kitsune-lament Shady Aguirre

Marcus es un hombre vilipendiado el cual a entregado sus servicios al Ludus del lanista Galio Leptiz. Cuando una apuesta es armada sobre la próxima batalla del ahora gladiador. Marcus tendrá pequeños recuerdos de los eventos que le llevaron a ese lugar, a esa arena. El coliseo oculta gloria, euforia y tragedia por igual. ¿Que esconderá el león blanco? ¿Saldrá triunfal o perecerá en batalla?


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Capitulo 1

1

El sonido de las gradas inundaba los pequeños pasillos de la enorme edificación. El sol resplandecía sobre el imponente coliseo de combate, mientras sus lugares eran ocupados por infinidad de excitados espectadores, reunidos solamente por el placer y el deleite de una matanza descarada. Podía escucharse por todos lados el retumbar de las pisadas en un unísono perfecto. La sentencia y la exigencia de violencia reflejada en un único acto tan simple y vago como el que haría cualquier individuo a lo largo de su vida.


El lugar estaba infestado, desde las gradas más cercanas al campo de batalla hasta los privados y exclusivos palcos para los hombres importantes de nuestra querida y hasta cierto punto despreciable Capua. La arena edificada con el sudor y sangre de hombres sin libertad ahora era el mayor exponente de gloria de una ciudad cada vez más importante en el mundo de los inversionistas y políticos. La capital de los gladiadores y el final del camino de muchos condenados a morir, traidores de la basta Roma o simples hombres que vendían su alma por la gloria efímera.


A la izquierda por aquel inmenso pasillo que recorría las entrañas del Coliseo para emerger a la arena, se podían escuchar los gritos de todos los criminales condenados a pelear por su vida. Algunos rogaban a una deidad mayor por sus patéticas existencias mientras que otros simplemente estaban preparando su mente para el momento en el cual estarían frente a millones de aquellos sujetos libres para defender su vida.


Del otro extremo del pasillo se encontraban los gladiadores de los Lanistas, aquellos hombres que fuesen esclavos de guerra, auto vendidos al servicio de un señor de la media alta anhelantes de grandeza en el arte de la batalla o incluso gente que no había encontrado otro camino más que el rentarse como un sirviente de muerte y diversión insana.


El sonido de los cascos y las hombreras siendo colocadas era un canto de bélico deleite para algunos y el aroma a miedo emanaba de cada uno de estos individuos, menos uno. Un toro de inmensas proporciones que ajustaba sus guantes de cuero, se le veía disfrutar de aquella sinfonía de metales agitándose y chocando entre sí. La inmensa argolla en su nariz se balanceaba de adelante hacia atrás mientras lanzaba sus puños hacia la nada, como si probara la comodidad de sus extremidades bajo el cuero y metal.


Al fondo de aquel lugar, observando atentamente pero a la vez estando lejos de la realidad se encontraba un hombre alto y fornido. Este individuo se encontraba cubierto por las sombras del lugar, acariciado por esa pequeña oscuridad que solo dejaba en evidencia aquellos inmensos y fieros ojos verdes como el jade. La figura tras las sombras se mantenía quieta como una fiera fereal a punto de saltar sobre una presa inocente que ignora su presencia hasta que es tarde.


Aquel hombre pertenecía a la especie de los leones, específicamente a la rama de pelaje blanco. Su melena blanquecina era llamativa y preciosa de cierta forma, un ejemplar sano y atractivo que podía intimidar a otros de su raza con su simple presencia. Su brazo derecho se encontraba cubierto por una enorme coraza de metal armada en pequeña secciones que daban la ilusión de ser casi una armadura construida por enormes escamas metálicas.


El izquierdo se encontraba completamente desnudo y en él se podía notar la marca de la casa a la que servía. Una enorme G formada por una placa de metal al rojo vivo, aquella era la marca de la casa de Galio Leptiz, uno de los hombres más respetados de la vieja Capua, dueño de una de las Ludus más grandes de la nación. Hogar de 3 leyendas de la era de los gladiadores, incluso corrían el rumor que el mismísimo Espartaco fue parte de esta Ludus por un corto periodo.


