C
Ceferino Díaz


Cuento acerca de la creación y de los seres humanos y el propósito de sus vidas. Escrito por Ceferino Díaz Ruiz.


Conto Todo o público.

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El experimento

Alberto y Adela. Vivían en la misma casa, tenían la misma edad, pero no eran hermanos gemelos. No tenían madre. Los cuidaba un hombre que acostumbraba dejarlos bastantes horas encerrados en la casa cada vez que salía.

Un día aquel hombre dejó sobre el comedor unos dulces que tenían una substancia que causaba desbalance al caminar a quien la ingiriera; y antes de salir, les dijo que no se comieran los dulces, porque si lo hacía caminarían tambaleándose el resto de sus vidas.

El hombre se fue. Alberto y Adela se quedaron solos en la casa, y lograron resistir la tentación poco más de una hora. Pero los dulces se veían tan buenos, que terminaron comiéndoselos todos. En cuestión de segundos, la substancia les hizo efecto.

Al lado de los dulces, el hombre había dejado una botella con el antídoto contra el desbalance, pero no les dijo lo que era. Y la pareja, por miedo a que le pasara algo peor que lo que le pasó por comerse los dulces, ni siquiera se atrevió a probar lo que había en ella.

Cuando el hombre regresó a la casa, notó que Alberto y Adela se tambaleaban al caminar, y en vez de darles el antídoto, lo botó por el fregadero. La pareja, como no sabía que que aquello era el antídoto, creyó que el hombre hizo bien en botarlo.

Desde ese momento en adelante, Alberto y Adela no solo caminaban tambaleándose, sino que vivían sintiéndose culpables por haber desobedecido a aquel hombre. A la misma vez, esperaban que aquel hombre les diera un antídoto que les restaurara el balance y volvieran a caminar derecho como él. Éso él llegó a prometerles —después que lo botó—.

Aquel hombre era un científico, y Alberto y Adela no eran sus hijos biológicos; ellos fueron creados en un laboratorio, donde también crearon la substancia desbalanceadora y el antídoto. Alberto y Adela eran un experimento científico, y parte del experimento era averiguar si ellos eran capaces de obedecer órdenes, de resistir la tentación, y de mantener la esperanza hasta que murieran.

El científico los iba observando, y ya sabía que ni lo obedecieron ni resistieron la tentación; le faltaba saber si mantendrían la esperanza de recibir el antídoto hasta que murieran (por eso botó el antídoto y nunca se los daría).

La pareja comenzó a procrear, y tuvo ocho hijos (cuatro hembras y cuatro varones). Todos ellos tenían que usar batón para caminar, porque de sus padres heredaron el tambaleo al caminar. Aquella condición era hereditaria.

A todos los hijos de Alberto y Adela el científico los hizo parte de su experimento. A ellos también los probaría en cuanto a obediencia, a resistencia a la tentación y a esperanza. Pero como habían heredado la condición del tambaleao al caminar, no podía probarlos en cuanto a obediencia y a resistencia a la tentación usando los dulces con la substancia desbalanceadora ni el mismo mandamiento que le dio a sus padres.

Para probar a los hijos de Alberto y Adela —y a todos sus descendientes— en cuanto a obediencia y resistencia a la tentación, el científico les dio los siguientes mandamientos:

  1. No le esconderás, ni robarás, ni romperás el batón a tu prójimo.
  2. No codiciarás el bastón de tu prójimo.
  3. Si tienes varios bastones, y ves a alguien que no tiene bastón, dale uno de los tuyos.

En cuanto a esperanza, la prueba sería la misma que le dio a sus padres.

Con los hijos de Alberto y Adela el científico podía ver si alguno lograba pasar la prueba de la obediencia o la de la tentación, o ambas; o las tres (la de la obediencia, la de la tentación, y la de la esperanza). El científico los estudiaba psicológicamente y tomaba nota de lo que hacían. A ellos también les prometió el antídoto, pero, como a sus padres, tampoco se los daría.

Varías décadas después, Alberto y Adela tuvieron nietos, y ellos también fueron sometidas a las mismas pruebas. Ese experimento continuaría generación tras generación. ¿Hasta cuándo? Ni Alberto ni Adela ni ninguno de sus descendientes lo saben (ni lo sabrán); tal vez ni siquiera el científico lo sabe. Es sólo un experimento.

Dos décadas después, Alberto y Adela murieron. Nunca perdieron la esperanza de recibir el antídoto, y así quedó registrado en las notas del científico.

24 de Julho de 2019 às 19:27 0 Denunciar Insira Seguir história
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Ceferino Díaz Escritor aficionado de San Juan, Puerto Rico.

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