emy-seiko1557382575 Emy Seiko

Te contaré la historia de la Reina Elizabeth I de Inglaterra, quien tuvo un largo reinado en la Edad Moderna, siglo XVI. También llamada "La Reina Virgen", ya que nunca contrajo matrimonio. Y por esta razón, muchos rumores se divulgaron por el castillo: su fertilidad, asexualidad, egoísmo de entregar su trono a un heredero, entre otros. Pero lo que os revelare, no lo encontraras en un libro de historia. Y los pocos que lo sabían, hicieron un pacto de silencio: escarbando la basura entre sus dientes. El cual quebrantaré al escribir esta novela. Y aquellos mocosos que me estén leyendo, os advierto. No quiero ser quién arranque de raíz a esa blanquecina flor de inocencia que traen consigo. Debido a que enfocaré mi narración en un amor no correspondido, que desatará un abanico de libidinosos y degenerados sucesos. Y habiendo aclarado esto, quédense conmigo los que ansíen conocer los profundos mares de la historia. -Género: novela histórica y trágica. -Advertencia: contiene sexo explícito, violencia y L.G.B.T.


LGBT+ Para maiores de 18 apenas.

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1º Capitulo: un encuentro fortuito.

Al fallecimiento del Rey Enrique VIII, padre de Elizabeth, el trono fue pasado a su hijo, Eduardo VI. Quien, al poco tiempo, cayó en un grave estado de salud. Y temiendo su muerte y el futuro del trono, apeló en contra del Acta de sucesión. Es decir, quería evitar que María, su hermana, le procediera puesto que intuía haber sido envenenado por esta. Sin embargo, tras morir a la corta edad de quince años y subsiguiente rivalidad por la corona, fue proclamada María I de Inglaterra. Y cinco años más tarde, diversos escándalos hundieron a la Reina en una depresión e incontables enfermedades. Muriendo bajo las sabanas de su cama, donde permaneció presa sus últimas semanas de vida. De este modo, ascendió al trono The Virgin Queen, coronada como Isabel I de Inglaterra en el año 1558. Tras varios sucesos desafortunados, y el hecho de que los anteriores monarcas no habían dejado ninguna descendencia.

Elizabeth nació en el año 1533, y a la corta edad de tres años fue declarada hija ilegítima. Ya que su madre, Ana Bolena, fue ejecutada por su marido, el Rey, a causa de traición y brujería. Hechos de los cuáles nunca se han podido comprobar como ciertas. A pesar de ello, tuvo una rica educación en gran parte a la sexta y última esposa de su padre, Catalina Parr.

Al llegar al trono se convirtió en la suprema gobernadora de la Iglesia Anglicana. Su padre fue el primero en romper lazos con la iglesia católica mediante el Acta de Supremacía. En ella se declaraba que el rey era «la suprema y única cabeza en la Tierra de la Iglesia en Inglaterra ». Por lo que Elizabeth tuvo fervientes guerras contra los católicos durante su mandato. La más conocida fue con el Rey de España, Felipe II, quién anteriormente se había casado con su hermana, una fanática católica, a diferencia de Elizabeth que era protestante. Esta y muchas otras cuestiones amenazaban al reino de Inglaterra. Generando una gran insistencia sobre ella de que debía contraer matrimonio. Ya que al lado de un Rey su poder aumentaría y por ende, impondría mayor miedo a sus enemigos. Además, estaba ese pensar colectivo de que un hombre era mejor monarca que una mujer. Pero ella se mantenía reacia a aceptar tal petición; era alguien dominante e independiente. No quería rebajarse a ser la esposa de un Rey. Aunque, en realidad no era solo eso lo que la preocupaba…


— Elizabeth, usted sabe muy bien que solo soy la voz de lo que dicte el Parlamento. Y ellos creen oportuno, que de vez en cuando usted oiga a estos caballeros que vienen a buscar su mano —Dice su primer secretario y mano derecha, Sir William Cecil, con una elegante reverencia.

— Soy la reina y aun así mi voz no posee la suficiente fuerza en ciertos asuntos...

— Su virginidad atrae a nobles de todo distinguido reino. Si solo os escuchases, usted podría...

