franck-palacios1581951992 Franck Palacios

un cadáver aparece fuera del hotel; nadie pudo salir, ni entrar; todos son sospechosos. Un joven que se quedó en el hotel de casualidad tratará de atar piezas para resolver el crimen a la par de un detective que trabaja en el caso.


Conto Todo o público.

#crimen #asesinato #hotel #cuento #detective #misterio
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¿Como resolver un asesinato?

***

Cuando lo vi entrar me sorprendió su actitud tan relajada, estaba seguro de que encontraría al culpable, entro sosteniendo su maletín y sacudiéndose la nieve de los hombros que humedecían su abrigo, no sabía quién era, no recordaba haber oído de él, ni en noticias ni en alguna conversación, solo sabía lo que nos había dicho el dueño del hotel aquella fría y oscura mañana.

«Es el mejor investigador que hay en esta ciudad, si alguien descubrirá lo que sucedió con la Sra. Esther, ese es el detective Sartori».

No podía contradecir eso pues era yo también un sospechoso.

Pero déjenme contarles desde el principio, todo comenzó aquel viernes, fui invitado a casa de mis suegros, mi novia y yo cumplimos ya 1 año de relación y pues me había invitado a pasar allá unos días y así presentarme con ellos, así que viajé desde catalina hasta Pradala, al norte, donde en estas fechas hace mucho frio y las nevadas son cosa normal.

Llegue temprano ese día, pues mi novia me dijo que la esperara en ese hotel, ella llegaría a la mañana siguiente y nos iríamos juntos. Un mal cálculo de horarios me hizo llegar muy temprano, pero no fue problema el lugar era lindo, un cómodo, aunque pequeño hotel cerca de las montañas, algo rustico, tenía 3 pisos y un estacionamiento en la parte frontal donde dejé el auto. Llegue conduciendo desde la ciudad, estaba algo nervioso pues era la primera vez que me presentaría a sus padres.

Llegue y la llame, me dijo que no había problema que la esperara allá, que me relaje que no esté nervioso, que trataría de llegar en la noche si era posible y así la pasaríamos juntos, esa idea me gustó, pero no contó con que esa noche caería una nevada horrible, literalmente la nieve cubrió todo, incluyendo la carretera, por lo que nadie del hotel podría moverse, las noticias indicaban que se habían cerrado las carreteras, incluso las líneas telefónicas se vieron afectadas, así que entendí que ella no llegara, pero me preocupó mucho que haya quedado en la nevada, casi no dormí en toda la noche.

A la mañana siguiente cuando me dispuse a llamar por teléfono no había líneas, no funcionaban los celulares, aunque eso desde que salí de la ciudad, con las justas se podía ver la televisión y oír la radio. Cuando intentamos salir no nos dejaron pues no había forma de irse, la nieve había cubierto la carretera.

Entonces fue cuando un hombre bajó corriendo desde el tercer piso. «Disculpe ¿Salió alguien?», preguntó al recepcionista. «No, nadie ha salido señor, mire afuera, todo está... cubierto por nieve», respondió con seriedad, a mí me llamo la atención. «No está mi esposa..., pensé que había ido al baño, pero no está por ninguna parte», explicó. «Pues nadie ha salido, he estado aquí desde temprano, además todo está cerrado... no hay forma de salir, cerré todo por la noche», aseguró el recepcionista.

Habíamos pocas personas en el edificio aquella noche, pude verlas a todas pues cuando comenzó la nevada todos bajamos al lobby algo angustiados, yo fui el último en bajar, pues escuché que discutían y me preocupó. Ahí los vi a su esposa y a él, estaban hospedados en el 3er piso junto con otra pareja algunos años más jóvenes, quizá de vacaciones; yo estaba en el segundo piso, junto a un hombre solo, y a una mujer con un niño pequeño, en otra habitación; en el primer piso se encontraba una mujer sola, ya con algunos años pero muy linda; también había ahí había un grupo de estudiantes, 2 chicas y 2 chicos, separados en dos habitaciones, eran compañeros simplemente; también en el primer piso estaban el recepcionista y 3 mujeres encargadas de la limpieza, la comida y demás requerimientos. Pude verlos a todos ahí aquella noche, y los vi al subir a mi habitación.

«Ya busqué por todas partes, no está...», insistió el hombre asustado por su esposa, aunque al principio el olor a alcohol que emanaba de él nos hizo dudar a mí y al recepcionista de su historia, pero su insistencia y expresión parecían muy reales. El recepcionista me pidió que me quedara ahí por si llamaban: «No hay problema», le respondí, no tenía nada mejor que hacer y aproveche para intentar llamar, pero no había línea.

El recepcionista subió con el sujeto y con el juego de llaves de ese piso. Había 10 habitaciones en cada piso, sin contar el cuarto de baño del corredor y el cuarto de limpieza. En el primer piso había solo 7 habitaciones, sin contar la cocina, el cuarto de lavado, las habitaciones de los trabajadores y la oficina del recepcionista en el lobby tras el mostrador.

No hallaron nada, al bajar el hombre seguía preocupado, y el recepcionista igual. «¿No la hallaron?», pregunté. «No, no está — respondió el recepcionista—, no es posible que haya entrado a otras habitaciones, solo yo tengo las llaves y todas están aquí». «Ayúdame, amigo, busquémosla debe estar en algún lugar», insistió el angustiado marido. «Ok, iré a preguntarle a las chicas del servicio, y buscare dentro, espérame... quizá ellas vieron algo», respondió el recepcionista.

«¿Por qué se escondería?», le pregunté al preocupado hombre. «No lo sé, estábamos bebiendo unas copas de vino para calentarnos, no sé en qué momento me dormí, creo que bebí mucho, recuerdo que ella estaba ahí, ella colocó las copas sobre el mueble cerca de la puerta, cuando abrí los ojos en la madrugada no estaba, pensé que se había ido al baño y seguí durmiendo», explicó.

«Parece obvio, pero ¿intentó llamarla a su celular?», le pregunté. «No trajo su teléfono consigo, quería evitar que la llamen del trabajo y dijo que con el mío era suficiente», respondió. «Bueno, mantenga la calma ya aparecerá, seguro está dormida por algún lugar», no podía decirle nada más.

El recepcionista regresó y dijo que las chicas de limpieza no habían visto, nada que habían dormido toda la madrugada, el día anterior solo habían asistido a trabajar la cocinera y la mucama, pues era día de descanso de la segunda mucama y el conserje estaba con permiso por una gripe. Así que le dijo al hombre que lo acompañe a revisar el resto de habitaciones de los huéspedes. Nuevamente me dijo que me quedara ahí, no tenía problemas, seguí intentando llamar a mi novia, no entraba la llamada.

Preguntaron en todas las habitaciones y los huéspedes no habían visto nada. La mayoría habían dormido toda la noche de lo más tranquilos, sin oír nada.

Cuando las líneas regresaron algunos minutos más tarde, cerca de las 8 de la mañana, el recepcionista llamo a la policía y le informó de la desaparición de la huésped. Mientras algunos huéspedes ayudamos a abrir las puertas, pues teníamos que salir tarde o temprano y la nieve había cubierto todo y teníamos nieve hasta casi las rodillas.

Intenté llamar a casa de los padres de mi novia, pero no respondieron, las líneas aun no estaban del todo bien, tampoco respondió ella a su celular.

El hombre que buscaba a su esposa insistió en ver las cámaras de seguridad mientras abríamos las puertas, pero estas dejaron de funcionar cerca de las 12 de la noche cuando la nevada estuvo más fuerte y la luz se cortó. El recepcionista explicó que cuando se activó el generador las cámaras necesitaban encenderse manualmente, algo que no se hizo pues estaba durmiendo.

Finalmente abrimos la puerta de la recepción y pudimos salir. Ya para entonces todos sabíamos que había una persona desaparecida en el edificio. Algunos ayudaban a buscar hasta en las habitaciones cerradas. Por otro lado, las únicas dos salidas, la puerta principal y la de la cocina en la parte posterior, estaban cerradas y obstruidas por nieve, lo que hacía muy extraño que alguien pudiera salir. Las ventanas no estaban enrejadas, al menos las del segundo y tercer piso, pero estaban aseguradas con llave, puesto que en época de nevadas era mejor evitar que el viento y el hielo se cuele dentro, era una política de muchos hoteles en las zonas.

Tan pronto abrimos las puertas, el esposo de la desaparecida salió gritando: «¡Esther!», repetidas veces, su eco se oía hasta perderse tras la espesura de los bosques de pinos bañados en nieve a nuestro alrededor.

El primer lugar al que rápidamente se dirigieron el recepcionista y Sebastián, ese era el nombre del esposo de Esther, fue a la cabaña del conserje a unos cuantos metros del hotel por la parte posterior. No encontraron nada ahí, todo estaba como el viejo conserje lo había dejado la mañana anterior.

Algunos de los jóvenes del primer piso ayudaron saliendo a ver por los alrededores, ya que a todos nos parecía extraño que no esté la mujer. Yo salí a revisar mi auto y ver si podía captar alguna señal de celular, no tuve suerte. Algunos otros huéspedes también salieron como la pareja del tercer piso, por ejemplo. Dentro se quedaron la mujer que tenía un niño, evidentemente; el hombre del segundo piso, en su habitación; y la mujer sola del primer piso, quien se encontraba en el lobby y seguía mirando por la ventana, con expresión perdida. No era la primera vez que la veía ahí sola.

«¡Ayuda!», «¡Vengan!», se oyeron fuertemente unos gritos del otro lado del edificio. Todos los que estábamos ahí afuera corrimos a ver que sucedía, corrimos hacia los árboles que había alrededor de esa zona a unos 50 o 55 metros del hotel. Entonces vi aquella escena, tan fuerte y desgarradora. Los jóvenes ayudaban al hombre a escavar la nieve, habían encontrado algo. Cuando oí el grito desgarrador de Sebastián todo estaba claro. «¡¡Noooo!! ¡¡Esther, mi amor!! ¡¡Noooo!!», repetía. Los gritos de aquel hombre hicieron eco alrededor de todo el valle. Fue horrible.

Me acerque lentamente. El cuerpo de la mujer estaba ahí en la nieve, entre unos pequeños pinos, estaba muerta. La nieve la había cubierto, pero no completamente. Pero eso no fue todo, tenía un golpe en la cabeza, había sangre manchando el hielo a su alrededor y al igual que a su bata.

«No debemos mover nada», dijo uno de los jóvenes. «Tenemos que decirle a la policía que ha sido un crimen», mencionó el hombre del tercer piso al lado de su esposa, abrazándola fuertemente. Una de las chicas del primer piso que estaban ahí corrió en dirección al hotel a comunicarle al recepcionista lo que hallaron. Me acerqué a aquel desdichado sujeto, mientras sostenía en brazos el cadáver de su esposa, y le dije: «Sebastián, no la toques, si esto ha sido un crimen será mejor dejarla ahí, cubrámosla y vamos dentro», pero el hombre no quiso moverse de ahí, se quedó abrazándola durante varios minutos hasta que con ayuda del hombre del tercer piso y su esposa lo convencimos de entrar.

La policía llegó 40 minutos después, aproximadamente, el pueblo estaba algo lejos y con la nevada las carreteras eran un peligro, incluso para ellos, aun así, enviaron 2 patrullas con oficiales y peritos forenses. Acordonaron la zona del crimen y nos ordenaron permanecer dentro de nuestras habitaciones mientras revisaban la zona, tomaban muestras y esas cosas. Nos dijeron que enviarían del departamento a alguien especializado en estos casos. Cerca de las 11:30am, la policía nos reunió a todos en el lobby.

El detective a cargo de la investigación había llegado.

«¿Lo conoces?», le pregunté al recepcionista. «Es el mejor investigador que hay en esta ciudad, si alguien descubrirá lo que sucedió con la Sra. Esther, ese es el detective Sartori», me respondió.

El detective Sartori era un hombre ya mayor, parecía de unos 56 años, delgado y alto, tenía una barba de algunos días, y vestía un traje oscuro y un abrigo. Se le notaba tranquilo, como si en su viva hubiera visto estos casos miles de veces, y seguro así fue.

«Buenos días», saludó con voz áspera, «Nadie saldrá del edificio hasta hablar conmigo y resolver este caso, los forenses están trabajando y pronto recogerán el cuerpo, pero yo hare algunas observaciones y estudiare el lugar, así como también a ustedes, con quienes hablare en su momento. Como yo lo veo, y según me indican, nadie pudo salir ni entrar en el edificio durante la noche, por lo que todos ustedes son sospechosos. —Las personas ahí se sobresaltaron—. Claro, hasta que encuentre una respuesta a lo sucedido, así que, vayan a sus habitaciones e intenten quedarse ahí».

Todos éramos posibles sospechosos, era cierto.

Por la hora del asesinato y por la forma, no había posibilidad de que fuera alguien externo que se colara a media noche, la nevada lo hubiera matado, y si fuera que logró entrar, tampoco pudo salir, y si estaba dentro, seguía ahí. Era muy extraño. Me causaba mucha curiosidad. El detective, amablemente, nos dijo que permanezcamos tranquilos. Él quedó en el primer piso con Sebastián, el esposo de Esther, ahora su viudo, mejor dicho.

Cuando subí al segundo piso me crucé con el hombre solitario de la habitación a unos metros de la mía. «Vaya fin de semana», le dije. «Si, no es el que imagine», respondió. «¿Negocios?», le pregunté. «Algo así...», respondió. Se le notaba muy ansioso. «¿Te pasa algo?», le pregunte, parecía nervioso, podía ver unas gotas de sudor alrededor de su frente. «No, es solo que... estas cosas me ponen nervioso». «Como a todos», le respondí, «¿Tienes señal en tu celular? El mío esta sin señal y necesito llamar con urgencia...», le pregunté, él negó con la cabeza y respondió: «Perdí el celular hace unos días, he estado utilizando públicos desde entonces, lo siento». «No te preocupes», respondí y entre a mi habitación.

Era interesante pensar que cada persona aquí habría podido ser el asesino, pero a la vez ninguno. La noche anterior todos habíamos visto a Esther, la habíamos oído, y es verdad que su actitud no fue la mejor al enterarse de que no podríamos salir temprano, recuerdo que le grito al recepcionista y a la mujer de la primera habitación del primer piso, cuando le dijo que todos estábamos en la misma situación. Seguramente, tenía un mal carácter o estaba enfadada o simplemente tenía algo que hacer por la mañana.

Entré a mi habitación y como no tenía nada mejor que hacer, aparte de preocuparme por mi novia, me puse a pensar en quien podría ser el asesino. Me sentí como en una de esas novelas de crímenes, esperando, evidentemente, que no fueran asesinándonos uno a uno. Pensé en seguir la tesis del detective: uno de nosotros es el asesino, pero ¿quién y por qué? Realmente, nadie tenía nada en contra de ella, si bien la noche anterior alzó la voz y dijo algunas cosas ofensivas, no creo que fuera suficiente para querer asesinarla.

«Ahora tendré que quedarme aquí con toda esta gente...», le dijo a su esposo, anoche. Algo que a muchos no les pareció muy amable. «Tengo una cita muy importante por la mañana, creo que sería mejor irnos y tratar de llegar al pueblo o a la estación», continuó ella. «No, no puedo dejarlos salir —le explico el recepcionista—, es una norma aplicable en estas situaciones...». Esto la enfadó mucho. «Pues no pienso quedarme aquí... —ella miró a su esposo y siguió quejándose—. ¡Sabía que no era buena idea venir aquí!». «Señora —le dijo la huésped del primer piso, algo incomoda por los comentarios—, todos estamos en la misma situación que usted, no se sienta especial». «¿Y a ti quien te hablo? ¡No te metas en lo que no te importa!», espetó, Esther. Los huéspedes alrededor comenzaron a murmurar. Era una escena muy incómoda. «¡Oiga! ¿Qué le sucede? —respondió la mujer, evidentemente ofendida—. Yo no le falte al respeto...», reclamó. «Tranquila, mi amor, vamos arriba —le dijo su esposo cogiéndolo por los hombros—. A más tardar al medio día podemos salir. Vamos arriba ya no reniegues». «¡Voy a renegar si me da la gana! —Espetó, nuevamente, y se movió a un lado—. Tu quisiste acompañarme, yo te dije que me vieras allá», volvió la mirada a la mujer con quien discutió y le dijo: «Igualada...». Sacudió la cabeza, déspota, y se dirigió a las escaleras. Todos ahí en el lobby la miraron mal. Era algo de esperarse. ¿Pero de ahí a matarla?, lo dudo. Seguro fue una desagradable coincidencia.

Por otro lado, me encontraba estaba bastante tenso, pensando en mi Novia. Oraba por que no haya quedado atrapada en la nevada. Aunque sé también que ella odia conducir, así que posiblemente al enterarse del clima se haya quedado en el pueblo, y como dijeron los policías no abrirían los caminos hasta que sea seguro y puedan quitar la nieve. Solo podía esperar y tener fe.

Desde mi ventana podía ver las patrullas estacionadas a un lado de la carretera, al frente del edificio, eran de esas camionetas, las altas. A pocos metros del edificio, veía a algunos policías tomando notas, revisando el lugar, fotografiando. Me sentía extraño nunca había imaginado estar en una situación así.

Algunos minutos más tarde alguien toco a mi puerta.

Se trataba de la huésped que tenía niño. «¿Puedo hablar contigo?», me preguntó. Me pareció muy extraño. «Claro —le respondí—. ¿Qué sucede?». Abrí un poco más mi puerta y ella respondió: «Es que estoy muy preocupada...», me dijo. «Tranquila, señora, esto se resolverá y vera que pronto podremos irnos a nuestras casas...». «Es que hay algo más...—me dijo susurrando—: anoche me pareció oír algo en el pasillo yo estaba despierta porque mi niño está mal, y cuando me asomé a la mirilla, me pareció verla bajar por las escaleras, no supe si era ella o la otra mujer del tercer piso... Pero por la bata que traía creo que si era ella... ¿Tú no oíste nada?», me preguntó. Lo que dijo me sorprendió.

