nico_nvlopez1553127951 Nico Valenzuela López

Planeta tierra. Año 3.040. La llamada Guerra Definitiva ha devastado el planeta tierra hasta un punto de no retorno. La atmósfera está viciada y el uso de trajes especiales es indispensable para subsistir. Zoe es una sobreviviente con un entrenamiento militar que nunca pretendió poner a prueba más que para proteger a su familia en caso de necesitarlo: ahora se las arregla como puede para mantenerse con vida junto a una madre enferma en las afueras de una ciudad en ruinas regida por el caos. Su hermano mayor, junto a un grupo de científicos e intelectuales destacados que podrían haber significado una última esperanza para reconstruir lo que quedaba de mundo, han huido del planeta en secreto, abandonando a Zoe y el resto de humanidad a su suerte. ¿Qué sucederá con aquellos que se han quedado para sufrir las consecuencias del odio que la raza humana se ha dedicado a volcar en el planeta tierra durante miles de años?


Pós-apocalíptico Todo o público.

#cifi #distopía
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Jornada de recolección

Zoe escudriñó con cuidado entre los escombros del departamento en ruinas en el que se encontraba y halló dos paquetes de poroto-brócoli y tres de garbanzo-betarraga; ambos microfilizados y sellados al vacío. Un excelente botín para una sola jornada; el mejor en mucho tiempo. Guardó las provisiones en el morral que llevaba cruzado en el pecho y se puso de pie para inspeccionar un par de habitaciones más de aquel edificio antes de marcharse.


Necesitaba guantes nuevos; los que llevaba puestos estaban gastados. Calculaba que no le durarían más de un mes. Si bien las Bio Primeras Capas tenían propiedades regenerativas, estás podían disminuir con el paso del tiempo, por lo que debía cuidar al máximo las zonas del cuerpo que tenían mayor exposición, como los pies y las manos. Por esta misma razón tanto los zapatos como los guantes eran los más escasos en los tiempos que corrían; estos eran, después de la comida, uno de los elementos más preciados para los sobrevivientes. Y para qué hablar de la Bio Primera Capa o BioPC, aquellos trajes biotecnológicos que llevaban directamente sobre la piel y que no se quitaban en ninguna circunstancia. La BioPC era incluso más importante que la comida, ya que, si no podías respirar, no necesitabas comer. La única forma de conseguir uno de estos trajes era quitándoselos a un cadáver, porque eran productos de alta gama y su fabricación antes de la Guerra Definitiva se había reducido al número privilegiado de personas que podían permitírselo.


Zoe revolvió entre los escombros de una habitación más, pero, como temía, no encontró guantes y ya se le hacía tarde para volver al escondite. Por mucho que le desagradara la tarea, tendría que buscar entre alguna de las pilas de cadáveres otro día. Si bien aquellos cuerpos fosilizados no significaban ningún peligro para ella —¡ni siquiera tenía que olerlos!, solo tenía que desactivar el sensor olfativo y se solucionaba—, el mirarlos era como echarle un pequeño vistazo a su propio futuro y no había algo que detestara más que imaginar aquel final para ella y su madre.


Un chasquido se oyó a su espalda.


Zoe se agachó, rauda, desenfundó el cuchillo que llevaba en el muslo derecho, lo puso en posición de lanzamiento mientras se giraba y lo lanzó hacia el origen del ruido. Sus ojos se abrieron de par en par una fracción de segundos después de soltar el arma y no tardó en echarse a correr en la misma dirección en la que lo había lanzado.


Era tan solo una pantalla cúbica decorativa que se había desencajado...


...y el impacto de su cuchillo de titanio la haría... corrección: la había hecho ceder.


Se lanzó hacia la pantalla estirando el brazo y los dedos tanto como pudo mientras la veía caer. Los Siete Infiernos de Dante que se proyectaron frente a sus ojos en cámara lenta. Sus nudillos emitieron un ruido apagado al golpear el suelo a propósito del peso del aparato. Zoe quedó boca abajo, con él en la mano.


Suspiró.


—Malditos y benditos sentidos amplificados.


Se puso de pie con el dispositivo cúbico entre las manos y desencajó el cuchillo que había quedado incrustado en mitad de este. Aquella pantalla y la información insertada en ella le eran familiares: era una obra inspirada en otra muy famosa del periodo clásico-antiguo que había estado muy de moda entre las familias "En Vías" como la suya, término utilizado por los Cúlmines de aquella época. Esbozó una sonrisa torcida, al final ninguno de los dos «bandos » había ganado aquella especie de carrera. Hizo un gesto de derecha a izquierda sobre la pantalla con la mano. La pantalla parpadeó y quedó mitad infierno, mitad paraíso antes de descomponerse. Dejó el aparato sobre el piso y salió por el umbral derruido de la habitación en la que se encontraba.


Zoe subió el rango de su amplificador auricular. siempre que entraba a algún sitio, se aseguraba de sondear las zonas con las tecnologías de su BioPC por precaución. Nunca se sabía si un saqueador podía estar acechándola en una esquina.


Los sobrevivientes se dividían en dos grupos: los recolectores y los saqueadores. Ella pertenecía al primer grupo. Ella y su madre se habían resguardado en un lugar poco accesible en la parte sur de la ciudad porque los saqueadores ya habían arrasado con esa zona hacía mucho tiempo. Además de "eso" en aquella zona que los mantenía alejados. Por otro lado, si intentaban ir tras ella, confiaba que las medidas que tomaba para evitar que le siguieran el paso fueran suficientes.