— Comprendo —Lo calla con un movimiento de la mano—. Traedlos, hagamos esto rápido.


La gran compuerta se abre para iniciar su tarea más agotadora. Hombres de toda clase y región desfilan por la larga alfombra roja hacia su encuentro. Acompañados de sus adeptos y extravagantes objetos para comprar a su amada. Y al llegar al trono, repiten esos aburridos y monótonos versos ya tan escuchados por ella:


— ¡Oh, mi Reina! ¡El paisaje más bello que mis ojos han de ver! Aquí le traigo, en mi admiración, joyas de las más estimadas para adornar su blanco cuello —A continuación, abre un monstruoso cofre embadurnado en oro. Y entonces, unas joyas encandecieron la sala con sus opulentos colores: purpura, turquesa, magenta.


Pero no había rastro de emoción en sus azules ojos. Por el contrario, sus venas se trazaban más intensas sobre su cien a cada bostezo disimulado. Los retratos pintados de príncipes y monarcas ilustres sobrevolaban en la sala como nubecillas que la Reina percibía como un tornado. Nubes llenas de falacias que no se asemejaban ni un poco a la realidad de esos hombres retratados.


— Ya he escuchado demasiado por hoy —Dice fastidiada mientras alisaba su esbelto vestido.

— Pero mi Reina, aún quedan...

— He dicho que es suficiente. Los hombres pueden esperad a otro día —Y sin esperar aprobación alguna, se levanta del trono—. Tengo asuntos más importantes que atender.


Se marcha hacia el Palacio de Nonsuch. A un encuentro con sus oficiales del estado: ministros de mayor jerarquía, que controlaban las diferentes porciones del reino. Un barullento gentío se amontonaba entorno al carruaje, amontonados a cada lado. Algunos alababan a su Reina con aplausos y cánticos. En contraste, otros cuchicheaban por sus hombros desgracias. Los soldados la acompañaban por delante y detrás, cargando sus pesadas armas. Y tan rápido como escribo, una bola del tamaño de una manzana se cruza por delante. Y tras él, un calvo y desaliñado niño. En consecuencia, el carro rechina al detenerse, y las voces se acallan. El delgaducho hombre se queda atónito y desorientado. Un soldado indignado se dirige a él:


— ¿A caso piensa quedarse ahí? ¿¡Dónde está la madre de este infante!?

— ¡Lo siento! ¡No le haga daño! —Dice una persona del gentío que se aproxima al niño. Tenía una modesta túnica que le cubría hasta el rostro, y de poco más de metro y medio de altura. En un pestañeo, se coloca delante del desafortunado crío.

— ¿¡No sabe educar a vuestros hijos!? —Le reprocha.


La Reina escucha con atención aquel escándalo, y susurra:


— Esa voz...


Siendo víctima de la curiosidad abre la puerta de la carroza. Interruptor que enciende a la mansalva que estalla en alaridos.


— Muéstrame tu rostro —Indaga al llegar a escena.

En silencio, esta duda de su petición. Apretando con más fuerza los delgados hombros de quien tenía a sus espaldas: resguardándolo.

— No te preocupéis, nadie saldrá herido. Tienes mi palabra ante mi gente.


De modo que decide levantar su mano hacia la cabeza. Desvelando, unos redondos y grises ojos, cara aniñada y carnosos labios agrietados. Y en aquel movimiento, la Reina supo notar un particular anillo dorado en su dedo medio, que se le hizo familiar. Unas brillante y rojizas rocas formaban en el centro la letra T. Y en los bordes, pequeños diamantes la rodeaban. El lujoso anillo relampagueaba con tan solo un suave movimiento. La sorpresa no se hizo esperar, y pregunta:



— ¿Cuál es tú nombre?

— Emily... mi Reina —Dice castañeando. Su arrugada mirada hacia Elizabeth parecían las de un guerrero que pronunciaba su derrota ante el enemigo.

