ocampovargas Ocampo Vargas *

Unos jóvenes se atreven a entrar a "La casa de las maldiciones" ¿qué podrían encontrar? ¿tendrá algo que ver con "Los dos loros"?


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LA CASA DE LOS DOS LOROS

—¿Cómo se te ocurre Osvaldo? —espeto Gil a su amigo.


—Vamos, no hay nadie, dicen que está abandonado desde el dos mil siete.


—Aun así, nos pueden atrapar, era de la casa de una pareja adinerada.


—¿No era una pequeña fábrica? —en ese momento se acercó Esmeralda, junto a su prima, Pamela.


—¿Qué sé yo? ¿Están locos si piensan que iré con ustedes?


—Vamos porque estamos aburridos — aclaró Osvaldo.


Después de una larga plática, los cuatro muchachos decidieron visitar el lugar por la mañana, como a las cinco. Se pusieron de acuerdo para verse por el camino que daba a "La casa de las maldiciones", así la llamaban en la comunidad, puesto que desde que la casa había sido abandonada "misteriosamente" de un día para otro, se había corrido el rumor de un hombre llamado Pancracio, que entró a la casa a robar. Cuando las autoridades lo detuvieron en medio de su intento de escape, decían que se había puesto eufórico, señalaba de un lugar a otro como loco, el hombre no tardó en ser trasladado a "Los dos loros", así apodaban los habitantes al hospital psiquiátrico que había sido construido cerca de la comunidad. El hombre murió ahí dos días después de su traslado, nadie supo de qué. Algo parecido había sucedido con el ama de llaves, una amiga de la pareja que se mudó. Por eso se decía que la casa estaba maldita.


—¿Por qué la habrán abandonado? —preguntó Pamela, sosteniendo las correas de su mochila sobre sus hombros, mientras daba pasos descuidados sobre el camino de piedra.


—Por algo la llaman "La casa de las maldiciones" ¿no crees? —dijo Gil, tratando de ocultar su nerviosismo.


—Puras tonterías —respondió Pamela—, de hecho, no me creo lo de "Pancri", yo quisiera saber la verdadera razón.


—Puede que hoy la descubramos — sonrió Osvaldo, quien parecía ser el más motivado.


Llegaron. La entrada era cubierta, en su mayoría, por lianas y plantas que habían crecido hasta esconder (en mayor parte) la entrada, que presentaba un aspecto viejo y desgastado.


—Mejor no hay que entrar —negó Gil con la cabeza—, nos van a cachar.


—Ya estamos aquí Gilberto, no lo arruines todo por tu miedo.


—No lo digo por qué tenga miedo.


—Ay, aja —soltó Esmeralda mirando a Gil con un gesto divertido.


Los jóvenes tardaron en lograr entrar a la casa. Estaba protegida más de lo que imaginaban, por lo que tuvieron que buscar por donde entrar. Finalmente, Osvaldo encontró una ventana rota, término de romperla, sentía como si estuviese viviendo una película. Tuvieron cuidado al entrar por ahí, los pedazos de vidrio se hallaban por todas partes, haciéndolo bastante peligroso; los cuatro consiguieron heridas en diferentes lados debido a ello.


—Creo que hemos entrado a la recámara que era de la mujer —dijo Osvaldo, observando de un lado a otro. El desgaste en las paredes, la suciedad, los insectos y ratas que corrieron a refugiarse era lo que más se apreciaba, eso, un espejo roto que con suerte se alcanzaba a sostener de un clavo oxidado y un colchón viejo tirado en el piso.


—Lo dices por el espejo ¿verdad? —observó Pamela, puesto que el marco metálico era decorado por flores y mariposas.


—Sí, ahora vengan, vamos a cruzar el jardín, aquella habitación es la que más me llama la atención, parece grande, tal vez sea la pequeña fábrica de la que todos hablan.


Gil y Esmeralda lo siguieron, pero Pamela se había quedado en la habitación, observando los detalles artísticos del marco.


