mrares041 Josué Tecce

Una serie de historias orientadas en el mundo de Divergern, pensadas para complementar a la novela Los favores divinos (No es necesario estar familiarizado con esta ultima para comprender los acontecimientos de cada una de ellas).


Fantasia Épico Para maiores de 18 apenas. © Josué Tecce

#mitología #precuela #accion #trasfondo #328 #mundo-paralelo #249 #worldbuilding
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Lenoir la Solbærer.

Lenoir la Solbærer.


Año 1256... Natura, Vanningsfelt.

La luminosa barca solar comenzaba a posarse sobre el horizonte de Natura. Las carretas, cargadas de recuerdos y objetos propiedades culturales, eran apresuradamente cargadas por los elfos hasta la lejana y tenue seguridad que se les había sido ofrecida. Escapaban de la guerra, atemorizados por el constante enfrentamiento de los hijos del dios Frey. El enfrentamiento había durado demasiado, y aunque todos querían que aquel infierno acabase cuanto antes, nadie habría imaginado el destino que les deparaba aquel día. Escoltando al grupo de refugiados se encontraba un pequeño escuadrón procedente de los Portadores de la Tormenta. Una mujer muy particular miraba con preocupación a las familias que pasaban frente a sus amarronados ojos; Su cabello, rubio como los rayos del sol, acariciaba su espalda al caminar con el soplar del viento; Vestía una elegante armadura ligera, pensada no para protección, sino para garantizar una mayor movilidad con la poderosa espada de metal arraizado que prendía de su cinturón. Las expresiones de los niños, repleta de miedo y confusión, causaban un gran pesar dentro de su pecho. No le era difícil imaginar a sus hijas pasar por una algo similar; Su marido teniendo que afrontar la decisión de abandonar todo por lo que alguna vez habían luchado; Su amada tierras incendiadas y pervertidas por el inherente asedio de los Hijos del Roscio.

¡Lenoir! –Exclamó una demandante voz desde su espalda.

Realizando un pequeño salto por la sorpresa, la chica giró bruscamente su cuerpo para hallarse cara a cara con el jubiloso hombre que ocupaba el cargo superior de jefe en aquella misión. Centró su mirada sobre sus verdes ojos, sostenidos por dos inmensas bolsas negras por las largas noches en vela, y de inmediato su semblante mostró una cariñosa y amplia sonrisa. Extendiendo su brazo en horizontal a través de su pecho, mostro su debido respeto hacia la amable figura que se presentó ante ella.

Señor, espero órdenes. –Declaró con seriedad.

Descanse, soldado. –Confirió su permiso con un rápido aleteo de su mano. –Y déjese de cordialidades, no es necesario.

Un puñetazo raudo puñetazo fue acertado al hombro del hombre de parte de la agraciada mujer. –Oh, ¿Qué tal ahora?

Ambos rieron ante aquella demostración de confianza, como ya lo habían hecho una inmemorable cantidad de veces. La guerra siempre fue cruel, pero Vindpil siempre le había demostrado ser un amigo de confianza (o más bien, en la mayoría de ocasiones).

El oficial esbozó una mirada un tanto adolorida mientras su mano frotaba suavemente su brazo golpeado. –Diablos mujer, vas a sacarme un brazo.

–Deja de llorar. ¿Así es como llegaste a capitán? Vaya niña que resultaste, Vind. –Bromeó con orgullo.

–Bueno, no hay duda que tu podrías llegar igual o más de lejos. –Comentó con cierta seriedad, señalando con su mano en dirección al camino. Ambos comenzaron una tranquila caminata junto a las carretas, disfrutando únicamente de la compañía mutua que se ofrecían, como tantas veces habían hecho antes.

No… –Su mirada se perdió unos instantes. –Sabes que no estoy interesada en esas cosas.

