Estoy en el fin del mundo, pero no del mundo en general; sino de mi mundo. Me he despojado de mis ropajes, me he sacudido las muñecas quitándome las cadenas, me he soltado el pelo dejándolo al viento con el único fin de sentir algo volar a mi espalda. He querido ser libre pero no me di cuenta de que andaba encerrada en una jaula.
Sin cadenas, sin ropa y sin barrotes que me limitaran, miré hacia atrás para ver todo aquello que dejaba, pero en ese momento vi que tenía alas. Unas alas bellas, pero poco musculadas, traté de agitarlas, pero no sabía como usarlas. Mi sueño siempre fue volar, y lástima que haya tardado tanto en darme cuenta de que podía convertir mi sueño en realidad, pero de tanto esperar ya no podía despegar.
Con las alas pesando me dirigí a la playa, siempre me gustó aquel lugar, siempre me sentí libre a pesar de haber estado encerrada. Por el camino hay miradas en mí clavadas, normal que me miren, pues tengo alas pero se hallan atrofiadas. Por el camino se encapota el cielo, ya noto la lluvia sobre mi pecho; un hombre se me acerca y sobre mi piel coloca un transparente chubasquero, una sonrisa sincera se dibuja en su rostro, sin palabras ni más gestos desaparece a mis espaldas.
Finalmente llego a la playa, cruzo la arena y toco el agua. Noto un dolor agudo en las plantas de mis pies, y al bajar la vista veo la orilla teñida de rojo sangre. Levanto un pie, veo las heridas que se han hecho por el caminar descalza, pero al fijarme mejor veo todo mi cuerpo repleto de cortes y heridas de bala.
No desperdiciaré un regalo, así que en lugar de tirar el chubasquero al suelo, lo dejo caer hacia atrás colgando de mis muñecas, pero sin dejarle tocar el suelo. Por tonto que parezca, este chubasquero lo veo como el primer acto de bondad de un humano hacía un cuerpo que no tiene alma. No lo siento como un yugo, sino como un apoyo a la independencia, al libre albedrío, una respuesta a mi grito de libertad, algo que me mantiene libre; y al señor le veo como una persona que no me ha querido atar.
Seguí vagando sin rumbo alguno por aquella playa de blanca arena y bravo mar, mis heridas al aire una vez más, pero esta vez no dolían, ni me quería martirizar, quería dejarlas al aire para que la lluvia las pudiese limpiar.
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