«La verdad es que no he oído nada anoche...—le dije— y eso que me dormí tarde. ¿Cómo a qué hora oyó los pasos?», le pregunté a la señora. «Me parece que era muy, muy tarde, no estoy segura, tal vez eran las 2:00am o 2:30am. Oí los pasos y me pareció extraño nada más», explicó, algo nerviosa. «Vaya, bueno, eso quiere decir que después de eso, ella...» sugerí, la mujer asintió. Continué: «¿Por qué me lo comenta a mí?», le pregunté.

«No lo sé —vaciló—, de todos aquí tu pareces de confianza— se encogió de hombros—, y pensé que habías oído algo también, y no quise ir hasta el tercero donde su esposo, no sé cómo podría reaccionar; aparte no estaba segura». «Entiendo», respondí, «¿Le preguntaste al otro huésped de este piso?», me respondió que sí, pero que le dijo que «tampoco había visto ni oído nada».

«No creo que sea algo tan revelador, pero debes contárselo al detective cuando hable contigo, eso la ubica viva cerca de esa hora», le explique a la señora. La mujer asintió y comentó: «Si me preguntan a mí, el único que me parece sospechoso es justo el huésped del cuarto 210», susurro y dirigió su mirada en dirección al mencionado cuarto. Al parecer no había sido yo el único que lo noto extraño.

«Vuelva a su habitación —le aconseje a la señora—. Haya sido quien haya sido pronto lo sabremos», la mujer asintió y regresó a su habitación. Yo me quede unos instantes en el umbral de mi puerta, pensando. Al final del pasillo del otro, contrario a las escaleras, cerca del baño compartido, había una ventana que daba afuera, desde ella se observaban el lugar donde los peritos estaban haciendo su trabajo. Me imaginaba que por algún lugar debió salir la señora Esther, pero con todas las ventanas estaban, supuestamente, aseguradas, ¿Cómo salió? Quizá no todas lo estaban, pensé.

Oí voces que venían de las escaleras, así que, regresé al interior de mi habitación tratando de no hacer ruido.

Eran los policías, pude verlos pasar a través de la mirilla de la puerta. Pude oírlos también. Hablaban acerca de las ventanas, mencionaban que no había forma de que pudieran ser abiertas sin la manija, la cual el recepcionista retiró cuando comenzó la nevada. Mencionaron que tampoco estaban forzadas, y que no habían huellas ni por dentro ni por fuera. Luego de algunos minutos escuche que había unas pequeñas gotas de sangre en el piso y parte de la pared, que por el color de los mismos era difícil de apreciar a simple vista. Eso me sorprendió.

El único que podía abrirlas y cerrarlas era el recepcionista, así que eso lo convirtió en el principal sospechoso, pero aún quedaba la incógnita: ¿Cómo es que nadie escucho algo? y ¿Cómo salió sin dejar rastros? Aparte de él recepcionista que no estaba relacionado con la mujer.

Todo indicaba que la mujer había sido perseguida y que había tratado de escapar hacia el bosque. Era muy extraño. Los policías también mencionaron que no habían encontrado, aún, el arma homicida, que tendría que estar en algún lado. «La cocinera indicó que había desaparecido un cuchillo de la cocina», explicó un policía.

Y nunca me imaginaría donde estaba.

Me dirigí al baño, pues tenía ganas desde hace mucho. Hice lo mío y cuando baje la palanquilla note algo extraño, el agua salió de un color rojiza. Me pareció rarísimo, pues no es normal. Levante y quité la tapa del tanque con mucho cuidado, pero pronto la dejé caer de golpe. ¡Quede pasmado! Ahí estaba, en el fondo del tanque, el cuchillo ensangrentado.

Retrocedí unos pasos, preso del estupor. «¿Pero qué mierda es esto?», me pregunte en silencio. La puerta de mi habitación sonó unas veces, di un sobresalto. «¡¿Todo está bien ahí?!», preguntaron desde el pasillo, era uno de los policías. Sin duda habían oído el golpe de la papa del tanque contra la taza. Me acerqué rápido a la puerta, la abrí un poco y respondí: «Si, sí... Solo me tropecé, no es nada». El policía asintió y dio pequeño vistazo al interior de mi habitación a través del poco espacio que abrí. Retrocedió unos pasos y se dirigió hacia las escaleras. Cuando estuvo lejos, me asomé al pasillo. El detective estaba se encontraba aun cerca de la ventana, cruzamos miradas. Su mirada era muy penetrante, me miró un instante y volvió a la ventana. No sé por qué en ese instante no dije lo que sucedió, total no había nada que ocultar, yo no sabía que hacia ese cuchillo ahí.

Alguien lo había colocado, pudo haber sido cualquiera y en cualquier momento. Pase mucho tiempo abajo al amanecer y recuerdo que deje mi jodida puerta abierta, pues no había nada que me pudieran robar. Exceptuando al recepcionista y a las mujeres del servicio pudo ser cualquiera del segundo o del tercer piso; incluso los del primero, si es que fue cuando estuve ayudando a abrir las puertas. Estaba muy confundido y preocupado.

¿Pero por qué a mí? ¿Por qué alguien quisiera incriminarme?

Me puse a pensar, dando vueltas en mi habitación durante algunos minutos. Consideré en varias ocasiones decirle a la policía que encontré el arma homicida, pero a la vez me daba mucho miedo. Jamás había sentido algo así, era como estar en una pesadilla. Mi celular sonó de repente. Era mi novia.

«Hola, amor...», respondí. «Hola... ¿estás bien? Fue una nevada tremenda la de anoche, menos mal no salí de Catalina —me dijo. Al menos sabía que estaba bien—. Estoy esperando que abran las carreteras». «No sabes lo mucho que me alegra saber de ti, pensé que algo pudo pasarte», le dije aliviado, por un instante me olvidé de todo. «No, estoy muy bien. No había señal. Dicen que a lo mejor en un par de horas abrirán las carreteras, he visto pasar algunos de esos enormes quita nieves. Lamento que haya comenzado así este fin de semana», lamentó. «Tranquila, créeme no es lo peor que pudo pasar...», le respondí. Pensé en contarle, pero solo se preocuparía más, así que no le dije nada.

Me dijo que me llamaría cuando esté todo listo para que salga. Cortamos, me hizo sentir tranquilo por ese lado, pero por este lado las cosas no estaban bien. Regresé a la puerta y no oí nada tras ella. Salí a observar. Habían colocado una banda de seguridad a unos pasos de la ventana, donde habían encontrado las manchas de sangre y habían marcado con tizas donde se hallaban, las manchas se encontraban; una, en el piso, justo donde se encuentran la pared y el piso, debajo de la ventana; y la otra, justo a unos centímetros bajo el alfeizar.

Me dirigí hacia las escaleras, me detuve en el rellano y me asomé. Los policías y el detective estaban arriba. La mujer con el niño abrió su puerta, se me acercó y pregunto si me encontraba bien, creo que vio mi algo pálido. «¿Puedo hablar contigo?», pregunté. Ella asintió y le dije que me siga a mi habitación. Hecho un vistazo al interior de su cuarto, su niño dormía, cerro su puerta y me siguió a mi habitación.

Cuando le mostré el cuchillo se sorprendió muchísimo: «Santo Dios...», dijo, llevando ambas manos a la cara y cubriendo su boca. «Alguien lo puso aquí. Quieren incriminarme», le explique. Estoy seguro que dudó un instante, pues, salió del baño rápidamente y no despegaba la mirada de la puerta. Finalmente despegó los labios: «¿Por qué te inculparían?», preguntó. «Eso es lo que no sé... Te lo comento porque tenía que decírselo a alguien y tu dijiste que confiabas en mi...». «Tienes que decirle a la policía... antes de que sea tarde», me aconsejó. Era muy lógico, pero eso me convertiría en sospechoso y todo se voltearía hacia mí. Quien lo hizo quería que eso pasara. «Entonces no es contra ti —comentó—, pudo haberlo puesto en la habitación de cualquiera». Ella tenía razón, no es que el asesino tenga algo contra mí, solo fue azar.

Yo no tenía historial de delitos, jamás había sido encarcelado o me había involucrado en algo que me pudiera implicar, nadie en ese edificio me conocía y yo no conocía, realmente, a nadie.

La mujer regreso a su habitación y me dijo que hay que tener cuidado, porque era evidente que el asesino si está entre nosotros y ahora se libró del arma homicida. Eso no me ayudó mucho, me puso más nervioso, aunque me hizo pensar que tal vez esto podía ser utilizado en mi favor.

«Una pregunta —le dije mientras se alejaba—, ¿tiene señal tu celular?». Negó con la cabeza y respondió: «No tengo mi celular, lo deje en casa. Utilicé el de la recepción cuando llegue.», asentí y regrese a mi habitación, ella igual.

Me puse a analizar la situación. Solo tenía que poner mucha atención a los huéspedes a partir de ahora. Revisé mi habitación por si encontraba algo más, no encontré nada, estaba limpio. Entonces, ¿cómo pasa el cuchillo de la cocina hasta las manos del asesino y de el a mi habitación?

Las empleadas de servicio, tenía que hablar con ellas; pero debía tener cuidado, porque era obvio que estaban con los ojos sobre mí, no sabía quién, pero solo podía descartar a la mujer con el niño, del segundo piso, y al viudo; luego de ellos debía cuidarme de todos.

Baje a recepción y ahí se encontraban un par de policías y el recepcionista, tras el mostrador, me le acerque. Los policías no parecieron darle importancia a mi presencia.

«Hola, ¿crees que puedas enviarme algo de comer a mi habitación?», le pregunté. El asintió y me dijo: «Sí, no hay problema. Será mejor que regreses, el detective dijo que permanecieran en sus habitaciones». «Lo sé, es solo que no he comido nada desde anoche, ya sabes. Ah, por cierto, mi novia está bien», le comenté. El asintió y sonrió. «Qué bueno, amigo —dijo—, se te veía muy preocupado. Enviare a la mucama con algo para ti». Le agradecí y regresé a mi habitación.

Luego de algunos minutos la mucama llegó a mí habitación. Tocó la puerta unas veces.

Me acerqué a la puerta y la abrí. «Adelante», le dije, «Deja la charola ahí cerca de la televisión». La joven mujer entro lentamente, no se notaba nerviosa, estaba tranquila incluso sonriente.

Dejó la charola en el mueble cerca de la televisión, sobre la cómoda, y me preguntó si deseaba algo más.

«No, nada más. Estoy bien, solo tenía algo de hambre... —le dije con una sonrisa—. Una pregunta... ¿habló contigo la policía?», pregunté con cautela. Ella meneó la cabeza y respondió: «No, aun no, solo entraron a revisar la cocina y el cuarto de lavado», explicó. «Ya veo, ya quiero que acabe todo esto, es muy raro ¿verdad?», la joven asintió. «¿Te puedo hacer otra pregunta?», le dije acercándome unos pasos. La joven me miró juiciosa, pero afirmó con la cabeza, lentamente. «¿Cierran la cocina durante la noche? —pregunté—. Es decir, dicen que la mujer fue asesinada con un cuchillo; alguien debió tomarlo en la noche».

La joven lo pensó unos segundos y luego me respondió: «Yo llevo trabajando aquí solo una semana, me encargo de la limpieza de las habitaciones, de llevar comida. La que se encarga de la cocina es la señora Amelia, supongo que la cierra...», explicó. «Ya veo, es que oí a los policías decir que falta un cuchillo de la cocina, creo que cuando lo encuentren apuntaran su atención en la cocina y todos los que tienen acceso», la joven arqueó las cejas, sorpresa, «No digas que te conté, solo trato de unir piezas. Es interesante estar envuelto en estas cosas que solo vemos en la televisión», concluí. «A mí me preocupa —respondió con el rostro desencajado—, soy nueva y tengo miedo que esto haga que pierda el trabajo. ¿Cree que cierren el hotel?», me preguntó. Me pareció interesante que con un asesino en el hotel ella se preocupara pro su trabajo. Le respondí: «No, no, nada de eso. El que lo hizo ira a prisión y eso no tiene nada que ver con el hotel...». Ella sintió, dudosa.

«Bueno, gracias —la acompañe a la puerta—. No menciones a nadie lo que te dije ¿sí?», ella afirmó con un: Mjmm. «...Y gracias por la comida, ¿puedes regresar en unos 20 minutos por las cosas?» La joven confirmó y salió de mi habitación. Ella parecía inocente. No la había visto desde que llegué o quizá no le había puesto atención. Pero me dijo algo interesante, la cocinera tendría que saber lo que sucede en su cocina. De algún modo el cuchillo salió de ahí, llego donde el asesino y de el a mi habitación; si lograba descubrir cómo, tendría al asesino.

Tenía que darme prisa, y pensar en algo, pues pronto revisarían las habitaciones, no lo habían hecho aún, así que tenía que pensar rápido. No podía dejar el cuchillo ahí, tenía que regresarlo a la cocina, la mejor opción era colocarlo en la charola y regresarlo a la cocina, seria arriesgado, pero no había otra opción.

Tomé fotos con mi celular y pase el agua totalmente, sabía que eso no serviría si utilizaban luz ultravioleta, pero al menos me daría tiempo. Ahora debía hacer que el cuchillo regrese a la cocina, pero sin que la mucama se dé cuenta que se lleva el arma homicida.

Luego de un rato la mucama regresó como le había pedido.

Le di la charola con el cuchillo bajo los platos, esperando que no se diera cuenta, fui tras ella pues tenía que asegurarme, pero cuando bajaba las escaleras un policía me detuvo ahí. «Vaya al lobby, usted y el resto de huéspedes debe esperar ahí al detective», dijo y se dirigió al segundo piso, para comunicarle al resto de huéspedes. Continúe mi camino al primer piso y me quede en el lobby.

Algunos minutos más tarde todos los huéspedes estábamos en el primer piso, incluyendo al personal del servicio y el recepcionista.

El detective Sartori bajo las escaleras y nos miró ahí a todos, creo que nos contó. Nos miró uno a uno con una clara expresión de seriedad. Finalmente hablo: «He observado el lugar, revise todas las posibilidades, ahora solo me falta observarlos y hablar con ustedes. Normalmente esta tarea se realiza bajo otras condiciones, como supondrán, pero aún estamos atrapados aquí. No tenemos los medios ni los recursos forenses adecuados, pero no es necesario si sabes hacer bien tu trabajo —afirmó—, así que les pido su colaboración. Personalmente voy a conversar con cada uno de ustedes, en sus habitaciones, pero antes los oficiales y yo entraremos a revisar sus cuartos. ¿Alguien tiene alguna objeción?», preguntó. Todos cruzaron miradas de reojo, nadie dijo nada, el detective continuó: «Correcto. Esperen aquí mientras los oficiales y yo hacemos nuestro trabajo», concluyó. El detective les hizo una señal con la mano a dos de los policías, ahí en el lobby, ellos se fueron con él por las escaleras. Habían 6 policía en el edificio, dos estaban arriba, dos se fueron con el detective y dos se quedaron con nosotros en el lobby. El detective se detuvo en el rellano y dio una última indicación: «Traten de mantenerse en silencio, irán subiendo uno a uno de acuerdo los voy llamando».

Solo nos quedaba esperar. Pude notar que la mucama y la señora de la cocina no estaban nerviosas, no habían descubierto el cuchillo, eso me dejaba más tranquilo. El cuchillo regresó a la cocina y ahora esta era mi oportunidad. Quien haya puesto el cuchillo en mi habitación, espera que me acusen a mí, por lo que se sorprendería cuando eso no suceda. Solo debía estar atento cuando el detective baje nuevamente.

El recepcionista nos dijo que podíamos comer algo, si lo deseábamos, pero solo los jóvenes del primer piso y la mujer, de la pareja, del tercer piso pidieron algo, el resto no pidió nada. Me le acerque a Sebastián, se encontraba sentado en un extremo del mueble del lobby, estaba muy afectado. «Deberías comer algo...», le sugerí, «Quien sabe hasta qué hora estaremos aquí». Negó con la cabeza y respondió: «No, no tengo hambre. Solo quiero que descubran que es lo que paso aquí». «Lo harán, ya veras, lo harán, confía en la policía...», le dije.

Le di unas palmadas en el hombro, realmente me sentía muy mal por aquel tipo. Me imaginaba en la misma situación, creo que me volvería loco. Prefería no pensarlo.

«No se suponía que viniéramos a este lugar... ¿sabes?», me comentó. «¿Por qué?», le pregunté. «Yo arruine la sorpresa..., ella iba a venir sola a ver una casa en el pueblo, una casa que queríamos comprar hace mucho, desde enero, la dueña accedió a reunirse. Ella me dijo que iría a una reunión a la capital, cuando le dije que podía acompañarla se negó, le insistí tanto que al final me dijo la verdad: que no iría a la capital sino prádala, que sería una sorpresa, si compraba la casa. Al final me dijo que viniera con ella, aunque se nos hizo tarde». «Ya veo, que lastima...», comenté. «Habíamos planeado mudarnos una vez realizada la compra, pediría su traslado a una clínica por aquí, mi trabajo iba a ser un inconveniente, pero iba a dejarlo todo por ella», sus ojos se llenaron de lágrimas. Pensé en preguntar en que trabajaba Esther, pero no lo hice. Pensé que, como mi novia, sería una enfermera o quizá doctora, «Ella... quería formar una familia aquí —continuó—. Ahora todo se fue la mierda... —me miró a los ojos—. Te juro que cuando encuentren a ese asesino, hare todo lo posible para que se ¡pudra en la cárcel!», dijo con rabia, con dolor en las palabras. «Sé que así será...», le dije, nuevamente le di unas palmadas sobre el hombro y me aleje pensé que querría estar solo, en lo posible.

Me acerque a donde estaba la mujer con el niño en brazos, se encontraba en un pequeño mueble en un rincón, cerca de unas plantas, el pequeño continuaba dormido.

