damiangg Damián García Gómez

Fragmento de la colección de historias de terror y fantasmas "Después de la muerte" La alberca.- Tres niños se meten a escondidas un domingo en su escuela para nadar en la alberca sin saber que les espera una experiencia trágica que marcará sus infancias. Años después y con el incidente aparentemente olvidado, un alma en pena exige respuestas quebrantando corduras con el tormento de su insistencia. Después de la muerte.- Un sujeto depresivo fue abandonado por su esposa y éste decide llenar sus vacíos con alcohol. Una mañana en un descuido pierde a su única hija y decide hacer lo imposible por regresarla de la muerte hasta que lo logra, aunque con resultados completamente diferentes y lleno de perturbadores comportamientos maliciosos, productos de un conjuro que se aprovecha de la fragilidad mental y emocional de las personas para abrirle las puertas al mal.


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La alberca (parte I)

NOTA DEL AUTOR: Este texto de un extracto de la colección de historias de terror "Después la muerte". No se publicará el libro completo.


"La alberca" es la segunda historia de la colección "Después de la muerte" y se publicará diariamente.

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"La alberca" por Damián García Gómez

La vida de todos nosotros está marcada por el impacto emocional que nos han generado nuestras experiencias, recordando las positivas y tratando de sepultar en el olvido las negativas. Sin embargo hay experiencias que nos marcan de forma tan profunda y, lejos de olvidarlas, pareciera que estamos condenados a que nos persigan de por vida, como los terroríficos acontecimientos que a mí me han pasado.


Soy Gabriel, tengo cuarenta años de edad y lo que les voy a contar sucedió cuando tenía diez años de edad. Entonces cursaba el quinto grado de primaria en el Centro Escolar Chapultepec. Era una escuela grande y bonita, con cuatro extensos patios distribuidos como cuadrante, un auditorio central, una alberca y una entrada principal que albergaba unos murales que hasta hoy en día existen y en ellos están representados los más importantes pasajes de la historia de México. Esa obra de arte está considerada como una de las más importantes del país en su tipo. Sin duda eran prestaciones muy superiores para una escuela pública mexicana, y más considerando que se encuentra en un pueblo alejado a decenas de kilómetros de la capital del estado.


Pero a nosotros siendo niños lo que más nos importaba y deseábamos en aquel entonces era usar la alberca, que por alguna extraña e inexplicable razón los alumnos estaban impedidos de utilizarla salvo los de quinto y sexto grados, y solo para ocasiones esporádicas muy especiales que más bien correspondían al humor de la maestra directora del plantel.


Faltando pocas semanas para el fin de cursos y la llegada del verano, un día convencí a mis compañeros de clase, Abraham y Felipe, de que usáramos la alberca solo para nosotros un domingo a mediodía, aprovechando de que a esas horas prácticamente nadie pasaba por los rumbos de la escuela. Además de que era el día de descanso del velador y usualmente lo pasaba con su familia. Nuestra coartada sería una tarea de ciencias naturales en equipo, así que saldríamos de nuestros hogares por la mañana inventando ir a casa de algún otro compañero. En nuestras mochilas llevaríamos refrescos, toalla, traje de baño y toda la comida que pudiéramos conseguir. Eso sucedió un miércoles, donde todos estuvimos de acuerdo con el plan.


Llegado el día me preparé unos sándwiches a escondidas, los metí a la mochila con las demás cosas y me reuní en la plaza cívica aledaña a la escuela con mis demás compañeros. No puedo mentir, sentíamos cierta dosis de adrenalina por la emoción de brincarnos a escondidas a la escuela. Nos sentíamos nerviosos a pesar de las innumerables inspecciones oculares que realizamos para asegurarnos que nadie nos veía. Cuando por fin nos brincamos y estábamos en el primer patio de la escuela, Abraham gritó eufórico como para liberar la tensión. Lo reprendimos porque estaba siendo estúpido e imprudente, debíamos actuar con el mayor sigilo posible pues el objetivo no era estar dentro de la escuela, sino dentro del área de la alberca.


Atravesamos los largos patios delanteros de la escuela pues la alberca estaba al fondo al final, entre los dos patios traseros. La soledad de los largos pasillos y la arquitectura del vetusto edificio imponían cierto respeto. Una reja de alambrado separaba al área de la alberca del resto de la escuela. A pesar de que estaba a cierta considerable altura, descubrimos que brincarnos sería más fácil de lo que creíamos y así fue. En menos de dos minutos ya estábamos observando la alberca disponible exclusivamente para nosotros. En esos momentos nos sentíamos como conquistadores contemplando sus nuevas tierras.


La profundidad de la alberca no era mucha, quizá dos metros en su zona más profunda, pero ese día no estaba a toda su capacidad. No nos importó pues casi saltamos jubilosos de forma instantánea para disfrutar del producto de nuestras osadas decisiones infantiles. Jugábamos, nos reíamos y nos lanzábamos una pelota que había llevado Felipe. Después comimos un poco cerca de la una de la tarde y cuando eran las dos ya nos estábamos empezando a aburrir. Los tres amigos nos lamentamos no haber convocado a más compañeros a ser partícipes de nuestra pequeña aventura acuática.


En la alberca había también una pequeña torre de trampolín que al principio habíamos descartado usarla porque no sabíamos tirarnos clavados, pero dado el aburrimiento que nos había llegado les propuse saltar a mis demás compañeros. Aceptaron gustosos incorporar esa dinámica como parte de la aventura. Sorteamos los turnos jugando chinchampú pues sólo éramos tres niños y perdió Abraham, pero parecía no importarle pues era el más entusiasmado con la idea de saltar.


Rápido subió a la torre y se aproximó a la orilla imitando los gestos de concentración que realizan los clavadistas profesionales en las competencias olímpicas. Le preguntamos si había hecho eso antes,pero dijo que no. Felipe y yo comenzamos a aplaudir echándole porras para que se animara a realizar un salto épico. Fue en ese justo momento donde la pesadilla comenzó.


Abraham se arrojó emulando a los profesionales, pero debido a que no había suficiente agua él cayó hasta el fondo golpeando de lleno su cabeza contra el suelo. Casi de forma instantánea una nube acuática de color rojo cobrizo se formó donde estaba Abraham. Felipe y yo fuimos rápidamente en su auxilio. Entre los dos incorporamos a Abraham tomándolo cada quien de un brazo.


CONTINUARÁ...


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2 de Abril de 2019 às 22:44 0 Denunciar Insira Seguir história
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