azale Sara García

Saleta es una niña aventurera que accede a un mundo nuevo a través del jardín trasero de su casa, allí conoce a varios monstruos que caracterizan a diferentes sentimientos. Ilustraciones de Seng Soun.


Infância Todo o público.

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Saleta y los monstruos

Saleta tenía tantas pecas como estrellas había en el cielo oscuro por las noches, y en todas sus aventuras la acompañaba su mejor amigo: un oso de peluche que nunca la abandonaba cuando tenía miedo. Le gustaba investigar todo aquello que no conocía, y por ello se pasaba las tardes en el jardín trasero de su hogar. A veces jugaba con los caracoles que encontraba en la hierba húmeda, hacía carreras con ellos para saber cuál era el más rápido y cuál era el más lento. También coleccionaba tréboles de tres hojas, esperanzada por encontrar algún día uno de cuatro que le pudiera dar buena suerte. Con los prismáticos de su madre se entretenía observando los pájaros que descansaban sobre las ramas de los árboles, y a veces intentaba silbar las melodías que cantaban cuando salía el sol. Se divertía tanto en el jardín que podía pasarse allí horas y horas, hasta que su padre la avisaba para ponerse el pijama antes de cenar. Saleta se ponía triste cuando llovía porque su madre no la dejaba salir fuera, y aún así, contemplaba el jardín desde la ventana del salón y se pasaba horas dibujando a los caracoles con los que estaba deseando jugar.



Sus tardes transcurrían siempre con normalidad, hasta que un día se encontró con una lagartija que correteaba por el muro de cemento que rodeaba el jardín, y entonces Saleta empezó a correr tras ella esperando descubrir dónde vivía: se preguntaba si también tendría una casa con nevera como ella. La siguió hasta que se encontró con una puerta de madera pequeña que le causó mucha intriga, y con su característica curiosidad agarró el pomo y lo giró para abrirla. La acompañaba su oso de peluche como de costumbre, por lo que no sentía ningún miedo. Gateó para poder llegar al otro lado, y pensando que accedería a la casa de su vecino se sorprendió al encontrarse en un mundo totalmente diferente. Abrió la boca asombrada y después sonrió: el cielo estaba lleno de estrellas y varias lunas que bailaban al son de la melodía de los cánticos de los pájaros. Estaba rodeada de plantas de todos los colores, pero lo que más la había sorprendido eran los enormes dientes de león con semillas azules y verdes que volaban hacia las estrellas. Era un paisaje tan bonito que no dudó en seguir un camino de tierra que parecía ser infinito, abrazó a su oso con cariño y se adentró en el bosque.



Le empezaron a doler los pies después de tanto tiempo caminando sin descanso, aunque estaba convencida de que aquella caminata valdría la pena. Cuando menos se lo esperaba empezó a llover, y se sorprendió al comprobar que las gotas no mojaban su vestido ni su cabello oscuro: parecía que se había adentrado en un mundo completamente mágico, y aquello la fascinaba. A lo lejos pudo divisar un parque que parecía estar vacío, pero cuando se acercó se sorprendió al comprobar que en uno de los columpios había un monstruo. No le tenía miedo porque su padre le había enseñado que los monstruos eran buenos y que se escondían debajo de su cama o dentro del armario para protegerla, así que se acercó a él con intriga: parecía aburrido, por lo que pensó que lo mejor que podría hacer por él era acompañarlo. Se sentó en el columpio vacío, a su lado, y lo analizó con curiosidad. Era un garabato peludo y de color negro, pero a Saleta no le preocupaba su apariencia, ella sólo quería saber por qué estaba allí solo bajo la lluvia.


—¿Qué haces aquí? —le preguntó con una sonrisa amable.


—Esperar a que deje de llover —respondió—. ¿Tú que haces en este lugar?


—Investigar el bosque secreto —Saleta agarró una de las cadenas del columpio y empezó a balancearse—. ¿Cómo te llamas?


—Tristeza —dijo con los ojos húmedos—, soy el monstruo de la tristeza —aclaró al notar la confusión en Saleta.


—¿Siempre estás triste? —preguntó con intriga, y el monstruo asintió apenado—. ¿Cómo se siente estar tanto tiempo así?


—Sientes un vacío, que nada te llena, y tienes muchas ganas de llorar —contestó con la cabeza gacha—. ¿Nunca te sentiste así?


—Muchas veces, sobretodo cuando mi madre no me deja salir al jardín.