«¿Esta bien?», le pregunté. «Si, es solo que está muy cansado, no durmió bien anoche y ha estado un poco enfermo...», me explicó. «Pobrecito, este clima lo debe estar empeorando, ¿y su papa?», pregunté. La mujer sonrió y respondió: «estábamos yendo a verlo, en catalina, vengo de Surito, al norte...». «No tienes acento norteño», le dije sonriendo, conozco el acento de Surito, es muy marcado. «Si me lo han dicho, es que no paso mucho tiempo allá, solo fuimos a ver a mis padres, ahí pescó un resfrió». Me hizo un gesto con la mirada, para que me acercara a ella. Me senté sobre el brazo del sillón y me incliné hacia ella, me preguntó susurrando: «¿Qué pasara ahora?», hizo un gesto con las cejas, apuntando hacia arriba, entendí qué se refería al cuchillo. «Ya veremos... ya veremos», le sonreí.

los policías bajaban y subían, se oían pasos en la parte superior, de aquí allá, de allá para acá, las puertas sonaban; uno de los peritos entró al edificio, seguro fue a tomar las muestras de sangre, salió a los pocos minutos; un par de oficiales se dirigieron a la oficina de recepción, estuvieron ahí unos minutos; luego fueron a la cocina, ahí estuvieron un buen rato, eso me puso muy nervioso; finalmente salieron y subieron. Yo no pude evitar sudan frio. Quien también se veía nervioso era el hombre solitario del segundo piso. Algo ocultaba, casi podía estar seguro de eso, pero ¿qué? Podría ser cualquier cosa: drogas, armas, dinero robado, etc. ¿El seria el asesino? ¿Por qué estaba tan nervioso?

De todas las personas ahí en el lobby, él era el que más me llamaba la atención. La pareja frente a mí, sentados juntos, se veían muy confiados, incluso parecían estar en otras, como si no les interesara nada; seguramente estaban de vacaciones o simplemente tratando de arreglar su matrimonio, que se yo. No se habían separado, ella con la cabeza sobre el hombro de él y parecía que le estaba contando algo, el movía los labios. ¿Podrían ellos haber cometido el crimen? ¿Cómo? ¿Acaso ellos eran un par de psicópatas?

Quizá esos jóvenes universitarios en el rincón, quizá son unos psicópatas o alguno de ellos al menos.; a las chicas se les ve algo tontas, ¿quién podría estar maquillándose en este momento? ¿no sienten empatía por el hombre a unos metros llorando? Pero, por otro lado, ¿quién los culpa? No es su problema, ellos solo vinieron a pasarla bien; ¿Qué tal los muchachos?, quizá uno de ellos. Uno parece más tenso que el otro; esta serio, mirando al vacío, como pensando ¿Cómo saldré de aquí? O tratando de resolver el crimen; el otro, revisando su celular, no ha despegado la mirada del aparato, quizá quiere comunicarse a casa o a con su novia, quizá solo está jugando.

La mujer del primer piso, la mujer solitaria, ella se había mantenido en perfil bajo, casi no salió de su habitación, incluso mientras estábamos aquí ella parece distanciada, parada cerca a la ventana al lado de la puerta, al igual que el sujeto solitario, pero ella parece triste, más que sospechosa. ¿Pudo ella ser la asesina? ¿Por qué lo haría? Quizá le tenía un odio escondido a Esther por algún amor del pasado; quizá aprovecho la coincidencia para ir hasta su habitación, la saco con algún engaño y ya ahí la acuchillo, se las arregló para sacarla por la ventana del segundo piso, la arrojó y esta calló rompiéndose la cabeza, trató de huir en su confusión y cayó desmayada entre los árboles.

En ese instante me di cuenta de algo, ¿y si fue un trabajo en conjunto? En muchas novelas el asesino tiene colaboradores, eso facilita las cosas. ¿Pero cuál sería el móvil? Supuestamente, recalco, supuestamente, aquí todos somos desconocidos, a excepción de las parejas y los jóvenes, obviamente el niño no cuenta. ¿Podría ser? A ver... La mujer de la cocina le facilita el cuchillo a alguien, pudo también tomar la llave de las ventanas, la mujer baja, ¿o la hacen bajar?, su esposo estaba bebiendo, él lo dijo poco antes de que comenzara la discusión en el lobby, en la noche del asesinato: «Vamos arriba amor, el vino se calentará, no dejes que esto nos malogre el viaje», todos lo oímos. Entonces una vez abajo, seria cosa de sujetarla, abrir la ventana, sacarla, atacarla y regresar. ¿Pero por qué? Eso es lo que quería averiguar.

¿Pude ser yo?, me pregunto. Quizá estoy loco y no lo recuerdo. Quizá olvidé mis pastillas en el auto y ya no pude salir en la noche a por ellas, quizá las deje en mi apartamento y estoy alucinando que estoy de viaje y que mi novia vendrá a por mí. Nadie aquí me conoce, pude inventarme toda la historia. Quizá si maté a aquella mujer, quizá la vi en la noche. Piénsalo, me dije en silencio, el cuchillo estaba en mi habitación y lo he regresado a la cocina, me limpie por ahora y estoy tratando en encontrar a un culpable... interesante.

Que tal alucinada me estaba dando. Igual y no había mucho que hacer ahí abajo.

«¿Por qué sonríes?», me pregunta la mujer con el niño, seguía sentado al lado de ella. «No es nada —respondí—. Estaba recordando unas cosas».

Ya de regreso a la realidad, pues cualquiera pudo ser, ¿pero ¿quién y por qué? ¿Quiénes son estas personas? ¿Quién soy yo para el que coloco el cuchillo ahí? No lo sabe. Solo soy un simple graduado de administración que trabaja hace 1 año en una pequeña empresa en Catalina, me especializo en gestión de riesgos económicos. No es un puesto grande, pero pagan bien. ¿Por qué perjudicarme?

Podría sacar muchas conclusiones, pero la verdad es que la respuesta siempre es la misma: ¿cuál es el motivo? Me preguntaba si el detective ya tendrá sus cartas listas. Su seguridad me indicaba que era cuestión de tiempo para que alguien caiga, el problema era que el asesino o los asesinos estaban, también, moviendo sus cartas y yo estaba en medio por alguna razón.

Una oficial bajó varios minutos después, llamó a los huéspedes de la habitación 315, la pareja sentada frente a mí. «El detective hablara con ustedes ahora, suban a su habitación por favor. El resto permanezca tranquilo», dijo con seriedad. Cuando la pareja subió, me acerqué Sebastián. «A ti ya te interrogó, ¿verdad?», le pregunté en voz baja. «Así es, me pregunto sobre mi relación con ella, sobre... lo que hacíamos aquí, si conocíamos a alguien..., nuestros trabajos, enemigos..., cosas así, ni recuerdo bien lo que dije...». «Te entiendo, descuida, seguro anotó todo...», comenté. El asintió y me dijo: «Si, mencionó algo de corroborar la información después». «Muy bien», respondí.

Tenía que aprovechar cualquier pequeña oportunidad para saber más de los huéspedes, así darme una idea y aprovechar los minutos que hablare con el detective. Me acerque al hombre solitario, parado cerca de la puerta, parecía estar mirando a la carretera, frente al hotel.

«Tal parece que estaremos aquí un buen rato, ¿verdad? la nieve no parece derretirse», le comenté. Volteo a verme, seguía con aquella expresión de preocupación. «Si, es una lástima», respondió sin más y regresando la vista a la calle. «¿A qué te dedicas amigo?», le pregunté. Me miró nuevamente, solo un instante. «Soy vendedor de seguros en "Presto" —Una empresa de seguros de la ciudad—...», respondo y se rebullo en su lugar. «Ya veo, ¿estás en viaje de negocio por la zona?», pregunte. «¿Por qué tantas preguntas?», volvió la vista a mí, con el ceño fruncido. «Nada, nada..., solo hago tiempo, estoy algo ansioso por todo esto», me encogí de hombros. «Yo igual, y responder preguntas no ayuda. Solo quiero largarme de aquí», regresó la vista a la calle. «Igual yo, amigo», comenté y retrocedí unos pasos. Me dirigí donde el recepcionista, él se encontraba tras el mostrador, recostado sobre sus codos y con los dedos cruzados, se le veía pensativo.

«¿Estas bien?», me preguntó. «Si, bueno... tan bien como puedes estar en una situación así, míranos... rodeados de policías, un cuerpo en la nieve...», me encogí de hombros. «Ese sujeto el que está en la puerta... —Se me acercó y susurró— ¿Tú también piensas que él es el asesino?», me preguntó. Sonreí y respondí, también vos baja: «No lo sé, amigo... podría ser cualquiera, incluso tu...—Le guiñe el ojo—. Tu tenías las llaves para salir», frunció el ceño, y ladeó ligeramente la cabeza, sorprendido. «Yo no conocía a la mujer ¿Cómo lograría que vaya conmigo afuera? —preguntó sonriendo—, no soy tan atractivo...».

Sonreí y continúe: «Incluso he pensado que pude ser yo», le dije con sarcasmo. El recepcionista sonrió y comentó: «Esto es un embrollo, pero si me lo preguntas: acusaría a ese sujeto sin pensarlo. Es muy extraño». El tipo solitario seguía de espaldas mirando por la ventana. «Creo que tiene problemas..., no habla mucho, además ¿cómo abriría las ventanas o las puertas sin la llave?», le pregunté. «Buen..., quizá..., hmmmm... podría haber... ¡Ah! pudo haber robado la llave mientras yo dormía —sugirió, pronto se desdijo—. No, no..., tendría que abrir la caja, la cual estaba cerrada con llave... Podría haber..., no, hmmmm..., tampoco...», bufó y paso sus manos por su rostro.

«Vez, no es tan fácil, hasta no entender como pudo salir la mujer sin ruido, sin romper la ventana...», me interrumpió. Sacudiendo su índice me dijo: «Se perdió una de las manijas hace algunos meses, todas son iguales, sirven para abrir las 3 ventanas, quizá él —señala con la cabeza en dirección al huésped solitario— la encontró». Entonces eso me dio una pista. «¿Cómo que se perdió una de las manijas de las ventanas? explícame» le dije. El continuó: «Si, hace como 3 meses hubo una nevada igual que la de anoche y no encontré una de las 3 manijas. Tengo que cerrar las 3 ventanas con la misma manija y luego retirarla», me explicó, «quizá el sujeto ese la encontró, aunque nunca lo había visto antes», me dijo. Entonces pensé que eso confirmaría la teoría que no estaba trabajando solo, ¿pero con quién estaría trabajando? ¿La cocinera podría ser...?, la joven no, era nueva, aunque pudo haber tomado la llave y así dársela al criminal y que así pudiera perpetrar el crimen, ¿pero a quién y por qué?

«Por cierto, ¿qué paso con la mucama anterior?», le pregunté al recepcionista, «La joven me dijo que era nueva», señale con la mucama, cerca al pasillo que lleva a la cocina. «Pues renuncio, creo que su hija enfermó, y tenía que cuidarla. La verdad es que aquí no le pagaban muy bien», respondió. «Entiendo, fue por motivos de salud», eso descartaba a la ex mucama, a menos que esté relacionada con alguno de los huéspedes y le haya dado la desaparecida manija de la ventana

«¡Oiga!», me dijo uno de los policías cerca de las escaleras, «Regrese a su lugar por favor, deje de estar paseándose», asentí. «Si, disculpé, oficial, estaba preguntándole algo al recepcionista —respondí alejándome del mostrador—. Hablamos después», le dije al recepcionista y regresé a mi lugar, Todos los huéspedes me estaban viendo.

Regrese a sentarme al lado de la mujer con el niño en brazos.

«¿Qué haces? —susurro ella—. ¿Intentas parecer sospechoso?», me preguntó. «No, no es eso, por supuesto que no. Solo trato de unir algunas piezas...». Ella meneó la cabeza lentamente, desaprobando mis acciones. «Los policías están observándote, desde hace mucho...los he estado viendo», me informó. «Si, ya me di cuenta... Es solo que estoy tratando de comprender que pasó aquí..., ya sabes».

Poco a poco fueron llamando a más personas, luego de la pareja del tercer piso, llamaron al hombre solitario cerca de mi habitación, habrán hablado unos 15 o 20 minutos, luego me llamaron a mí. Estaban llamando en orden descendente. Respiré hondo y me dirigí a mi habitación. Por fin hablaría con el detective Sartori.

Ya en el segundo piso, frente a mi habitación, el policía me dijo: «¿Necesitas ir al baño también tú? Podría tardar un poco la entrevista», el oficial señalando al baño al final del pasillo, antes de la ventana y de la cinta de seguridad. No me pareció mala idea, quería lavarme las manos. Le dije al policía que, si quería ir, me escoltó hasta la puerta. Me dirigí al urinal, al fondo, y luego al lavabo, me lavé las manos. El dispensador de papel estaba al lado de la puerta, me acerqué y cogí un poco de papel y regarse al lavabo, frente al espejo. Entonces algo llamo mi atención.

Vi por el reflejo del espejo, que uno de los inodoros tenía una mancha de pisada. Me llamo la atención. Me volví y me acerqué al cubículo, la puerta estaba abierta. Efectivamente, era una mancha de pisada, como si alguien se hubiera apoyado tratando de alcanzar algo o de ocultar algo. Estos retretes eran de los antiguos, aquellos que tenían el tanque en la parte superior, así que me subí al inodoro, con cuidado, y traté de alzar la tapa del tanque; pero estaba muy arriba, no lograría ver. Así que tome mi celular y trate de tomar una foto, con un poco de esfuerzo y cuidado, lo logré.

Efectivamente había algo ahí dentro.

Limpié la huella que dejé y salí del baño. «disculpe, oficial, ¿quién entro al servicio antes que yo? No ha tirado de la cadena, ¡asco!», le dije al oficial. Éste levantó una ceja y luego sonrió. «El señor de la otra habitación», me dijo. El hombre solitario. «Ya veo, bueno... algunos no tienen modales», me encogí de hombros y me dirigí al interior de mi habitación.

El detective Sartori me recibió al interior de mi habitación, seguía con aquella expresión seria en la mirada y traía en sus manos una pequeña grabadora. Me invitó a sentarme en el sofá que había cerca a la mesa de noche, al lado de la cama. «¿Le molesta si grabo todo lo que conversemos?», me preguntó. Le dije que no había problema con eso y tomé asiento. «Como sabrá —comenzó—, corroboraremos posteriormente todos sus datos en la central, no se ponga nervioso y trate de responder la verdad», me explicó el detective, yo asentí en todo momento.

Colocó la grabadora sobre la meza de noche «sábado 12 de setiembre del 2012, diga su nombre completo, número de documento de identificación nacional, su edad y su dirección, por favor», me dijo. Carraspeé y respondí: «Manuel Rodríguez Aguilar, mi número de identidad es: 5678912, tengo 28 años y vivo en el 234 de la calle Santa Clara, en el distrito de Idegrado, en la ciudad Catalina Central».

El detective se sentó en la orilla de mi cama, a unos metros frente a mí. Durante un instante no dijo una palabra, solo me miraba. Observaba mis movimientos, mi conducta no verbal, me estudiaba, por un instante pensé que esperaba que dijera algo, pero no. Increíblemente no me ponía nervioso, al menos no del todo. Sabía que era inocente, así que debía aprovechar, también, esta oportunidad. No podía dejar que me ganen los nervios o que me intimide, sabía que el detective, ya a estas alturas, tendría al menos 2 sospechosos clave, debía saber si yo era uno. El oficial, que se había quedado en el umbral, salió a la señal del detective y cerró la puerta.

«¿Conocías a Esther?», me preguntó con seriedad. Negué con la cabeza y respondí: «La vi ayer por primera vez en mi vida, a ella y a su esposo, y al resto de personas en el hotel», dije con seguridad. «La mujer fue asesinada entre las 2:30 y las 3:30 de la madrugada, la apuñalaron a la altura del abdomen, con un cuchillo que desapareció de la cocina, tenía un fuerte golpe en la parte trasera de la cabeza, no puedo asegurar si la arrastraron o si ella avanzó sola y cayo por las heridas. Al parecer movieron el cuerpo, se encontraron manchas de sangre en este piso, un análisis dirá si era de ella», me explicó.

«¿Qué estabas haciendo a esas horas?», me preguntó. «Estuve aquí, durmiendo. Me dormí cerca de las 2:00am, más o menos», le respondí alto y claro. «¿A qué se dedica señor Rodríguez?», preguntó. «Pues soy gestor de riesgo empresariales, trabajo en la empresa COFARCO, en la ciudad», le dije. El detective asintió y continuó: «Ya veo, entonces es usted muy observador y analítico...», comentó. Eso era verdad, en mi trabajo debía siempre pensar en lo peor que podría pasar y en lo mejor que podría obtener. Tenía que encontrar un punto medio donde partir. Le respondí: «Así es, detective y creo que soy bueno en mi trabajo». «¿Qué lo trajo a este lugar? Está un poco lejos de la ciudad, ¿verdad? ¿Negocios o placer?». «Algo de los dos —sonreí—, cumplo un año de relación con mi novia, hoy conocería a sus padres, así que tendría que negociar y pues... siempre es un placer estar con mi novia —No le causó gracia mi intento de chiste—. Ella vendría a verme aquí y partiríamos juntos», concluí. «Ya veo, asumo que la nevada complico su encuentro y la visita a sus suegros», comentó el detective. Yo asentí.

Me preguntó sobre mi relación con mi pareja, los datos de ella incluso, acerca de su trabajo y algunas cosas generales. Le dije que nos llevábamos muy bien y respondí a todo lo demás. También preguntó si tenía historial de delitos o alguna multa, le dije la verdad, nunca había roto alguna regla en mi vida; me preguntó si tomaba medicamentos, a lo cual respondí negativamente.

«Hay algo que nos llamó la atención, señor Rodríguez —mencionó el detective—: algunos huéspedes, y algunos oficiales, mencionaron que lo han visto muy inquieto. Moviéndose de aquí para allá. ¿Algo lo está molestando, aparte de la situación actual?». No esperaba esa pregunta, no pude evitar ponerme algo tenso. Debía actuar rápido, creíble, asentí y le dije: «Si, la verdad es que me siento algo incómodo cuando todo está cerrado, ya sabe, no es claustrofobia, pero si estoy acostumbrado a moverme libremente. Es eso y pues, me gusta conversar», expliqué. «Ya conocerá un poco más a algunos de los huéspedes, es de suponer», sugirió. Me encogí de hombros y le dije: «Si, pero solo cosas superficiales, he podido hablar con algunos, como entenderá, es difícil verse en una situación así y hacer algunos comentarios». «Lo entiendo, muchas gracias, señor Rodríguez — me dijo y se puso de pie. Se acercó a la grabadora y la apagó—. ¿Puedo hacerle una última pregunta?», dijo mirándome a los ojos. Asentí, aunque me pareció extraño. «Le hice esta pregunta a todos los que ya pude entrevistar. ¿Quién de todos en el edificio le parece que pudo haber sido el asesino o los asesinos?», me preguntó.