–Si, ya lo sé… La familia es lo primero. –Asintió con la cabeza. –Escucha, sé que han sido meses difíciles. Nadie quiere irse a casa más que yo, pero…

–Pero hacemos lo que debemos, sí. –Completó su frase con algo de molestia. –¿Nunca te cansas de repetir lo mismo?

El silencio se acentuó entre ambos. Leves minutos en los cuales solo reinaba el sonido de la movilización conjunta formada en torno a ambos individuos. Lenoir suspiró con resignación.

Disculpa, en serio no quise decir eso. Es solo que…

–No, no te disculpes. –Interrumpió su compañero. –Es normal, te entiendo. Pero no hay nada que ninguno de nosotros pueda hacer al respeto, querida. –Su palma se posó sobre el hombro de la muchacha. –Estoy seguro de que ellos están bien.

–Ese no es todo el problema, Vin. –Realizando un movimiento suave hizo a un lado la mano de su superior. –¿Qué pasará si soy yo quien no regresa? ¿Cómo se lo explicarías a las niñas? ¿Cómo podrías mirarlas a los ojos y decirles que su madre falleció sin poder darles un último abrazo? No es tan simple como decir que ellos estarán bien…

Vindpil apartó su mirada, como si tratase de ocultar los sentimientos encontrados con aquella acusación. –Entiendo lo que intentas pedirme pero… –Realizando una pausa, ordenó en su mente las palabras que quería decir –No me pongas en esta posición, no hay nada que yo pueda hacer.

–No te estoy obligando a hacer nada. –Declaró con un susurro casi inaudible. –Solo necesito que no te interpongas… déjame volver… –Su voz se quebró en este punto, dejando salir un susurro lleno de dolor.

Vindpil frotó sus ojos con la yema de sus dedos, apartó su mirada y se detuvo unos instantes para contemplar aquella petición. Su escape no solo sería tomado como un acto de cobardía y traición; Si él era encontrado cómplice, por la razón que fuera, el mundo se volcaría en su contra de la misma manera. La respuesta no podía ser otra que una negativa. El dejar que algo así ocurriera, que su amiga arruinase no solo si vida, sino la de ambos, era algo que simplemente no podía permitir. Frunció el ceño, abrió su boca para responder, pero de inmediato fue interrumpido por una estruendosa cacofonía de caos. Los centinelas ubicados sobre los árboles habían localizado algo. El retumbar de los cuernos de guerra alertó a cada ser vivo presente en kilómetros a la redonda. Las personas sobre las carretas comenzaron a aumentar las prisas. Los soldados de los alrededores se movilizaron formando dos filas a ambos lados de la caravana y se prepararon para enfrentarse a lo que sea que estuviese por llegar.

¡Mierda! –Exclamó Vindpil. –Esta discusión no ha terminado. Ve a tu posición y espera mi señal. –Ordenó, ya no como su amigo, sino más bien como su jefe.

Desenfundó su arco, y hacía uso de su rama de vitalidad saltó una gran distancia hasta la cúspide de las arboledas. Lenoir rechistó con molestia, pero aun así acató aquellas órdenes; El deber la llamaba, y era hora de cumplir. Se apresuró hasta la última carreta; Su atención se debió hacia una mujer lastimada mujer que cargaba en brazos a su una niña; Una manchada venda roja cubría su ojo derecho, las pares visibles de su cuerpo demostraban unas horribles heridas que luchaban por cicatrizar; Cojeaba demasiado, y se notaba demasiado el hecho de que moverse le dolía; Aun así, y con todo esto, se aferraba a la pequeña cual última esperanza de vida. Esta última, giraba en cada dirección con un aire de pánico y terror indescriptible; La mirada en sus ojos no podía ser otra que la de una persona que ha pasado por cosas horribles. Lenoir le sonrió, esbozando a su vez una chusca mueca para tratar de tranquilizarla.

¡No se preocupen! ¡Todo estará bien! –Exclamó con una voz grave y burlona.