Un zorro gris se acercó con cuidado hacia el león, portaba una armadura completa de cuero, sus brazos aunque delgados podían demostrar cierta musculatura resaltada por las cicatrices de luchas pasadas. El sujeto se detuvo a unos pocos pasos de la banca donde se encontraba inmóvil el enorme felino, extendió el brazo entregándole un casco metálico con bisagra. Sobre la superficie del casco se encontraba un mechón rojizo para diferenciarlo del contrincante.


-Aun no me acostumbro a verte tan calmado antes de una batalla Marcus- Dijo el Zorro.


-La calma antes de la batalla es una gran estrategia para que tu mente no juegue en tu contra cuando llegue el momento de luchar por tu vida Verka- Dijo el león que extendía la mano para tomar el casco.


-Llevas un año aquí y ya eres la pelea preludio a la principal. Creo que cualquier consejo proveniente de alguien que logra eso tan pronto debe ser escuchado con detenimiento amigo mío- Respondió el Zorro mientras ataba una greba metálica a su pierna izquierda.


-Solo cuando esa persona busca sobrevivir Verka. No sé qué tan útil sea un consejo de un Tracio hacia un Samnita. Nuestros estilos de combate son diferentes-


-Pero es la misma sangre caliente y roja la que fluye por nuestras venas y nos priva de la vida cuando se a drenado de nuestro cuerpo- El tono de voz se sintió un poco retador pero a la vez muy calmado.


El león se puso en pie mientras comenzaba a acomodar su melena para poder portar el casco dorado que se le había entregado. Marcus detestaba portarlo pero era necesario al menos al entrar a la arena, después usaría el combate como una excusa para despojarse de este. Desde sus años en el ejército romano, el traciano había sido una fiera que gustaba de sentir el viento en su rostro y el mirar a sus contrincantes directamente, no tras una coraza metálica que solo le sofocaría mientras más arreciara la batalla.


El zorro no era un ex militar, mucho menos un pobre diablo que había sido comprado como esclavo para el grotesco arte de la muerte. Verka era un hombre libre desde siempre, pero la tragedia azoto a su persona. Las enfermedades del norte llevaron a la perdición a sus padres, su primer mujer se vio envuelta en un robo de joyería de la cual la hermana era culpable. Al intentar salvarla de la pena que se daba a los ladrones, solo consiguió la orca para ambas.


Tras aquella racha de infortunios finalmente llego a las puertas de la casa de Galio Leptiz, entregando su persona a su servicio, inicialmente comenzó como un sirviente más de la finca del hombre, pero pronto Galio noto el potencial del abatido zorro, y así sin darse cuenta ahora estaba en aquel vestidor, 3 años después, desconociendo lentamente la vida sin poner un pie en la arena.


-Sabes, es extraño que tengamos tanto tiempo conociéndonos y aun no sepa mucho de ti. Conozco las historias, del general que arremetió brutalmente con los salvajes que azotaron la nación. Escuche la historia del león que portaba en su cuello una colección de colmillos de cada víctima que había tomado en combate- El zorro había ignorado que ambos se habían quedado solos en el lugar- También escuche la historia del general que asesino a su igual cuando pretendía usar a los pobladores de una localidad como carnada- Aquellas últimas palabras pesaron un poco más.


Marcus reacciono de un modo peculiar ante las últimas palabras de su compañero de armas. Los ojos del león se opacaron por momentos y aquella mirada era la de un hombre que recordaba lentamente su pasado. Podía sentir en sus manos aquel collar donde colgaban los colmillos de tigres, dragones, incluso de algún soldado Sergal. Era una sensación que nunca podría olvidar. Pronto el sonido de los espectadores del coliseo que causaban un gran estruendo tras el inicio de los juegos comenzaron a debilitarse, pronto el lugar dejo de escuchar aquellos tambores que acompañaban a la ceremonia, pronto Verka desapareció de la vista y solo quedo Marcus, mirando un campo nevado en los bosques de un lejano territorio.


2

El campo estaba plagado de cadáveres. Notorias manchas de sangre resaltaban sobre la blanca nieve que tapizaba el piso. Algunos de aquellos cuerpos sin vida que se congelaban velozmente eran de aliados que lucharon honorable mente hasta el último momento. Otros en cambio, eran hombres salvajes que portaban hombreras y cascos de animales fereales para intimidar. Sus armaduras eran nulas, solo se limitaban a ropajes hechos de piel y pequeños faldones de tela flexible que daban más el aspecto de taparrabos.


