igvalcal Ignacio Valencia

Llegas un día a urgencias esperando recibir el mejor trato posible, pero te encuentras con estrés, mucha gente y numerosos problemas por solucionar. En esta historia breve se aborda el punto de vista de dos pacientes muy diferentes, que viven lo que es realmente un día en la sanidad pública española.


Não-ficção Todo o público.

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Una sanidad insana.

Pongámonos en el caso de que vas a urgencias, eres una persona de un nivel económico medio, por lo que vas a un hospital público, te fías del sistema y crees que tiene las mismas prestaciones que la sanidad privada. Ha sido una urgencia, por lo que vas a la planta baja del ala derecha. En la entrada unos atentos auxiliares de ambulancia te preguntan si necesitas una silla de ruedas o cualquier cosa, son majísimos piensas, muy atentos, nada puede ir mal. Avanzas y pasas al hall, allí unas simpáticas mujeres de bata blanca te piden la tarjeta sanitaria, más te vale tenerla, no me quiero imaginar su reacción si no la llevas. Pero bueno, suponemos que la tienes. Ellas se preocupan por tu estado muchísimo, ¿Qué te ha pasado? ¿Dónde ha sido? ¿Te encuentras muy mal? Sinceramente sientes de repente a sentirte a gusto en un lugar como es un hospital, así que continúas avanzando.


Te pasan a un pasillo donde te encuentras a decenas de personas esperando, y cantidad de médicos de un lado para otro (aún no sé qué hacen), allí observas a los demás pacientes y se te cae el alma con lo que ves.


Digamos que tu llegas con un esguince en el tobillo, algo no muy grave, y allí, en el “pasillo de espera” mucha gente que está mucho peor que tú. Personas inquietas por una posible gastroenteritis aguda-piensas-ancianos en camillas y conectados a goteros. Entiendo, a la par que cualquier ser sensato que estás personas deben recibir atención antes que yo, es obvio, puedo esperar. Pero hemos dicho que esto sería lo lógico, lo sensato… Al poco tiempo de llevar allí, si una hora se puede considerar poco (el tiempo es relativo, confórmate con eso) llega una enfermera a realizarme las misma preguntas que aquellas mujeres de bata blanca, más tarde me nombra y me lleva a ver al médico, nos reúnen a unas cuantas personas y nos llevan a la sala de rayos X, la verdad es que no van muy lentos, por lo que tras examinar tu radiografía es hora de vendar el pie, así que adiós, gracias por venir. No han sido muy lentos.


Pero cámbiate de piel y ponte en la de ese anciano que se encuentra en la camilla, le llamaremos Pedro. ¿Qué le habrá pasado? Pues este vital anciano salía a dar su paseo matutino y por causas que desconocemos ha tropezado y ha caído contra la acera, a esta edad empiezan a fallar los reflejos… Pedro a pesar del shock de la caída, la desorientación, el ruido de policías y ambulancia y el encontrarse sólo, no se asusta y llega a esta misma clínica en la ambulancia, es recibido por el auxiliar y bla, bla, bla. Vamos al punto en el que se encuentra en el pasillo sólo, ve pasar a los médicos y nadie le atiende, mira a ese joven y piensa, que lo atiendan antes que a mi que le queda mucho por vivir, y parece que los médicos le leen la mente, porque así sucede. Tras varias horas ahí, la enfermera se digna a preocuparse por él y lo pasan a un box, supongo que a éste lugar le ponen el nombre en inglés para esconder lo que es a la gente que no domine el idioma, porque sí, es una caja, aunque más que una caja un cajón desastre. Los pasillos llenos de camillas, y está diminuta habitación cuenta con 8 o 10 subapartados, en uno de ellos introducen a Pedro, le conectan el monitor cardiaco y el esfingomanómetro y ahí te quedas que estamos ocupadísimos.


Pasan las horas y Pedro recibe un chequeo completo, sólo queda resolver un problemilla con la frecuencia cardiaca, así que queda en observación.

Al día siguiente llega el cardiólogo y dice que hay que esperar ya que tenía cita con él al día siguiente, así que lo suben a planta, a una habitación. Pedro lleva sin comer desde la mañana anterior y ya son las 3 de la tarde, hora más que suficiente para que le sirvan su menú. Los familiares se quejan, ya que es muy tarde y minutos después el enfermero dice que le ha pedido un combo, suena súper guay, pero no todo es como se pinta. La comida llega a las 4 de la tarde, de primero espaguetis, los cuales podrías usar como tirachinas; y de segundo un filete de ternera para el que necesitas una radial si quieres comértelo. Quizás se salve el postre porque ya venía de preparado de fábrica.


Y esta señores, es la sanidad que nos encontramos un día normal, recibimos un trato similar al que podría recibir un animal en una clínica veterinaria, cuando no sea peor…


Pero yo no culpo de todo esto al auxiliar que te recibe, ni a la señora de la bata blanca, ni a la enfermera, ni al médico, ni siquiera al jefe de cocina. La culpa es de esos políticos que se alimentan vendiendo mentiras al pueblo, aquellos que están en una cúspide, en una burbuja donde nada les influye, donde lo que sufre el pobre es el menor de sus problemas y lo único que importa es no ser descubierto de los putos “Papeles de Panamá”. Mientras política siga siendo un sinónimo de interés y ellos no pierdan, nada importa. Eso sí, cuando la campaña electoral este a la vuelta de la esquina voy a visitar hospitales, a ver a niños con cáncer, prometo más habitaciones, prometo mejor cuidado, prometo que prometo ¿qué prometí?

13 de Maio de 2019 às 19:37 0 Denunciar Insira Seguir história
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