El escenario general demostraba una quietud monstruosa; El sonido de la madera resquebrajándose en la distancia resonaba a la par de un jadeo casi animal. Los elfos ajenos al enfrentamiento se apresuraban a través de los árboles; Huían del peligro invisible que se formaba a su alrededor. Los inusualmente impacientes ojos del capitán, se movían violentamente de lado a lado; Sus manos temblaron, sus pensamientos y su corazón compartían la misma celeridad. Vindpil ya había pasado por este tipo de situaciones antes pero jamás se había sentido de esta forma. Era como si fuese la primera vez que participaba de una lucha real.

Sus labios temblaron, y en conjunto con su lengua, recitaron una frase discontinua. –¿Qué diablos está…

Un rugido bestial azotó los oídos del hombre. Giró tan rápido como él fue posible, pero lamentablemente aquella figura ya había logrado alcanzarlo. Como consiguiente, el sonido de un golpe seco, cual martillo impactando contra la madera. El temor de los Portadores de la Tormenta se intensificó en cuanto sus ojos se posaron sobre aquella criatura. Un elfo como cualquier otro, pero con rasgos mucho más salvajes y feroces demostrados alrededor de su cuerpo; Una espumosa baba anaranjada emanaba de su boca; Sus ojos resplandecían con una locura abismal, y miraban en dirección al infinito vacío del horizonte mientras gruñían en señal de amenaza. El capitán yacía en el suelo, con su cabeza completamente aplastada por la zarpa carmesí de aquel engendro. Un estruendoso rugido dio lugar a cientos de aquellas cosas apareciendo por entre los árboles y arbustos. Cual manada apresando a su presa, estos se lanzaron sobre los Portadores de la Tormenta.

¡Protejan a los refugiados! ¡No los dejen pasar! –Exclamó uno de los soldados más jóvenes.

El enfrentamiento había comenzado, mas este no se presentó a modo de batalla. Los gritos de desesperación y dolor llegaron hasta Lenoir. Un sentimiento de pavor se hizo presente en su interior en cuanto contempló aquel escenario, al cual solo podría definir como “un arrebato sangriento”; Elfos despedazados, tanto soldados como personas inocentes; Grupos enteros de Hijos del Roscio devorando con lujuria a los que alguna vez fueron sus compañeros; Las pobres personas que anteriormente intentaban salvar sus objetos de valor, ahora corrían despavoridos a la par que eran perseguidos por una versión monstruosamente degenerada de su especie. La primera idea que llegó a su mente no fue otra que la de intentar ayudar a los refugiados, sin embargo, su cuerpo y su mente parecían no responder a aquella necesidad; Estaba paralizada, atemorizada como si se encontrase bajo el influjo de algún hechizo maligno. Su mano se posó sobre el mango. Lentamente la hoja abandonó la vaina y se mantuvo en un tembloroso balance impulsado por su titubeante pulso y nervioso pulso. En aquel instante, su visión periférica logró captar algo en las cercanías. El mero contacto visual con una de esas cosas generó un escalofrió por toda mi espalda; Sus músculos tardaron en reaccionar, su mente se llenó de inseguridad y miedo mientras una sombra bestial se abalanzaba sobre ella. Cayendo de espaldas, Lenoir alzó el arma para bloquear el ataque. Los dientes del animalesco elfo se incrustaron en el metal, sacudiendo violentamente todo su cuerpo y desgarrando partes de su boca. En ningún momento dio señales de sentir algún tipo de dolor, ni siquiera cuando el filo de la hoja desgarraba ferozmente la carne de sus mejillas, ni cuando su lengua se partió el dos con el mero contacto del metal. Sus uñas se clavaron profundamente en los hombros de Lenoir, perforando su delgada armadura y adentrándose en su carne como si de un cuchillo se tratase. Esta última se aferró con todas sus fuerzas al mango de la espada. Su respiración, agitada y descontrolada, le impedía concretar pensamiento u acción alguna; Su mente no estaba allí; Esta se había perdido entre cientos de inseguridades e ideas que no hacían más que nublar su mente y engañar su percepción de la realidad. Y entonces…

¡Mamá! ¡Mami!