Marcus se encontraba montando un caballo fereal que trotaba quedamente por aquel campo de muerte. Las pisadas del equino quedaban impregnadas sobre el manto gélido, mientras el sonido del campamento romano se escuchaba cada vez más cercano. Las luces del día comenzaban a segarse y las estrellas emergían sobresaliente sobre un cielo cada vez más carente de vida.


Los hombres se encontraban en pequeños fogones colocados en diferentes lugares de un mismo terreno, se encontraban exhaustos, se podía ver el agotamiento en sus rostros a la vez que su voluntad parecía ir en declive. Marcus descendió del corcel y lo ato con cuidado al palenque plantado en el suelo con otros dos corceles de sus compañeros.


Las pisadas de Marcus retumbaron al descender de su transporte, la nieve sumió sus patas velozmente hasta llegar a sus tobillos. Camino hacia la tienda de mando que estaba a unos cuantos pasos del palenque. Los hombres solo le miraban de re-ojo, no porque fuera un hombre cruel con su división o algo peor, simplemente Marcus Quintus Aldemar imponía con sus acciones en batalla que nadie de las tropas podía sentirse digno de mirarle fijamente sin su autorización.


Dentro de la tienda se encontraba Aurelio Anquises, un viejo lobo huargo de color grisáceo; su superior. Se encontraba mirando el enorme mapa que estaba desplegado sobre la mesa. En este se encontraban marcados pequeños puntos en los cuales se habían librado las batallas contra los bárbaros salvajes en las últimas semanas. A pesar de las acciones de sus tropas, aun había una posibilidad de que los salvajes pudieran colarse a tierras del alto imperio y así lentamente avanzar sin ser fácilmente detectados para llegar a la capital. Lo único que interponía su paso era una pequeña localidad de agricultores y comerciantes llamada Itar, 400 personas a lo mucho, pero sería una propuesta deseable para los salvajes.


-Tenemos que cerrar esta última abertura. Los salvajes no deben cruzar este pueblo, - Dijo Aurelio con un desagradable tono en su ronca voz.


-No podemos dejar que lleguen a la gente, no tienen protección alguna. Un pueblo de campesinos nunca sobrevivirá- Dijo el otro hombre dentro de la tienda.


A su izquierda se encontraba un gato pardo que no aparentaba más de unos 19 años, era un soldado joven en una tierra despiadada. El felino portaba una capa negra que podía servirle para camuflarse con las tinieblas de la noche, en sus hombros podían notarse un grupo de plumas de cuervo fereal cosidas a la tela para dar un efecto mucho más portentoso.


-A veces es necesario sacrificar a unos cuantos para proteger a miles o millones- Respondió el huargo para después carraspear.


-Las guerras no se ganan matando indirectamente civiles, se ganan siendo más astutos que nuestros enemigos y protegiendo lo más posible a los nuestros.- Dijo una voz desde la entrada de la tienda.


Ambos hombres levantaron la mirada del mapa y se encontraron con la imagen de Marcus. La sombra del león se derramaba sobre el suelo hacia el exterior gracias a las velas que estaban encendidas. Sus ojos color jade se volvieran una fiera imagen emanada de los relatos de guerra.


El viejo lobo solo esbozo una sonrisa cínica ante las palabras del león, tenía mucha más experiencia que él en guerras y por lo tanto, consideraba que no eran de mucha importancia las opiniones del mismo. Al final de cuentas, todos eran solo peones luchando ciegamente por una nación a la cual servían, no importaba los métodos mientras esta se mantuviera firme y en pie.


-Palabras muy nobles para un soldado tan devastador como usted general- Dijo con cierto desencanto.


-No busco que sean nobles. Solo planteo posibilidades antes de condenar a todo un pueblo en una decisión simple y burda-


El gato pardo solo se hizo hacia atrás, no dijo palabra alguna mientras ambos hombres comenzaban a confrontar ideas ante las acciones futuras de sus tropas.


-No lo entiendo Marcus. Un soldado nato como tu debería comprender que a veces unos campesinos son una perdida aceptable para derrotar a un enemigo que simplemente desgastara sus energías en una aldea perdida en algún lugar de nuestras tierras- Extrajo un pequeño pergamino de su bolsillo y comenzó a escribir con una pluma que tenía sobre la mesa en este.