Cuando escuché esa pregunta, me di cuenta de que el detective también había pensado en que podría haber más de un implicado en el crimen. Era mi oportunidad. «Pues... es difícil lanzarse a decir quién es el asesino, o los asesinos, sería un riesgo que no tomaría; pero si puedo decir lo que me faltaría para poder decidir: faltaría un motivo fuerte por el cual la señora Esther sea asesinada. Faltaría encontrar la forma en que logro salir estando herida, también necesitaría saber si el asesinato fue el objetivo o una causa. Hay muchas razones por las cuales alguien es asesinado», le respondí. El detective levanto las cejas y asintió lentamente unas veces. Con ese gesto me dio a entender que él estaba pensando lo mismo que yo. Aun no tenía en mente a un culpable, «Teniendo todas esas cosas —continúe— sería más fácil decidir. Yo creo que el asesino sigue aquí, pero me inclino más a que no actuó solo —Me puse de pie—. Sería poco probable, pero seguro eso usted ya lo ha pensado». El detective no asintió ni negó, solo respondió: «Manténgase aquí en su habitación, señor Rodríguez. Seguiremos investigando», hizo una leve reverencia con la cabeza y salió de mi habitación. Cerró la puerta tras él.

Me dirigí a la puerta y pegué el oído a la puerta para oír si decían algo: «Llama a la mujer de la habitación 201», le dijo el detective al policía, ambos se fueron en dirección a las escaleras, al final del pasillo, donde estaba la habitación de la mujer. Cogí mi celular y busqué la fotografía que había tomado. Era la fotografía de una pistola. Había una pistola en el fondo del tanque.

¿Qué tan probable era que el hombre solitario, a unos metros de mi habitación, la haya colocado ahí? ¿Por qué tendría un arma? ¿Por qué ocultarla? Temía que lo auscultaran, posiblemente. Pero la mujer no fue asesinada de un disparo, sino acuchillada y posiblemente en el segundo piso. Entonces me puse a pensar.

¿Por qué no gritaría la victima? ¿Por qué no pedir ayuda? ¿Y si la amenazaron? Me preguntaba. Con un arma en la cabeza te la piensas si gritas o no. Salí un instante al pasillo. ¿Pudo pasar todo aquí mismo? Solo estábamos la señora y yo, ella estaba despierta. y dijo que la vio aquí. Quizá su marido no se emborracho por sí solo. ¿Podría ser que este solitario hombre y Esther...?

Quizá eran amantes. Quizá Esther no quería que su esposo viniera con ella justo porque su plan era encontrarse con su amante aquí y dar rienda suelta a sus bajos instintos. Tal vez el amante no soporto la presencia del Sebastián y le reclamo, discutieron en su habitación, ella no aguanto más los celos de su amante, este la amenazó con decirle a su marido que eran amantes desde hace mucho, ella salió de la habitación presurosa, la mujer con el niño la ve en el pasillo. El amante está como loco, se coloca unos guantes, coge su arma dispuesto a matarla. Ella sabe que no puede arruinar su matrimonio, su reputación. Entonces va a la cocina coge el cuchillo y regresa. La mujer del 201 ya no la ve subir, pues sube en silencio, entra con engaños y ya dentro discuten nuevamente. Ella no sabe que él tiene un arma e intenta amenazarlo con el cuchillo, él se defiende y saca el arma, Esther se asusta, él está como loco, pero a ella no le importa e intenta acuchillarlo. Forcejean el con el arma, ella con el cuchillo, todo en silencio sabiendo que no debían llamar la atención. Un mal movimiento y este la acuchilla, ella intenta pedir ayuda, pero el hombre misterioso la golpea en la cabeza con la cacha del arma y ella se desmaya....

Si, tiene sentido, pero ¿cómo la saco? La sangre en el piso puede limpiarse, pero... la ventana estaba cerrada y no hay huellas, porque nos hubieran tomado las nuestras, solo las gotas de sangre.

Regresé a mi cama y me senté a pensar y tenía que hacerlo rápido. Mi celular vibró, era mi novia: «Hola, amor, ¿Cómo estás?», me preguntó. «Entretenido... ¿y tú dónde estás?», respondí. Aún estaba en el hospital, ella trabajaba en el HCC (Hospital central de catalina), era enfermera. Me dijo que no era seguro salir aun, que posiblemente en unas horas más. «Si, entiendo, es mejor que te quedes segura allá». «He intentado llamarte varias veces, Manuel, pero las líneas están inestables aun por la nevada», me indicó. Le dije que no se preocupara, que no iría a ningún lado y que no salga hasta estar segura.

Di algunas vueltas en mi habitación y me di cuenta de que si quería ayudar a encontrar a los culpables tendría que arriesgarme un poco más, así que me asome al pasillo. El policía estaba ahí, fuera de la habitación de la mujer con el niño, vigilaba. No podía salir de mi habitación, pero tenía que hacerme con el arma.

Regrese y espere a que bajaran los detectives, debía hablar con Cinthia, la mujer con el niño enfermo, así que eso hice. Esperé a que el detective y el policía bajaran al primer piso. En silencio me dirigí a su habitación. Le toque unas veces y abrió, me dejó entrar.

«¿Qué pasa?», me preguntó.

«Encontré un arma...», le dije, se sorprendió mucho. «¿Cómo que un arma? ¿Dónde? ¿En tu habitación?», me preguntó. «No, no— le dije. Mientras habla con ella miraba por la mirilla hacia el pasillo —, en el baño del fondo, en uno de los tanques de un inodoro. Estoy seguro que el hombre misterioso de este piso la escondió ahí. Él estaba armado, por eso estaba tan nervioso en el lobby. Creo que pudo ser un crimen pasional», concluí. «¿Un crimen pasional? Eso quiere decir que él y Esther... Pero ¿cómo?», pregunto confundida. «Eso es lo que quiero averiguar», le respondí. El niño estaba sobre la cama, se rebullía bajo una pequeña colcha gruesa, al parecer estaba despertándose. «Creo que ya se siente mejor...», le dije a Cinthia señalándole al niño. Ella giró a verlo y rápidamente se acercó a su niño. «Si, por fin, le toca su medicamento...», comentó y se dirigió al baño, a un rincón de la habitación, «Míralo unos segundos», me pidió. Asentí y me acerqué a la cama.

La habitación era casi del mismo tamaño que la mía, tenía una cama grande a un lado, unos cuantos muebles alrededor, una meza pequeña con unas sillas en un rincón, un cuarto de baño, una televisión, mesa de noche y los mismos cuadros que en mi cuarto. El niño abrió los ojos y me miró, sobó sus ojos y pareció buscar a su madre alrededor. Le dije: «Hola... ¿Cómo estás? Tranquilo...», se incorporó y comenzó a quejarse: «Mi mami... ¿Dónde está mi mami?», preguntaba. «Ya aviene, ha ido por tu medicina, está en el baño...», señalé. «Mi mamá Claudia, mi mami... quiero ir con mi mami...», repetía. Pero algo llamó mi atención, dijo: «Claudia». Hasta donde sabia, pensé que su mama se llamaba Cinthia.

La mujer se acercó y le colocó una pastilla en su boca al niño y se la hizo tragar con un poco de agua tibia del grifo.

«¿Quién es Claudia?», le pregunte. «Claudia es mi mama, él es muy pegado a ella, yo trabajo mucho», me explicó. «Entiendo, yo también me crie con mi abuela», le dije, pero algo me pareció extraño. El niño seguía balbuceando: «No..., mi mami. Quiero ir con mi mami... ¿Dónde está?». Le pregunte si me prestaba el baño, quería beber algo de agua. Ella asintió, estaba más ocupada con el niño. Algo no dejaba de parecerme extraño, así que abrí el grifo y con mucho el botiquín que estaba sobre éste, tras el espejo. Cuidando de que no me viera, eché un vistazo. Había varios medicamentos, saque mi celular y tome algunas fotos.

Al salir el niño había tomado su medicina, y la mujer lo estaba arrullando en sus brazos. «Siempre se pone así...», me dijo sonriendo. «¿Qué es lo que tiene? gripe», pregunte. Ella asintió: «Si, como te dije no está acostumbrado a este clima», explicó.

Regresé a la puerta y seguí observando por la cerradura, pude ver como un policía daba una ronda por el pasillo, luego se regresaba por las escaleras y se dirigía al tercer piso. «Tengo que hacerme con esa arma...», le dije a la mujer. «¿Por qué harías eso?», preguntó susurrando. «Pues así no tendrá idea de quien la tomo, si la policía o algún huésped. Se confundirá y comenzará a cometer errores». Ella asintió. «Eso es muy... inteligente», me dijo.

«¿Qué te dijo el detective?», le pregunte a la mujer, mientras esperaba a que el oficial se dirigiera el tercer piso. Ella se encogió de hombros y me dijo: «Pues me pregunto que había hecho anoche, si escuché algo. Le dije la verdad, le dije que no había oído nada...». Me sorprendió oír que dijera eso. «¿No le dijiste que oíste pasos y la viste bajar al primer piso?», le pregunté. Meneó la cabeza y respondió: «Pues eso me haría ver sospechosa. Me asuste. Además, lo que le haya pasado fue mucho después de eso, si salió de alguna forma debió haber sido en el primer piso», mencionó. Algo de razón tenía. «La verdad es que pudo haber salido por cualquiera de los 3 pisos —le explique—, pero es más probable que haya sido por la ventana de este piso o por la del tercero. Son las únicas ventanas que dan a la calle que no tienen rejas y la nieve amortiguaría su caída lo suficiente. Nadie oiría nada por la nevada; además vi unas tuberías a un lado de las ventanas, por fuera. Podría alguien subir por ahí con facilidad», teoricé. Ella me miraba atenta y curiosa. Comentó: «Vaya... entonces piensas que el asesino la amenazo con el arma para que se lanzara, luego se lanzó el, la persiguió, la apuñalo y regresó aquí por esos tubos». Asentí y proseguí: «Exacto, no le disparo por que el ruido de un disparo si podría oírse desde fuera».

Él guardia finalmente se dirigió al tercer piso.

«Aún queda comprender como es que Esther obtuvo el cuchillo, Cinthia. Asumo que se escabullo a la cocina por la noche», dije rascando mi barbilla. «¿Y cómo abrieron y cerraron la ventana sin la llave?», me preguntó, juiciosa. «Pues eso es lo que me falta averiguar... Si logro descubrir eso y la relación con la victima creo que podría hablar con el detective». Solo me faltaba resolver esas dos incógnitas. Pero era algo muy complicado. «Voy por el arma —le dije—. Cuida al pequeño, abrígalo más, está helando». Le dije y salí de su habitación.

Con cuidado cruce el pasillo y entré al baño del fondo. Me dirigí al cubículo de en medio y me dispuse a tomar el arma, solo tenía que ingeniármelas, estaba alto.

Ni bien puse un pie sobre el inodoro, la puerta se abrió de pronto, rápidamente bajé el pie de la orilla de la taza.

Se trataba del huésped del 210, el hombre solitario.

«Hola...», le dije algo nervioso. Me cogió de sorpresa, «¿Tampoco funciona tu inodoro?», pregunté y me dispuse a orinar. Él se quedó unos segundos ahí parado, no podía verlo, pero no lo escuché caminar, me angustié. «No—dijo finalmente—, no hay agua en el grifo». Se dirigió a los lavabos, abrió el grifo de agua tibia y comenzó a lavar las manos.

Termine de orinar y jale la cadena, el agua comenzó a fluir y me dirigí al lavabo, él se apartó unos pasos, dándome espacio. Le pregunté: «¿Qué tal con el detective?». Me miró de lado y respondió: «Pues bien, creo. Nunca antes me habían interrogado. Me puse algo nervioso». Me extrañó que me dijera eso. «Pues... es normal también me puse nervioso —le dije—, es una situación poco usual. ¿Te preguntó quién pensabas que pudo haberlo hecho?», le pregunté.

«Si, me pregunto eso también, pero no le respondí. Sería muy extraño ¿no crees? Pretender que cualquiera puede hacer su trabajo», se encogió de hombros. Era una respuesta muy diplomática. «Ya veo...», le dije cogiendo papel para secarme las manos, lo hice muy lentamente, continué: «¿Entonces no tienes en mente a nadie que te parezca sospechoso? Conmigo puedes ser sincero. Yo pienso, por ejemplo, que fue la cocinera —le dije sonriendo—. Eso le dije al detective». El hombre entre cerro los ojos, él no pensaba que pudo haber sido ella, supuse. Me miró como escudriñándome y dijo: «No lo sé, tú te ves muy sospechoso», fue directo, no dibujo gesto alguno. No pude evitar arquear las cejas por la sorpresa y dibujar una mueca.

«¿Yo? ¿En serio?», respondí. Él asintió lentamente y me dijo: «Si me preguntas, pues... eres muy extraño. Te he visto observándonos a todos, tratando de hablar con todos. De aquí para allá. Eres el único en todo el edificio que llama la atención—resaltó—. Y, por si fuera poco, entro y te veo ocultando algo en ese tanque de agua...», señaló con la cabeza. «¡Espera!, ¡¿que!?», dije sorprendido. No podía creer lo que oía. «Yo no estaba ocultando nada ahí...», respondí. «Es lo que me pareció ver cuándo entre —arguyó—. Además, te pusiste nervioso». Este sujeto comenzaba a preocuparme. O era muy listo o yo muy tonto y me había puesto, yo mismo, en esa situación.

«Tú me preguntaste... yo te respondo...», concluyó. «Entonces piensas que yo asesine a la huésped del tercer piso y que oculte algo aquí», señale el tanque con la cabeza. El hombre asintió con seguridad. «¿Que estabas haciendo ahí cuando entre?», me preguntó con la vista en el tanque. Dibujé una sonrisa y le dije: «Es gracioso, ¿sabes? Porque cualquiera que haya entrado aquí pudo poner algo donde sea y tu entraste al baño antes que te interrogaran —El hombre entorno los ojos, con duda—. Si hubiera algo ahí —señale con el dedo al tanque— lo pudiste haber colocado tu», una gota fría de sudor callo por mi rostro. El hombre asintió y respondió rápidamente: «Yo fui al baño, sí, pero no cerré la puerta. El policía estuvo parado ahí en todo momento...», señaló y continuó, «tú estabas aquí solo cuando yo entre. Si llamamos a un oficial ¿Qué encontraría ahí? ¿Quién se vería más culpable? No creo que sea el único que piense que eres muy extraño, haciendo preguntas por ahí jugando al detective». En ese momento me di cuenta que el maldito sujeto tenía razón. «Si, creo que debería dejar de ser tan sociable —le dije—, es solo que me pone nervioso esta situación y cuando me pongo nervioso me gusta hablar, y no es que me guste jugar al detective. Es solo que cuando algo me parece extraño, pues llama mi atención», le sonreí y me dirigí a la salida, disponiéndome a salir del baño. Estaba algo incómodo. Por un segundo me sentí atrapado.

«¿Entonces —comentó detrás de mí— le digo al oficial que revise?». Me quede en silencio un instante. Volví la vista sobre mi hombro y le respondí: «Claro, ¿Por qué no? Sería interesante ver que encuentran...», le sonreí y salí al pasillo. Rápidamente me dirigí a mi habitación. Una vez ahí me quede paralizado tras la puerta. No tenía la más puta idea de que había sido todo eso. Simplemente me quedé ahí pensando, repasando cada palabra que me dijo, cada cosa que mencionó, sudando frio.

Mi celular sonó nuevamente sacándome de mi estupor.

«Hola..., hola amor...», respondí, era mi novia otra vez.

«Buenas noticias: ¡mis padres dicen que podemos quedarnos una semana! Para compensar lo de hoy, por que posiblemente las carreteras se abran muy tarde», me dijo emocionada. «ok... este... eso es bueno», le respondí. Ella se dio cuenta que algo no estaba bien y me preguntó: «¿te pasa algo? ¿no te alegra lo que te dije?».

«Si, eso me alegra mucho, amor. Es solo que estoy muy aburrido aquí..., es eso, estaba pensando en dormir... ya sabes el frio me da sueño», mentí. «Si, se me había olvidado, será mejor que descanses, igual tengo que ir a trabajar, mi amor. Come algo, ya es hora de almuerzo, te amo. Te hablo más tarde». «Si, eso hare, amor. Te amo, ten un buen día...», le dije. Cortó y me acorde muy tarde que quería preguntarle sobre los medicamentos en el botiquín de Cinthia. Así que le envié un mensaje con la foto adjuntada que decía «Amor, ¿algunos de estos medicamentos son para la gripe?». El problema era que la red estaba muy lenta y el archivo estaba tardando en enviarse.

Dejé el celular sobre mi cama y me recosté unos instantes, estaba bastante tenso. Creo que aquel hombre tenía razón, me he comportado muy sospechoso, pero estaba en mi derecho, alguien quería involucrarme y ahora sospechaba más de él, del huésped del 210.

Tenía que darme prisa y atar cavos. No hay crimen perfecto algún error debe haber cometido. «Piensa, piensa, piensa», me repetía mientras miraba al techo. Entonces recapitulé. Me levanté y comencé a calcular todo desde cero. Estaba cayendo en el mismo juego, estaba enfocándome solo en el que parecía el culpable, pero quizá estaba siendo muy subjetivo. El tipo pudo o no colocar ahí el arma, el sujeto pudo o no esconder el cuchillo en mi cuarto, pero no tenía pruebas. Estaba acusándolo porque no había alguien más. Por un momento decidí pensar que él no era el asesino. Comencé a probar otras teorías, a hacerme algunas preguntas: ¿Quién tendría acceso a mi habitación? ¿Quién tuvo acceso al baño del pasillo?