— Bonito nombre —Susurra débilmente. Le sigue un incómodo silencio. Ni los que aplaudieron fervorosamente hace solo instantes atrás, se atrevieron a emitir palabra alguna. Hasta que uno de sus soldados tose sin cuidado y ella vuelve en sí. Aparta su mirada de aquella muchacha y prosigue—. Será mejor que os quitéis del camino, así dejaros pasar — Y sin más, se da la vuelta para regresar. No obstante, fisgonea por encima de su hombro. Y observa como la misteriosa muchacha se perdía entre la muchedumbre.


El niño abrazaba la cintura de su heroína con su pulgar haciéndole de chupete. Cuando ya se encontraban a una buena distancia, Emily se inclina para preguntarle algo. Pero rápidamente, una corpulenta mujer se lanza sobre él. Y en un lloriqueo acongojante, acaricia su pelada como quien busca a un genio de la lámpara.


— ¡Oh, muchas gracias! No sabía...

— ¡Escúcheme! —Le grita—. Espero que la próxima, este usted para proteged a su hijo. ¡Cuidad vuestras propias espaldas, tchz! —Chista, soltándose de los brazos del infante y le dirige una mirada descarada y despreciable a su madre. Seguidamente, se aleja a pasos apresurados.


Más tarde, Elizabeth llega a la mansión de Nonsuch. Y comienza una reunión para atender los asuntos importantes de Inglaterra. Aunque, sus pensamientos prontamente abordaron por un diferente arrollo al de los presentes en la sala. Divagando en su mente.


— Emily... —Piensa en voz alta.

— ¿Emily, mi Reina?

— La que se interpuso en vuestro camino.

— ¡Oh, Elizabeth! Nada de qué preocuparos. Un aldeano sin vergüenza alguna.

— Nunca la he visto antes. Bueno… no conozco a cada habitante, pero sus rasgos... acento. No parecía ser de por aquí.

— Sobre eso Elizabeth, se dice que unos rebeldes merodean por el reino. Son piratas que viven para la guerra —Dice el gran almirante, Lord Isaac.

— Con que piratas... —Lleva su mano a la boca, mordiendo su índice.

— Atacan embarcaciones, robando sus riquezas. También he escuchado que destinan parte del dinero saqueado a pueblos empobrecidos. Ganando así renombre entre la gente.

— ¿Y cómo es que aún deambulan libremente por mi reino, General?

— Se esconden como sucias cucarachas —Resopla.

— ¿A caso eh de tomar eso como una excusa? Si son unas cucarachas, como dice usted…—Da una pausa para frotar su cien—. No he de comprender la incapacidad de mis soldados. ¿O quizás el incompetente es quién los rige? —Levanta sus ojos para clavarlos en él. Sus ojos: dos balas que despiadadamente perforaron su pecho.


El hombre se queda de piedra ante la firme mirada de "Medusa", no había reacción alguna de sus músculos. Dominando a la perfección la meditación de Siddhartha Gautama (Buda). Y para su fortuna, es salvado por unos pasos que retumban a lo lejos. Al aproximarse, este saluda cortésmente y pronuncia:


— Elizabeth, la Casa del Tudor (Dinastía de monarcas) la espera en el gran salón.

Desde aquel día, las salidas de la Reina se convirtieron en una insaciable búsqueda. La figura de esa niña aparecía y reaparecía sin cesar en sus pensamientos. Tanto así, que por las noches un insistente sueño -o más bien pesadilla- la despertaba. Donde caminaba tranquila entre un mar de gente: sus cuerpos se asemejaban al vapor de una chimenea o a la llama de una vela que se consumía. Por lo que el ambiente se plagaba de una especie de neblina que lo opacaba todo. Luego, una angustia la atropella: experimentando una sensación de ausencia. Comienza a palpar arrebatadoramente su cuerpo y al subir la vista, esa niña aparecía en la distancia. Y juzga, por alguna extraña razón, ser la usurpadora de ese algo que ni siquiera ella sabía que era. Entonces, con el fin de atraparla, empuja con vehemencia los centenares de hombros que se alzaban como inmensas olas. Aunque sabía que eso era inútil, siempre la perdía de vista. Y terminaba corriendo de un lado a otro en un estúpido sinsentido. Hasta que su agitación era tal que se despertaba: empapada en sudor. Sabía que le hacía recordar a alguien, pero no sabía a quién. En realidad, prefería no recordarlo.