-Campesinos o no. Son ciudadanos de nuestro imperio, son hijos de aquellos que ayudaron de algún modo a fortalecer y abastecer lo que hoy conocemos. Darles la espalda y usarlos de modo enfermizo para destruir al enemigo solo nos vuelve tan terribles como aquellos que buscamos exterminar- Se acercó a pasos veloces y antes de que este pudiera chocar contra la mesa, posó sus manos sobre la misma.


El movimiento en la mesa causo que las ultimas letras del comunicado que Aurelio escribía quedaran horriblemente construidas, era como ver la caligrafía de un ebrio que busca firmar un acuerdo para obtener crédito en la cantina local.


El viejo lobo solo enrollo el pequeño pergamino mientras le dirigía una mirada acusadora al león blanco. Le entrego el pergamino al felino que en todo el rato no había movido siquiera un musculo. El muchacho trago saliva al notar la molestia en los enormes ojos azules de su capitán al mando, estaban llenos de una ira que nunca había presenciado antes, tal vez porque estaba siendo desafiado. Solo tomo el mensaje y salió lo más respetuosamente posible de la tienda.


-¿Qué le diste al muchacho?- Pregunto Marcus con cierta curiosidad.


-Sigo siendo su superior general. Así que le sugiero que no me hable de forma tan informal en esta situación. Lo que el mensajero lleva no es mucho de su incumbencia, solo para nuestros superiores en la citadela- Su voz reflejaba tedio y molestia.


Marcus se llevó la mano al collar que colgaba de su cuello bajo la capa militar. Con el pulgar acariciaba lentamente los colmillos de sus enemigos caídos, aun se encontraban afilados, aun podían causar daño. El león no despego la mirada de su superior mientras deambulaba de un lado a otro de la tienda de campaña pensando en un buen remate para las palabras del lobo.


El huargo comenzaba a impacientarse con aquel movimiento de animal enjaulado que efectuaba el león. Gruño en señal de alerta y al ser completamente ignorado se preparó para dictar una orden infalible, pero Marcus fue más rápido.

-Es un cobarde- Dijo fríamente.


-Aquí nadie es un cobarde general. Solo hay hombres más aptos que otros para formar parte de una guerra. A veces la moralidad debe ser degollada para que las victorias lleguen- Respondió.


El león golpeo con el puño la mesa causando un gran estruendo que se escuchó hasta el exterior. El mensajero se encontraba alistando el caballo cuando pudo presenciar entre la pequeña abertura de la tienda la disputa de ambos hombres de alto rango. Los caballos fereales se inquietaban a la vez que la ventisca resultaba mucho más gélida que al comienzo de la noche. Los soldados apiñados en las fogatas solo giraban por momentos hacia la tienda que dejaba ver un par de siluetas moviéndose en su interior, como un espectáculo incomodo de sombras.


-Dígame pomposo dirigente de nuestras tropas. ¿Cuántas veces ha luchado en el campo? ¿Cuántos hombres ha tenido que ver morir por su patria?- Arranco su collar de un tirón y lo puso frente al lobo- ¿Cuántos de esos hijos de puta se llevó a la tumba para saber que no hay otra forma más que sacrificar un pueblo entero?-


El lobo respondió con un grito furioso ante la reacción de su compañero de armas, su paciencia estaba agotada. Ahora solo deseaba hacer que se largara y eventualmente comenzara una investigación de destitución de título ante la insolencia de retar a un superior.


-¡Lárguese ahora mismo Aldemar! ¡Su puta arrogancia ara que le cueste su puesto y si continua hostigandome. ¡Le juro que le arrancare la garganta con mis propias garras!- La furia emanaba notoriamente por su afilada lengua.


El león solo bajo la mirada un momento, casi como si estuviera admitiendo la derrota y llegara a un estado sumiso y patético. El lobo avejentado sonrió ante eso, se sentía victorioso ante un enérgico hombre que le había retado en varias ocasiones.