Un alarido infantil, apenas audible, como el aleteo de un colibrí; Una voz conocida, una voz familiar aullaba por ayuda. Aquella cacofonía, aquel desesperado grito de auxilio penetró en su mente, despertando un instinto de supervivencia lo suficientemente fuerte como para opacar cualquier otro sentimiento. Cerró su puño con fuerza, y lo disparó en dirección al rostro del elfo. Las garras en su hombro se unido aún más, pero el dolor jamás había sido un impedimento para ella y tampoco lo seria ahora. La mujer se aferró a su nuca, y con todas sus fuerzas empujó la hoja de la espada. Apretó los dientes, sintiendo el salpicar del líquido carmesí que enceguecía su visión y manchaba sus ropas de rojo. Un pedazo de carne inerte cayó al suelo, y el cuerpo del elfo fue empujado lejos de la muchacha.

¡Lilia! –Exclamó casi instintivamente.

Aquel nombre, el inconfundible nombre de su hija menos emergió del pecho de la soldado con temor y alegría. A su alrededor pudo contemplar un escenario de pesadilla. La caravana de carretas había sido dispersada, destruida a no más que una montaña de basura y muerte; Cuerpos desmembrados, decapitados y devorados hasta no dejar más que una masa de carne deforme plagaban el campo de batalla; Los Hijos del Roscio arrasando violentamente con sus compañeros como un grupo de animales rapaces, rugiendo con lujuria mientras disfrutaban la carne y sangre de los que alguna vez fueron sus hermanos. El mundo a su alrededor se había vuelto en un completo infierno en apenas unos instantes. El horrorizado llanto de la niña volvió a llegar a sus oídos.

¡Ayuda! –Replicaba insistentemente mientras aquella pequeña figura era protegida por la falsa seguridad de una carreta volcada.

Lenoir estrujó la espada entre sus dedos, y envalentonada por el calor en su pecho corrió hacia ella. Gritos de rabia anunciaron la ofensiva de los Hijos del Roscio. La sombra del primero anunció su llegada desde las alturas; Había saltado desde la copa de uno de los árboles, y cayó apuntando con sus dientes y garras en dirección al cuello de la mujer. Con destreza, Lenoir apuntó en dirección a su cráneo, y realizó un corte diagonal momentos antes de que sus cuerpos hiciesen contacto. Dejando a un lado al decapitado ser, comenzó a trotar tan rápido como le era posible. Cual depredador al asecho, otra de esas bestias salto desde una montaña de ropa y comida esparcidas por el suelo. Reaccionando casi al instante, la muchacha lanzó una patada a su rostro, y con su espada partió por la mitad el pecho de su atacante. Un mar de vísceras, sangre y carne yacía en los alrededores. Suprimiendo su asco y rabia, la mujer se acercó hasta el vehículo que resguardaba a su objetivo.

¡Lilia! No te preocupes, mamá está aquí para…

Ella estuvo a punto de concluir con su oración, pero entonces, sus palabras que recolectaban una emoción sin igual, fueron acalladas por un estridente grito de dolor. Una afilada y gruesa mandíbula se clavó profundamente su hombro, muy cerca del borde de su cuello. Los dientes de la bestia fueron detenidos por el inevitable choque con sus huesos. Detrás suyo, un elfo, de contextura semejante a la suya, había errado su ataque fulminante, pero aun así intentaba a toda costa arrancar la mayor cantidad de carne posible. Lenoir presionó con fuerza el cráneo de la criatura, empujando fervientemente hacia atrás para evitar su avance. Con cada instante que pasaba, aquella mordida se acercaba más y más al punto mortal de su ataque, y sin poder hacer más para evitarlo, la chica comenzó a ser arrastrada hacia atrás. Recuperando el control de la situación, Lenoir retomó el agarre de su espada y en de un rápido movimiento desesperado, apuñaló con todas sus fuerzas el rostro a su atacante. Lenta y adoloridamente retiró su mandíbula y dejó caer su cuerpo cual bolsa de basura. La sangre emanaba rápidamente de su herida; Su naturaleza como elfo le había bendecido con una gran resistencia, pero aun así, esto la dejaba en una desventaja enorme en cualquier enfrentamiento. Estaba gravemente lastimada, arrinconada en un entorno hostil y desconocido, y además, no pasaría mucho hasta que los otros Hijos del Roscio denotaran su presencia. No perdió el tiempo. La mujer se lanzó sobre la carreta, y posicionando sus manos debajo de esta comenzó a levantarla.