—No puedo creer que estemos aquí — decía Gil con una sonrisa hacia Esmeralda, comenzando a sentirse más entusiasmado con la exploración. A lo lejos, Osvaldo ya estaba intentando entrar a otra habitación. Gil se llenó de aire los pulmones con el frescor de la enorme vegetación del jardín, había cerrado los ojos, cuando los abrió bajó la vista hacía una rama del suelo con la que estaba a punto de tropezarse. Fue en ese momento cuando vio como una pequeña sombra pasaba corriendo, Gil apenas la había visto como una mancha negra, debido a la velocidad con la que había pasado.


—Esmeralda, ¿viste eso? —detuvo a su amiga de repente. Esmeralda no había escuchado porque miraba con nerviosismo tras sus espaldas.


—¿En dónde está Pamela? Espérame Gil, voy a buscarla rápido.


—No, Esme, no me dejes so... —pero Esmeralda ya se había ido. Gil quiso correr tras ella, pero dudo, debido a que también había perdido de vista a Osvaldo. Entonces sus ojos comenzaron a ver siluetas tras siluetas. Volvió la mirada a una ventana, posiblemente de otra habitación que se hallaba escondida, y logro apreciar como una figura negra vagaba de un lado a otro y se detenía al notar a Gil, se quedó quieta, observando, o eso creía Gil.


—¡Gilberto! —el chico dio un respingo, volvió la vista a la voz que lo llamaba y vio que Osvaldo le pedía con un gesto de mano que fuera hacía él. Gil no lo dudo ni un segundo, para correr a su encuentro. En cuanto entro a la habitación que su amigo había logrado abrir, Osvaldo lo tomó por los hombros y lo condujo para que viera lo que había encontrado—mira —, ambos asomaban la cabeza por una esquina—. No era una fábrica —Osvaldo dejó de asomarse y caminó, adentrándose más en la habitación. Del lado izquierdo, cincuenta camillas se extendían en fila a lo largo de un ancho pasillo, en cambio, del lado derecho, parecía que había habitaciones. Como era de día, la luz se las arreglaba para averiguar por donde entrar, por lo que todo era visible, pero había partes oscuras.


—No te alejes tanto, tengo que contarte algo que acabo de ver.


—Creo que la casa intentaba ser una clase de hospital —dijo, sin hacerle caso a su amigo.


Mientras tanto Esmeralda y Pamela caminaban por el jardín con la intención de alcanzar a Osvaldo y Gil.


—Casi me sacas un susto —le decía Esmeralda.


—No me quede mucho tiempo.


—Aun así.


—Esme, mira eso —Pamela señaló una puerta abierta que se encontraba escondida entre la vegetación—. Vamos a ver que hay ahí —corrió, pisando las largas tiras de césped y saltando una que otra planta.


—¡Pamela! —Esmeralda hizo un gesto de fastidio y corrió tras ella. Noto que su prima se paró con brusquedad, luego hizo un gesto de terror al mirar dentro de la habitación.


—¿Qué pasa? —tomó a su prima del brazo con preocupación, siguió su horrorizada mirada hacia donde miraba y quedó en shock al ver que de una soga colgaba el cuerpo de una mujer que se encontraba de espaldas. Sabían que era una mujer por la forma del cuerpo y porque vestía un camisón viejo.


—Os… Osval...do —vaciló Gil, al ver que de una de las paredes del pasillo salía una figura que parecía humana, como un hombre alargado y encorvado, que media tres metros como mucho, y tambaleaba al caminar, deslizando los pies con unas manos deformes hacia el frente, como si sus extraños dedos quisieran alcanzar a Osvaldo.


—¿Qué quieres, Gilberto? —Osvaldo se volvió hacia su amigo con el ceño fruncido. Gil apenas podía articular palabra.


—Mira, ah... Ahí, a tu costado.


Osvaldo se volvió, la figura se agachó hacia el rostro de Osvaldo, parecía olfatear su cabeza.


—¿Qué? ¿Qué hay ahí? No hay nada —Osvaldo no podía verlo.