-Ahora entrégame tu placa del ejército. Quedas destituido de esta unidad y tienes ordenes de volver directamente a Roma para que te den un nuevo grupo oh incluso den una destitución total del ejercito-


El león rodeo la mesa mientras se llevaba la mano donde colgaba el collar con colmillos al interior de su capa. El lobo se serenaba saboreando una victoria efímera y cuando finalmente extendió su mano pudo notarse un símbolo sobre su piel. Era como un emblema desconocido que Marcus conocía perfectamente. El felino había distinguido un poco aquella marca en el capitán, pero ahora que estaba casi a su lado podía verlo en su totalidad. Era la marca que usaban los líderes de los batallones de salvajes.


-Dígame capitán… ¿Qué se siente?- dijo mientras entregaba su pequeña medalla que funcionaba como emblema militar.


El lobo arrebato la placa de sus manos y acto seguido, le dio la espalda para buscar algo entre sus pertenencias. El capitán era una persona brillante pero cuando alguien lo irritaba al extremo comenzaba a cometer errores, el suyo en ese momento fue darle la espalda al fiero general.


Marcus levanto nuevamente el collar de colmillos afilados y lo tenso usando ambas manos. Aquel símbolo era un claro reflejo de traición. Alguien que había conspirado contra los servidores de Roma y buscaba filtrar a los enemigos. En un rápido pensamiento, cualquiera que hubiera estado cerca del capitán recordaría su absoluta negación ante el ministro Acolitus. Deseaba poseer su puesto, ser alguien que tuviera poder sin mancharse las manos. Si los bárbaros pudiera cruzar hasta la citadela, fácilmente podría usar el ataque de los salvajes para asesinar al ministro sin ser culpado por el crimen. Marcus no dejaría que una serpiente disfrazada de lobo subiera al poder.


-¿Qué se siente qué?- Dijo el capitán preparando un nuevo pergamino para avisar de la baja del general de las tropas del flanco norte.


-El traicionar por codicia a la tierra que le vio nacer- Gruño en quedo tono Marcus.


Las orejas del lobo se levantaron de improviso tras esas palabras y antes de que este pudiera girar, sintió como un delgado pero fuerte hilo se deslizaba sobre su cuello y tiraba con todas sus fuerzas. La fuerza de Marcus era superior a la del avejentado capitán que tras tantos años comenzaba a sentir el peso de las batallas.


Trataba de golpear con los codos las costillas del felino para escapar, más, sin embargo, el felino no cedía. El dolor era inmenso tras aquellos golpes certeros, si no se apuraba terminaría rompiéndose una de sus costillas por la potencia de los golpes.


-Tra…traidor- Trataba de gritar el lobo.


-El traidor…es usted- Respondió el León.


Los colmillos afilados del collar comenzaron a incrustarse en la garganta de Aurelio, el lobo podía sentir como lentamente su dura piel era penetrada por aquellos afilados dientes. Pequeñas líneas de sangre comenzaban a correr por todo su cuello hasta manchar de rojo su impecable capa militar. Los ojos de Aurelio comenzaban a saltarse mientras la falta de aire causaba que su rostro empezara a perder coloración, su fuerza disminuía y ya no atinaba sus ataques como en un inicio.


-Los tiranos siempre comienzan como pequeños hombres codiciosos. No dejare que nuestra querida Roma caiga en garras de gente como tu si puedo evitarlo-


Los colmillos pudieron alcanzar el hueso tras unos segundos, el lobo inútilmente trataba de alcanzar la daga que llevaba en la cintura, pero cuando finalmente pudo tocar siquiera su agarradera los colmillos eran tirados hacia arriba abriendo en canal toda la garganta y por consecuente matándole en una fuente de su propia sangre.


Lentamente los brazos del lobo comenzaron a descender hasta que finalmente colgaron por completo de un cuerpo que no respiraba más. Marcus soltó el collar y en consecuencia el cadáver de Aurelio cayó sobre la mesa de madera causando un estruendo que hizo a todos los soldados que se encontraban a fuera entrar en alerta.


El joven gato pardo vio por la pequeña abertura el cuerpo sin vida del capitán mirándole directamente, clavando una mirada fría con unos ojos carentes de vida desde el interior de la tienda. Las pisadas del felino eran tan quedas que fácilmente podría caminar de vuelta hasta donde los caballos y emprender con la carta de Aurelio a Roma. Pero por alguna razón, una que tal vez implicaba el legado del general Quintus Aldemar y su fiera batalla por el bienestar de Roma.