—Qué pena.


—¿Puedo hacer algo para animarte?, puedes acompañarme, todavía me queda un largo camino por recorrer —le ofreció Saleta con amabilidad, y entonces Tristeza sonrió satisfecho por la propuesta—. Conoces mejor que yo este lugar, podrías enseñarme todo lo que hay aquí.


Tristeza asintió y los dos saltaron del columpio para empezar a caminar. Saleta estaba satisfecha porque por primera vez el monstruo se sentía contento: ya no estaba solo. Dejó de llover y pasearon entre los dientes de león hasta que se encontraron con un gran lago que les impedía continuar. En el agua flotaban nenúfares y cisnes de papiroflexia, y entonces encontraron una solución: se subieron al cisne de papel y remaron con una rama de uno de los árboles hasta llegar a la orilla. Cuando consiguieron cruzar el lago se encontraron a otro monstruo que contemplaba el paisaje con tranquilidad, parecía que las vistas le gustaban tanto o incluso más que a Saleta.



Saleta y Tristeza lo saludaron, y el monstruo les devolvió la sonrisa. Era de color verde y tenía muchos ojos, tantos que Saleta había perdido la cuenta. Contó en poco tiempo un total de cien ojos, aunque quizás se había saltado algunos números por el medio: las matemáticas no se le daban demasiado bien.


—Sentaros a mi lado y contemplad el paisaje —los invitó, y Saleta y Tristeza obedecieron.


Los pájaros cantaban entre los dientes de león, y los peces saltaban en el lago y volvían a sumergirse en el agua. La temperatura era cálida y el viento soplaba moviendo los nenúfares y los cisnes de papel, parecía que estaban haciendo una carrera como los caracoles con los que Saleta jugaba por las tardes.


—¿Quién eres? —le preguntó Saleta al monstruo verde—. Parece que te gusta mucho el paisaje.


—Me llamo Calma —contestó con su característica sonrisa—. Vivo en absoluta tranquilidad, y para ello no hay nada mejor que observar la naturaleza que te rodea, escuchar la melodía de los pájaros y dejarse llevar por la brisa del viento.


—¡Suena muy bien!


Sobre la cabeza de Tristeza se apoyó una mariposa de alas amarillas y negras, y Saleta soltó una carcajada. Tristeza se contagió y también empezó a reírse, parecía que aquel paisaje había conseguido que Tristeza olvidara todas aquellas preocupaciones que lo entristecían.


—¿Nunca sentiste la calma? —preguntó el monstruo dejándose caer sobre la hierba suave, tanto como el algodón, y Saleta lo imitó, contemplando el cielo despejado y repleto de estrellas.


—Sí, cuando estoy en el jardín de mi casa, allí hay muchas plantas, también caracoles, mariposas y lagartijas —contestó Saleta con una sonrisa—. Me tranquiliza ver las hojas de los árboles caer lentamente sobre el suelo.


—Algún día tendrás que invitarme, suena muy bien —dijo Calma.


—¡Cuando quieras!, ahora vamos a seguir explorando el bosque, todavía nos queda mucho por investigar y no quiero que mis padres se preocupen por mí —Saleta se levantó del suelo y le tendió la mano a Tristeza para ayudarlo a levantarse.


Se despidieron de Calma y de aquel maravilloso paisaje y continuaron su camino. Sorprendidos, se encontraron con que el camino empezaba a hacerse cada vez más estrecho y sombrío. Los rodeaban unos árboles altos y sin hojas que parecía que habían salido de una película de terror, y entonces divisaron varios ojos amarillos entre las ramas que iluminaban el camino de tierra: eran búhos. Saleta agarró de la mano a Tristeza para que no se asustara y continuaron hasta llegar a un castillo de piedra. Observaron varios relámpagos caer cerca de aquel castillo pero aún así no se amedrentaron. Saleta abrió la puerta de madera y accedieron a un salón iluminado por el fuego de una chimenea. En una de las esquinas se encontraron con otro monstruo: parecía asustado. Era como un ovillo de lana enredado y de color violeta, y no podía dejar de temblar. Tristeza se acercó a él y Saleta lo siguió, sentían pena por él.


—¿Estás bien? —preguntó Tristeza.


—Tengo miedo —balbuceó, y entonces abrió uno de sus ojos con temor para comprobar quiénes habían entrado en su hogar—. ¿Quiénes sois?