A una no tan remota distancia del castillo de Inglaterra, se encontraba la valiente chica. Peinaba su oscura cabellera, que llegaba poco más abajo de sus hombros. Unos adorables rizos adornaban sus puntas. Y valiéndose de la naturaleza que la circundaba, toma una variedad de especies: yuyos, hierbas, rosas y agua del río. Las pisa en un cuenco de barro y forma una especie de masa. Le importaba su apariencia más de lo que quisiera. Otros compran su atractivo, pero ella se hacía menjunjes en base a lo que la madre tierra le ofrecía.

Se sienta al ras de una roca para mirar su reflejo en la claridad del agua. Así frotar esa pasta en cada rincón de su desnudo cuerpo. Y luego de pasado unos minutos, se zambulle en el río.


— ¡Emily! —Grita alguien. Y ella, alertada, sale del agua—. Te estábamos buscando.

— Me estoy bañando —Señala de manera tosca. Quizás, aquel hombre tenía los ojos en el culo para no respetar la intimidad de otros.

— Hay una reunión.

— Iré enseguida. Ya puedes irte.

— ¡Oh, vamos! ¿No deseáis que entre contigo? —Dice con sarcástico tono seductor—. ¡Oh, vamos, lindura! —Em le dirige una agradable sonrisa y va directo a su encuentro. Él, con sus manos abiertas y mirada sugestiva, la espera al otro lado de la orilla. A medida que avanzaba, el agua descendía de ella. Su cuerpo de sutil bronceado era majestuoso. Una pintura en donde el autor se tomó el trabajo de delinear cada precioso músculo, desde el hombro hasta el pubis. Al acercarse, le rodea con sus brazos, y él la agarra por la cintura. Ella se coloca en puntas de pie y le dice, a centímetros de sus labios:

— Dime… —Rápidamente y sin reparos, le golpea con su rodilla en sus partes poco agraciadas. Y enseguida, este cae al suelo con sus manos pegadas en la entrepierna. Buscando -imagino yo- señales de vida—. ¿¡En qué estabais pensando!? ¡He de ser imbécil para pensad que estaría contigo! ¡Vete a comer mierda! —Y se marcha, sin prestarle mayor importancia. Luego de agarrar sus prendas del suelo.

— ¡¡Era una broma, enferma!! ¡Y no le digas a Kiros! O sino él…. ¡Hey!


Al llegar, Emily separa la cortina del refugio escondido entre matorrales. Un poco más de una docena de hombres se encontraban en medio de una disputa. Algo que supo advertir varias pisadas atrás. Estos eran de todos los colores y alturas, aunque había algo que compartían indudablemente: fuerza. Sus músculos eran prueba suficiente de ello.


— Bajad la voz ¿Que os pasa? —Interviene.

— ¡Por favor, calmaos! —Dice su líder, Thomas, sacudiendo los brazos—. ¡Nos Hemos reunido para organizarnos, así largadnos! ¡El tiempo es vuestro oro!

— ¡Cuando vea al desgraciado muerto! ¿¡Me oyes!? Trabajamos para él, arriesgando vuestras vidas. Y luego de salvarle el culo, el cobarde huyo sin pagadnos. ¡Hasta que no orine sobre su estúpido cadáver, no me iré! —Dispara Kiros, con su gordo índice apuntando sobre él. Algunos apoyaron su idea con encolerizados gritos.

— Y así será. ¡Pero calmaos! —Thomas diferencia la corta figura de Em entre aquellas bestias, y saca provecho de ello—. Al fin llegaste. Te escuchamos, Em. ¡Oíd! —Ordena.

De modo que ella avanza al centro, empujando consigo a esas montañas, erróneamente llamadas brazos. Y las voces son eclipsadas por el silencio:

— Era muy meticuloso. Estaba atento en todo momento, por lo que nunca anda solo. Sospecha que estamos acá y busca protección. Hasta en una ocasión lo seguí hasta el castillo de la Reina —Desvía su mirada, repasando los hechos—. Creo saber cómo agarrarlo desprevenido. Luego de seguirlo por varios días, encontré varios huecos. Repeticiones en sus movimientos que lo dejan al descubierto. Si lo atacamos a una hora pactada, habrá más a vuestro favor.

