Kevin Allen sabía que no iba a tener un buen día.
La pequeña Susie, el miembro más reciente de la familia, con tan sólo tres meses de vida, decidió deleitarles con una de sus noches en blanco.
Según el pediatra, podían ser cólicos, aunque su expresión delataba su falta de convencimiento. Tampoco persuadió a los padres de la criatura, que sabían muy bien lo que eran los cólicos porque los otros dos hijos del matrimonio los habían sufrido.
Kevin empezaba a sospechar que su hija poseía algún tipo de poder extrasensorial por el que detectaba los niveles de cansancio de sus padres, y se deleitaba aplicándoles su medicina particular: a mayor agotamiento, menos sueño. Y claro, no se contentaba con que uno de ellos perdiese la noche, no, los necesitaba a ambos.
Con un poco de suerte también conseguía despertar a sus hermanos, lo que no era tan sencillo, los angelitos dormían como auténticos leños y, además, volvían a caer cual troncos en cuanto tenían ocasión. No era ni la mitad de gracioso que tener a sus padres acunándola, cantando nanas, paseándola por toda la casa, corriendo a buscar biberones y cambiar pañales limpios…
La diversión consistía en berrear, sin decaer, hasta que el despertador estaba a punto de sonar. Entonces el interruptor de su pequeño cerebro se apagaba y se dormía profundamente, con una leve sonrisa inocente en los labios.
Kevin sabía, por experiencia, que aquello no era más que su forma de prepararse y reunir fuerzas de cara a próximas fiestas nocturnas, donde los invitados de honor serían sus padres que, a esas alturas, se preguntaban por qué no se conformaron con dos niños. ¡Tuvieron que buscar a la princesita que completase su familia feliz!
Faltaban quince minutos para que sonase el despertador. Lo apagó, en previsión de que, su estridente sonido, despertase de nuevo al monstruo que habitaba en un cuerpecito tan pequeño.
Los niveles de ansiedad del matrimonio estaban llegando a cotas insospechadas. Kevin incluso sopesó la idea de abandonarla en la puerta de alguna institución… Si, la desesperación, cuando llevas varias noches durmiendo apenas un par de horas, deja un poso de locura transitoria.
Por supuesto cuando, durante el día, la pequeña Susie les regalaba algún gorgorito y una sonrisa bobalicona de bebé, se olvidaba la quimera vociferante en que se convertía por la noche.
De camino a la ducha, sumido en sus pensamientos, Kevin pisó uno de los juguetes de plástico de la pequeña. El chillido del maldito cacharro hizo que Susie gimotease en su cuna. Su esposa le lanzó una rápida mirada que podía haberlo dejado petrificado, tal era la cara de Gorgona que gastaba la otrora preciosa mujer con la que se casó.
Con el corazón galopando a toda velocidad, se metió en la ducha y volvió a maldecir: olvidó que el termo del agua caliente de ese baño estaba estropeado y el chorro manaba apenas unos grados sobre cero. Lo justo para cagarte en todo, pero no lo suficiente como para que te quedases congelado y, por consiguiente, callado.
Prometió que se encargaría él mismo de arreglarlo, o de buscar a alguien que lo hiciera. Se le olvidó. De eso hacía siete días. De hoy no pasaba, se juró, igual que todas las mañanas desde la semana anterior.
El café, igual de frío que el agua de la ducha, no conseguiría despejarlo y no le apetecía recalentarlo en el microondas, ya lo tomaría en el laboratorio. Quizá comprase en la gasolinera algún donut que comería por el camino, de todas formas, tenía que parar a echar combustible.
Eso lo retrasaría un poco, por fortuna el doctor Donovan no era demasiado exigente con la puntualidad, siempre que uno cumpliera con su trabajo.
En el aparcamiento de los laboratorios se frotó los enrojecidos ojos, antes de salir del coche, con el donut a medio comer en la mano. Calculó mal, la acera estaba algo más alta de lo que pensaba, y el chirriar de los bajos de la parte delantera fue una protesta sonora, tan alarmante, que le hizo rechinar los dientes. ¡Lo único que le hacía falta hoy era una cuenta del taller!
Ya bregaría con eso después, ahora necesitaba la tranquilidad y el orden del laboratorio, que le hicieran olvidar las horas pasadas.
De camino a la entrada del edificio vio de reojo a un hombre que iba unos metros tras él, un poco hacia su derecha. Le pareció algún trabajador de mantenimiento porque iba cargado con algo voluminoso. Eso le recordó que debía preguntar por el encargado: tal vez pudiese recomendarle a alguien que le arreglara la caldera de agua caliente.
Al girar la cabeza de nuevo hacia la entrada, se fijó en algo que no había visto en todos los años que llevaba trabajando allí: un pájaro con las alas extendidas labrado a la altura de su pecho en uno de los pilares que sujetaban la arcada. Estaba grabado de tal manera que, a no ser que la luz incidiera de determinada forma, pasaba desapercibido.
A pesar de su formación científica, le pareció un buen augurio y se preguntó qué clase de pájaro sería.