Tras un minuto de suma calma finalmente volvió a notarse movimiento dentro de la tienda militar. Las pisadas fuertes de Marcus podían escucharse con tanta claridad que ni el silbido del viento podría opacarlas. Las velas solo dejaban ver a la silueta felina moviéndose en las entrañas de la tienda mientras una segunda sombra permanecía tumbada por la parte del pecho sobre la mesa de estrategias.


Finalmente emergió el león con sus manos bañadas en sangre, y un trozo de carne que llevaba aun pelaje negro en ella. El muchacho se estremeció al ver aquella sangrante tira de piel colgando de los dedos del general. Intento retroceder pero solo logro tropezarse con su propia cola y caer sobre la nieve. Los grandes ojos verdes se posaron sobre el chico que temblaba en temeroso reflejo. Los soldados con los cuales combatió en cada enfrentamiento con los terribles salvajes invasores solo se llevaron las manos a sus cinturas, esperando la reacción del general, si fuera violenta desenvainarían sus espadas para enfrentarle como a un traidor, si se mantenía tranquilo, escucharían sus motivos antes de juzgarlo.


El león se acercó al muchacho limpiando las manchas de sangre de su palma sobre su traje militar. La nieve se volvía uno con las patas del león y sin darse cuenta en que momento había avanzado tanto quedo cara a cara con el chico, extendiendo una mano en señal de camaradería para ayudar al mensajero a ponerse en pie.


-Levántese soldado. Usted tiene una misión, un mensaje debe ser enviado- Levanto la mano de la que colgaba el trozo de carne exponiendo claramente el símbolo que todos los salvajes hacían portar a sus comandantes en el campo de batalla- Tenemos un traidor que busco sacrificar vidas inocentes en su beneficio, nuestros líderes deben saberlo.


Todos los soldados se quedaron estupefactos al escuchar las palabras del león. El felino pardo finalmente acepto la mano de su general y se puso en pie. Acto seguido, Marcus se dirigió a los hombres con los que lucho y sufrió cada una de aquellas batallas desde que habían partido de la ciudadela central del imperio romano. La marca de la traición estaba clara en cada uno de ellos, nadie se opondría a las decisiones de Marcus ahora que su superior había sido asesinado.


-Mañana partimos al pequeño pueblo que nuestro pomposo Aurelio planeaba sacrificar para sus propios beneficios. ¿Alguien se opone a esa orden?- Rugió con fuerza para que todos le escuchasen.


Los soldados levantaron los puños a la vez que dejaban escapar un potente y claro “Si general”, nadie se opondría a las órdenes de un hombre que se arriesgó tanto como ellos en aquel infierno de espadas, sangre y cadáveres. Marcus metió el trozo de piel en el interior de un pequeño saco que se usaba normalmente para transportar monedas. Miro al mensajero y le entrego el saco junto con un pergamino que escribió tras acabar con Aurelio. El joven gato pardo asintió con la cabeza a la vez que le entregaba el mensaje que el ex capitán le ordeno llevar a los superiores.


El chico subió a su corcel cubriendo sus orejas y cuerpo con una capucha oscura que se camuflajearia a la perfección con la oscuridad de la noche y partió del campamento hacia la gran citadela. Los ojos verdes de Marcus solo lo miraron partir hasta que la nieve cubrió sus huellas y las tinieblas nocturnas lo ocultaron en la lejanía. Ahora tenía que planear algo antes de que sus hombres marcharan hacia una nueva batalla.


3

Ya era más allá de las 4 de la tarde y los sentenciados a morir habían caído como moscas en la arena. Ninguno de aquellos criminales de guerra, violadores u asesinos lograron mantener su vida ante las espadas, tridentes y cuchillas de los gladiadores de la casa de Leonius Tildaris. Desde la cima del palco principal, los dueños de ambas Ludus se encontraban ahí, Galio Leptiz estaba sentado a la derecha del senador Casicus, quien tomaría las decisiones de sentencia en caso de una rendición en un combate. Del lado derecho estaba Leonius el cual había resultado invicto hace una semana en el enfrentamiento de Cilicia para conmemorar el final del gobierno Ausonio.


Ambos lanistas competían por el orgullo de su Ludus de manera verbal y a la vez buscaban imponer fortaleza frente al todo poderoso senador Casicus. La política y la matanza iban de la mano y el deporte favorito de los políticos les abría las puertas de ciertos privilegios a los dueños de las poderosas casas que entretenían al pueblo.