— Se metió con la gente equivocada —Sentencia uno.


Al terminar la junta, ella se queda conversando con su amigo Thomas. Este tomaba muy en cuenta su punto de vista previo a una decisión. No obstante, en momentos donde el tiempo es el mayor enemigo, actuaba con determinación. No era un líder narcisista sino que todo lo contrario; participaba en equipo. Aunque Emily no destacara en fuerza, era la más razonable y analítica. Cuando sus compañeros robaban el oro, ella asaltaba los libros. Una extraña fascinación, que no los dejaba indiferentes.

Kiros la esperaba a las afueras del refugio. Y al verla pasar a su lado, sin previo aviso, la agarra con violencia del antebrazo:


— ¿Dónde estuvisteis en todo el día? Siempre te pierdo, maldita sea —Ella solo se limita a observarlo. Sin dejarse intimidar por su gigante e imponente cuerpo. Características por las cuales era llamado "La bestia espartana". Dirige su vista hacia su agarre y luego le mira con desaprobación. Y tira arrebatadamente su brazo hacia atrás, liberándose de su morena mano.

— No sé… ¿Cumpliendo una orden, quizás? —Pregunta satíricamente.

— Tú no lo entiendes. ¡Estaba preocupado por ti! Odiáis que te trate así, pero tus acciones no ayudan en nada.

— Oh, siento mucho no ser ese perro que tú pretendéis.

— También me enoja que seáis tan desconsiderada. ¡Cuando solo busco protegerte!

— ¡No confiáis en mí! Piensas que no puedo obrad por mí misma. Reduciendo todo mi esfuerzo a esto —Le alza el dedo meñique en medio de sus ojos.

— Realmente… —Dice exasperado, meneando su cabeza—. Realmente intento entenderte, pero tú no a mí.

— Sé que te preocupáis por mí, Kiros. Pero quiero arreglármelas por mi cuenta. ¿Por qué no confías en mí como lo hacéis con los demás?

— ¡Lo hago! —Dice desconcertado.

— Me subestimas —Este esquiva su apenada mirada—. Ya no soy esa pobre niña que un día salvasteis. Confiad en mí, Karim. Y yo confiare en ti.

— Me es difícil. Es que… —Cierra sus parpados, así tener valor de proseguir—. No sé qué haría si te pierdo.

— Lo sé —Le planta un beso en la boca y este lo acepta vigoroso—. No eres el único. Yo también temo por ti, Kiros— Luego le extiende su brazo y empiezan a caminar. Él, amansado, se deja conducir por el verde prado.



En una revolucionaria medianoche, Emily conoció a sus colegas amigos cuando apenas tenía seis años. Estaba aprisionada en un sombrío y oculto lugar de un barco. Sus flacuchas extremidades crujían al débil movimiento, como una hoja de otoño atravesada por el aire. El hambre se devoraba hasta sus pensamientos. Y de pronto, Emily oye afuera un indescifrable griterío. Imaginándose todo tipo de escenarios macabros. En consecuencia, muerde extasiada el cordel que la ataba, provocándose una inflamación en sus ya sangrientas encías. Y su respiración se tornaba más deficiente a cada empujón desesperado.

Con el fin de poder descansar eternamente, se deja caer abatida al suelo. Aceptando así su derrota e inevitable muerte. Y prontamente, un chirrido la saca de su adormecimiento. La puerta se abre dando paso a la claridad y con él, a un agitado animal de casi dos metros. Debajo de él crecían charcos de la sangre que escurrían de sus poros. Este agarraba una mutilada cabeza por su melena, con los ojos balanceándose de sus venas. Era nada más y nada menos que el líder de aquel barco.


— Mirad, aquí traigo tu libertad —Dice Kiros, elevando su repulsivo trofeo.

— Ma… —Susurra, con su moribunda cara descansando sobre el brazo.

— ¿Má? —Pregunta y escupe con arrebato.