¡Lilia! ¡Voy a sacarte! –Exclamó mientras contemplaba la sinfonía de dolor orquestada por su cuerpo.

Para su mala fortuna, la figura que le esperaba ahí abajo estaba lejos de ser la de su hija. Esta, no resultó ser otra que aquella pequeña a la que anteriormente había saludado. La misma había posado sus ojos sobre la madre confundida, quien habría jurado por su vida que aquella voz seria la de su cría. Tal vez fueron sus deseos de poder verla, tal vez su cerebro quería darle un ultimo aliento de felicidad antes que lo peor ocurriera, o tal vez, simplemente había sido su cruel imaginación, la cual le había jugado una broma horrible. Atemorizada, aquella niña apegó su espalda a los tablones adversos del vehículo. La visión de la mujer lastimada y bañada en aquel intenso color rojo no hacía más que despertar un claro sentimiento de desconfianza en su ser. Lenoir se adentró en la carreta y se recostó sobre el suave suelo de hierba. Estaba apretado, pero ella se las arregló para acomodar su cuerpo.

Tranquila, no voy a hacerte daño. –Musitó por lo bajo, dejando salir un pequeño alarido de dolor. –¿Cómo te llamas tu? –Mostró una compasiva sonrisa.

Con algo de temor, la niña movió torpemente sus labios hasta formular una respuesta. –Visley…

–Visley… es un bonito nombre…

Con cierta impaciencia miró hacia las afueras. La visión de los civiles corriendo despavoridos mientras eran perseguidos por la insaciable sed de sangre de los Hijos del Roscio era algo que le desconcertaba. No eran soldados, ellos no tenían nada que ver en esta guerra, no había razón para atacar de esta forma. Sus compañeros, los que aún se mantenían en pie, trataban desesperadamente de despejarles el paso, ofreciendo sus vidas a cambio de una oportunidad para que los otros sobrevivan. Para su desgracia, la ventaja numérica era algo que simplemente aplastaba sus esfuerzos. Eran demasiados y muy fuertes para que ellos pudieran lograr nada.

Debemos… ah… –Frotó su frente con nerviosismo. –Hay que… Tenemos que… –Repetía incansablemente cada vez que una idea llegaba a su mente. Cada plan, cada posibilidad, cada nulo resquicio de esperanza era inmediatamente arrancada de rais tras la irremediable idea del fracaso. Llegado este punto, se vio nuevamente invadida por aquel miedo gutural que anteriormente se había cobrado la vida sus compañeros y amigos; Aquel maleficio, aquella maldición.

No tenemos ninguna salida… –Señaló Visley con una angustia que le enmudecía. –Lo se…

–No digas eso, cielo. Encontraré la manera de sacarnos de esta, te lo pro…

–No. –La detuvo alzando la voz. –Ya he pasado por esto, señorita… ellos no son como los otros elfos… ellos descansaran hasta acabar con todos.

Una cruda idea cruzó por la mente de la soldado. –Ya han atacado antes, ¿verdad?