La ciudad se encontraba cada vez más desabastecida y cada semana Zoe se veía en la obligación de caminar un poco más lejos del escondite para encontrar comida. Eso la hacía sentir mucho más expuesta. Sabía que tarde o temprano ella y su madre tendrían que mudarse, pero no quería preocuparse por eso todavía; tenía cosas más urgentes de las que ocuparse.


Como la enfermedad de su madre.


Siempre que cogía algún botín, por más mínimo que fuera, se sentía más vulnerable a ser asaltada. Como si los saqueadores intuyesen que había cogido algo de valor; como pudiesen olfatearlo. Todo era producto de su imaginación, claro. Era el resultado de llevar viviendo en aquel mundo tan hostil por tanto tiempo. El servicio militar había sido el útero materno comparado con aquella vida. Hasta el momento solo se había topado solo con un par de recolectores y luego de reconocerse como tales (los recolectores nunca iban en manada, a diferencia de los saqueadores), se habían ignorado sin más y se había ido cada quién por su camino.


Zoe llegó a la primera planta del edificio sorteando los escombros y amplió la distancia del rango de su dispositivo auditivo. No podía darse el lujo de morir o lesionarse; no mientras su madre no se hubiese recuperado y esperara su regreso.


Ciertamente robarle ese traje a la científica en jefe del departamento de avances biotecnológicos del servicio militar había sido la mejor idea que había tenido; después de inscribirse en el servicio, claro. El único detalle era su color: blanco. No gris, no blanco matizado: blanco. La Comunidad de Conocedores se habían apropiado de aquel desafortunado color y lo habían tomado como representativo desde tiempos antiguos. Zoe había hecho lo posible por camuflar este color con prendas externas, pero la mayor parte del tiempo habían resultado ser más una molestia que de ayuda, por lo que había optado por quitárselas y conservar solo los guantes y las botas. Cuando se trataba de moverse entre los escombros, la mínima libertad de movimiento podía significar la diferencia entre la vida y la muerte.


Cuando alcanzó la salida, inspeccionó los alrededores y se hincó tras medio descomponedor de basura desintegrado por la corrosión atmosférica. Retrajo el rango de su sistema de alerta porque ya le quedaba poca energía a su BioPC y aumentar el rendimiento de todos sus aspectos de forma simultánea significaba un gasto de energía considerable. Hizo un pequeño movimiento circular a la altura de la cien, gesto que activó la petición de contacto para el número de serie de la BioPC que tenía predefinida como frecuente.


—¿Qué hay, mamá? ¿Todo bien?

—Zu, qué bueno escucharte. Todo bien por aquí. No es que pueda ir a algún lado, de todos modos —bromeó, pero su risa pronto se convirtió en un ataque de tos.


Zoe esperó y luego continuó.


—Encontré varias porciones de comida y su sabor es tu favorito. ¿A qué no adivinas cuál es?

—Ugh, ya puedo sentir el sabor de esa imitación de verdura sangrante disolviéndose en mi boca, cielo. La espero con ansias para la cena.

—Eso pensé. Descansa, Oli. Te veo en dos horas.


Colgó haciendo el movimiento en dirección contraria. Se quedó unos instantes en la posición en la que estaba mientras planificaba qué haría el día siguiente.


Su madre había estado postrada en cama desde hacía un mes, puesto que su insuficiencia respiratoria había empeorado considerablemente desde que su hermano había partido.


Su hermano. Si bien en un primer momento había intentado comprender su decisión, no podía evitar detestarlo en ese momento. Tres personas tenían menos probabilidades de sobrevivir que tan solo dos, pero él había decidido sacrificar sus deseos personales para trabajar en la supervivencia de la raza, y eso incluía descartar a aquellos con menor coeficiente intelectual y con imperfecciones genéticas de cualquier tipo. El junto al resto de integrantes de la Comunidad de Conocedores habían huido al espacio en busca de una nueva vida, llevándose consigo a un grupo selecto de humanos consigo.


También era cierto que ese mismo hermano había estado trabajando en un medicamento para tratar la insuficiencia respiratoria de su madre, pero había abandonado el planeta antes de acabarlo. Según lo que decía la bitácora que él había dejado específicamente para ella, había derramado por accidente el ingrediente que ahora faltaba cuando el ratón de clase-N en el que había probado las fórmulas defectuosas anteriores había mutado a clase-M, y se había escapado de su jaula para atacarlo. En la bitácora aparecían todos los detalles. Es más, su hermano se había dado el trabajo de dejarle medido uno de los dos ingredientes y eso le facilitaba mucho más el trabajo. Había dos tubos de ensayo. Zoe intuía que el segundo era por si algo le sucedía al primero. A estos solo les hacía falta un compuesto llamado felinanina y la exposición correcta a ciertos grados de calor y de frío. Hasta alguien tan poco familiarizada con los químicos y las reacciones como ella podía hacerse cargo.


Su hermano podía haber hecho lo que hizo, pero Zoe exponía la piel al aire por a su calidad como científico.


El problema era que hasta entonces había revisado veinte farmacias y dos laboratorios y no había dado aún con es susodicho compuesto. Zoe había llegado a la conclusión de que tal vez era un invento exclusivo de La Comunidad de Conocedores y que no se había alcanzado a masificar. De ser así, si pudiese encontrarlo en algún sitio, ese sería la universidad en la que había estudiado su hermano. Universidad ubicada en los dominios de los saqueadores más peligrosos del barrio.


Pero ella se había decidido. El día siguiente iría por aquel compuesto y nada la detendría.


Se acomodó el morral, se puso de pie y se encaminó hacia una calle repleta de animales de aspecto hostil y enfermizo que merodeaban por ella con movimientos antinaturalmente bruscos e intermitentes.

9 de Agosto de 2019 às 05:24 0 Denunciar Insira Seguir história
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