-Parece que tus hombres han acabado con la escoria que daban vergüenza a Capua. Pero apenas se han enfrentado a uno de mis hombres. Esa maravilla combatiente se tornó en un lastimero espectáculo- Dijo Galio con cierta malicia.


-Mi hombre estaba cansado cuando soltaron a esa bestia de Karva. No puedes pavonearte por una victoria así. La tarde es larga y la gente ha entrado en calor. Pronto verán la verdadera fuerza del Ludus de Leonius Tildaris. Si se descuidan tus hombres puede que esta noche te quedes sin tus dos principales- La sonrisa maltrecha del hombre gato solo provoco más a galio.


-Ya lo veremos. Mi campeón estrella a estado invicto por más de dos años. Acaso crees que un hombre cualquiera podría derrotar a Corvus- Presumió Galio.


-Corvus es mucha fuerza y poca velocidad, solo necesita pelear con alguien astuto e inteligente para caer. Pero, aunque no venciéramos a Corvus, con que perezca por las manos de alguno de mis gladiadores seria mas que suficiente para que la gente pierda interés en tu Ludus. Tu marioneta nueva que te esfuerzas por hacerse conocer conocer el ultimo año no sera del suficiente interés del publico sin tu estrella- La lengua de Leonius atacaba sin piedad.


El senador disfrutaba como esa frívola e infantil rivalidad daba un poco más de entusiasmo a las próximas peleas. El orgullo de un hombre puede ser su mayor debilidad y en ese momento ambos lanistas se mostraban como patéticas masas de carne que buscaban poder llamarse hombres de importancia.


-Bastión, mi campeón invicto, fue recompensado anoche con 4 de mis mejores sirvientas. Sabes que el calor de una mujer hace maravillas en un hombre con corazón pedregoso por la muerte, pero 4 de ellas pueden renovar ese rocoso corazón con una flama de fortaleza-


-Las mujeres son buenas para calmar la tensión y el estrés, pero no como un incentivo victorioso. Lo único que causaras es que maten a Bastión, las mujeres debilitan las piernas Leonius- Galio se mantuvo al margen, en el fondo sabía que su adversario le acababa de dar la victoria con esa declaración.


-Si claro, eres pura palabrería pero poca acción- Refunfuño el otro.


-Si tanto crees que Bastión ganara cambiemos la lucha. En lugar de enfrentar a Corvus que luche con quien has llamado mi nueva marioneta a quien trato de volver grande- Los ojos de Galio brillaron con cierta malicia.


-¿Marcus? Ja… No bromes. El león será fuerte pero aun es un novato para enfrentar a un campeón de Ludus-


-Si él gana. Cerraras la boca y me entregaras tributo. Siempre he deseado esa estatua de oro que presumes en cada oportunidad durante los festejos de la fundación del Ludus Tildaris- Galio usaba un tono de voz retador y a la vez hipócrita, buscaba incitar al lanista.


-No me retes de esa forma Galio. Si he de aceptar tan estúpida propuesta no podrías echarte para atrás cuando Bastión despedacé en la arena a tu hombre- Grito.


El senador dirigió una mirada furioso ante el estruendo que causaba la voz del felino. Leonius solo retrocedió en reflejo ante aquellos ojos dorados llenos de molestia que se clavaban en su persona firmemente. Tras unos segundos solo hizo un pequeño ademan suplicando disculpas del senador. Acto seguido se dirigió nuevamente a Galio y comenzó de nuevo con aquella discusión.


-Bien, acepto la apuesta. Pero si tu hombre cae ante las fieras manos de Bastión tú me entregaras lo más preciado y no hablo de algo que posea la hacienda que tu padre te heredo cuando tomaste control del Ludus de tu familia. Si tan seguro estas de que vencerás, entonces mi recompensa si te derroto será tu mujer- Dijo de un modo tan crudo que hasta el mismo Casicus giro la mirada completamente sorprendido, olvidando por completo el combate que estaba ocurriendo en aquel momento.


Galio era un hombre ingenioso y en muchas ocasiones se le había aplaudido la facilidad que tenía en el habla para manipular a otras personas a su antojo, era un don que forjo al crecer con un padre tan inmiscuido en la política como en el arte del entretenimiento visceral. Sin que Leonius lo notara aun, el joven pero peligroso Galio Leptiz le hizo actuar del modo que él quería. Ahora solo era cuestión de actuar un poco para que la trampa estuviera completa.


