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En un mundo de misteriosas desapariciones de niños, un valiente campesino decide emprender un peligroso viaje en busca de la verdad. Armado con una espada y guiado por su intuición, se adentra en un bosque oscuro en busca de respuestas.


Aventura Todo o público.

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La bruja de la cueva

Las puertas gigantes, imponentes y majestuosas, se abrieron lentamente frente a mí. Eran obras de arte hechas de mármol blanco y cristal reluciente, talladas con intrincados detalles que reflejaban la luz del sol. Deseaba desesperadamente tocarlas, pero las ataduras que aprisionaban mis muñecas me impedían cualquier movimiento. Los dos altos guardias, con sus armaduras brillantes, me empujaron sin contemplaciones para que continuara caminando, obligándome a pisar la larga alfombra roja que se desenrollaba a mis pies, llevándome en un camino directo hacia el trono del rey. Cada paso que daba resonaba en la vasta sala, mientras mi corazón latía con ansiedad y anticipación. Los murmullos y los insultos sibilantes de la gente a mi paso se filtraban en mis oídos, creando una cacofonía de voces que alimentaban mi temor y determinación.


Finalmente, llegué a mi destino, y ahí estaba él, sentado en su imponente trono. El rey, de estatura imponente y porte regio, poseía una barba negra y frondosa que le daba un aire de sabiduría y poder. Sus ojos penetrantes escudriñaron mi ser sin mostrar demasiado interés, al menos hasta que el joven de cabello castaño y complexión delgada se acercó para pronunciar mi nombre con voz respetuosa.


— Así que eres tú, aquel que afirma haber dado muerte a la bruja —exclamó con determinación, sintiendo la necesidad de defenderme ante el inevitable juicio.


— Majestad, le he traído uno de sus dedos como prueba irrefutable —respondí, alzando la mano con el dedo amputado en un gesto tembloroso pero firme.


El rey, intrigado, se levantó de su trono con una majestuosidad imponente. Su presencia dominante llenaba la sala con una energía intensa. Observó el dedo en mis manos, luego fijó su mirada en mí con un aire inquisitivo.


— Si estás tan seguro de que esto es verdad —dijo lentamente—, quiero que nos cuentes, quiero despejar todas nuestras dudas. ¿Cómo lograste matarla?


— Muy bien, mi rey —respondí, realizando una reverencia respetuosa—. Permítame contarle mi historia...


Los niños desaparecían día tras día, dejando un vacío insondable en el corazón de la comunidad. El pueblo estaba lleno de murmullos y teorías sobre las razones detrás de estas desapariciones. Algunos afirmaban con temor que la bruja de los cuentos se los estaba llevando en la oscuridad de la noche, mientras otros creían que los pequeños caían accidentalmente al sombrío pozo en medio del bosque. Sin embargo, yo nunca me dejé convencer por ninguna de estas versiones. Había algo más, algo oculto que mi intuición se negaba a ignorar.


Sin ataduras ni lazos que me retuvieran, decidí emprender la peligrosa aventura en busca de la verdad. Preparé meticulosamente mi viaje, llenando mi humilde morada con agua y provisiones, convencido de que si la bruja se llevaba a un niño cada día, sus viajes no podrían ser demasiado largos y el pozo no estaría tan lejos. Antes de partir, me encontré con mi amigo, el herrero del pueblo, quien me advirtió con preocupación sobre los peligros que me esperaban. El gran señor de la casa incluso sugirió que la bruja me devoraría en minutos, pero mi determinación era inquebrantable. Solo le pedí una espada y me alejé, desoyendo sus consejos.


Salí del pueblo, adentrándome en el imponente bosque, rodeado de altos árboles y hierbas salvajes que rozaban mis piernas mientras caminaba. Mi primera meta era encontrar el misterioso pozo. Después de todo, si los niños no caían en aquel lugar, la bruja aún necesitaba agua para sobrevivir.


El viaje resultó ser más agotador de lo que había imaginado. Las raíces de los árboles emergían de la tierra como susurros entrelazados, en busca de un rayo de sol y desesperadas por el agua que tanto anhelaban. En ese momento, una revelación se apoderó de mí. Las raíces, en su peculiar lenguaje natural, me estaban señalando el camino hacia el pozo. Renovado por la esperanza, continué mi andar con determinación.