Todo me llevaba a otra persona, pero me era difícil pensar que Cinthia lo haya hecho. Aunque ¿por qué? No calzaba. De ninguna forma. Por otro lado, también era extraño como se me acercó a contarme que vio a la víctima en la noche bajar al primer piso. ¿Podría ella haber matado a la mujer? ¿Sola? No, es imposible. Si de algo estaba seguro es que no es un trabajo en solitario, además esta con un niño. Sería muy complicado.

Quizá el arma es de Cinthia. Quizá Cinthia se enteró de la relación extramarital de Esther y la estaba chantajeando. La citó aquí, porque es alejado y nadie sospecharía, pero Cinthia quería más dinero y la amenazo con decirle todo a su esposo, quien estaba, para mala suerte de Esther, con ella. Entonces Esther bajó al primer piso, luego de embriagar a su esposo, en busca de un cuchillo para acabar con la chantajista, pero Cinthia estaba despierta y la vio. Cogió su pistola y se preparó, el niño dormía. Esther tocó la puerta, Cinthia salió y la amenazaron con un cuchillo, pero ésta saca el arma y sorprendió a Esther. Ella retrocede lentamente, asustada, sabía que estaba perdida, así que se lanza contra Cinthia sin importarle nada. Forcejean, cuidando no hacer ruido. En el forcejeo Esther es acuchillada, esta trata de pedir ayuda y Cinthia la noquea con el arma.

¿Pero cómo la saca sin dejar huellas? ¿Cómo abrieron esa maldita ventana?

Entonces escuché pasos en el pasillo. Se acercaba alguien. Me asomé a la mirilla y vi al detective tras la puerta y a dos oficiales. Me sorprendió. Tocaron a mi puerta. «¡Señor Gonzales, abra la puerta por favor!», dijo el detective con voz fuerte. Retrocedí unos pasos, me supe nervioso. «¿Sucede algo, detective?», pregunté desde el interior. «¡Abra de inmediato por favor!», insistió. Dudé un instante, pero abrí la puerta finalmente. Inmediatamente los oficiales entraron y me enmarcaron. «Queda detenido como principal sospechoso del asesinato de la señora Esther», me dijo el detective con severidad. «¡¿Qué?!», dije sorprendido mientras los policías me colocaban las esposas y me sujetaban. Palidecí y repliqué: «¡No, se está equivocando yo no lo hice!», trataba de que me soltaran, pero no podía luchar contra los dos oficiales que me sujetaban. El detective se me acercó bruscamente y mirándome a los ojos me dijo: «El cuchillo que desapareció de la cocina apareció entre los platos de comida que usted envió con la mucama». Ya lo imaginaba. «¡Eso tiene una explicación, detective! Alguien me quiere involucrar...», trate de explicar, pero me interrumpió: «Llévenlo a la oficina de recepción y enciérrenlo ahí —ordenó a los policías—. Hablare contigo más tarde», me dijo. Me quitaron el celular y mi billetera.

Los policías me llevaron escoltado al primer piso, el huésped del 210 se asomó a ver desde su puerta, igual Cinthia, fue un momento muy bochornoso. En el primer piso igual, los huéspedes se asomaban a verme bajar esposado y siendo llevado a la oficina de recepción. Yo solo trataba de defenderme diciendo: «¡Yo no he sido, no soy un asesino! ¡Esto es un error!», pero todos me veían como si fuera yo el culpable, incluso la mucama me miraba con temor, también la cocinera y el recepcionista. Incluso este último me esquivo la mirada, solo se remitió a abrir la puerta de su oficina para que los policías me hicieran entrar.

«Quédate aquí y no hagas ninguna estupidez —me dijo uno de los oficiales que me escoltó—. El detective bajara hablar contigo en un rato más». «¡No entiende, me están incriminando!», traté de explicarle, pero me cerraron la puerta en la cara y la aseguraron con llave. Un oficial se quedó tras la puerta, pude oír como enviaba al recepcionista a sentarse en los muebles del lobby.

Ahora estaba solo, encerrado y siendo el principal sospechoso del asesinato, pero tenía que mantener la calma. Me senté en la silla tras el escritorio, debía mantener la cordura. No me podían condenar sin mayores pruebas, no había huellas mías en el arma homicida, no hay un móvil, pero era suficiente como para centrar la atención en mí. Quien haya sido lo logró, ahora todos deben estar pensando en cómo maté a la Señora Esther.

Tenía que aprovechar cualquier cosa a mi favor. Estaba seguro que algo se me estaba pasando, así que solo tenía que recordar lo más mínimo, algo que haya oído o visto, que me ayude a comprender. Ayer llegue al hotel temprano. Piensa, piensa, piensa. Cualquier cosa en esas primeras horas podría ser de utilidad. Detalles, detalles, detalles..., piensa, piensa, piensa.

¿Quién fue la primera persona con la que crucé palabra? Aparte de él recepcionista.

Recuerdo que me estacione cerca de la entrada del hotel y ahí estaba ya estacionado el auto la pareja del tercer piso. Si, ellos llegaron casi al mismo tiempo que yo. Recuerdo que me quedé sentado dentro del auto con la puerta abierta pues le estaba marcando a mi novia. Recuerdo que la pareja del tipo del tercer piso estaba algo angustiada por algo. «Si vas a estar con esta actitud no entiendo por qué aceptaste venir, te hubieras quedado en casa y listo», le dijo ella algo exaltada, pero tratando de mantener la compostura. Su pareja estaba bajando las maletas de la parte trasera de su auto. Le respondía «Accedí porque de verdad quería pasar un tiempo a solas contigo, así nomás mi madre no va a la ciudad, ¿crees que podríamos venir si tendríamos que cargar con Harold? Sabes que sería otra vacación familiar...». Al parecer estaban escapando un tiempo de ser padres, eso explicaría por qué no les importaba nada y solo se concentraban en ellos. Estaban tratando de disfrutar su estancia aquí a pesar de todo. «Tú sabes que hacía mucho que no pasábamos un par de días solos sin más que hacer que... ya sabes», es lo último que le escuche decir a él, antes que se dirigieran al interior del hotel. En el momento no puse atención, estaba pendiente a que mi novia respondiera. La señal era mala.

Al entrar al edificio ya había huéspedes, algunos se estaban yendo, como una pareja de ansíanos, pasaron justo a mi lado cuando ingresé con mi maleta, se les veía muy contentos, «buenas tardes», les dije incuso, con una sonrisa.

En el lobby estaban los chicos del primer piso, trataba de recordar algo de lo que dijeron, yo tuve que esperar que se registrara la pareja que entró primero, así que me paré cerca de ellos, los chicos estaban ahí sentado en los muebles; ellas estaban reprochándole algo al muchacho más alto de los dos que había, el que se notaba más activo: «Todo es tu culpa, ¿cómo pudiste olvidar algo tan importante en la estación», le dijo una de ellas. «¿Qué vamos a hacer ahora? no puedo quedarme otro día más...», reclamó su amiga. «Todo no es culpa mía — respondía el muchacho —, y ahora no ganamos nada en discutir, voy a llamar a mi padre y seguro nos envía dinero o manda a alguien por nosotros...». «Tranquilos, no ganamos nada discutiendo», agregó el otro muchacho, pero las chicas lo ignoraban, parecían enfadadas con él, «vamos, Sandra... ya no sigas enfadada conmigo», agregó. «No voy a hablarte, es más ni ganas tengo de verte», recuerdo que la chica de cabello largo se levantó enfadada y se fue en dirección a las habitaciones el primer piso. Asumí que habían olvidado algo: quizá los pasajes o quizá el dinero y ahora tenían que quedarse aquí hasta nuevo aviso. O quizá el chico más bajito y la chica del cabello largo habían peleado por algo.

«¿Una habitación amigo?», me dijo el recepcionista tras el mostrador. La pareja ya estaba dirigiéndose a las escaleras. «Si, gracias... buenas tardes», saludé. «Buenas tardes — me respondió —. ¿En el segundo piso está bien? Las habitaciones más amplias están en el tercero», preguntó. Le dije que no había problema, que pensaba irme en la mañana. Solo quería una habitación común para pasar la noche. Me dio la 206. «Hubo algunos boletines —señaló— que posiblemente haya una nevada... no está confirmada, pero... le sugeriría que si tiene alguna cita importante en la mañana lo tenga en cuenta, es por eso que algunos huéspedes se están retirando», recuerdo que me comunicó. «Bueno, tengo que ir a ver a mis suegros, o futuros suegros... —le dije sonriendo—, mientras pueda salir de aquí mañana en la tarde creo que estaré bien», respondí.

Me dio mi llave y me dijo que subiera por las escaleras a mi derecha.

Cuando subí las escaleras pude ver a la mucama bajando con una charola, algunos platos y vasos, me sonrió y le sonreí. Paso a mi lado. No fue la única, algunas otras personas bajaban las escaleras, incluso desde el segundo piso. Me dirigí a mi habitación y me dispuse a abrir la puerta, deje mi maleta en el piso y coloque la llave en la cerradura. Recuerdo que vi al hombre del 210 cerca de la ventana del final del pasillo. Estaba ahí fumando un cigarrillo, echando el humo afuera de la ventana, entonces estaba abierta. Aun el recepcionista no había asegurado las ventanas para la nevada.

Recuerdo también haber visto a la mujer del primer piso.

Hable con ella incluso. Salí del hotel en dirección al estacionamiento. Fui por mi computadora, la había olvidado en el auto. Eso fue un poco después de registrarme y dejar mis cosas en la habitación, quería ver si podría conectarme a la red de internet del hotel. El recepcionista me dijo que había estado fallando, pero que podía intentar. Necesitaba revisar mis correos, pues, si bien estaba de vacaciones, tenía trabajos pendientes de enviar.

Recuerdo que ella estaba a un lado de la ventana cuando me asomé, pues vi que había comenzado a nevar. «Aun no ha comenzado lo fuerte...», le comenté sonriéndole. Elle me miro con seriedad de arriba abajo, luego soltó una corta sonrisa. «Si, va a ser una noche muy fría...», me respondió. «Si, quería ir por mi computadora, la deje en el auto, que tonto...». «¿Cuál es el tuyo?», me preguntó. Le señale con la mano el Toyota color verde. «Es muy lindo... mi esposo tiene uno así...», me contó, yo le respondí: «Es un buen auto... este es de mi padre, me lo heredó ya está muy mayor para manejar y bueno... me ha servido mucho». Me sonrió y regreso la mirada a la ventana, luego me hizo otra pregunta: «¿Vienes de muy lejos? tienes un acento extraño». Sonreí, pues jamás me habían dicho algo así. «No, vengo de Catalina, del centro de Catalina... quizá por eso sueno algo "acentuado"», le sonreí. «Entiendo, no he estado por allá...», me dijo la mujer. Sentí la necesidad de preguntar: «¿Usted viene de...?», invité a que respondiera, recuerdo. «San Vertelo», respondió. Eso estaba bastante lejos, estaba al noreste de Catalina. «Eso está a más de un día de viaje...», comenté. Ella volvió la mirada hacia mí y me preguntó: «¿Has estado por allá?». Yo le respondí que no, jamás había ido realmente, aunque sabía que la empresa donde trabajo tenía por allá algunas sucursales pequeñas.

Fue por mi computadora algunos minutos más tarde, desde mi auto la pude ver ahí en la ventana, su expresión me llamo la atención: se veía muy triste. ¿Qué le habrá pasado? ¿Qué hacía tan lejos de su ciudad? No le pregunte más, no era mi problema en ese instante, ahora... ¿quién sabe?

Recuerda, vamos, algo más debiste ver, me repetía mientras jugaba con mis muñecas y las esposas, tras de mí.

Recuerdo haber bajado al lobby cerca de las 7:30pm para pedir algo de comer, pues en mi habitación no había teléfono. Solo en las habitaciones del tercer piso, los cuales no funcionaban según oí decir a Sebastián. El bajo para pedir una botella de vino en la recepción, no llamó.

«¿Qué sucede con los teléfonos?», preguntó Sebastián al recepcionista, se le notaba algo fastidiado cuando bajó, «he intentado pedir servicio, y no hay tono», explicó. «Si, disculpe, es que ha habido problemas toda la mañana, el único que funciona es este de aquí — dijo el recepcionista señalando el viejo teléfono de disco sobre el mostrador—. ¿Se le ofrece algo?», preguntó. «Si, quisiera saber si tiene algunos vinos, licores en general, ¿cerveza quizá?», preguntó Sebastián. El recepcionista asintió y respondió: «Sí, por su puesto. Tenemos vinos, whisky, ron, vodka, en la bodega, pero cervezas ya no. ¿Qué desea?». Ordeno una botella de vino y un whisky. El recepcionista dijo que se lo enviarían a su habitación en unos momentos. Sebastián asintió y se fue de regreso a su habitación. ¡Esperan!... Él dijo algo más: «Mi esposa está "extrañamente" con ánimos para unos tragos, hay que aprovechar, pues ella odia el alcohol». Eso en su momento no me llamó la atención, mi novia tampoco le gusta el alcohol. Pero ahora me llama la atención. Esther no era una mujer de beber alcohol, pero al quizá estaban celebrando la compra de su casa, aunque no se le veía del todo feliz la última vez que la vi.

Era extraño. Llamó mi atención.

«¿Tú también quieres una botella?», me preguntó el recepcionista. «No, no», respondí y continúe: «No suelo beber estando solo..., quizá cuando venga mi novia. Necesitare estar muy relajado». «Ah...Verdad algo de tus suegros me comentaste», recordó y soltó una pequeña risa. «Exacto... pero lo que si quisiera es algo de cenar, me muero de hambre...», le dije. «Claro, acércate a la cocina, es por ese pasillo—señaló al pasillo a mi izquierda—, ahí hay una barra frente a la ventana. La cocinera te dirá lo que hay, te recomiendo el estofado, esta delicioso», me dijo con una sonrisa.

Me dirigí al pasillo. Este me llevaba a la parte trasera del edificio, donde estaba la cocina, al fondo. En el camino pude ver otras habitaciones, la lavandería estaba ahí, a la izquierda, lo noté porque estaba abierta. Había unas puertas más, seguro el almacén, la bodega o las habitaciones de servicio. No preste mayor atención.

Llegue al final del pasillo y efectivamente, había una barra en la ventana que da a la cocina, a la derecha del pasillo y cerca de la puerta. Desde ahí se podías ordenar, incluso había unos taburetes por si querías comer ahí. También había una ventana al final del pasillo, de frente, que daba al exterior, se lograba ver el bosque y las montañas a lo lejos. Recuerdo que el hombre solitario del 210 estaba sentado ahí bebiendo un café, estaba pegado a la pared, cerca de la ventana, evidentemente cerrada. Lo salude y respondió asintiendo con la cabeza. No era una cocina muy grande, al menos lo que pude ver desde la venta en la barra, pero para un hotel como este era suficiente. En la cocina, a la izquierda, había una puerta que daba a la parte trasera. La cocinera era una mujer ya entrada en años, traía un delantal y una red en el cabello. Me vio tras la barra y se acercó a mí. Me dijo: «Buenos noches, joven, ¿Desea algo de cenar?», le respondí que sí, que tenía hambre, «¿se lo envío a su habitación o le sirvo aquí?», preguntó.

«Hemm... creo que podría comer aquí...— tomé asiento en uno de los taburetes, dejando uno de espacio entre el hombre del 210 y yo—, no me gusta comer solo...», comenté con una sonrisa, la cocina me sonrió también. Parecía una mujer agradable. Me dijo: «Bueno, tenemos: estofado de res, sopa de pollo para el frio, arroz con puerco y puré de papas... ¡Ah! y me olvidaba: arroz con verduras, por si eres vegetariano o estas a dieta», me sonrió. «No, no se preocupe no estoy a dieta. Creo que le hare caso al recepcionista, el estofado y... una manzanilla...», ordené. Giré a ver al hombre solitario y le pregunté: «¿Qué tal está el café, amigo?», se lo dije con amablemente, yo amo el café, todas las mañanas tenía que beberlo para comenzar el día. El me miró y se puso de pie, me respondió asintiendo: «No está mal", se limpió la boca con una servilleta y se inclinó un poco hacia la barra. «Gracias», le dijo a la cocinera, ella respondió desde el interior. En aquel momento no le di importancia que estuviera bebiendo un café a esa hora, eran casi las 8 de la noche. La cocinera tomo la taza y le dijo algo que en aquel momento tampoco me pareció importante: «No te preocupes... y espero todo salga bien con Adriana».

Al parecer aquel hombre le había contado algo, no me extrañaba la mujer era muy amistosa, a mí también me preguntó muchas cosas, que terminé contándole mientras comía y ella lavaba algunos trastes. Le comenté lo que fui hacer allá, ahora me pregunto si abra sido un error. Al menos hizo la cena más divertida. En serio jamás me ha gustado comer solo.

«¿Crees que caiga la nevada esta noche?», me preguntó.

«La verdad es que no sabría decirle, no estoy acostumbrado a este clima, pero ha estado nevando desde que Salí de la capital..., supongo que no importa mucho». Le respondí.

«Las carreteras se cierran y tendríamos que quedarnos encerrados. Mañana es mi día libre y quería ir a ver a una amiga al hospital...», se quejó. «Entiendo, y si es su día libre ¿Dónde comerán los huéspedes?», le pregunte. «Hay una cafetería no muy lejos de aquí, quizá 20 minutos, siguiendo la carretera al este como quien va para el pueblo. ¡Ah! pero, verdad que no eres de aquí —dijo secando sus manos—. Pero bueno, ahí pueden ir a comer el día que no estoy, pero obvio no cocinan como yo». Me dijo sonriendo.

Ahora ese simple comentario me parecía muy interesante. Un restaurante a unos 20 minutos de aquí, en una nevada y sin auto serían unos 40 minutos aproximadamente. Interesante, pensé. Era hora de atar cabos, no tenía nada más, era todo.