-¿Mi mujer? ¿Qué clase de apuesta crees que es esta maldito depravado como para exigir a mi esposa como tributo si Marcus es derrotado?- Su rostro plasmaba una molestia inmensa.


-Si no crees vencer, no pidas entonces. Y si exijo a tu mujer es por el simple hecho de comprobar ese dicho de que las dragonas son un manjar exquisito en la intimidad al igual que excelentes progenitoras- Los colmillos del felino resaltaban en una sonrisa un tanto enfermiza.


-Creo que ambos llegaron a un punto demasiado ridículo caballeros. No debe aceptar una petición tan infame Galio. La mujer de un hombre es la joya más importante de nuestros bienes, no arriesgue a una buena mujer por un hombre como él- Dijo Casicus con cierto porte de gran señor.


-Descuide senador, daré una última petición al trato que lo ara retroceder como una dama a la que le han quitado la toga frente a varios machos- Galio preparaba la carta bajo la manga- Cambio mi petición, olvida la estúpida estatua, si mi hombre gana tu no solo cerraras la boca si no que me entregaras a tu joven hermana- Galio fue firme en su palabra.


Los ojos del fiero Leonius se abrieron lo más que pudieron tras escuchar las exigencias del Lanista que parecía haber dejado atrás todo el coraje que había reflejado su rostro y ahora era remplazado por la astucia y malicia que solo los viejos zorros de los barrios bajos podían emanar durante las partidas de juegos de azar.


-Mi hermana es una flor delicada que nunca dejaría estar en tus garras infeliz- Arremetió.


-Igual que mi esposa. Pero bueno, he visto hasta donde llega tu seguridad sobre la calidad de tus gladiadores. Damos por cerrado esta inservible charla, creo que mi hombre acaba de degollar a otro de los tuyos- Dijo con suma decepción mientras se preparaba para tomar su asiento de nuevo.


-¡Trato hecho!- Gruño el felino.


Tanto Casicus como Galio dirigieron al lanista una mirada de súbito asombro, pero uno de aquellos dos hombres fingía su sorpresa. Galio se incorporó nuevamente y analizo a su contrincante. El miedo se reflejaba en sus ojos pero el orgullo era más fuerte que la razón, este hombre estaba firmando una lenta caída a la perdición. Galio extendió su mano hacia el hombre, por un momento se preguntó si debería decirle a su esposa que estaba siendo parte de una apuesta que de cierto modo estaba arreglada si sus cálculos no fallaban, pero después solo ignoro todo y espero el apretón de manos. Leonius trago saliva y al no poder retractar sus palabras frente al senador, pues sería sinónimo de debilidad, acepto el trato.


Ambos hombres intercambiaron una sonrisa fanfarrona y tomaron asiento mientras las gradas del recinto se llenaban de alaridos ante la liberación de dos bestias fereales en la arena en contra de 1 gladiador de cada casa.


Desde las escotillas enrejadas donde los gladiadores esperaban su turno para salir a la arena se encontraban Marcus y Verka, ambos con los ojos enfocados en sus amos y no en sus compañeros que luchaban por sus vidas.


-¿Qué crees que estuvieran discutiendo con tal euforia?- Dijo el Zorro Plateado.


-Nada simple por sus rostros- Respondió Marcus- Tal vez un cambio de combate de último momento-


Marcus mantuvo sus ojos fijos en los amos. Una mujer, una joven leona que apenas podía considerarse mujer por su figura en pleno desarrollo y su rostro aun infantil, se acercó a los hombres quienes le dieron una orden. Marcus comenzó a preocuparse al ver la expresión de la chica ante las palabras de los lanistas, segundos después esta desapareció llevándose una bandeja vacía y un pequeño papel entre sus manos.


Aquella joven se quedó grabada en la mente de Marcus, dirigió la vista a la arena como todos pero en su mente sus recuerdos regresaban. La leona le recordaba un poco a su esposa y toda el infortunio que ella causo en el pasado. Marcus se perdió nuevamente en sus recuerdos.



10 de Dezembro de 2019 às 12:44 0 Denunciar Insira Seguir história
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