"Silencio, puede oírte. No te muevas, puede sentirte. No abras los ojos, porque entonces te verá. ¿Entendiste Jenny?", susurró María a su hermana pequeña que permanecía asustada en su escondite.
—No te vayas—le pidió sollozando la niña.
—Volveré pronto, no temas. Iré por ayuda y vendré por ti.
—¿Cómo sabré que eres tú?—preguntó temerosa.
—Tomaré tu mano y sabrás que soy yo.
La niña obedeció a su hermana y apretó aún más fuerte sus párpados. Se mantuvo quieta intentando apenas respirar y a pesar del terror que sentía intentó no emitir ningún sonido de su boca. Escondida en un rincón del ático la niña esperaba. Pero, los minutos pasaban y su hermana no volvía. De pronto, un grito estremecedor se oyó desde abajo. Luego, sintió los peldaños de madera vieja crujir con cada pisada.
Aterrada no pudo contener sus ojos cerrados y los entreabrió. Desde su escondite visualizó una silueta de pie junto a la escalera. La oscuridad del ático no dejaba ver su rostro.
—¿Q-quién está ahí?— balbuceó al tiempo que se arrepintió de haber pronunciado aquellas palabras al recordar la advertencia de su hermana: “no hables, no te muevas, no abras los ojos, porque puede encontrarte”. Cerró sus ojos nuevamente y tapó su boca para no gritar. Pero, de un instante a otro escuchó una voz familiar pronunciar su nombre.
Jennifer, soy yo.
Jennifer, iré por ti.
Felíz de que su hermana había vuelto con ella, la niña esperó.
Solo abriría sus ojos al sentir la mano de su hermana tomar la suya, de esa forma sabría que sería ella, tal y como lo habían planeado.
Y así fue. Una mano cubrió sus pequeños dedos. Jennifer sonrió y abrió los ojos.
Una mano, tan solo una mano, pálida y ensangrentada sostenía la suya.
PORTADA: BALTAZAR RUIZ
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