De haber vivido para ver el chorro de sangre que bañó el bajorrelieve un segundo más tarde, hubiese reconocido la silueta de una golondrina. Los buenos presagios se le escaparon, junto con la vida, por el agujero que le perforó la espalda, le pulverizó el corazón y abrió su pecho como un melón maduro.
Chad Hunnam no era empleado de mantenimiento, de hecho, apenas hubiese sabido usar un destornillador sin las instrucciones impresas. Era corredor de bolsa desde que aprendió a jugar al Monopoly, y de eso hacía ya, al menos, 30 años.
Gozó de buenas rachas en su trabajo, no las suficientes como para hacerse rico, pero las justas para tener una vida acomodada.
Con la demanda de divorcio todo se empezó a desplomar a su alrededor, como si su notoriedad profesional dependiera de su éxito familiar.
Ya no era tan joven, ni tan agresivo, ni tan despreocupado.
En uno de esos baches, incluso se vio obligado a apuntarse en un programa experimental por el que le pagaron muy bien. Una tontería que no funcionó. Un día en un laboratorio por mil machacantes, que le duraron poco, pero cumplieron con su propósito.
Tenía una auditoría con la empresa que iba a adquirir la suya, y no podía permitirse un descubierto, aunque fuera mínimo. Los números rojos generan más números rojos. Acudir a la negociación con números negativos en su cuenta le hubiera supuesto la ruina total, estado que comenzaba a entrever.
Su estrella no volvió a brillar de nuevo. Mantenía el tipo asesorando a desgraciados a los que gustaba presumir de inversionistas, y que poseían menos capital que él, que ya era triste. Su supervivencia, y la elevada pensión con que satisfacer a su familia, dependían de que tuviese la boca cerrada y la sonrisa pronta.
Cuando el interruptor se encendió, dos días antes, iba a salir de su minúsculo apartamento, camino del trabajo. Desde ese instante, se convirtió en un depredador con un destino y una presa. No recordaba nada de su vida y nada, salvo la muerte, hubiese podido detener sus pasos.
Abandonó su coche, tras sufrir un accidente, sin volver la vista atrás. Eso fue el día anterior. Dos costillas rotas que no sentía, magulladuras que no le importaban. De la pelea que mantuvo con unos traficantes de armas callejeros, salió casi ileso y armado para organizar una fiesta de las que gustaban a los federales.
Del vehículo robado a punta de pistola, también se había olvidado… Dos días sin dormir, 48 horas borradas de su memoria.
Ahora, con una pistola de gran calibre en la mano izquierda, su mano buena, y el bidón de gasolina colgando del hombro derecho, tenía el aspecto de alguien salido de una película de acción de serie B.
Todavía llevaba el traje con el que pensaba acudir a la agencia donde trabajaba, un dos piezas discretamente caro, de color azul marino que ahora era una mezcla de gris polvo y pardo rojizo, con algunos rotos en codos y rodillas.
Avejentado, agotado… Ni su madre lo hubiese reconocido de cruzarse en su camino.
La piel de cara y manos, con churretones de sudor y polvo, tampoco ayudaban a su identificación, sin embargo, su mirada dura y fija dejaba bien a las claras que tenía una meta.
Cruzó la puerta principal que daba a los laboratorios sin dedicarle una sola mirada al cuerpo de Kevin Allen que, definitivamente, no había tenido un buen día.
Obrigado pela leitura!
La leí poco antes del verano y me lo pasé genial, la recomiendo con mucho gusto, está bien escrita, tiene trama, acción, humor y se disfruta desde el primer al último capítulo. Mis felicitaciones
Divertida historia entre policíaca, de acción y romántica. Me han encantado en especial los personajes principales, en el que incluyo a Dev porque es genial. Muy buen trabajo!
No sé por qué no me dejaba poner nada en capítulos siguientes, así que vuelvo al principio. Voy por el capítulo 8 y me estoy divirtiendo muchísimo. Muy buenos estos capítulos.
Tengo muy buena experiencia con esta escritora, el prologo de la novela me ha gustado, ya opinaré a medida que avance :D
Me gusta mucho el comienzo, tiene una buena dosis de misterio y me parece acertada la situación familiar tan común antes de un episodio violento. Promete
Debo confesar que no comprendí del todo el prólogo (no por alguna falla en la narración, sino porque soy de una lectura más rápida y menos descriptiva, algo así como más al grano, principalmente porque me distraigo con facilidad), pero éste capítulo me ha fascinado!, muy interesante el secuestro! :)
Se te da muy bien escribir en primera persona, y para los lectores es como si nos metieras en la piel de la protagonista. Muy bien!
La introducción de la protagonista está genial, te haces una ida de su personalidad, risueña y decidida
Un capítulo divertido. Me ha gustado el enfoque personal, da mucho juego y me has sacado alguna risa también.
Podemos manter o Inkspired gratuitamente exibindo anúncios para nossos visitantes. Por favor, apoie-nos colocando na lista de permissões ou desativando o AdBlocker (bloqueador de publicidade).
Depois de fazer isso, recarregue o site para continuar usando o Inkspired normalmente.