Visley asintió con la cabeza. –Mi papa también era un recluta. –Aclaró a la par que sus palabras daban lugar a un balbuceo entristecido. –El los atrajo para que yo y mi mama pudiéramos huir, pero igualmente nos siguieron hasta aquí…

Lenoir asintió con la cabeza. Cerró sus ojos, tratando de manifestar la imagen que tantas veces la había reconfortado en momentos difíciles. Tenía miedo, estaba aterrada a mas no poder, pero su sonrisa se mantuvo firme. Su espíritu flaqueó, pero ella aguantó el insulto de la vida. –Es la naturaleza de un padre el entregar todo por sus hijos… Tu padre era un buen hombre, Visley.

–¿Usted es madre? –Preguntó con sus ojos brillosos.

Tres pequeñas, Lilia, Asthi y Kóira… –Contempló la imagen de su familia sonriéndole y compartiendo tantos momentos entrañables; Tantas tradiciones, tantos festejos y tantos recuerdos preciados pasaron por delante de sus ojos. –Y las extraño cada día de mi vida.

Ambas guardaron silencio, quedándose únicamente con el agobiante sonido de las garras raspando el suelo, y los gritos de inocentes victimas de una guerra sin sentido. La pequeña comenzó a acercarse, dejando salir un quejido apenas perceptible.

Señorita…

–¿Sí? –Levantó su mirada, encontrándose con una pequeña y asustada criatura que buscaba el cariño de sus brazos.

Tengo miedo… –Susurró, dejando caer su cabeza sobre su pecho.

Con su tembloroso pulso, la muchacha rosó su cabeza con un cariño casi maternal. Mostrando una sonrisa llena de temor y dudas, Lenoir expresó lo que sentía en el fondo de su corazón.

Yo también.

¿Qué es lo que hace valiente a una persona? ¿Por qué se las tacha de esa manera? ¿Son acaso personas que se enfrentaron a adversidades que los sobrepasan, y jamás se sintieron atemorizados por ellas? ¿Es el no poder sentir miedo lo que define a alguien valiente? Pues… déjenme decirles una cosa. El miedo, es el arma más poderosa de todas. Es capaz de someter al más fuerte, hacer flaquear al más tenaz, capaz de nublar la mente del más listo. Nadie es capaz de evitar su agarre mortal; Por muy capaces que seamos, el instinto del temor es algo que nos acompañará siempre. En ese caso, podríamos decir que aquella persona, el héroe inmune al temor que todos buscamos, no existe. La verdadera valentía no es ser incapaz de temer; Es plantarle cara ese sentimiento que nos carcome por dentro y seguir adelante sin importar nada. Aquel día, no solo los Portadores de la Tormenta, no solo los Hijos del Roscio, sino todo ser vivo presente comprendió esto. Aquel día en el que todos vieron como una mujer lastimada y aterrada, salió desde debajo de una carreta destruida, se abrió paso hasta encontrarse con el cuerno de guerra que comenzó todo, y saltando tal alto como le era posible, sopló con todas sus fuerzas. Aquel día en el que sus compañeros lograron escapar, Lenoir fue la única que se quedó para que todos pudiesen contar lo que había ocurrido. Sus piernas temblaban, su pulso titubeaba y su corazón latía sin control. Pero su mente alejaba cada uno de estos pensamientos; Su estaba plagada de los recuerdos que alguna vez la hicieron feliz, y que ahora, la llenaban de verdadero valor.

¡Yo soy Lenoir Stormbærer! –Anunció a los cuatro vientos, proclamando su identidad. –¡Esposa de Bjork Storfar! ¡Y recluta de los Portadores de la Tormenta!