La tarde cayó sobre el horizonte y la oscuridad se apoderó del bosque. Desprovisto de cualquier medio para iluminar mi camino, me encontré en una negrura opresiva. Fue entonces cuando lo escuché: un aullido largo y gélido que se deslizó por el aire y penetró hasta lo más profundo de mi ser. Supe de inmediato que no estaba solo; me estaban cazando. Un escalofrío recorrió mi columna vertebral mientras mis pies tropezaban en la penumbra. El aullido se repitió una vez más, seguido por otro y otro. Estaba rodeado, rodeado de bestias hambrientas que acechaban en las sombras. La sensación de muerte inminente se apoderó de mí, amenazando con paralizarme por completo. Pero entonces, como si una voz invisible me hablara, una mujer susurró en mi mente: "Prende fuego, con una roca y tu espada". Sin cuestionarlo, seguí sus palabras y rápidamente improvisé una antorcha ardiente. El fuego danzó en mi mano, su luz parpadeante ahuyentando a las criaturas que me acechaban. El lobo más cercano se aventuró a acercarse, sus ojos reluciendo con hambre y rabia, pero el fuego lo detuvo en seco. Retrocedió aullando de dolor y sus congéneres siguieron su ejemplo, alejándose entre la maleza.


Con alivio fugaz pero el corazón aún palpitante, proseguí mi camino a través del bosque oscuro hasta que finalmente llegué al pozo, cuando los primeros rayos del amanecer comenzaban a teñir el horizonte con tonos dorados. Se encontraba rodeado por un ambiente rústico y místico, con una estructura de madera cubierta por enredaderas y hierba que casi la ocultaban por completo. El aroma embriagador de las flores y el suave murmullo del agua que fluía por el pozo llenaron el aire. En ese instante, una imagen horripilante se apoderó de mi mente, trayendo consigo el eco del llanto infantil y la visión de pequeñas manos ensangrentadas luchando desesperadamente por aferrarse a algo en la superficie del agua. Temeroso de enfrentar la verdad, me asomé al pozo, pero solo encontré agua cristalina. Ni un solo niño estaba allí, dejándome solo con la opción de que la bruja fuera la responsable de estas tragedias.


Al lado del pozo, descubrí un antiguo sendero, sus huellas y el barro fresco hablando del tránsito frecuente de alguien. Empuñé mi espada con precaución y, con cada paso, seguí el camino con cautela hasta llegar a una cueva oculta en las profundidades del bosque. Con cada paso, la oscuridad se volvía más densa y opresiva, hasta que finalmente encontré una pequeña área iluminada por velas temblorosas. En una de las esquinas de la cueva, yacía la bruja en una cama, dormida en su letargo malévolo. Me acerqué temeroso, mi corazón golpeando con fuerza en mi pecho. La decisión de matarla o enfrentar mi propia muerte se cernía sobre mí, una carga demasiado pesada para un simple campesino. Sus rasgos eran grotescos, su cabello largo, negro y desaliñado, su nariz prominente adornada con una verruga siniestra. Con solo verla, supe que emanaba una maldad pura y abominable. Sin vacilar por más tiempo, mi espada se hundió en su cabeza y, como prueba de mi victoria y de la salvación de los niños del reino, corté uno de sus dedos.


— Quiero ver el dedo — el rey ordenó al guardia a mi lado derecho, quien se acercó y le entregó el dedo que le había dado horas antes.


— Sí, esta es una herida para alguien como usted. Libérenlo de sus ataduras. Él es nuestro héroe, ¿no lo ven? — el rey exclamó a la multitud.


Las ataduras fueron desatadas, liberando mis manos. Me entregaron la recompensa prometida y, antes de salir por las puertas del palacio, el rey me preguntó cuál era mi oficio. Con una sonrisa en mi rostro, respondí:


— Soy un humilde contador de cuentos para niños, mi señor.


El rey soltó una carcajada ante mi respuesta, considerando mi oficio ridículo. Pero él no sabía que gracias a él, ahora era un hombre rico. Sin embargo, también ocultaba la verdad.


¿Cuál era esa verdad?


La verdad era que había llegado a la cueva con la intención de matar a la bruja, pero eso no fue lo que sucedió.


Al ver a la bruja, la reconocí al instante. Era aquella niña con la que solíamos jugar de niños, aquella que un día desapareció sin dejar rastro. Nunca tuve la oportunidad de decirle cuánto la amaba. Y ahora, vivo en el bosque, en esa misma cueva, junto a mi hermosa esposa. Alta, de cabello negro y ondulado, labios perfectos y nariz delicada, con unos ojos azules llenos de ternura y una piel blanca como la nieve.


Ahora me considero el hombre más afortunado del mundo. Mi oficio como contador de cuentos se ha convertido en mi mayor alegría. Cada noche, me siento junto a mi esposa, en el calor del hogar que hemos creado, y narro historias maravillosas a nuestros hijos. Mis cuentos los transportan a mundos mágicos y llenos de aventuras, y sus risas y ojos brillantes son mi mayor recompensa. Y así, con la mentira en mis labios y el corazón rebosante de felicidad, salí por las puertas del palacio, mientras el rey quedaba en la ignorancia de mi verdadera fortuna.

18 de Julho de 2019 às 06:21 1 Denunciar Insira Seguir história
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Mishisss Me gusta escribir, pero muchas veces por falta de tiempo o creatividad, no acabo las cosas.

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Galo A. Vargas Galo A. Vargas
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