—Tristeza y Saleta —respondió Saleta agachándose frente a él—. No sabía que los monstruos podían tener miedo, ¿qué te preocupa?


—No me gustan los búhos, no quiero que me usen para crear nido para sus crías —contestó, todavía temblando—. Tampoco los relámpagos, seguro que si salgo me electrocutaré.


—¿Cuánto tiempo llevas aquí encerrado? —curioseó Tristeza.


—Demasiado tiempo, ¿es que a caso vosotros no tenéis miedo?


—A veces sí —respondió Saleta—, las arañas me dan miedo y también algunas películas de terror.


—A mí me da miedo la soledad —respondió Tristeza.


—Es la peor sensación que puede tener cualquiera, se te acelera el corazón y te paralizas, no sabes qué hacer —balbuceó—. Me llamo Miedo, por cierto, aunque imagino que no hacía falta que os lo dijera para que lo supierais.


—Te puedo dejar mi peluche, Miedo —ofreció Saleta con amabilidad—. Llevo años con el y me protege cuando tengo miedo, yo ya no lo necesito, dentro de una semana ya es mi cumpleaños, empiezo a hacerme mayor.


—¿Estás segura? —cuestionó asombrado, y Saleta asintió.


Miedo extendió uno de sus brazos para alcanzar el peluche y lo abrazó con fuerza. Después de unos segundos dejó de temblar: parecía que le había ayudado a superar sus miedos.


—¿Mejor así? —preguntó Saleta—. Ahora podrás salir al exterior, si caminas un poco podrás conocer a Calma, allí hay un lago precioso, sin duda alguna es más tranquilizante que este bosque siniestro.


—Muchas gracias —dijo Miedo antes de que Tristeza y Saleta se despidieran de él.


Continuaron su camino hasta encontrarse con un riachuelo por el que flotaban grandes nenúfares. Saleta no dudó en subirse a uno de ellos y acompañada de Tristeza dejó que la corriente los llevara. Se tumbaron sobre aquella planta acuática y contemplaron asombrados las libélulas de diferentes colores que volaban sobre ellos.



Cuando divisaron unas rocas saltaron y se encontraron en la orilla con un gran cubo de madera sobre el que descansaba una rana. Saleta se acercó y se puso de puntillas para intentar hablar con la rana, pero sólo croaba.


—¡Ayuda! —escuchó la voz de alguien que se encontraba en el interior de aquel cubo, pero no podía hacer nada porque la rana se lo impedía.


A Tristeza se le ocurrió una idea: atrapó con sus dedos largos una libélula y se la enseñó a la rana. Cuando la liberó el animal corrió tras ella dando pequeños saltos, intentando alcanzarla con su larga lengua. Saleta hizo un esfuerzo y consiguió volcar el cubo, encontrándose con un nuevo monstruo de color verde musgo. Tenía dos cuernos y una boca enorme, parecía incómodo.


—Muchas gracias —dijo mientras salía al exterior—. ¡Maldita rana!, ¡qué asco! —se quejó mientras enseñaba la lengua y fruncía el ceño.


—Tú debes de ser Asco —lo señaló Saleta con una sonrisa—. Somos Saleta y Tristeza, estamos investigando el bosque.


—Gracias por ayudarme, en serio, estaba a punto de vomitar —aseguró—. No hay nada que me de más asco que una rana pegajosa, es una sensación desagradable, sin duda alguna me revuelve el estómago.


—A mí me pasa con el brécol —rió Saleta—. Pero ahora ya puedes estar tranquilo, ¿cómo es que llegaste al interior de este cubo?


—Estaba durmiendo una siesta, y entonces, cuando me desperté, me encontré con el culo de esa rana —sacudió su cuerpo, deshaciéndose del líquido pegajoso que desprendía la rana—. Voy a tener que lavarme en el río.


—Pues ten cuidado con la corriente, nosotros vamos a seguir nuestro camino —se despidió Saleta.


Dando brincos se alejaron de Asco hasta que se encontraron con unos columpios que tenían una cuerda muy larga, parecía que colgaban del cielo. Se subieron y no dudaron en balancearse, era como tener alas, porque podían incluso tocar a las mariposas que volaban a su alrededor. Cuando saltaron cayeron sobre un campo de cerezos, el suelo estaba cubierto de pétalos de color rosa. Una brisa cálida aceleró sus corazones, y frente a ellos apareció un nuevo monstruo que no dejaba de suspirar.


