lorith-magon Lorith Magon

En la arena, a veces el cazador se convierte en presa.


Ficção científica Para maiores de 18 apenas.

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Venganza en la arena

Maltratado. Humillado. Asesinado. Obligado a luchar en desventaja en un sitio sin escapatoria. Había perdido la cuenta de las heridas en mi piel. Mis músculos desgarrados, mis pulmones atravesados por una espada, mis orejas y cola separadas de mi cuerpo y una última puñalada en mi cuello. Pero no habían terminado conmigo. Oh, no…

Sentí cómo me arrastraban tirando de mis pies. La rabia y el dolor hacían arder mi sangre. Mi alma se resistía a abandonar este mundo. Conseguí abrir los ojos, y vi a mi alrededor cientos de espíritus. Todos los que allí habían caído, al igual que yo. Me miraron, asintieron y corrieron hacia mí desde todos los lugares. Embestida tras otra, entraron en mi cuerpo y se unieron a mi propia alma. Los vítores y gritos del público cesaron de golpe.

Una luz cegadora me rodeó. Sentí cada hueso de mi cuerpo romperse y recolocarse de otra forma. Lancé gritos y gruñidos de dolor y angustia al cielo. Mis heridas se cerraban, las cadenas que me rodeaban se rompieron, los animales que tiraban de mí huyeron asustados. Y mis verdugos observaban, aún en la arena.

Con dificultad, acostumbrándome a mi nuevo cuerpo, me puse de pie. Ya no tenía que ir a cuatro patas, ahora podía caminar erguido, y las extremidades superiores se habían transformado en dos enormes y fuertes brazos, como los de mis asesinos. Por delante de mi cabeza, vi unos poderosos cuernos que se extendían amenazantes hacia delante. Era grande y poderoso, más que los humanos, y, además, estaba aún más vivo que antes. Rugí con toda mi fuerza, alzando la cabeza al cielo, y me lancé hacia el primer humano que vi. Lo reconocí al instante: él me había atravesado con la espada. No tardó en estar colgado de mi cornamenta, peso muerto con el corazón traspasado.

Agité mi cabeza para descolgarlo y su cuerpo inerte cayó a varios metros de mí, manchando con su sangre la arena que a tantos inocentes había visto morir sin oportunidad de huir.

A mi alrededor, la gente volvía a gritar, pero esta vez no era de alegría. ¿Por qué, si les había dado lo que ellos querían: muerte? Mis verdugos intentaban salir de allí, pero no escaparían.

Comencé a correr en su dirección. Mis pezuñas retumbaban con fuerza en la arena. Me quedaba poco para llegar hasta ellos cuando cerraron las puertas, pensando que eso me mantendría lejos, pero yo seguí corriendo, bajé mi cabeza y embestí. Astillas volaron por todos lados cuando tumbé el gran portón. Sentí debajo de mí algo crujir: había aplastado a uno. Pisoteé un par de veces y un charco de sangre apareció entre los fragmentos de madera. Ese ya no se levantaría.

Alcé la mirada para ver a otro tirado en el suelo enfrente de mí, temblando e incapaz de articular palabra. A él también lo reconocí: fue quien me atravesó con aquel palo desde el caballo. Me acerqué y cogí su cabeza con mi mano. Con fuerza, lo alcé en el aire, pensando « ahora estamos a la misma altura », y apreté el puño. "Crash". La sangre cubrió mis dedos cuando le rompí el cráneo. Una salvaje y macabra risotada escapó de lo más profundo de mi ser, como un nuevo rugido infernal.

Tiré el cuerpo al suelo y miré a mi alrededor. Podía oler el miedo al otro lado del pasillo de mi derecha.

Comencé a caminar hacia allí, hambriento de muerte. Pasillo a pasillo avanzaba hacia mi siguiente víctima. La encontré tratando de abrir una cerradura apresuradamente, pero no era capaz ni de insertar la llave en su sitio. Lo cogí del cuello y lo alcé.

—Déjame ayudarte... —una voz ronca salió de mi garganta. El humano me miró, horrorizado, y le di una fuerte patada a la puerta, derribándola. Dejé a aquel penoso ser en el suelo, y cuando se iba a ir, me lancé hacia delante, atravesándolo con mi cornamenta. Solté otra risotada mientras él chillaba de dolor y pataleaba para tratar de descolgarse, a lo cual le ayudé, lanzándolo contra una pared. Dejó en ella una marca de sangre y cayó al suelo, inerte.

Ignorándolo, atravesé el hueco de la puerta y continué mi camino. Un gran portón me dio la bienvenida a una enorme estancia abarrotada de gente que corría a todos lados intentando salir de allí, y al otro lado, las puertas de mi libertad.

Comencé a correr hacia allí, embistiendo, aplastando y lanzando lejos a todo aquel que se interponía en mi camino. Y, al fin, salí a la calle, pero no acabó ahí. Había más humanos vestidos como mis verdugos, y no pude evitar correr hacia ellos y destrozarlos uno a uno. Escuché disparos. Un par de balas entraron en mi pecho, pero aquello solo consiguió aumentar mi ira.

Me lancé hacia el portador del arma que me había atacado y lo estampé contra las paredes del exterior de la plaza, dejando en ella su sangre y sesos aplastados.

Después, miré a mi alrededor. La gente seguía huyendo, algunos no eran capaces de reaccionar, otros me miraban con espanto, pero había un grupo que me animaba al otro lado de las puertas. Me acerqué a ellos y me agaché frente a la humana que estaba delante del resto.

—Esta ha sido vuestra victoria, disfrútala, compañero —dijo, sonriéndome, y alzó una mano para acariciar mi cabeza. Resoplé y la agaché, cerrando mis ojos. Era la primera vez, en mi corta vida, que había recibido una muestra de afecto por parte de un humano. Sentí que la ira en mi interior remitía. Las almas comenzaron a abandonar mi cuerpo, y al final, solo quedé yo. Noté algo cálido a mi espalda. Volví a incorporarme para darme la vuelta y ver qué era. Una hermosa luz levitaba frente a mí, llamándome.

—Esa luz... —gruñí, y la humana caminó hasta situarse junto a mí.

—Ve y descansa en paz. Ya has cumplido tu misión.

La miré, asintiendo. Mientras caminaba, mi cuerpo fue volviendo a su forma original, y al llegar a la luz, pude ver al otro lado un gran prado. Allí estaban todos los de mi especie a los que había conocido. Ni un solo humano. Miré atrás y la muchacha, que aún me observaba, sonrió con afecto, y después salté hacia la luz. Una gran paz invadió mi ser, y sentí la alegría de pisar la hierba fresca con mis pezuñas. Allí podría vivir tranquilo por el resto de la eternidad.



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Desde aquel día, el toreo fue prohibido, y el toro fue recordado como Mino. Aquel suceso apareció en las redes sociales como "La Venganza en la Arena".

17 de Novembro de 2019 às 20:15 3 Denunciar Insira Seguir história
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Fim

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Marisol Grade Marisol Grade
¡Me encantó! Debería ocurrir algo similar en la realidad para que disminuyan el maltrato :(
November 20, 2019, 01:02

  • Lorith Magon Lorith Magon
    Ojalá, lo tendrían completamente merecido. :'( ¡Gracias por el comentario! ^^ November 20, 2019, 09:15
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