El hombre misterioso y solitario, del segundo piso; la mujer con el niño enfermo, en el segundo piso cerca de las escaleras; una mujer misteriosa en el primer piso, ¿Qué hacía tan lejos de casa? ¿Por qué se le veía tan triste? ¿Estaba huyendo de alguien?; la pareja que quería comprar una casa, quienes sufrieron una desgracia; los jóvenes de paseo, que olvidaron los boletos o el dinero; la pareja del tercer piso, quienes quería pasar unos días alejados de casa; La mucama nueva, que necesita el trabajo; la cocinera de años, que le gusta conversar; el recepcionista amigable, que parece que ha visto de todo en el hotel; y yo, el joven que espera que venga su novia para ir a ver sus futuros suegros. Cualquiera podría haber sido el asesino y a la ves nadie.

No podrían ser los jóvenes, están más preocupados en sus cosas y se supone que no deberían estar aquí. De la misma forma, la cocinera tampoco tenía que estar aquí hoy, es su día de descanso, quedó atrapada como todos los demás. La pareja del tercer piso, ellos buscaban escapar de la rutina unos días. Están de vacaciones. Dudo que sean criminales, se registraron para estar 3 días, los pude oír cuando se registraron antes que yo. Cinthia y su hijo debían estar en catalina, con el padre del niño, pero había algo que me parecía raro con ella y el pequeño. El hombre misterioso del segundo piso, al parecer tiene problemas con una tal Adriana, posiblemente su esposa o algo así, pero ¿por qué tendría un arma? Es un corredor de seguros, dudo que sea una carrera tan peligrosa.

Sebastián y Esther... tenían una reunión para ver si compraban una casa, pero ella estaba muy nerviosa, ansiosa, no la vi muy feliz, y estaba bebiendo. Es un detalle interesante; quizá estaba nerviosa por algo más, que solo comprar una casa.

¿Cómo podría relacionarlos y crear una escena de un crimen?

Hasta el momento solo había tratado de ver lo obvio, pero no era esa la forma de llegar a una conclusión. En mi experiencia casi siempre hay que analizar los riesgos varias veces hasta que dejan de serlo, porque ya lo conoces y sabes cómo sortearlo, y así puedes decidir. Recordé un caso que me llamo mucho la atención. Una inversión grande en una empresa extranjera que quería vender sus productos en la ciudad. Era un riesgo pues había fracasado ya en dos ciudades vecinas como marca. Así que, exponerse a la inversión de propagandas en diferentes mercados y poner nuestro sello como empresa era un riesgo. Pero si analizábamos solo el fracaso de la marca, nos olvidábamos de lo más importante: lo que ofrecía al consumidor, lo que finalmente era un buen producto. Producto, que en ciudades vecinas compitió con gigantes y con muy mala estrategia de ventas, así que analice todas las posibilidades y no me concentre en sus fracasos, sino en «por que fracasó». Esto redujo el riesgo, pues en Catalina se consume más productos enlatados que en otras ciudades; y la competencia en guisos enlatados, era algo interesante.

Finalmente, la pequeña inversión de 1 millón nos dio ganancias de hasta 150 millones en los 24 meses siguientes. No estuvo nada mal. Aquello me enseño que los riesgos reales no siempre son obvios. Si lo llevaba a este caso, me estaba concentrando, como cualquiera, en los errores y no en el hecho. El cuchillo, el arma, la nevada, la mujer muerta, son los errores.

El hotel alejado de la ciudad, la gente desconocida, sin preguntas, las cámaras que se apagaron al cortarse la luz: eran los aciertos. Entonces pensé: ¿Qué le facilita a todos los que estamos aquí estas situaciones?

Me acerqué levante de mi silla tratando de no hacer ruido y me dirigí al otro lado del escritorio, frente al monitor de la computadora, del recepcionista, estaba encendida. Moví el ratón con la quijada, pues tenía las manos esposadas tras de mí, encendió la pantalla. Había dos carpetas abiertas, una de ellas ponía: «ARCHIVOS DE SEGURIDAD», en ella había otras carpetas con fechas anteriores, al parecer la última fecha de videos de seguridad era de una semana antes. El Recepcionista comentó que el sistema de seguridad grababa solo a partir de las 10:00pm, al detectar movimiento, y el resto del día grababa normalmente.

Me las arregle para mover el ratón y poder abrir el programa de seguridad. Fue complicado, pero logre coger el ratón y usar mi espalda como tapete y moviendo la bolita del ratón con el dedo. ¡Malditas esposas!

Finalmente abrí el programa, mostraba en una ventana todas las cámaras accesibles, pero no estaban grabando, solo transmitiendo. Había en total 6 cámaras activas. La CAM-00, exterior, que dejaba ver la entrada y el estacionamiento; la CAM-01, exterior, que mostraba la puerta de la cocina, el basurero y el generador electrónico; La CAM-03, interior, mostraba el lobby desde la parte superior de la entrada; las CAM-04, 05 y 06, interiores, mostraban los pasillos del primero, segundo y tercer piso respectivamente, colocadas en la parte superior, al final del pasillo sobre las ventanas del fondo. Desde ellas se podía observar todas las puertas del paso hasta las escaleras.

Pude ver a través de las cámaras el movimiento en el edificio: en la parte exterior se encontraban un par de oficiales conversando entre ellos, estaban bebiendo unos cafés calientes. En la parte de atrás, en la puerta trasera también había un oficial con un café. En la cámara interior, en el lobby, podía ver al oficial parado tras la puerta de la oficina donde estaba yo, el recepcionista estaba sentado en los muebles del lobby, a su lado, en la esquina contaría, estaba Sebastián, encorvado seguía muy afligido, y en el otro mueble, frente a ellos, la señora de la cocina y la mucama, ambas parecían estar conversando de algo.

En el primer piso no había mayor movimiento, un oficial estaba tras la puerta donde estaba la mujer solitaria, asumía que estaba el detective entrevistándola, las demás habitaciones estaban cerradas. En el segundo y tercer piso igual, no había movimiento, solo la oficial que se paseaba por el pasillo desde el segundo al tercero.

Me regresé a la carpeta de archivos, busqué el archivo de la CAM-02, del lobby, quería ver el momento en que Esther llega al Hotel. Fue complicado con las manos detrás, pero logre reproducirlo y encontrar el momento en que ella ingresa con su esposo, alrededor de las 2:30pm, unas pocas horas antes que yo nada más. Había algunos otros huéspedes ahí en movimiento, como dijo el recepcionista algunos se estaban yendo antes que cayera la nevada. Pude ver a los chicos del primer piso sentado ahí en los muebles, se ve que discutieron por horas.

En el video se veía a Esther tras su esposo, él estaba registrándolos. Luego de algunos minutos subieron en dirección al tercer piso, se dirigieron a las escaleras. Detuve el video y cambié a la siguiente cámara, la cámara del segundo piso, mismos minutos, efectivamente se le ve subir, primero va su esposo, luego ella cargando su maletín.

Fue entonces cuando vi algo muy interesante.

El huésped del 210 estaba fuera de su habitación, estaba en el pasillo, a unos pasos de su puerta recostado sobre la pared, mirando en dirección a las escaleras. Justo en el instante en que Esther sube las escaleras, se detiene un instante en el rellano del segundo piso. Ella parece hacer un gesto con la mano, mirando al sujeto del 210. Éste parece mover la cabeza, volverse y dirigirse a su habitación. Repetí esa escena varias veces. No me quedó duda, ella le hizo un pequeño gesto con la mano. Aunque por la calidad de la grabación, no se podía observar muy bien. ¿Esta era la prueba de que se conocían? o ¿Acaso estaba viendo lo que quería ver?

Oí la voz del detective acercándose a la oficina donde yo estaba. Rápidamente apagué el monitor, tratando de no hacer ruido, lo que era difícil. Lo que importaba es que lo que vi era muy revelador, sentía que me acercaba a algo importante. ¿Quién es el sujeto del 210? Esa es la clave ¿y quién era Esther realmente? Regresé a mi silla, frente al escritorio.

El detective abrió la puerta e ingresó. Cerró la puerta tras él

«Casi todos lo señalan como el más sospechoso, señor González —dijo tomando asiento en la silla tras el escritorio—. Es interesante como solo tres personas no creen que usted sea el asesino, claro que son conjeturas, pero... ¿Qué opina?», me preguntó.

«Pues estoy aquí... esposado —sacudí un poco las esposas haciéndola sonar—, creo que son más que conjeturas para usted...», respondí.

«Eso y que el cuchillo que desapareció de la cocina apareció entre los platos que usted envió desde su habitación..., un análisis más detallado del arma nos dirá si fue ese con el que se cometió el crimen. Y su historia de que lo quieren incriminar... ¿a usted le parece verosímil?», me preguntó. La verdad es que no parecía muy creíble.

«Revise mi teléfono, detective —le dije—. Tomé una fotografía del cuchillo en el tanque de mi habitación y no es todo, hay algo más: un arma...», confesé finalmente. Ya viéndome atrapado debía intercambiar información. El detective levanto una ceja, dudaba. «Revise mi celular, tome una fotografía del arma en el tanque del baño del segundo. Y creo que sé quién lo puso ahí», confesé.

«¿Y no piensas que es raro que no lo hayas mencionado antes? Tu pusiste ponerlas ahí», preguntó e increpó. «Pensé que podía descubrir quien había sido el que colocó el cuchillo en mi habitación, si no me hubiera arrestado creo que me hubiera acercado mucho. Ahora pues estoy inmovilizado, aunque puedo ayudarlo», le dije al detective. Éste se echó hacia atrás, entrecerró los ojos ligeramente y sonrió. No supe que pensar, se quedó observándome unos instantes, jugando con un lápiz que cogió de la mesa.

Finalmente despegó los labios.

«¿Sabe? Yo tampoco pienso que usted sea un criminal, señor Gonzales», dijo. Me sorprendió, «...creo que es solo un sujeto muy curioso que piensa que es más listo que los demás —tenía razón en eso—. creo que subestima mi labor de detective. Lo he estado observando y me he dado cuenta que es usted muy ingenioso. Sabe algunas cosas que necesito que me diga de inmediato. Se nos acaba el tiempo, no hay pruebas para retener a nadie más que a usted. Le digo la verdad, es obvio para mí que usted no pudo ser el homicida, pero sé que el asesino y sus posibles cómplices están aquí», me incline hacia delante y le dije: «Yo igual y cada vez lo tengo más claro, pero necesito más información sobre los huéspedes», le explique. El respondió: «Y yo necesito más información, detalles, que no pude ver antes de llegar aquí. Usted ha podido hablar con todos, según dicen ellos», asentí y le dije: «De acuerdo, le contare todo lo que recuerdo».

Decidí contarle al detective todo lo que había podido oír y ver durante mi estancia en el edificio, pero me guardé la mayoría de mis conjeturas. Sabía que él no me contaría todo tampoco, así que decidí mover mis piezas para poder entender si es que estábamos apuntando a lo mismo, o alguno de los dos estaba lejos de la verdad. No le mencione lo que vi en las cámaras, pensé que tarde o temprano él lo descubriría.

«Me impresiona su capacidad de análisis, aunque debido a su trabajo es normal que sea capaz de atar cabos y analizar de esta forma —me dijo—. Aunque aún hay muchos huecos que rellenar», hizo una pausa y continuó: «Déjeme decirle algo, Señor Gonzales: no está muy apartado de la realidad, el asesinato de la señora Esther también me parece algo no premeditado. Coincidimos en que los jóvenes del primero piso y la pareja del tercer piso están descartados totalmente. la mujer con el niño no tiene motivo alguno y no debía estar aquí...», lo interrumpí y le dije: «...Ella no le contó todo, olvidé mencionarle, ella fue la última que vio con vida a Esther». El detective frunció el ceño, pareció sorprendido. «¿Eso es cierto?», pregunto. Asentí y le respondí: «Si, ella me lo contó, sintió que tenía que decirle a alguien. Ella confía en mi por alguna razón. Creo que sentía que eso la haría ver culpable, ya sabe las películas...». El detective rascó su labio superior un instante, pensativo. Finalmente me dijo: «Ella mintió, no menciono nada, eso sitúa a la víctima viva... ¿entre qué horas?», preguntó.

«Las 2:30 y 3:30pm. Según ella me dijo, la vio en el rellano del segundo piso y bajando al primero», declaré. El detective comentó: «Eso la sitúa viva en el segundo piso a esas horas», asentí, el detective continuó: «Pero ella no fue la última en verla con vida, otra persona también la vio». Esa información me sorprendió. ¿Quién la vio con vida?

«La mujer del primer piso —dijo el detective—. Me comentó que salió de su habitación en dirección al baño general del primer piso, alrededor de esas horas, porque el suyo no funcionaba, y se cruzó con Esther, de regreso a su habitación. Dijo que bajaba las escaleras». La mujer con quien había discutido aquella noche, ella había sido la última en verla. El detective continuó: «Me dijo que habían discutido horas antes y que se disculpó con ella cuando la vio, parecía estar arrepentida y algo tomada, por lo que solo le dijo que no se preocupara y volvió a su habitación», concluyó. Asentí y comenté: «Entonces bajó a disculparse. Lo que le haya pasado fue en ese periodo de tiempo».

Había supuesto que la mujer del primer piso tendría un motivo; por la discusión, pero muy pequeño. Ahora, pues esa posibilidad perdía más sentido, pero habría más posibilidades. El hecho en sí mismo, de que ella bajara al primer piso y se encontraran. ¿En serio su intención era disculparse? Tenía que pensar en todo. Se acababa el tiempo. Hasta lo más ridículo tomaba algo de peso.

El detective continuó: «Así es. Solo necesito el motivo y la forma, sin eso este caso no tiene sentido. Amenos que...,». Lo interrumpí: «El arma... ¿no es verdad?», le dije. El detective asintió y dibujó una ligera sonrisa, «Pudieron amenazarla para que no gritara cuando regresaba a su habitación».

El detective se puso de pie y salió de la oficina. Encendí el monitor nuevamente y lo vi subir al segundo piso, acompañado de un policía, y dirigirse al baño al final del pasillo. Estuvo ahí algunos minutos y cuando salió pude notar que había colocado el arma en una bolsa de evidencias, la cual entregó al policía.

Regresó a la oficina y volvió a sentarse.

«Pueden identificar de quien es o si se utilizó para golpear a Esther, ¿verdad?», le pregunté. Él asintió y respondió: «Si, los forenses ya se llevaron el cuerpo, en algunas horas tendré un informe. Si utilizaron esta arma, podrán relacionarla. Dudo que hayan huellas en ella». Tenía razón, el criminal no sería tonto. Sugerí: «Es posible también que hayan utilizado para que la víctima no reaccionara o no gritara». El detective asintió: «Sigue siendo una conjetura. Pudieron golpearla con una roca, pudo golpearse al caer, si logra saltar de la ventana, etc. No son pruebas insuficientes, Señor Gonzales. Hasta no entender el motivo del asesinato y llegar a la forma en que lograron sacarla, o como logró salir, esto sigue siendo un misterio».

Tenía razón en eso. Hasta no encontrar un motivo real por el cual asesinaron a Esther, esto carecía de todo sentido. Era realmente complicado y confuso, comenzaba a dolerme la cabeza.

«No es tan simple como parece, ¿cierto?», me dijo el detective, viendo, seguramente, mi expresión de confusión, «son los detalles, señor Gonzales. Los detalles. Para resolver un crimen es necesario observar cada pequeña cosa que no está en su lugar. Hay una ventaja en todo esto, y es que el asesino esta entre nosotros. Atrapado y sin poderse irse, solo está haciendo algo bien: confundir a todos y hacerlo ver a usted como el culpable —me dijo con seriedad—. Y creo que entiende por qué lo eligió a usted». Le respondí asintiendo, él tenía razón; mi curiosidad me había metido en este lio, era una suerte que el detective pensara que no era yo el criminal.

«¿En serio no piensa que pude ser yo?», le pregunté. El detective se puso de pie y sonrió: «Todos te han visto por aquí y por allá, muchos piensan que pudiste haber sido tú, pero si de verdad pensabas cometer un delito: no te hubieras puesto a llamar la atención y hablar con todo el que pudiste. Además, reconozco cuando alguien no es sincero. De todos los huéspedes, creo que solo usted parece que no oculta algo, señor Gonzales, Y créame, eso no lo hace más fácil».

Eso me confirmo que el detective tenía más de un sospechoso, y estaba jugando con el culpable al hacerle pensar que centraba su atención en mí. Era un hombre muy inteligente, el detective, estaba aprovechando la situación. Tal como pensé en hacerlo yo, pero él tenía más libertad. Aquí en esta oficina ya no podía hacer nada.

El detective dio unas vueltas alrededor de la oficina, pensativo.

«¿Puedo hacerle una pregunta detective?», le dije, el detective se detuvo a mi lado y volvió la vista hacia mí, asintió. Pregunté: «¿Quién era la señora Esther en realidad?», el me miro, se rascó la barbilla.

Se sentó en la orilla del escritorio, a mi derecha.

«Era una doctora de la ciudad, no tenía hijos, llevaba 10 años casada y quería comprar una casa en el pueblo cercano...», me dijo, hizo una pausa y continuó, «...Aparentemente no estaba relacionada con ninguna de estas personas, pero no puedo confirmarlo. Estando aquí se reducen un poco mis posibilidades», concluyó.

Entonces pensé, quizá Esther y el hombre misterioso se conocían de la ciudad. Él era corredor de seguros y ella una doctora. Quizá solo fue un saludo lo que vi en la cámara de seguridad. ¿Pero por qué el detective no lo sabía? ¿Por qué no se lo dijo? También recordé lo que dijo la cocinera al hombre misterioso: «Espero todo salga bien con Adriana».

«¿El sujeto del 210 le hablo de alguna Ariana?», le pregunté al detective. Este pareció sorprenderse al escucharme, con el ceño fruncido me dijo: «Así se llama su hija, pero ¿cómo sabes eso?», me preguntó. Respondí: «Lo escuché de casualidad mientras estuve en el comedor, en la cocina», me encogí de hombros. El detective asintió, juicioso.

Entonces era su hija con quien había algún problema. No era un problema de pareja como había pensado, si no con su hija. Quizá por eso se le veía tan preocupado.

El detective se levantó de la orilla del escritorio, se colocó tras de mí y me dijo: «En unas horas más la nieve bajara y no podre retenerlos a todos, tampoco a ti, así que seguiré haciendo mi trabajo. Aun me falta hablar con los empleados. Te quedaras aquí un poco más, quien te quiera inculpar debe seguir pensando que lo logró».