—¿Qué os trae por aquí? —preguntó el monstruo de color rosa que recogía los pétalos en una cesta de mimbre.


—Estamos investigando —respondió Saleta con amabilidad—. ¿Quién eres?


—Me gustaría que lo adivinaras, soy eso que te hace suspirar, que te hace sentir feliz, como si estuvieras en un cuento de hadas.


Saleta pensó y pensó, pero no se le ocurría nada.


—¿Alegría? —se animó a probar suerte, pero el monstruo negó con la cabeza.


—Soy Amor —dijo con una voz cantarina—. ¿Nunca lo sentiste?


—Aún soy pequeña —respondió Saleta apenada mientras se agachaba para recoger un pétalo—. Tiene que ser una sensación maravillosa.


—Tienes toda la vida para sentirla —le aseguró Amor antes de alejarse mientras lanzaba los pétalos con ilusión.


Saleta y Tristeza se dedicaron una mirada llena de intriga y prosiguieron su camino, estaban deseando conocer más lugares y monstruos. Saltaron entre girasoles hasta caer sobre un pájaro que los llevó hasta una colina repleta de margaritas blancas. Allí se acercaron a un monstruo amarillo que descansaba sobre las flores con una sonrisa que cualquiera envidiaría: parecía contento.


—Alegría, ¿verdad? —se aventuró a decir Saleta—. Seguro que esta vez no me equivoco.


—Así es, ¿quiénes sois? —preguntó con intriga.


—Tristeza y Saleta, estamos explorando este mundo y aprendiendo mucho sobre los sentimientos y las emociones, ¿tú qué sientes? —cuestionó Saleta.


—Es una sensación difícil de describir —le contestó todavía con aquella sonrisa—, pero lo que tengo claro es que se trata de la mejor emoción, la que te hace disfrutar de cada momento.


—¡Estoy de acuerdo!, ahora mismo estoy muy contenta, me alegra poder haberos conocido —Saleta miró a Tristeza y este le devolvió la sonrisa—. Podríais haceros amigos vosotros dos, seguro que os complementáis muy bien —propuso—. Tristeza necesita compañía, está demasiado solo.


—Me encantaría conocerte —dijo Alegría con amabilidad—, estoy seguro de que nos lo pasaríamos muy bien.


—¿Has visto, Tristeza?, tienes un nuevo amigo, así no estarás solo cuando yo me vaya.


—Muchas gracias —murmuró Tristeza con vergüenza.


Saleta deslizó la mirada hacia el reloj que rodeaba su muñeca y se asustó al contemplar la hora: seguramente su padre ya la estaba llamando para que se pusiera el pijama. Miró el cielo y comprobó que este empezaba a oscurecerse, debía regresar a su hogar si no quería preocupar a su madre y a su padre. Apenada, se despidió de Tristeza y de Alegría y se subió a uno de los pájaros que cantaban en la colina, pidiéndole que la llevara hasta la puerta por la que había accedido a aquel mundo. El pájaro obedeció y Saleta se agarró a sus plumas con sumo cuidado, intentando no hacerle daño. Sus ojos empezaron a cerrarse pero contuvo las ganas de quedarse dormida durante el viaje. Minutos después el pájaro aterrizó sobre la hierba, cerca de la pequeña puerta de madera. Le agradeció el favor y giró el pomo para acceder al jardín trasero de su casa, y entonces escuchó la voz de su padre. Sonrió satisfecha porque había llegado justo a tiempo y había sido una tarde entretenida. Recordó todos los monstruos que había conocido y no dudó en que aquella no sería la última vez que los vería.


1 de Julho de 2019 às 16:21 5 Denunciar Insira Seguir história
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Fim

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Sara García Educadora social y escritora en mi tiempo libre. ¡Sígueme en Instagram: @azale___ !

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AbdA Phantasy AbdA Phantasy
Me encantó! Y las ilustraciones también :)
November 30, 2023, 12:28
Joel Villalba Joel Villalba
Toda una historia larga pero. muy bonita
February 04, 2023, 15:27
rc rosana cotelo
Hermosa historia!! Felicitaciones!!!
April 27, 2021, 17:32
Mael Sánchez Mael Sánchez
Hola! Es Maravilloso tu cuento. La portada me encanto, y las ilustraciones son preciosas. Me gusto todo de principio a fin. ¡Te felicito! Gracias por compartir.
April 09, 2020, 00:03
Lihuen Lihuen
Hermosa historia 😊
July 15, 2019, 16:55
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