-Tienes que salvarla - la voz de mi madre salió en un sollozo lleno de suplica y exigencia, mientras tomaba mis manos con las suyas y se inclinaba hacia el piso para terminar por arrodillarse frente a mi.
Esa era una imagen que nunca se borrara de mi mente y me perseguirá hasta la muerte en forma de culpa; el recuerdo grabado con piedras en mis ojos de una madre desesperada por la vida de su hija, suplicándole a la única persona en el mundo capaz de salvarla que la rescate de las garras de la muerte.
Nunca olvidaré la decepción que se reflejo en su semblante cuando me negué hacerlo. Tampoco olvidaré el dolor en sus ojos o la desilusión que sintió al ver la determinación en mi rostro.
Creo que incluso antes de lanzarse de aquel puente para ella yo no fui más el cerbero que entrego como ofrenda aquello que alguna vez más amo.
Quizás mi pecado no sea el haber matado a mi hermana mientras mi madre rogaba que la ayudara, no, mi pecado va mucho más allá, es mucho más profundo y devastador, mi pecado a de ser que lo disfrute, el ver como aquel brillo se perdía de los ojos de mi hermana, la venganza de aquel amor que me fue negado a su causa. Lo disfrute y pude sentir como en aquel instante perdía una gran parte de mi alma, que ya no era humano.
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