Me quitó las esposas.

Sobé mis muñecas y estiré un poco mis brazos. Antes que el detective saliera, le pregunté: «Una pregunta más, detective: ¿hubo alguna posibilidad de que ella saliera sola?».

El entornó los ojos y respondió: «La puerta de la cocina no estaba cerrada, pero la que da al exterior si lo estaba. No había forma de salir por ahí sin la llave que tienen la cocinera y el recepcionista», explicó. Buscó en sus bolsillos y sacó mis cosas, me regresó mi celular y mi billetera. «Quédate aquí —continuó—, jugar al detective solo es divertido cuando no hay un cadáver real; aunque fuiste de ayuda, ahora déjame el resto a mí», me dijo con severidad y salió de la oficina.

Tenía razón, no era un juego, pero mi curiosidad no me dejaría tranquilo hasta al menos tener la certeza de lo que estaba pasando. Lo que me dijo el detective me dio una nueva perspectiva, «Detalles», tenía que concentrarme en esas pequeñas cosas que cada uno de los huéspedes, por más inocentes que parezcan, tenían. Por ejemplo: Esther estaba descalza cuando fue encontrada, no pretendía salir. Recordé que cuando bajó al lobby, horas antes de su muerte, tenía pantuflas; lo que quiere decir que las utilizaba, no como su esposo que bajo descalzo.

¿Por qué saldrías sin pantuflas?, quizá salió de su habitación tratando de no hacer ruido. Pero, ¿para qué?, ¿a dónde iba? La vieron en el segundo piso y en el primero. Pedirle disculpas a la mujer del primer piso no era algo que debía hacer a escondidas. Eso inverosímil.

Entonces se me ocurrió: ¿Qué tal si no estaba yendo a hacer eso, sino a buscar algo en el primer piso? El cuchillo.

Embriagó a su esposo, bajo tratando de no hacer ruido, se cruzó con la huésped del primer piso; tenía que inventar algo, así que le pidió disculpas; Tan pronto ésta se fue a su habitación, ella fue a la cocina, cogió un cuchillo y subió, de regreso al segundo piso. ¿Pero por qué? ¿Para amenazar a su amante?, ¿para amenazar a la mujer que la estaba chantajeando?, ¿para defenderse?

Lo que tenía claro es que la muerte de Esther no estaba planeada, fue un error.

¿Cómo la sacaron del edificio?, esa era la más grande duda, sin dejar huellas, sin dejar rastro alguno; esa era la clave, sin eso nada tenía sentido. Di unas vueltas por la oficina, tratando de pensar desde lo más ridículo hasta lo más complejo.

Dos salidas: la frontal, asegurada, la llave solo la tiene el recepcionista; la salida posterior por la cocina, la llave la tenía la cocinera que dormida. Dos ventanas sin rejas de seguridad, la del segundo y tercer piso, ambas aseguradas desde el interior; las manijas estaban aquí en la oficina, en el cajón de abajo, serrado también. Según dijo el recepcionista: faltaba una. Por lógica, aseguraba las ventanas y retiraba la manija, luego las guardaba. Las manijas se retiraban presionando un mecanismo en ellas, luego de asegurarla. Abrir las ventanas sin estas, era prácticamente imposible.

¿Qué no estaba viendo?

Entonces regrese a mi asiento y por un instante pensé que era mejor que deje de pensar, me estaba comenzando a doler la cabeza; así que busque en los cajones alguna pastilla o algo, total no podía salir aun, pero no encontré nada, solo algunos papeles, instrumentos de oficina viejos, nada interesante. Abrí otro cajón, de los que estaba abiertos, entonces vi algo que me llamo la atención: era una foto de los trabajadores del hotel. Se observaba en ella al recepcionista, a un hombre mayor, parecía ser el conserje, estaba la cocinera y dos mujeres no tan mayores, una de ella tenía sobre sus manos un pastel. En la parte tercera de la foto ponía: Despedida de Dorotea. Entonces me di cuenta que ella era la ex mucama. No era una mujer muy mayor, tendría, que, quizá 38 años. El recepcionista la estaba abrazando muy sonriente, pero ella se notaba extraña. ¿Estaba incomoda? ¿Estaba triste? ¿Qué problema de salud tendría?

Encendí el monitor de la computadora, no había internet aun, apenas y había señal aquí en la oficina. Solo me quedé ahí dándole vuelta a todas mis teorías, la verdad me sentí algo decepcionado. La idea de esperar a que lo resuelvan y ver las noticias no me hacía muy feliz. Me carcomía la cabeza pensando en cómo puso salir Esther o como se podía entrar.

Pude ver por las cámaras de seguridad como el detective hablo primero con la cocinera. Después de un rato, con la mucama. Y finalmente con el recepcionista. No se veía bien a través de la cámara, pero parecía seguro, relajado; respondía con soltura, él era de los pocos que no me culpaba a mí.

¿Por qué no me había parecido sospechoso? Me pregunté.

Me acerque a la puerta y trate de oír la conversación, al no haber nadie más que el oficial, tras la puerta, el detective y el recepcionista; podía oír con algo de esfuerzo.

El recepcionista, cuyo nombre era Ernesto, era un hombre de 36 años, delgado y alto, se veía algo descuidado en su aspecto; pasaba todo el día en el edificio, el hotel era de su padre, había trabajado aquí desde los 23 años, cuando dejó la universidad; era soltero, prácticamente vivía en el hotel y sus amigos se resumían en los otros empleados. Era un tipo agradable, no parecía un hombre agresivo, mucho menos un psicópata, pero quien sabe. Él tenía las llaves de todas las salidas y las ventanas y tenía acceso a las cámaras. ¿Pero por qué lo haría? Esther y él no estaban relacionados de ninguna forma, él no era de la ciudad. A menos que... Quién sabe.

Pensé en algo que no se me había ocurrido y aproveché mi estadía en la oficina para revisar los archivos de las cámaras de seguridad. Entonces encontré algo que me hizo cambiar totalmente la perspectiva de lo que estaba sucediendo hasta ahora. Solo tenía que indagar un poco más y pensar muy bien lo que voy a hacer. Tenía que esperar la oportunidad.

Pasaron las horas, cerca de las 5 de la tarde la nieve había bajado y las carreteras se abrieron nuevamente. Recibí una llamada de mi novia, me dijo que a las 7 o a las 8 de la noche estaría llegando al hotel y que podríamos ir donde sus padres. Le dije que la esperaría, aunque si las cosas no salen como esperaba, ya no estaría ahí a esa hora. También me dijo que en ese botiquín había antigripales, analgésicos y calmantes. Me pareció interesante.

El detective nos reunió a todos en el lobby nuevamente.

Sebastián se quedó en su habitación, estaba empacando, un policía lo acompañaba, tenía que ir con el detective a la central. Estábamos ahí: el recepcionista, tras el mueble al lado de la mucama y la cocinera; la mujer misteriosa, parada lejos de todos cerca del mostrador; el hombre solitario, cerca de las escaleras; los jóvenes, en el mueble; la mujer, esta vez sin el niño, sentada al lado de la pareja del tercer piso, en el mueble. Cuando Salí de la oficina, escoltado por un policía, y me pare tras el mueble mostrador, todos me miraron. Fue incómodo.

El detective, cerca de la entrada, comenzó a hablar: «Bien, he recolectado las pruebas que necesito e hice las observaciones correspondientes; también hable con todos y anote sus datos y corroboraremos lo que me dijeron en la central. Como sabrán, no hay pruebas suficientes para acusar a nadie aquí, lo que es algo muy interesante. Más allá del arma homicida, la cual no tiene huellas, y que misteriosamente subió hasta la habitación del señor Gonzales, contra quien no existen suficientes pruebas —dijo y los huéspedes me miraron nuevamente, algunos con desconfianza, otros simplemente con desdén, el huésped del 210 fue uno de ellos—. Lo que es una verdadera incógnita, un misterio si quieren llamarlo así, es como logro salir la señora Esther. Y créanme, con el debido tiempo lograremos descubrirlo. Antes de retirarme, un oficial tomara sus huellas y les tomara una fotografía... para el registro. Les agradecería que no salgan del país, siguen dentro de una investigación. Los contactaremos muy pronto para volver a interrogarlos, de ser necesario; de ser descartados de la investigación, también serán informados. No los puedo retener aquí —se encogió de hombros— y no hay pruebas para arrestar a ninguno. Buen trabajo», concluyó con sarcasmo.

Los huéspedes se miraron entre ellos. Todos cruzamos miradas, algunos murmuraban.

Regresé a mi habitación, al igual que todos los huéspedes. Un oficial entro a mi habitación algunos minutos después y, efectivamente, me fotografió y tomo mis huellas digitales. Lo mismo hicieron con todos los huéspedes.

Por mi ventana pude ver como los primeros huéspedes se retiraban. La pareja del tercer piso subió a su auto, era uno moderno por lo que no tardó mucho en calentar y arrancar. Yo no sé cómo haría con mi viejo auto. También pude ver a la cocinera dirigirse a la carretera, ahí la esperaba un pequeño auto, seguro la habían ido a recoger. Las patrullas se fueron también, pude ver al detective y a Sebastián irse en una de ellas. Sebastián seguía muy afectado, era comprensible. Pobre hombre.

Bajé al primer piso, quería algo caliente: un café, un chocolate o un té. Había sido una mañana muy jodida y además tenía algo que hacer aún. Algo que quería comprobar, lanzar mi última carta. Me dirigí al lobby y me acerque al mostrador, ahí estaba el recepcionista, se le veía pensativo, no lo culpo. Le pregunté: «¿Crees que la mucama pueda prepararme un café? Vi que la cocinera se fue.». Me miró con una sonrisa y respondió: «Claro, le diré ahora mismo. La cocinera se fue porque es su día libre, le dije que se tome el día de mañana también», explicó. Asentí y comenté: «Iré a ver si mi viejo auto enciende. Hmmm.... si no es mucha molestia tomare el café aquí en el lobby. Tengo que esperar a mi novia y no quiero estar en mi habitación», le dije al recepcionista, él sonrió y asintió. Tan pronto me dirigí a la salida vi de reojo que se dirigió al pasillo en dirección a la cocina.

Ya en mi auto retire un poco de la nieve que tenía encima y alrededor de las llantas, tenía la esperanza de que encendiera, aunque no muchas. Alce el capot de mi auto, no había entrado hielo, todo parecía bien. Intente encenderlo, pero no reaccionaba, estaba frio y se ahogaba. Solo era cuestión de seguir intentando. Me percaté de que había un auto más ahí en el estacionamiento. ¿De quién podría ser? Tal vez era del huésped misterioso o de la mujer del primer piso. Me pareció algo extraño que no se hayan ido, aunque no se realmente cuanto tiempo querían quedarse en el hotel.

Algunos cuantos minutos más tarde, continuaba intentando encender mi auto, vi salir a la mujer del primero piso, traía sus maletas. Se estaba yendo. Paso cerca de mí y se me acercó.

«Quiero que sepas que yo nunca pensé que tu fueras el asesino, me pareciste un chico bueno desde el comienzo», me dijo aquella mujer, sonriéndome. «Muchas gracias —respondí—. Es de las pocas personas que creyó eso. Aunque no me sorprende que sospecharan de mí, a veces soy muy hablador y curioso. No es la primera vez que me meto en líos así, menos mal no paso a mayores. Al menos para mí», respondí. La mujer me miro y asintió.

Antes que se fuera tenía que sacarme una duda de la cabeza, la detuve: «¡Un momento, Señora! —le dije, Salí de mi auto, y avance unos pasos hacia ella—, ¿puedo preguntarle algo?». La mujer asintió y me dijo: «¿Algo no está bien?», me dijo algo extrañada. Le pregunté entonces: «¿Qué hace una mujer sola tan lejos de su ciudad? No le pregunte cuando conversamos ayer y perdone si estoy siendo entrometido». Ella dibujo una sonrisa y respondió: «No, no estas siendo entrometido. Supongo que ya no importa —se encogió de hombros—. Veras, tengo más de 20 años de casada y hace algunos días encontré entre la ropa de mi esposo un recibo —se supo seria, algo melancólica—, era de este lugar», volvió la vista al edificio y soltó un suspiro. Ya me imaginaba lo que estaba pasando, ella continuó: «Sospechaba que me engañaba, desde hace cerca de un año, y pues ha estado viajando mucho con la excusa de reuniones y en busca de clientes. Mi esposo es: "Asesor financiero". Cuando me dijo que saldría de viaje por negocios el fin de semana, le dije que aprovecharía para ir a ver a mi madre en Cataluya; pero vine aquí, pensé que vendría el día de hoy con alguna amante. Quería encontrarlo infraganti. —sus ojos estaban encendidos, rechinó los dientes y bufó. Estaba muy enfadada—. Pero al final supongo que fue en vano, si planeaba venir por la nevada lo pensó dos veces», concluyó.

La mujer se notaba muy afectada, me imaginaba que sería capaz de todo. Entonces me atreví a hacer una conjetura y lanzarla, total, ¿Qué perdía?

Me acerque unos a ella, acerque mi rostro al de ella y le susurre: «El arma era de usted, ¿verdad?», le pregunté. La mujer se quedó en silencio y bajo la mirada y suspiró, «Tranquila ¿Qué importa ya? —Retrocedí en dirección a mi auto—. No la culpo, pero pienso que fue mejor que pasara así», le sonreí.

«Espero no haber causado problemas...—dijo ella—. Solo quería.... —Mordió sus labios—. No sé qué pensaba, me asusté mucho y... solo se me ocurrió esconderla lejos. No pensé con claridad, discúlpame, pude haberte fastidiado a ti o a cualquiera». Le sonreí y traté de comprenderla, la verdad no había más que hacer. Ella no había matado a nadie finalmente. «Tranquila —le dije—, el detective pensó que pudo ser de cualquiera que no tenga licencia. Si bien Esther tenía un golpe en la cabeza, no pudo ser de su... ya sabe. Y descuide: no diré nada». La mujer asintió algo avergonzada. Se volvió y se fue rumbo a la carretera.

«¡Eh señora! — le dije una vez más, ella me miró sobre su hombro—. Nunca es tarde para un divorcio —le dije—, o para confiar más en su marido». La mujer me sonrió y siguió su camino.

El misterio del arma estaba resuelto. Ahora solo me faltaba unir algunas otras piezas y creo que podría llegar a la conclusión de algunos puntos más. También confirme que el auto debía ser del tipo del 210, Cinthia no parecía ser de las mujeres que conduce, aunque quien sabe. Regrese al segundo piso y le toque la puerta a ella, aún seguía en el edificio. Se asomó: «Hola... estaba empacando», me dijo y abrió la puerta, me invitó a pasar.

«Hola...», me dijo el niño sentado en la cama. «Hola —le respondí sonriendo—. Veo que ya se siente mejor». De espaldas, empacando, asintió: «Así es, los medicamentos funcionaron..., pero igual lo llevare a la clínica cuando llegue a la ciudad. Pensé que ya te habías ido», me comentó. «No, aun no debo esperar a mi novia, vendrá pronto. Solo estaba calentando mi auto».

«Es una lástima que no hayan atrapado al asesino. Me disculparas, pero pensé varias veces que habías sido tu», me dijo volviendo hacia mí, se ruborizó. Yo le sonreí y le dije: «No te culpes, incluso yo lo pensé».

Observé al niño y a ella unos instantes, le dije: «¿Sabes?, descubrí de quien era el arma. No era del hombre del 210, creo que me apresuré en sacar conclusiones...», ella se volvió nuevamente hacia mí: «¿Ah sí? —dijo intrigada—. ¿De quién era entonces?», preguntó. «Prometí no decirlo, pero no la usaron en contra de Esther, descuida. Tenía otros fines». Entonces note algo en el niño. Sabía que algo estaba mal. Él niño no traía una chaqueta para este clima, ni ella tampoco. Todos en el hotel traíamos ropa de invierno, compones, guantes de cuero, casacas polares, botas, incluso sacones de cuello de piel, como la mujer del primer piso.

«Bueno..., tengo que irme de una vez. Fue un gusto conocerte», me dijo sonriendo y tomando de la mano a su niño y levantando su maleta en la otra. «¿Qué no le pondrás algo más abrigador al niño?», le pregunte. Ella se puso nerviosa, «Déjame adivinar... —continué— se te olvido empacarlo, me pasa seguido», le dije. Me saqué la chompa que traía, era una muy gruesa y no era tan grande como para no quedarle a un niño de quizá 8 años. «No es necesario», me dijo ella, pero insistí.

«Eres muy amable», me dijo. «No te preocupes, tómalo como un regalo», le respondí y ayudé a colocársela al niño. Le quedo grande, pero lo abrigaría. Levanté su maleta: «Te ayudo, voy afuera también, tengo que seguir calentando mi auto». Bajamos juntos entonces. Me dijo que pidió un taxi y que esperará en el lobby, pero al bajar, el taxi había llegado ya al paradero frente al edificio, estaba tocando la bocina. Así que dejo su llave en el mostrador y le ayude a sacar sus maletas, ella cargaba al niño. Mientras caminábamos me agradeció: «Gracias, de verdad eres muy amable, casi lamento haber pensado que eras un criminal», me dijo y sonreímos.

«Así pasa, y muchas veces los criminales no solo son asesinos — le dije —, a veces es un solitario, un hombre muy agradable o también un marido agresivo...», ella se detuvo un instante y me miro de reojo, continúo avanzando. Recordé algo que me llamo la atención previamente: cuando ella estaba empacando pude ver algunos moretones en sus brazos y cuando estuvimos en el lobby y su maquillaje se corrió, por el sudor, me pareció ver que se había cubierto un golpe en el ojo. Pensé que eran ojeras, pero ahora había otro trasfondo. Ella no hizo nunca comentario. Llegamos al paradero y la ayude a subir su maleta tras él. le dije: «Espero que en la ciudad te vaya bien, te va a gustar hay mucho movimiento, cuídate mucho, Cinthia —le dije con una sonrisa—, adiós, niño, cuida mi chompa— el niño asintió y sonrió». Cinthia me miró avergonzada y me agradeció. Subió al taxi y se fue.