Su espada era blandida con celeridad y furia. La sangre caía desde las alturas cual lluvia. Utilizaba el terreno a su favor, haciendo uso de todo lo aprendido durante sus años de entrenamiento; Utilizaba su rama de vitalidad para trepaba por los árboles, caía en picada para contraatacar las envestidas enemigas, reunía a sus enemigos en enormes acumulaciones para luego realizar certeros ataques en cadena. Los golpes de regreso eran pocos, pero acertadamente dolorosos. Su mirada y sus músculos flaqueaban, pero aun así, aquella mujer jamás dio la batalla por perdida. Las horas pasaron, la noche cayó, pero el incesante bailoteo parecía nunca acabar. Inevitablemente, la hoja de su espada comenzó a ceder ante el constante uso; Agrietada y desafilada, no tardó mucho hasta que esta explotó en astillas ante el ultimo impacto realizado. Su cuerpo cayó desde la cúspide de los árboles, cual roca siendo lanzada. El tiempo parecía haberse ralentizado a su alrededor; Sus pensamientos, atenuados por el recuerdo de su amada familia, pasaron a afligir su corazón con hermosos momentos que ya no podría contemplar; Con escenarios que ya no vería, y con un mundo que ya no le acogería. Cerró sus ojos, y sintió la suave caricia del viento sobre su cuerpo. Su espalda golpeó bruscamente el suelo, y todo sonido que yaciera a su alrededor fue acallado. Su conciencia le fue arrancada cual mala hierba, y fue sumergida su mundo de fue reemplazado por la oscuridad y confusión. Mas este estaba lejos de ser el final de su historia. Aún quedaba una última tarea que se le seria encomendada.

Un caminar tranquilo sobre la suave hierva fue el único sonido que anunció su llegada. Tomando el cuerpo de la muchacha entre sus brazos, la indulgente figura acaricio con cariño su cabello y delicadamente comenzó a vendar sus heridas. Su voz, grave y gutural, y a su vez, cariñosa y cálida, anunció el nombre de la mujer que había entregado hasta lo último.

Lenoir Stormbærer, tienes un gran amor dentro de tu corazón.

Sintiendo la suave caricia sobre su frente, Lenoir poco a poco comenzó a abrir los ojos. Se sentía débil y adolorida, pero extrañamente, estaba viva. Presente ante ella, primero como una sombra difusa y caótica, y luego como una ilusión imposible, estaba un hombre de barbas largas y doradas, ojos tranquilos con un solo iris como el de los humanos, y con una sonrisa que emanaba tranquilidad a su alrededor. Los apresurados labios de la mujer apenas si pudieron resoplar una frase ante la sorpresa.

¡¿Señor Frey?!

La figura asintió con la cabeza. –Has luchado bien mi hija, pero este no es el día en el que morirás.

Apresuradamente se levantó, retirando su rostro del regazo del dios. Rápidamente forzó una reverencia ante el protector de sus tierras, momento exacto en el cual su mirada periférica pudo captar un gigantesco escenario vacío, cubierto únicamente por las cenizas de lo que alguna vez fue un entorno lleno de cuerpos mutilados; Ya ni siquiera quedaba el césped del suelo, pero ella aun continuaba en pie.

Por favor, deja eso… –Solicitó con amabilidad. –No es necesario que demuestres respeto.

–¿Y los demás? ¿Qué ocurrió con…

Frey la detuvo con su mano. –Tranquila, todos están bien. Todo gracias a ti.

La mujer suspiró aliviada, como si una enorme carga hubiese abandonado sus hombros. Sin embargo, pudo denotar algo en aquel instante; Pequeñas cortadas y moretones podían admirarse bajo las prendas de aquella entidad que se le había presentado. Parecía un poco lastimado, como si hubiese tenido que luchar contra algo o alguien. El problema es que, ninguna de esas heridas parecía provenir de los Hijos del Roscio.

Lenoir Stormbærer, –Proclamó su nombre una segunda vez, tratando de encontrar las palabras que deseaba. –el amor por tu familia y tus iguales… es inmensurable. Quiero que te hagas cargo de algo…

–Lo que sea, mi señor. –Respondió casi al instante.

La Summarbrander, legendaria espada del verano, levitó velozmente desde la espalda de Frey hasta posarse en frente suya. Un regalo, una promesa, una recompensa… una deuda.

