o autor

Maryah Well Desde pequeña inventaba historias, pero no llegaban a salir de mi carpeta. No me di cuenta de que me encantaba escribir hasta que en 2012 decidí mandar mi primer relato a un concurso literario, desgraciadamente, no gané. El género que más me gusta es la novela de highlanders y la novela romántica y/o erótica, teniendo muy presente a mis autoras favoritas, como son: Megan Maxwell, Christine Feehan, Nora Roberts, Lara Adrian, Elísabet Benavent, entre otras.

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