— Mi… mamá... —Musita a medida que desfallece. Y ahora, la viva imagen de su madre se le hacía presente en su memoria. La veía venir entre agradables figuras de humos, y tras ella, un halo fluorescente contorneaba esplendorosamente su cuerpo. Y le dice:

Oh, Cariño mío—Le sostiene sus gordos mofletes. Tan blanca era Emily de niña, que un pigmento rosado se dibujaba en ellas—. Los preciosos diamantes se visten de riesgos inciertos. Si los anhelas en tu vida, deberás aventurarte en lo profundo... Sé atrevida, Emily.



Luego de asaltar un navío y matar a sus enemigos, tomaban sus riquezas y secuestraban a sus prisioneros. Solo hasta desembarcar en la tierra más próxima, donde los liberaban. No los vendían ni los hacían sus juguetes. Pero los dejaban a la merced del destino. Aunque, aquella vez, Kiros se encapricho con quedarse con la pequeña. No pudo abandonarla a su suerte como sí a los demás. Ya que a su tan corta edad y no habiendo nadie que la cuidara, sería la perfecta comida para los buitres. Fue una sorpresa para todos; jamás habían visto en mar a alguien tan chico. Él era consciente que su vida no era apta para ella, pero no retrocedió en su decisión. Y desde aquel día, Kiros se desvivió por ella, y nació en Emily una profunda admiración por este. Que trascendió en una fuerte unión.


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Días atrás a la reunión de los rebeldes, un misterioso hombre se presenta ante la Reina. La puerta de su reino se encontraba abierta a la plebe. Quienes se acercaban para ofrendar a su majestad durante un festín. Y cuando se encuentra frente a Elizabeth, dice:


— Le he traído lo último que me queda. Y es solo para usted, mi Elizabeth —Un carro es empujado dificultosamente hacia ellos. Con una túnica que envolvía sus apilados objetos—. He viajado por centenas y centenas de lugares, entre viento y marea. Pero a veces... el destino es cruel. Y así lo ha sido conmigo —Aprieta su puño adornado en anillos a la altura de su cabeza—. Estos regalos... —Se acerca a la carreta y lo desviste de un tirón—. Son mi último aliento.

— Ya veo... ¿Y qué es lo que buscáis aquí?

— Oh, no pretendo comprarla con baratijas —Arquea su espalda en sumisión. Con el brazo apoyado sobre su pecho—. Solo a avisadle a vuestra majestad de una amenaza. Sé que su reino es resistente como el más duro de los metales. ¡De eso no quepa duda! Pero unos maleantes. ¡No unos! ¡Muchos! Atacan a diestra y siniestra. ¡Y están aquí! Rondando entre su gente —Señala a sus costados. Y en consecuencia, el clamor de los presentes se hace escuchar.

— Estoy informada sobre ello —Dice serena—. No hay de qué preocuparos.

— Pero yo, mi Reina, podría serle de utilidad. ¡Los conozco bien!

— No hay necesidad. Le agradezco por tomarse las molestias de venir hasta aquí. Pero no hay nada que yo pueda hacer por ti.

— ¡No, os suplico! ¡Escuchadme! ¡Estoy en peligro!

— Guardias —Eleva su palma en una orden.

— ¡Son una amenaza! —Da unos pasos hacia atrás, alejándose de los guardias—. Uno... uno de ellos sé que me sigue, es... —Se detiene, mirando temeroso como aquellos hombres se aproximaban a él— ¡Una niña! Podríamos secuestradla, así…

— ¿Cómo? —Con otro ademan suspende la marcha.

— Sa... Sacadle información, su majestad —Titubea.

— Lo anterior—Dice impacientada por saber más.

— ¿La niña?

— Sí. ¿Cómo es? —Pregunta, acercando su mentón al pecho, a la vez que torcía sus claras y finas pestañas.

— Eh... —Cierra sus ojos queriendo despertar sus recuerdos—. De cabello... ¡Cabello castaño! Estatura baja y... —Repasa, tocándose la barbilla—. De peculiares ojos.

— ¿Grises? —Afila sus ojos, y desliza el dedo índice por sus delgados labios.

— Sí, así es —Responde confundido ante su inesperada respuesta.

9 de Maio de 2019 às 06:29 0 Denunciar Insira Seguir história
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Leia o próximo capítulo 2º Capitulo: una desesperante huida.

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