Me di cuenta que pensar en todos como culpables me alejaba del hecho que muchos también podían ser víctimas. Creo que a eso se refería el detective a que «todos aquí ocultaban algo» y poco a poco me di cuenta de eso.

Regresé al hotel, eran cerca de las 6:30 y ya casi estaba oscuro, me senté en el mueble del lobby a esperar. Las carreteras se habían abierto cerca de las 4 así que mi novia estaría en camino seguramente. La mucama vino con mi café unos minutos después. «Aquí tiene», me dijo colocándolo sobre la meza de centro. Se notaba que aun desconfiaba de mí, no la culpo. «Muchas gracias», respondí, ella asintió y se regresó a la cocina.

El recepcionista salió de la oficina y se me acercó cruzando el mostrador, tomó asiento frente a mí en el mueble. «Espero que esto no haga mala publicidad al hotel...», me comentó. «Pues no vi periodistas, pero estas son anécdotas que la gente suele contar... y estoy seguro que Sebastián no se quedara en silencio; pero en todo caso no la asesinaron aquí dentro», le explique. «Si, eso es verdad, pero igual... no es algo que se ve todos los días», respondió y se reclino hacia atrás en el mueble, se notaba cansado. «¿Trabajar aquí todos los días no es aburrido? —le pregunté—; es decir, ves muchas personas, pero estar aquí día y noche...». Me miro y sonrió. «Puede ser muy aburrido —respondió—. Me llevo bien con las trabajadoras y con el conserje; pero si, a veces solo quisiera largarme y hacer algo divertido, pero este negocio es de mi padre y me lo dejo a cargo. Tengo que quedarme aquí».

Me incliné hacia delante y le dije: «hablando de las trabajadoras, ¿qué hay con la nueva mucama? —le pregunté—, he visto que la miras, es una linda chica. ¿Tú tienes enamorada?», le sonreí. Este se inclinó hacia mí y se sentó más a la orilla del mueble. Me dijo con una sonrisa pícara y en voz baja: «Si, es muy guapa, pero es muy callada; no es como la anterior mucama, ella y yo éramos... muy unidos... Tuvimos nuestros momentos, pero no, no, estoy soltero... Aún no he podido encontrar una chica con la que pueda hacer madurar una relación», me contó. Yo asentí: «Ah, entiendo, pero seguro ya se conocerán mejor la mucama y tú, así son las chicas en un comienzo; por cierto, que le paso a la ex mucama. ¿Qué problema de salud tenía?», le pregunté mientras revolvía mi café. «No lo sé, creo que algo con sus pulmones, no estoy seguro. Fue repentino, me sorprendió que se fuera así», me explicó. Asentí y comenté: «Entiendo, a veces suele pasar, este clima es muy complicado».

Bebí unos sorbos de mi café y continué hablando con él.

«¿Al final quien piensa que fue el asesino?», le pregunté.

No lo pensó mucho y respondió:

«Pues... para mí el sujeto del 210, no se..., me parece muy raro todavía».

«Pero ¿cómo pudo salir? Solo tú y la cocinera tenían las llaves, de ventanas y de las puertas. ¿No es extraño? Además, ¿por qué la mataría? Tú crees que...», insinué. «Que...», respondió. «Ya sabes...—me incliné hacia delante— que hayan sido amantes...—le dije en voz baja—. Era una mujer muy linda. Tendría quizá sus 36 años, 40 máximo. No lo sé, era una doctora, tenía dinero y su esposo... —me encogí de hombros—, no da la talla, sin hablar mal, pero tú lo viste». El recepcionista sonrió y asintió. Continué «Una mujer así debía tener algunos amantes, seguro estaba acostumbrada a estar con empresarios, doctores, que se yo —bebí un sorbo de café—. Es muy normal entre las mujeres con dinero, ¿oíste cuando ella le dijo que él fue quien quiso venir? —El asintió—. Estoy seguro que ella vino a verse con alguien más: el sujeto del 210», asentí lentamente, el hizo lo mismo.

«Es verdad... — me respondió —, era una mujer muy hermosa, seguro tenía muchos amantes», comentó. Un instante muy pequeño miró de reojo en dirección a su oficina y luego volvió la vista a mí. «¿La viste anoche cuando bajo en bata? —me preguntó—. Con el debido respeto: estaba muy hermosa», dijo sonriendo, pareció relamerse. Respondí: «Si, si la vi... traía lencería debajo, y tú sabes qué clase de mujeres la usan... Creo que fue algo pasional, pero ¿cómo la logro sacar? Eso es lo que me sorprende, fue muy inteligente».

«Si, fue el crimen perfecto...», me dijo.

«Aunque... —agregué—, si bien todos tienen una coartada, hay algo que el asesino no tomo en cuenta...—deje mi café sobre la mesa de centro—. El no ser amigo de alguien, no significa que no sepas quien es. ¿Sabes por qué el detective no me arresto?», pregunté. El recepcionista, algo confundido, respondió: «Quizá... porque cree saber quién es el asesino..., pero no está seguro», se encogió de hombros y negó con la cabeza. Yo asentí y respondí: «Exacto, cuando estuvimos en tu oficina, me dijo exactamente eso», se me acercó nuevamente y me preguntó: «¿Entonces él sabe quién fue?» preguntó. Afirmé con la cabeza y en ese momento noté como una gota de sudor bajo de su frente, por todo el lado izquierdo de su cara hasta llegar a su barbilla.

«En algo tienes razón —le aseguré—, el hombre del 210 si era amante de Esther». Esperé una reacción de sorpresa, pero no la hubo, solo entrecerró los ojos. Yo continúe: «Ella y él se conocían, posiblemente ayer venían a encontrarse; creo que este lugar les gustaba, es alejado, solitario... ¿Nunca los viste antes?», le pregunté. El recepcionista, en silencio, solo negó con la cabeza. Proseguí: «Pues sabes..., pienso que ya han venido antes, al menos dos veces o que se yo. Y aquí viene lo interesante —le dije acerque a la orilla del mueble e inclinándome más hacia delante—: pienso que él le pidió dinero a cambio de no contarle nada a su esposo. Eso es algo que a una mujer como ella no le parecería nada bien...».

«Eres muy listo, eso tiene sentido...», comentó el recepcionista dejando escapar una pequeña risita nerviosa.

«Él tiene una hija enferma, eso entendí, posiblemente algo grave, algo que un corredor de seguros no puede costear; entonces le pide prestado a la amante: una exitosa y adinerada doctora. Esta se niega, pues no es su problema —El recepcionista me escuchaba atento, no dejaba alzar y bajar su rosilla, ansioso—. Ahora, éste la amenaza: le dice que si no le da el dinero para su hija le contara todo a su esposo. Claro, no tendrá el dinero, pero se vengará de ella. La arruinara. Una mujer como ella, no puede permitirlo. Así que con el dolor de su ego accede. Se citan aquí, donde ya se habían visto y ¿qué crees que pasa?», le pregunté.

El recepcionista, balbucea: «No..., no... yo, no se...—se encoge de hombros y sonríe nervioso—, ¿ella se niega y la... mata?», responde y traga saliva.

«No, no... —lo corrijo, serio, seguro—, recuerda: ¿Cómo la sacó del hotel?», el recepcionista se encoge de hombros, continué: «Pues ahí viene el detalle, lo que no hemos visto, siendo casi obvio, aunque solo si dejamos de ver a Esther como alguien que fue víctima de su amante. Porque ella pagó. Estoy seguro que lo hizo, pero no contaba con algo más, ¿verdad?», le pregunte.

«Ya... ya me... ya me confundiste, amigo», dijo tratando de sonreír.

«No solo su amante la amenazo».

El recepcionista quedo en silencio, me miró fijamente, se secó el sudor con el brazo, cada vez sudaba más y parecía incómodo, rebulléndose en su lugar.

Estábamos solo los dos en el lobby, miré a nuestro alrededor y le dije:

«Aquí entre nos... fue un accidente, ¿verdad?», le pregunté con seriedad.

Él se echó ligeramente hacia atrás, frunció el ceño, tragó saliva y respondió:

«¿Qué? —Comenzó a reír, nervioso— ¿Qué estás hablando?... ¿esta es una tu teoría?... Estas insinuando que...», dice.

«¿Sabes que pienso? —Cogí mi taza de café y apuré lo que quedaba en ella—. Pienso que fue muy fácil encontrarla y poder comunicarse con ella. A ti te gustó, seguro recordaste su nombre, te conseguiste su número de oficina en el hospital, fuiste a verla, le mostraste algo: el video donde se le ve entrando a una habitación con su amante. Tenían que llegar a un acuerdo, pero tú no querías dinero, ¿no? ¿Para qué?». La expresión del recepcionista cambio, se puso serio, palideció. Continué: «Tu querías algo más. No te culpo, era una mujer muy atractiva». Deje mi taza sobre la mesa.

Me miro con el ceño frunció unos instantes.

Trató de decir algo: «No... como... no, que... ¿Qué?», pero solo balbuceó. Entonces comenzó a reír nervioso, extrañado, y a rebullirse en la orilla del mueble. Estaba asustado. ¿Acaso había dado en el clavo? Continué: «¿Qué acordaron? ¿Humm? Quizá que embriagara a su marido y que luego de que se apagaran las luces fuera a la cabaña del conserje, donde la esperarías tú. Ahí nadie oiría nada, pero ella tenía otros planes, ¿verdad? Se hartó de que la amenaces, era lista, sabía que eso se repetiría, así que antes de salir por la puerta trasera, que dejaste abierta, esta tomó un cuchillo. ¿Qué paso después?», le pregunté.

Rebufó y negó con la cabeza, secó su sudor, otra vez y respondió:

«Vaya —sonrió—, ojalá hubiera pruebas —repuso— todo calza muy bien... ¿pero... no puedes demostrar que eso sucedió o sí?».

«Si, si puede...».

El hombre misterioso del 210 apareció por las escaleras tras de mí, había estado oyéndolo todo desde ahí. Traía un maletín en las manos. Se acercó al mostrador y lo colocó encima, lo abrió y nos mostró el dinero que le había dado Esther.

«Yo le pedí el dinero con amenazas, es verdad. Ella me contó lo que le habías dicho y que le enviaste un video en el que se nos veía entrando a una habitación. Me dijo que teníamos que hacer algo, o los dos quedaríamos arruinados. Perdería a mi esposa, mi hija enferma no lo soportaría. Me dijo que tomara el dinero, que no importaba, pero que le ayudara a matarte. Pero al final me negué a hacerlo».

El recepcionista se puso de pie, replicó con fuerza.

«¡Cualquiera pudo enviarle el video! ¡Yo... no..., no, no lo hice!», balbuceó. Estaba pálido, sudaba y le temblaban las manos. El continuó: «¿¡Y en todo caso por qué no le dijiste a la policía?!», preguntó.

«El video, debes tenerlo escondido en alguna parte, con ese video sabes que no diríamos nada —le respondió—. Aun debes tenerlo por ahí, desgraciado». El hombre del 210 cerró el maletín y se acercó unos pasos hasta nosotros. El recepcionista retrocedió unos pasos, asustado.

Yo me puse de pie también y tercié:

«Tuve mucho tiempo libre estado encerrado en la oficina, no lo desperdicie. Busqué entre tus archivos, todo lo que pude. Y, por cierto, guardas mucha pornografía que la policía encontrara interesante».

«Eso no prueba nada... —respondió el recepcionista, tenso—, pude haberle pedido dinero, pude haber simplemente no utilizado ese video. ¡No hay pruebas de nada! No pierdan su tiempo».

«¿No entiendes? —le dije—. Alguien la situó aquí abajo poco antes de su muerte, hay un testigo que sabe que sabe que la amenazaste —dije señalando al huésped del 210—, tienes el video en tu computadora y eres el único que podía salir y entrar del edificio. Y lo más sospechoso: tienes una carpeta con videos de mujeres, posiblemente, engañando a sus esposos aquí en el hotel. Videos de vigilancia, que seguramente usaste para chantajear. ¿Cómo explicaras eso?»

El recepcionista se quedó en silencio. Lentamente se agachó y tomó asiento en el mueble. Sabía que estaba en problemas.

«Llamare a la policía...», dije dirigiéndome al teléfono del mostrador.

«Si te mueves de ese lugar, te rómpete todos los huesos, hijo de puta», amenazó el hombre del 210 al recepcionista. Él solo se quedó sentado, con la mirada perdida.

Cerca de 20 minutos después la policía estaba de regreso en el hotel.

Esposaron al recepcionista y se lo llevaron, este no dijo nada ni opuso resistencia. El detective Sartori se me acercó en el lobby. «¿Sabes que podría arrestarte por ocultar pruebas a la policía?», me preguntó. Sonreí y respondí: «Yo solo estaba tratando de encontrar al que me intentó incriminar; no buscaba al asesino, ese era su trabajo...», le respondí.

«Tiene 3 denuncias por acoso sexual, la más reciente fue hace 7 meses, la mujer retiro la demanda por alguna razón. Era cuestión de tiempo para volcar la investigación hacia él. Menos mal no borro los videos y el amante de Esther decidió hablar», me explico el detective.

«Imagino que el ocultó el cuchillo en mi baño cuando la mayoría estábamos fuera... y dejo la sangre en la pared del segundo piso para despistar. Fue muy inteligente por ese lado», le dije al detective.

«Es cierto, centro la atención en el segundo piso... y seamos sincero tú y tu curiosidad le dieron un perfecto sospechoso», dijo el detective sonriendo, «Solo me queda descubrir de quien era el arma, pero estoy seguro de que no es del Recepcionista. —Me estrechó la mano—. Es usted muy perspicaz, señor Gonzales, pero en el futuro trata de no ser tan entrometido. No todos tienen mi paciencia».

Sonreí y le dije: «Lo tendré en cuenta, esta vez casi me involucro en un asesinato... pero entenderá que en análisis es mi trabajo y soy muy bueno». El detective asintió y antes de irse mencionó: «Posiblemente lo estarán llamando mañana para dar sus declaraciones». Asentí y el detective se retiró junto con el hombre del 210 y el recepcionista.

Algunos policías se quedaron en el lugar, pues aún estaban los jóvenes en el edificio y no podían irse hasta que sus padres o apoderados llegaran por ellos. La mucama se retiró poco después que se fuera el detective. Yo espere en el lobby hasta que llegara mi enamorada. Se asustó cuando al llegar vio las patrullas, pero cuando me vio ahí al lado de mi auto se sintió aliviada. Creo que cualquiera se sorprendería.

Fuimos a casa de sus padres donde pasaríamos la semana como me dijo. Mientras ella conducía y me nos alejábamos del hotel, no podía dejar de pensar en cómo en el lugar menos pensado podían ocurrir cosas tan descabelladas. Pensaba en cómo se podía resolver un asesinato poniendo atención en los detalles y con un poco de imaginación. ¡Ah! y con un poco de suerte también. Miraba a Sharon, mi enamorada, mientras conducía y pensaba en Sebastián y su esposa. Imaginaba lo horrible que debió ser para él. Recién ahí afuera, entre en conciencia de que lo que paso en el hotel, de lo horrible que había sido. Me sentí mal. Asqueado. Incluso asustado.

Creo que mientras nos alejábamos del hotel, de la escena del crimen, entendía que había estado muy cerca de la muerte. «¿Estas bien?», me pregunto Sharon. «Si... solo me alegra que ya estés aquí, mi amor», le dije. Ella alargó su mano y me acaricio el rostro. «Qué lindo... ¿y me dirás que paso allá?», me preguntó. «Claro, pero aún no. Quiero descansar un poco, no quiero que tus padres me ven con esta cara». Ella asintió y siguió conduciendo. Yo dormí hasta llegar cerca de la casa de sus padres.

Soñé con el hotel. Sabía que durante los siguientes días sería un sueño recurrente. Llegamos a casa de sus padres. Ella me dijo: «No estés nervioso, ¿de acuerdo? Ellos te amaran». La verdad me era imposible tener miedo de hablar con ellos, luego de lo que me sucedió pasara tiempo para que sienta miedo de algo.

En la cena, algunas horas después.

—¿Entonces estuviste en el hotel «Hojas de otoño»? —me preguntó el padre de Sharon.

—Sí, estuve ahí desde ayer en la tarde —respondí mientras cortaba mi carne, habían preparado estofado de res.

Su mamá interrumpió.

—¿Entonces estuviste cuando ocurrió lo de la mujer? —dijo sorprendida—. Acabo de verlo en las noticias, ¡que horrible!

Ya se había hecho pública la noticia del crimen. Sharon se sorprendió también, pues aun no le había dicho nada.

—¿Por eso no me quisiste contar que sucedió...? —preguntó Sharon con el ceño fruncido.

—Es que no quería preocuparte —respondí—, pero creo que será bueno contarles lo que sucedió en ese lugar, es una historia bastante interesante, amén de complicada.

—A mí me encantaría oírlo — terció su padre.

—¡Ay! no seas morboso, Gerald — le regañó su esposa.

—No se alarme, señora —le dije—, le prometo que no seré tan gráfico. —Volví la mirada a Sharon a mi lado—. ¿Tú quieres saber? —le pregunte—. Yo mismo ayude en la investigación.

Ella ladeo la cabeza y finalmente asintió.

—Bueno, sería interesante saber qué hiciste estos dos días en ese lugar —dijo encogiéndose de hombros.

—Muy bien... — comencé —, verán primero debo hablarles del detective, fue pieza fundamental, cuando lo vi entrar me sorprendió su actitud tan relajada, estaba seguro de que encontraría al culpable, entro sosteniendo su maletín y sacudiéndose la nieve de los hombros que humedecían su abrigo, no sabía quién era, no recordaba haber oído de él, ni en noticias ni en alguna conversación, solo sabía lo que nos había dicho el dueño del hotel aquella fría y oscura mañana.

«Es el mejor investigador que hay en esta ciudad, si alguien descubrirá lo que sucedió con la Sra. Esther, ese es el detective Sartori».

FIN

Franck Palacios Grimaldo

09 de marzo de 2018

18 de Fevereiro de 2020 às 17:59 0 Denunciar Insira Seguir história
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Fim

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