La figura dejó de olfatear y comenzó a abrir la boca mostrando unos enormes dientes puntiagudos. Al ver esto, Gil gritó con horror, dio un paso hacia atrás para correr, pero tropezó y cayó. Osvaldo corrió hacia él, justo cuando la figura estaba a punto de clavarle los dientes. De pronto Gil vio, desde el suelo, como figuras horrendas y en diferentes formas espeluznantes salían de cada rincón e iban hacia él. Se asustó cuando su amigo pretendía ayudarlo a ponerse de pie.


Pamela y Esmeralda veían a la mujer que se había suicidado, el impacto de esa imagen fue tal, que no sabían qué hacer. Entonces escucharon el grito de Gil y miraron en la dirección de donde provenía. Fue en ese momento cuando la mujer colgada giro en el aire, y cuando ambas chicas volvieron hacia la mujer, unos ojos las miraba fijamente, con la cabeza inclinada por la cuerda que le sujetaba el cuello. Se les heló la sangre, se quedaron como estatuas, apretando los dientes. La mujer levantó una mano y les hizo un gesto de silencio. En ese instante un estruendo las exalto y se percataron de que varios oficiales estaban entrando a la casa. Esmeralda jaló a Pamela para que se alejaran de ahí.


—¿Ya terminaron de jugar, señoritas? —dijo uno de los oficiales—. Saben que es propiedad privada.


—Lo sentimos —soltó Esmeralda con una muy sutil voz, tratando de fingir culpa, aunque en realidad seguía aterrada.


—¿Qué les pasó? ¿Por qué están tan pálidas?


—Señor —llamó uno de los oficiales a su superior—, hay otros dos muchachos aquí, creo que uno de ellos está enfermo, está despierto, pero casi no se mueve.


—Vayan con los otros oficiales, llamaremos a sus tutores —ordenó el oficial a ambas jóvenes, quienes se aproximaron a la salida, preguntándose qué había pasado con Osvaldo y Gilberto. Esmeralda sostenía con fuerza la mano de su prima, quien mantenía la mirada abajo y no dejaba de temblar por el miedo.


Osvaldo salió caminando de la casa, pero a Gil tuvieron que cargarlo porque había tenido un ataque de ansiedad y luego se había desmayado. Una vez afuera, lo colocaron en el suelo para ver si podían hacerlo reaccionar. Gil se despertó por su cuenta en ese instante y se sintió un poco más tranquilo al darse cuenta de que estaban fuera de la casa. Pero entonces se percató de la figura alargada, luego de otra figura, y así siguió, otra tras otra. Se puso eufórico, comenzó a señalar a todos lados mientras gritaba sin parar. Las figuras lo estaban siguiendo, se lanzaban hacia él, lo observaban, susurraban cosas, sentía que lo lastimaban por dentro, sentía como si algo lo estuviera desgarrando.


Una semana después, Esmeralda caminaba hacia Osvaldo.


—Hola ¿Cómo estás?


—Hola, Esme, estoy bien, bueno, no lo sé, no he dejado de pensar en la casa, estoy muy confundido, para mi todo iba tan bien, estaba muy entusiasmado y de la nada comenzaron los problemas ¿tú, cómo estás? ¿Cómo está Pamela?


—Yo, estoy... —Esmeralda dudo, recordó la imagen de la mujer que le pedía que callara, la única imagen que se presentaba en su mente al soñar, solo era esa imagen, como una fotografía impresa, que le recordaba lo que no debía mencionar. Sabía que por el resto de su vida podía irse olvidando de sueños bonitos, o incluso, de cualquier otro sueño diferente —estoy bien y Pamela, aún no ha recuperado la voz, los doctores no saben si algún día podrá recuperarse, yo... Espero que sí —hizo una pausa—¿Sabes algo de Gilberto?


Osvaldo bajo la mirada con tristeza.


—Acaban de llevárselo, lo trasladaron a "Los dos loros".

18 de Setembro de 2019 às 23:32 2 Denunciar Insira Seguir história
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Ocampo Vargas * Escritora novata, compulsiva, apasionada. Lectora entusiasta. Suelo incursionar en diferentes géneros. Disfruto mucho escribir cuentos locos y alucinantes; muchos de ellos puedes encontrarlos en esta cuenta. Gracias de antemano por pasarte por aquí.

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