El mundo está a punto de recibir un cambio, mi niña. –Miró en dirección al cielo, encontrando una alargada llanura azul acompañada por blanquecinas y pasajeras nubes. –el ciclo… la promesa de venganza de Urano por manos del destino, está llegando a su fin. Maldito sea el día en que creamos esta maldita alianza, maldito sea el día en el cual unimos nuestras fuerzas con… ellos… –Su voz se entrecortó unos instantes.

–¿Mi señor? –Llamó la atención, previendo a una espaciada divinidad que parecía sumergirse cada vez más en sus sentimientos. Decir que esta no era la imagen por la cual mujer expresaba tantísima devoción está de más.

Hemos sido caprichosos, avaros, cretinos e incluso crueles con el mundo que amamos… y ahora pagamos el precio. –Miró directamente a los ojos de su creación, esbozando una compadecida sonrisa. –Lo que quiero pedirte, es que vuelvas con los tuyos y los saques de esta maliciosa y corrupta tierra, pues el paraíso que he creado ha muerto hace mucho…

Lenoir se sobresaltó, abrió su boca, pero nuevamente fue detenida por el delicado movimiento de palmas del dios del sol. –Lamento tener que poner esta carga sobre tus hombros, pero alguien debe hacerlo… –Su voz volvió a entrecortarse, esta vez, como si suprimiera un alarido de dolor. –Y fervientemente, creo que eres la ideal…

Frey cayó sobre sus palmas, tosiendo a la par que todo su cuerpo comenzaba a temblar violentamente. Lenoir se lanzó sobre él, pero para su desgracia, cualquier ayuda que ella pudiese ofrecerle estaba lejos de ser suficiente. Aun así, la sonrisa del Vanir jamás abandonó su rostro.

No me arrepiento de lo que he hecho… –Musitó entre lágrimas. –Lenoir, te lo pido con las ultimas fuerzas que me quedan. Espera a la llegada de los hijos de otro mundo; Protégelos, y no dejes que el error que nuestros padres han cometido se repita… Dales aquello que nosotros jamás tuvimos… esperanza.

Y con ese último resople de vida, el cuerpo de la deidad se fundió con la tierra que alguna vez había forjado; Su piel y huesos se fundieron con el césped, creando un gran racimo de flores de todo color y tamaño. Y así, el dios del sol, encontró su final en el suelo que el había creado. Emociones de todo tipo llenaban surgieron dentro de Lenoir. No era capaz de creer lo que había en frente suya… más bien, ella no quería creerlo. La confusión, el pánico, la desesperación e incluso el sentimiento de rabia golpeaban su corazón; Ella tenía miedo. Un sonido proveniente de la maleza llamó su atención. Rápidamente empuñó la espada del verano y se dispuso a hacerle frente. Una criatura sacada de los libros más antiguos emergió por entre los arbustos; Un enorme jabalí con un pelaje dorado, brillante como los rayos del sol.

Gullinbursti… –Citó su nombre con asombro.

El animal no parecía tener intenciones de hacerle daño. No solo no intentó atacarla, sino que este se postró frente al desentendido elfo; Una señal de lealtad para ella. Eso realmente había ocurrido… el dios Frey, realmente se había ido; Ellos realmente estaban a punto de destruir su propia tierra.

Un país entero encaminado hacia la ruina, el peso de toda una rasa posado sobre los hombros de una mujer, un destino cruel e incierto, una cuenta regresiva que proclamaba el final de una época y el comienzo de otra. Y todo esto sobre los hombres de un resplandor dorado que surcaba los campos de Natura a toda velocidad. La portadora de la espalda del sol, la mujer que montaba al legendario Gullinbursti, sonreía con determinación, haciéndole frente al miedo que suponía aquel oscuro futuro. Su nombre, recordado y anunciado por siempre, no era otro que Lenoir Stormbærer… la primera Solbærer.

4 de Janeiro de 2020 às 23:16 0 Denunciar Insira Seguir história
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